Los ilusos #20: felicidades

Hola, ¿cómo están? Espero que muy bien y felices de amanecer en un país más justo. Ha sido un año horrible, muy difícil, y tener una jornada como la de ayer, que amplía derechos para un gran sector de la sociedad, no es algo que ocurra tan a menudo.  

Esta es la última columna del año, llegamos a 20. Fue bastante regular el asunto, no se pueden quejar. Prometo volver en febrero, no sé si habrá novedades, pero ya me acostumbré a que nos escribamos, para qué mentir. Messirve y está buenardo, diría alguien ya mucho más joven que yo.

Esta semana les propongo dos cosas. La primera, una suerte de resumen muy, muy rápido con las películas de este 2020/2019 que más me gustaron, y que creo que les pueden servir para anotar y buscar; y la segunda, que reflexionemos un poco sobre cómo fue este año con el cine, qué pasó con la exhibición, y qué podemos esperar para lo que vendrá.

Por supuesto, tengo un libro que estoy leyendo que me parece que les puede interesar.

Arranquemos, no sin antes mandarles un fuerte abrazo a Natalia, Diego, Esteban y La Petisa.

Sin repetir y sin soplar, lo mejor de este año espantoso:

No se pueden quejar, hay un montón de cosas para ver.

Si tengo que mencionar las que me decepcionaron un poco (mucho), voy con dos: Mank y Tenet. Ya sé, nada original lo mío. Después, sí: esas que a ustedes les encantaron del Festival de Mar del Plata las vi, y la verdad que no me convencieron mucho. Perdón por eso.  

Una yapa: Notes On An American Film Director At Work: Martin Scorsese, ese maravilloso documental de Mekas sobre el rodaje de Los infiltrados que se subió gratis al inicio de todo esto. Lo llegué a bajar, no digan nada. Si alguno lo quiere se lo paso.

Un poco de polémica no hace daño: ¿Y ahora qué pasa, eh?

El 2020 fue el año en el que los cines estuvieron cerrados de marzo a diciembre. Quitando algunas excepciones muy poco exitosas, las salas estuvieron vacías y las películas necesitaron encontrar otro canal de distribución para llegar a los espectadores. En niveles muy diferentes, el problema fue igual para todos. Para vos con tu película independiente, viendo dónde la podés pasar; y para la Warner, con un estreno que costó millones de dólares y no saben cómo recuperar la plata.

El consumo hogareño y los confinamientos hicieron que muchas personas se encontraran con un montón de películas que no habrían visto jamás. Fue el año de las plataformas y de stremio. Los propios cineastas y las asociaciones de productores y directores entendieron esto y buscaron nuevos espacios virtuales para ofrecer sus obras. El cine argentino encontró de chiripa en CineAr una experiencia renovadora: films que se habrían muerto en el olvido al cabo de unas funciones en el Gaumont lograron miles de espectadores en todo el país.

En el medio de todo este asunto, volvió a meter la cola una discusión de larga data: cómo deberían disfrutarse las películas. En principio, quien filma siempre piensa en el formato final de exhibición de su obra. No es lo mismo diseñar una serie web, un unitario o un largometraje. Pensar quién, cómo, cuándo y dónde va a acceder a tu creación es siempre una preocupación central a lo largo del proceso creativo, o al menos debería serlo.

Sin embargo, hay varias trampas a esto. Uno diría que Apocalypse Now es una película pensada, filmada y diseñada para ver en un cine. Bajo ningún punto de vista se podría argumentar que Coppola pensó su película para que la vean en un televisor de 30 pulgadas. Ahora bien, ¿cuántos de ustedes que están leyendo esto vieron Apocalypse Now en un cine, con pantalla gigante, sonido acorde y rodeados de espectadores? Imagino que ninguno, y sin embargo la pueden apreciar.

La experiencia cinematográfica como tal aún existe, pero también ha variado a lo largo de los años. Por muchas razones, la principal:  su diseño forma parte de una estrategia empresarial en el marco de un sistema capitalista. Las películas solo le importan a quienes las hacen (a veces) y a quienes las ven (a veces). Los exhibidores, los estudios y las grandes productoras solo piensan en un negocio rentable.

En ese contexto, definir la experiencia cinematográfica como algo mediado únicamente por la ida a una sala de cine no solo no es cierto, sino que además no es real desde la vivencia de la mayoría de los espectadores y amantes del cine que comparten tiempo y espacio en el siglo XXI, y que han visto en sus hogares una gran cantidad de las películas que conocen y adoran.

¿Esto quiere decir que las salas cinematográficas deben desaparecer? En absoluto. Ir a una sala, más que ir a ver una película, forma parte de la conformación de una subjetividad cinematográfica. No se va a un cine solo a ver una película, sino que se va a la sala para recordar cómo es posible ver una película. Se trata de mantener viva y fresca una tradición, que a su vez estimula otras. En parte, las películas en blanco y negro o en 4:3 también son eso, mantener encendida la idea de que algo aún puede ser de una determinada manera. El cine en diálogo con el cine mismo.

¿Qué quiero decir con esto? Que la experiencia cinematográfica es más que ver una película y es más que dónde y cómo se ve. Es todo eso, mezclado a la vez con la intermediación de otras experiencias personales. La sala es solo un punto; a veces, ni siquiera el medular.

El futuro del cine luce imprevisible. No se sabe cuándo volverán los complejos, esperemos que pronto. Para la producción, todo es más incierto todavía, en especial en Argentina y la mutilación que vive nuestro rubro desde Haiek hasta estos días. Lo único cierto, al menos para mí, es que el cine jamás morirá en la medida en la que existan espacios de cinefilia y una exigencia de políticas públicas para que el Estado asuma aquello que el mercado nunca hará.

Una cinemateca; un circuito de exhibición público, gratuito y federal; y estímulos para los circuitos alternativos es lo que debería pasar. Y quédense tranquilos, si les gustan las películas nos vamos a encontrar ahí. Si todos los que gritan y se ofenden detrás de los 250 caracteres de twitter fueran a la Lugones, el Malba, el Gaumont, el Lorca o los espacios INCAA y cineclubes del interior, la realidad sería muy distinta.

¿Qué estoy leyendo? Cronenberg por Cronenberg

Mi última recomendación literaria del año es esta novedad de El cuenco de plata, editada por Chris Rodley, que repasa la vida y obra de David Cronenberg a lo largo de siete entrevistas realizadas entre los años 1984 y 1993.

Si bien, como ya habrán advertido, deja de lado la última parte de la gran obra del cineasta canadiense (por ejemplo: Una historia violenta o Promesas del Este), hay pasajes muy interesantes sobre cómo fueron los inicios del director en el cine y cómo llegó a dirigir.

Tengo la sensación de que Cronenberg no ostenta el lugar de importancia como cineasta que debería. Sus películas suelen ser bastante ignoradas y poco revisitadas por los grandes públicos, aun cuando su carrera ha sido muy versátil y ecléctica, pasando por múltiples tópicos, géneros y expresividades.

Vale la pena leerlo y revisitar su obra. Suena a un gran plan de acá a febrero.

Y bien amigos, como diría Closs.  Hemos llegado al final de este año tan horrible. Cuídense mucho que todavía hace pandemia y estamos en pleno rebrote.

Recuerden siempre que al barbijo le dicen tapaboca pero tiene que tapar la nariz también y que no lo usan para no contagiarse sino para no contagiar a los demás.

Nos escribimos pronto.