Ari Aster: el terror familiar

Hay algo familiar en Ari Aster, y en varios sentidos. El joven director, nacido en 1986 en Nueva York, contó en entrevistas cómo accedió al cine de terror, “agotando la sección” en cada videoclub que encontró. Imposible no sentirnos identificadxs con ese adolescente que consumía género como agua en el desierto y que, también según se cuenta, salió corriendo despavorido de un cine a los cuatro años cuando escuchó unos disparos en Dick Tracy. Tanto esta fascinación por el miedo como su formación académica en Bellas Artes se pueden apreciar en cada guion que filmó. 

Lo familiar también aparece desde su debut en el cine, que quedaría marcado por la representación siniestra de la familia y sus derivados. Su primer cortometraje The Strange Thing About the Johnsons (2011) trata de una relación incestuosa padre-hijo, pero con la relación abusador-abusado invertida: es el hijo, enamorado de su padre, quien lo abusa a lo largo de los años hasta que este muere, escapando de él, en un accidente de auto. En el corto, terriblemente angustiante, podemos ver las líneas temáticas que Aster seguirá explorando hasta terminar de moldearlas a la perfección en su primer largometraje, su debut en las ligas mayores, la increíble Hereditary. El título del corto condensa estas dos inquietudes: lo extraño y lo familiar. La familia, el hogar, no es un lugar de contención o seguridad, todo lo contrario, es el origen del terror y el dolor que los personajes pueden experimentar. La “inquietante extrañeza” de la que hablaba Freud, que vuelve lo familiar extraño, amenazante, constituye lo siniestro, y es el corazón de la filmografía de Aster. Más orientado al horror o al terror, o incluso a lo cómico, la idea de lo siniestro, de lo conocido vuelto motivo de amenaza e inquietud insiste en sus nueve obras. 

Aster es un superador de motivos del género, que a fuerza de repetición se cristalizan y se vuelven inocuos. Con un pie siempre en otro lugar, un poco más allá, su filmografía se permite varias extrañezas. Su segundo corto, TDF Really Works (2011), también protagonizado por él, es una especie de comercial sobre un aparato que permite producir dick´s farts (algo así como “pedos de pene”), muy gracioso y también punta de lanza de otro de los temas freudianos de Aster: el pene, que en las versiones de horror, se vincula a la descendencia. En The Turtle’s Head (2014), un detective bastante misógino ve con espanto cómo su pene se va retrayendo hasta que se mete para adentro definitivamente. El horror del personaje es inversamente proporcional a la comicidad que se logra en el espectador, es casi imposible contener la carcajada. Estos dos cortos, los más abiertamente cómicos, problematizan el poder del aparato reproductor masculino, lo que, según mi humilde lectura, tendrá su corolario en la última pieza de Aster, la bellísima Midsommar.

En 2011 también filmó Beau (protagonizado por Billy Mayo, el padre de The Strange Thing About the Johnsons), una historia en que la presencia de la madre es ominosa al punto de ser un animal que debe asistir al hijo al borde de la metamorfosis. Este quizá es su corto más confuso o menos logrado, pero ingresa de forma armónica en el resto de su obra por tratar la figura materna. El que lo sigue, Munchausen (2013), tiene un comienzo llamativamente similar al primero, pero aquí se producirá una nueva inversión: esta vez es la madre la que entra a la habitación del hijo y no será él quien se encuentre en falta. Como el título adelanta, ante la perspectiva de “perder” a su único hijo, a punto de entrar en la universidad y empezar su propia vida, la madre lo envenena y lo pierde definitivamente. Es que no se puede escapar de la familia, excepto con la muerte, parece decir Aster varias veces. Una familia que, de nuevo, es contención y amenaza, es espacio de crecimiento y destino fatal.

Antes de Hereditary hay dos cortometrajes más que, creo, deben verse en espejo. Son también dos rarezas narrativas, ambas enfocadas en un personaje que monologa durante varios minutos sobre su vida y su hogar. El primero, Basically, protagonizado por Rachel Brosnahan (que también aparece en Munchausen), tiene a una joven aspirante a actriz, Shandy, como narradora. Ella nos cuenta, básicamente y tal como el título lo indica, cuál es la relación con su madre, cuál es la relación con los hombres y cuál es la relación con su hogar. En un relato que parece superficial, lleno de reflexiones banales y superfluas, empieza a asomar el núcleo traumático de la pérdida. En C’est la vie (2016), un personaje opuesto en todos los sentidos a Shandy narra su vida en la calle. Es homeless, es hombre y no tiene familia (al menos eso se sostiene hasta el final). “Así es la vida” es un relato agrio, lleno de frustración y rencor social. Su protagonista es siniestro en sí mismo, ya que mientras nos habla de otras cosas lo vemos irrumpir en casas ajenas, robar y, suponemos, asesinar. Por si nos quedan dudas, va a explicarnos la noción de Freud en su relato, el unheimlich. Pareciera ser él mismo, en este caso, el vehículo de lo extraño, la resaca social que se mete en las casas cuando nadie está atento, el núcleo que corroe el hogar desde afuera. Estos dos parecen ser los cortos más “sociales” de Aster, aparece la cuestión de clase, sobre todo si se los mira en serie, como en espejo.

Y llegamos a 2018, ese año en el que fuimos al cine para espantarnos y enamorarnos de Aster para siempre. Fue un buen año para el terror, pero pocas películas del género me han parecido tan incómodas como Hereditary. De hecho, recuerdo en el cine un público que no fue capaz de mantener el silencio, que se veía quebrado todo el tiempo por risas nerviosas y hasta imitaciones del “cloc” que hace involuntariamente el personaje de Charly (Milly Shapiro). Es que no es fácil lidiar con cosas como el duelo, el fratricidio, el filicidio. Si pensamos que Aster comenzó contando un parricidio y un incesto, no puede extrañarnos que llegara a la pantalla grande narrando esta historia. En español se tradujo El legado del diablo, una porquería, básicamente, pero que tiene algo interesante porque rescata la idea de “legado”, que se vincula con lo “hereditario”, el corazón oscuro de la película. De nuevo, qué nos ata a lo familiar y cuán imposible es escapar del núcleo siniestro parecen ser las preguntas y las respuestas. Aster puede contar una historia en siete minutos o en dos horas, pero siempre parece estar hablando de “la casa”. Así comienza Hereditary, con un plano de una de las maquetas que hace Annie (impresionante Tony Collette), que es justamente un hogar. Lo que parece no puede ser, nadie vive en una miniatura, de manera estática o inmutable; las casas de verdad esconden secretos que no quedan a la vista y en ellas laten los cadáveres y los incendios, siempre a punto de ser descubiertos. 

El guion de Hereditary es complejo y, en una segunda mirada, perfecto. Mezcla y entreteje temas como la identidad, la herencia y la culpa. Las enfermedades mentales, el suicidio, los rituales y secretos familiares aparecen exacerbados en una trama que hace ingresar lo sobrenatural como hasta el momento no había aparecido en su filmografía. La madre de Annie quiere a su hijo para que lo habite un demonio. Tiene que ser hombre y las mujeres deben perder la cabeza por él; quizá muy sutilmente, pero el tema de los roles de género es importante en la historia. También reaparece el tema de la transformación, ya que la posesión implica una metamorfosis. Los hombres deben ser quemados y las mujeres renacen. Además de ofrecernos una joya del cine de terror, con una de las escenas más terribles que vi/no vi en mi vida, Aster estaba preparando el terreno para el que sería (hasta ahora) su último salto: Midsommar.

En principio podría decirse que todo lo que planteé hasta acá se cae con Midsommar (2019). Aster sale de la casa, y a plena luz del día nos trae la historia sobre un ritual pagano que incidirá en una desgastada relación de pareja. Pero creo que no solo no abandona sus temas, sino que abre el juego de una manera espectacular. La familia también puede ser la comunidad, el hogar también puede ser un espacio enorme al aire libre, el ritual es previo a cualquier subjetividad, el horror puede experimentarse bajo el sol más brillante y claro. La oscuridad que oculta no es necesariamente oscura, puede velarse lo siniestro a plena luz. Lo que debían ser unas alegres vacaciones se transforman primero en una matanza y luego en un renacimiento pagano que al comienzo de la película no parecen ni insinuarse. Igual, no olvidemos cómo empieza la película: la hermana de Dani (potente Florence Pugh) se suicida y mata a sus padres llenando la casa con monóxido de carbono. Su novio la suma a desgano a un viaje de estudio/placer a Suecia y allí reciben a su grupo como si fueran parte de la familia. En Hereditary, Aster se metía con la herencia familiar, en Midsommar va un poco más allá y explora la herencia folclórica, pero también desde una perspectiva de familia, solo que con un modelo alternativo.

Enorme director de actores y actrices. Compositor de escenas terribles y hermosas. Excelente narrador, creo (y espero) que a Aster le queda mucho por contar, pero Midsommar es sin dudas un punto de llegada. Si algo hace bien es subvertir las posibilidades de control, lo que cuenta va bien al centro de la neurosis: el mundo es caos, no hay resquicio para la seguridad, lo extraño acecha en cada espacio, en cada vínculo, amenazante. Películas sobre sectas hay muchas (algunas muy buenas: Rosemary’s Baby para empezar, una indie más contemporánea digna de mencionar es Sound of my Voice) y Midsommar le debe a The Wicker Man todo lo que explicita. Lo novedoso, creo, es que en este campo temático –el de la familia/culto– Aster inserta la historia de una relación sexoafectiva cis bien millennial que termina definiendo la trama. El póster es tan engañoso como otras cuestiones en la película, Dani no es el cordero para el sacrificio sino quien dicta la sentencia de su pareja, egoísta y desapegado, fallido como ella y finalmente secado (drenado) y pasado por el fuego. La diferencia es que con el correr de la película Dani deviene divinidad mientras que Christian (Jack Reynor) solo oficia de objeto sexual con fines reproductivos, interesante subversión en este espacio tan alternativo como puede serlo una comunidad en Suecia durante las festividades del solsticio de verano. No hay que esperar la oscuridad ni el frío para sentir horror. A plena luz del día, con un cielo prístino, envuelta en flores, Dani completa el sacrificio ritual, y finalmente asistimos a una liberación, a una especie de corte de los lazos con lo familiar, aunque ese fotograma bien siniestro que circula, donde podemos ver la “cara” de la hermana en los árboles mientras Dani avanza seguida de su cohorte, nos incline a lo contrario. La sonrisa de Dani, transformada, purgada por el fuego que anuló a su pareja (a diferencia de Annie, vuelta monstruo luego de la muerte también por fuego de su marido), se opone al gesto sufriente del póster del film. Lo extraño triunfa, lo siniestro se vuelve norma en el final de Midsommar, las fuerzas del horror llegaron para quedarse, como el demonio en el cuerpo de Peter (Alex Wolff): ni en la luz ni en la oscuridad nos salvaremos del él. El universo de Aster es tan ominoso como atractivo, vale la pena meterse en él para salir transformadxs y extrañadxs.

Esta y más notas en el próximo especial en PDF de la Revista 24 cuadros