Los ilusos #19: el largo Halloween del INCAA

Hola, ¿cómo están? Sí, ya sé. Dije que me iba por una semana y fueron tres. Pasaron cosas, decía el Mauricio. Los motivos de la ausencia son varios, pero todos muy alentadores: hay un nuevo número de La 24. Si las matemáticas no me fallan, al momento en que estén leyendo estas palabras todavía no habrá salido, pero será en los próximos días. Son más de 90 páginas dedicadas de lleno al cine de terror contemporáneo.

Todos los días surgen nuevos proyectos que duran solo un par de meses. Vivimos en épocas de héroes solitarios que buscan alcanzar la panacea del éxito con algún que otro manotazo. El cine es medio muy proclive a estas experiencias. A mí me enorgullece decir que la revista tiene más de 10 años, que va a publicar su número 35 y que sus planes para el futuro son auspiciosos. En Argentina quedan pocas revistas de cine, casi ninguna con la longevidad la R24C, y menos que menos, nacida en el seno de una escuela de cine del conurbano bonaerense.

Desde la última vez que nos escribimos pasaron muchas cosas: el festival de Mar del Plata, que tuvo una cobertura muy amplia desde la web; el fallecimiento del Diego, de Carlín Calvo y de John Le Carré; y ya se están aplicando algunas vacunas contra el bicho en Rusia, Inglaterra, Emiratos Árabes y Estados Unidos.

Además, arrancó la carrera por la temporada de premios en un año muy, muy extraño. Tenet de Nolan se filtró y Netflix lanzó Mank, la nueva película de David Fincher sobre Orson Welles. No vi todavía ninguna de las dos, pero me gustaría recomendarles dos artículos que publiqué en esta revista, allá a lo lejos, hace un tiempo. El primero es a propósito del estreno de Dunkerque y el segundo es sobre Al otro lado del viento, la película póstuma de Welles que terminó para Netflix Peter Bogdanovich.

Esta semana tenemos un estreno y dos polémicas, una nacional y otra internacional. No hay libro, pero sí un artículo muy, muy interesante de un tipo muy, pero muy, difícil de leer. 

Antes de fin de año habrá una última edición de esta columna, que será más que nada un anuario con recomendaciones y links a notas y cosas para que lean y busquen. Nuestro propio especial de Lavecchia. Cerramos en 20 y nos volveremos a encontrar en febrero.

Empezamos en julio y llegamos hasta acá. Quién hubiera imaginado este año y todo lo que pasó. No quiero que nos quememos, todavía faltan dos semanas más.

Novedades: Sound of Metal

Vamos primero con una recomendación de algo que se estrenó Amazon Prime Video en Argentina y que es una de las mejores películas de este 2020 tan atípico: Sound of Metal, la segunda película de Darius Marder, protagonizada por Riz Ahmed, un pibe que es cosa seria.

Si no lo tienen mucho a Riz, quizá deberían recordar esa miniserie increíble de HBO de 2016 que fue The Night Of.

Sound of Metal se centra en la vida Ruben Stone (Ahmed), un baterista de algo que podríamos llamar como un dúo de ¿Trash Metal?, no soy un especialista en el género así que pido disculpas, pero creo que iría un poco por ahí el asunto. La cosa es que Ruben toca con su novia Lou (Olivia Cooke) en diferentes ciudades mientras recorren el país en un motorhome, pero todo se va al tacho de forma súbita cuando el baterista pierde por completo la audición de un momento para otro.

De ahí en adelante la película se centra en él, su personalidad adictiva, Ruben es un exadicto a la heroína, y cómo asumir su nueva condición.

Desde la puesta en escena es maravilloso lo que hace Marder en lo relativo a la auricularización (el punto de escucha), y cómo todo eso se juega con la focalización (punto de vista) del relato. Una verdadera joya, con una actuación consagratoria de Ahmed, que, si tiene suerte en un año tan extraño, puede colarse en la carrera por el Óscar.

Un poco de polémica no hace daño: HBO MAX y la muerte del cine

Una de las polémicas más grandes de las últimas semanas fue el anuncio de HBO MAX respecto al estreno en simultáneo en salas y en su plataforma de su gran lista de estrenos para el 2021 (mucho de ellos, son en realidad de 2020 y su salida se pospuso por la pandemia).

La primera película que probará suerte con esta metodología será Wonder Woman 1984, el film retrasado de Patty Jenkins y DC, que debería haber salido durante los primeros meses de 2019, y que recién se estrenará durante las últimas semanas de diciembre.

La movida de HBO MAX (que incluye a HBO, Warner y AT&T) no es más que una medida de presión a su máximo competidor: Disney Plus. La intención es presionarlos para que ellos vayan también hacia ese modelo y las disputas de público y rendimiento económico dejen de darse en las salas, donde Disney tiene una posición dominante muy peligrosa, como casa productora y como distribuidora a nivel internacional.

Por supuesto, esto último pasó. Disney Plus se movió y también anunció estrenos simultáneos para su plataforma y las salas en el 2021. Al igual que HBO MAX, todo con la excusa de la pandemia y los cierres intermitentes de las salas.

La movida es riesgosa y complica a una medida que ha sido desde siempre el caballito de batalla de las majors para colocar sus películas y de los cines para proyectarlas: la famosa ventana de exhibición de una película, es decir, el tiempo de exclusividad con el que una película debe estar solo disponible para las salas de cine antes de poder verse en TV o alguna señal de streaming o Pay Per View (PPV).

Esta medida y su defensa a ultranza era el último resquicio de resistencia de los grandes distribuidores, estudios y complejos de salas frente al avance del otro gigante en la sala, que por ahora mira todo desde afuera, frotándose las manos: Netflix.

Recordarán por ejemplo los escándalos en Cannes y sus cambios de reglas o el agite de ciertas reglas para calificar en los premios Óscar, impulsadas por algunos cineastas que buscaban que Netflix estrenara sus películas en salas para poder calificar a los premios y selecciones de la industria.

Algo similar ocurría con las películas en el extranjero. Cuando se buscaba hacer un estreno de los films, estos eran rechazados por las grandes cadenas, porque la película no podía estar en simultáneo en una sala y en una plataforma. Uno de los incidentes más recordados en la región en los últimos años fue la batalla de Cuarón con Cinépolis, la cadena mexicana que en Argentina compró lo que era Village hace unos años, que se negaba a proyectar Roma en sus salas.

Si Warner y Disney, dos de las majors más importantes del planeta van hacia ese modelo híbrido, para Netflix es una ganancia completa. Películas como Mank o El irlandés ahora podrían también verse en las principales salas. La ventana de exhibición dejaría de ser un problema.

Toda esta situación generó un revuelo en redes sociales, donde se anunció, una vez más, la muerte del cine y la extinción de las salas de cine. Me llaman mucho la atención estos razonamientos. El cine nació muerto, y década a década se ha ido presagiando su extinción. Pasó con la llegada de la ficción, pasó con la llegada del sonido, pasó con la llegada del digital, pasó con las llegadas de los grandes complejos, pasó con la llegada del VHS, pasó con la llegada del DVD, pasó con la llegada de las teles 4K y pasó con la llegada de los Over-the-top media services (OTT).

El cine se viene muriendo desde que nació y el negocio fue mutando siempre. En los últimos años, ha cambiado la forma de consumo y se ha atomizado. Ir al cine es caro, no es el evento popular de toda la familia que era a comienzos de los 40 y 50. Es la salida lujosa de un fin de semana y para los grandes complejos, que aniquilaron a las salas particulares, las películas son lo menos importante. El negocio está en el “candy bar”.

Las majors vienen presionando a las cadenas que prácticamente exhiben lo que les obligan, porque son los tanques los que pueden llevar más gente durante las primeras semanas, en parte, por las excesivas campañas de publicidad que solo pueden pagar esos estudios. En la Argentina, esta presión es abismal, y hace que la mayoría del cine nacional no pueda acceder a las salas comerciales, y que aquellas películas que lo logran lo hagan por poco tiempo.

En un negocio tan monopolizado y desigual, creer que esta medida va a matar al cine es un tanto hipócrita. El cine, como fenómeno de masas, visto de esa manera, ya está muerto hace años, y solo sobrevive por la existencia de espacios de exhibición disidentes (salas pequeñas, museos, teatros, cineclubes) para quienes esta medida no tiene ningún tipo de valor.

Es ridículo creer que los grandes complejos desaparecerán de un día para el otro. Avizoro que podrían ocurrir dos cosas: la primera, una positiva, si la presión de las majors por ocupar las salas cede con la eliminación de la ventana de exhibición, hay una oportunidad para que las salas busquen tener una programación más diversa, y que películas que hoy no encuentran allí un lugar lo consigan. A su vez, no hay que descartar una posible actuación de los Estados y su capacidad para obligar a que los espacios sigan abiertos. La segunda, más negativa, ir hacia una experiencia de sala más boutique, como existe por ejemplo en Europa, con espacios de exhibición más pequeños, menos vinculados a los complejos y más difícil de acceder a las masas, pero más adecuados para la cinefilia. Esto es malo porque vuelve a una experiencia popular en un arte selectivo y clasista, pero por lo menos deja abierta la existencia de espacios para que quienes quieran puedan ver películas. Respecto al escenario nacional, salas como la Lugones, el MALBA o el Gaumont sobrevivirán sin inmutarse frente a todo esto.

Para quienes amamos el cine y somos habitués de las salas, esta medida no debería ser celebrada, pero sí interpretada como un paso más de un modelo de negocios que ya viene tendiendo a la exclusividad y al disfrute individual por sobre el colectivo desde hace años.

El cine se viene muriendo desde siempre, y todos los que presagiaron su final se murieron antes. Como diría el nuevo niño mimado de la CONMEBOL: que la gente se quede tranquila. 

Un poco de polémica no hace daño: adiós al INCAA

Durante los últimos días creció muchísimo la presión de la comunidad audiovisual y el rechazo a la gestión de Luis Puenzo y Nicolás Battle al frente de la gestión del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Hubo movilizaciones, cartas cruzadas, declaraciones de personas no gratas, pedidos de renuncia y hasta autopostulaciones para ocupar el cargo, como la de Paula de Luque.

Sacando matices, el rechazo a la gestión del INCAA es ampliamente consensuado. En un año tan difícil para el trabajador audiovisual cuentapropista, el instituto dio pocas señales, por no decir ninguna, para paliar la crisis y tampoco avanzó sobre las reformas centrales que se debía: la ampliación de la conformación del fondo de fomento y un nuevo plan de fomento más plural, equitativo, federal y con perspectiva de género.

En el medio, además, comenzó todo el lío por el posible desfinanciamiento a los festivales de cine más pequeños de nuestro país, poniendo como intermediarios de los fondos a las secretarías de cultura locales. Sobre esto ya escribimos muchas veces en esta columna, replicando los comunicados y pedidos que se vienen haciendo desde la RAFMA en los últimos meses.

La única medida más o menos potable de la gestión ha sido colaborar al pago de los subsidios, facilitando los estrenos vía Cine.Ar, y haber robustecido un poco el catálogo de la plataforma. Algo muy importante, pero bastante menor si se piensa en que no hubo casi llamados a concursos y que tampoco hubo dictámenes de los jurados en muchos de los celebrados en el 2019.

El INCAA viene golpeado desde la gestión vaciadora de Haiek, que subejecutó presupuestos, obligó a cambiar y achicar los modelos y los tiempos de producción del cine nacional, y lo convirtió en algo imposible de sostener: rodajes de tres semanas, en vez de 5 o 6, a ritmos imposibles de sostener.

La llegada de Puenzo y Battle en diciembre de 2019 fue celebrada por la comunidad audiovisual. Puenzo tenía, o por lo menos eso creíamos, un compromiso muy marcado con la defensa de la producción nacional y había jugado un papel importante en los 90 junto con Pino Solanas para las modificaciones de la Ley de Cine. Battle, por su lado, es un productor con cierta trayectoria y con mucho conocimiento del instituto y su funcionamiento. Ambos, además, mantienen cierta racionalidad desde el discursivo sobre cómo debe ser el fomento al cine nacional. Un medio robusto, diverso, pero también industrializado.

Nada de todo esto se expresó en este año de gestión. Y nadie adentro del instituto explicó absolutamente nada. No se entiende. Mi razonamiento, para nada elaborado, me lleva a sacar dos conclusiones muy sencillas: o Puenzo no era quien creíamos que era, o hay algún asunto problemático de la gestión que debería sincerarse y por alguna razón permanece oculto. Sea cual sea el caso, la ineptitud pone al borde del colapso la estadía de los funcionarios en sus cargos.

Hay que recordar que la misma comunidad que hoy pide su renuncia también respaldó a los funcionarios cuando apareció la denuncia en el Juzgado de Casanello que terminó con un allanamiento y el secuestro de casi todos los expedientes en trámite del organismo. También hablamos sobre eso acá.

Por otro lado, Battle tuvo un momento polémico con el estreno de Crímenes de familia, película que produjo cuando estaba del otro lado del mostrador, y que fue denunciada por haberse salteado la lista de estrenos programada en CineAr por pedido del vicepresidente, para lograr estrenar en simultáneo en Netflix y la plataforma argentina y cobrar el dinero de los subsidios estatales y la plata por la venta internacional, algo que hasta el momento no había ocurrido con ninguna otra película argentina.

La transparencia no es ni ha sido nunca el fuerte del INCAA. Quizá es hora de que por fin alguien se tome en serio el puesto.

¿Qué estoy leyendo? El decir y lo dicho en el cine: ¿hacia la decadencia de un cierto verosímil?, de Christian Metz

Christian Metz fue uno de los teóricos fílmicos más importantes de la historia, y también uno de los más enrevesados y difíciles de leer. El significante imaginario: psicoanálisis y cine o sus dos volúmenes de Ensayos sobre la significación en el cine quizá sean sus obras más distinguidas. Metz fue uno de los que más comenzó a hurgar en la discusión sobre lenguaje o lengua cinematográfica y su semiología.

Entre sus textos hay un artículo clásico (aquí en PDF), presentado en una mesa redonda sobre ideología y lenguaje en el film, organizada en el marco del tercer Festival del Nuevo Cine, en Italia, en 1967, donde Metz se mete de lleno en toda la discusión sobre el verosímil, lo define y además lo pone a jugar con las nuevas olas, y hasta arriesga una crítica muy ácida sobre estos movimientos y su ensoñación con el Hollywood clásico y puro de los géneros.

Es un gran artículo para ir entendiendo cómo y por qué el cine y sus convenciones van cambiando a lo largo del tiempo, y cómo es posible que los géneros vayan transformándose y adaptándose a partir de los nuevos discursos y convenciones. 

Bueno, eso fue todo. No se olviden que nos queda un último número para este año y un especial en PDF para el arbolito.

Cuídense mucho, que la cosa sigue difícil.