Los ilusos #32: el huevo o la gallina

Hola, ¿cómo están? Espero que bien. Estaba mirando las imágenes de NY y, más allá de la bronca porque la desigualdad estructural hecha planeta en la que vivimos hace que haya países sin vacunas y otros con vacunas que se vencieron sin aplicarse, la verdad que me dio un poco de esperanza de salir de todo esto. Las ganas que tengo de poder encerrarme con un montón de desconocidos sin miedo a morir son impresionantes.
Pero bueno, en medio de todo esto vuelven a abrir los cines, por lo menos los que no cerraron definitivamente como el Cinépolis de Caballito. Aforo del 30%, mascarilla y todo eso que ya saben. Para quienes tenemos el privilegio de haber recibido el pinchazo, quizá puede ser una opción de distracción no letal.
Quería hablarles de la tercera temporada de Master of None, pero me pareció mejor escribir una “reseña tradicional”, porque es tan maravillosa que unos breves párrafos no le harían justicia. Como no tenía otras novedades relevantes para comentar, sentí que valía la pena dedicarle una edición integral a lo que está sucediendo con el INCAA, las declaraciones de las asociaciones de cineastas y el siempre amenazado durante los últimos años Fondo de fomento.
Antes de empezar, algunas aclaraciones. Si no están muy en tema sobre qué es el Fondo de fomento, el Plan de fomento y cómo se financia el cine argentino pueden leer esta nota que también escribí para la revista en un momento álgido de la discusión, allá por el año 2017.
En esa nota, y también en muchas ediciones de la columna,[1] fui planteando algunos pormenores de ciertas discusiones y buscando algunas tensiones o puntos de contacto. Queda claro entonces desde dónde digo lo que digo y por qué. No sé si es necesario aclararlo, quizá no, pero por las dudas lo resalto y ya lo despejamos de la ecuación.
Dicho esto, comencemos.
Algunos antecedentes
Como habrán leído en la nota de 2017, el primer cortocircuito fuerte entre la comunidad audiovisual y el Estado luego de una cierta “época de oro” de producción nacional post Ley de Medios y con el advenimiento de las vías digitales llegó con la operación mediática que desde el propio oficialismo le armaron a Alejandro Cacetta. Cacetta, por supuesto, no era ningún revolucionario. Un tipo del establishment, negociado entre el macrismo y los sectores industrialistas del ambiente. Si bien no venía a profundizar las reformas, en principio no se iba a comer a la gallina de los huevos de oro. De alguna manera, representaba una continuidad de ciertas políticas, con la profundización de un modelo empresarial para el mercado, el reflejo de una idea de cierto sector que pregona un poco menos de películas, pero más grandes.
Su salida, entonces, se dio por la decisión de no romper del todo con la lógica con la que el kirchnerismo había manejado el instituto y se orquestó desde el propio Poder Ejecutivo con el objetivo de entrar de lleno en la caja del instituto y buscar reformas que permitieran achicarlo. En ese momento, el objetivo parecía claro, la sanción de una ley de convergencia digital que reformulara el esquema de medios públicos y privados en el país.
La movilización y la organización del sector impidió esto y para el Ejecutivo la convergencia digital dejó de ser una prioridad. En cambio, el macrismo tomó la decisión de hacer un trabajo de pincelado fino e ir desfinanciado al INCAA de a poco, mediante la subejecución del presupuesto. Similar a lo que ocurrió, por ejemplo, con el Fondo Nacional de las Artes.
Para hacer eso designaron a cargo del instituto a Ralph Haiek, que era el vicepresidente de Cacetta hasta su salida, y luego nombraron como vice a Fernando Juan Lima, crítico de cine y juez administrativista, actual presidente del Festival Internacional de Mar del Plata. Aunque nadie parece querer recordarlo, durante su corta estadía en el cargo, Lima fue quien ayudó a blindar, por sus amistades en el sector, la tarea de Haiek.
Los años que siguieron contaron con una reacción inconstante al interior de la comunidad audiovisual. El masivo rechazo a la intervención del Ejecutivo en el año 2017 se fue desgastando y nunca más una movilización volvió a ser tan concurrida ¿Por qué ocurrió esto? Solo puedo especular, pero yo diría que fue en parte porque la propia comunidad negoció con el instituto. Parte de esa negociación implicó aceptar reducir el formato de producción tradicional de una película. De rodajes estándares de 4 o 5 semanas, se pasó a filmar lo mismo en 2 o 3. Los presupuestos se achicaron y la tarea se precarizó.
Para un amplio sector esto no fue tan perjudicial. Poder filmar más en menos tiempo y asegurarse un flujo de dinero constante. Para otros fue la posibilidad de sacar proyectos sin que la oleada de inflación y devaluaciones se los comiera en el camino. El resultado fue una mayor atomización del sector y una desmejora notable en los planteos estéticos de las películas, en especial en el cine de ficción.
Acá es donde el factor institucional ENERC y FUC, en especial FUC, cobra un mayor valor. Una cosa es achicar el presupuesto de tu película si tenés asegurado el equipamiento de rodaje de primer nivel y la postproducción de imagen y sonido, y otra muy distinta es no contar con esos recursos, que son, a vuelo de pájaro, el 30% del costo de un rodaje.
El factor ENERC, también lo expliqué en otras columnas. El INCAA no financia ni apoya a ninguna escuela de cine por fuera de la ENERC. No brinda apoyo técnico, teórico o práctico. Nada. No dona ni un libro o un proyector. No hay, dentro de la estructura del INCAA, una visión sobre la educación cinematográfica que trascienda a lo que se gestiona con la ENERC y su lógica institucional.
Esto es muy problemático, sobre todo para pensar ese tan mencionado “federalismo” que pregonan las asociaciones y colectivos de cineastas. Federalismo no es solo que haya un concurso para filmar en la Patagonia y que aplique un neuquino que se vino a estudiar a Buenos Aires. Entiendo que debería servir para otras cosas.
El cambio de autoridades nacionales a fines de 2019 abría una ventana y un espacio para acortar las distancias de los últimos años. Luis Puezo y Nicolás Batlle fueron elegidos presidente y vicepresidente del INCAA, respectivamente. En ambos casos las designaciones contaron con el beneplácito, expreso o tácito, de la comunidad. Puenzo no solo representa a un exponente de cierto cine argentino prestigioso e industrializado, sino que también había sido uno de los que acompañaron de forma activa la sanción de la Ley de Cine en los 90. El cambio de rumbo parecía notable. No lo fue.
A más de un año y medio de asumir, las autoridades han permanecido en un misterioso silencio. Con escasas declaraciones y muchos escándalos en el medio. Durante el 2020 el INCAA no pensó ninguna política para el sector audiovisual, se enemistó con las organizaciones que gestionan los festivales de cine al interior del país, que denunciaron el desfinanciamiento de sus actividades, y no realizó ninguna propuesta que busque robustecer el Fondo de fomento y modificar, para mejor, el Plan de fomento.
En el contexto de esas discusiones, en algún momento el diálogo con las asociaciones se cortó y estas decidieron escalar el conflicto. Primero con una carta[2] dirigida al ministro de Cultura de la Nación, la Secretaría Legal y Técnica de presidencia y el jefe de Gabinete de Ministros, y luego con una campaña en la que denuncian una ley sancionada entre gallos y medianoche por el macrismo en el 2017, que en caso de no modificarse para diciembre de 2022 implicaría una reducción sensible de los fondos que ingresan al Plan de fomento.[3]
Ante esto, la primera pregunta que habría que hacerse es ¿por qué, faltando dos años para que esto ocurra, los colectivos y asociaciones de cineastas salen tan enérgicos a combatir una reforma que se hizo en el año 2017? ¿Por qué, si el fondo de fomento está en peligro desde diciembre de 2017, esto recién es alertado ante el público general ahora?
El reclamo es válido, pero su actual difusión parece estar enmarcada en un conflicto de no retorno con las autoridades del INCAA y tratarse de un mecanismo de presión para buscar su salida. No está mal, pero sería bueno que lo expliciten.
El conflicto en sí mismo, la Ley 27432
En diciembre de 2017 se sancionó la Ley 27432, que prevé que para el 31 de diciembre de 2022 el vencimiento de todas las asignaciones específicas de impuestos nacionales coparticipables, entre ellas, de acuerdo con su artículo 4, las dos que significan la gran parte del Fondo de fomento.
Esto significa que el impuesto del 10% del valor de una entrada de cine y el impuesto a los servicios de comunicación audiovisual que hoy por hoy van directo al INCAA pasarán ahora a las arcas generales del erario y será el Estado nacional, en principio, mediante la ley de presupuesto de cada año, el que deberá reasignar el dinero.

Por supuesto, nada se sabe y todo es especulación. En principio, resulta poco creíble que el gobierno haga algo así, teniendo en cuenta que significaría eliminar la autarquía del INCAA de un modo indirecto, algo que podría judicializarse con mucha razón de ser. Más allá de eso, el miedo y la sospecha son legítimas, más si quien debiera dar alguna tranquilidad al respecto permanece en silencio.
Las propuestas de las asociaciones frente a esto es la aprobación de un proyecto de ley con estado parlamentario que busca derogar el artículo 4 de la Ley 27432.[4]
Por supuesto, el malestar de las asociaciones no se queda solo ahí. Además de pensar en mantener lo que existe, hay propuestas que buscan concursos e incentivos para proyectos con paridad de género y fortalecer la producción federal de contenidos.
La sábana corta
Hasta acá el problema está clarísimo. Si no se modifica la ley, la forma en la que se financia el cine que se hace vía el INCAA puede desaparecer. Ante este escenario la propuesta de los colectivos es que el conflicto nos convoca a todos por igual y que los daños son para la sociedad en su conjunto.
Yo tengo una pregunta: si desapareciera el INCAA, si no existiera más el Fondo de fomento, si no hubiera Plan de fomento, ¿desaparecería “el cine”, o lo que desaparecía sería “un tipo de cine”, el que se hace por el instituto?
Vuelvo sobre lo que decía unos párrafos atrás. Si en realidad el INCAA no apoya a la gran mayoría de los estudiantes de cine del país, no se preocupa en formarlos, asesorarlos y acompañarlos, un razonamiento probable sería pensar que esos espacios, esas personas y sus películas, por lo menos las que se producen dentro de los esquemas educativos, seguirán existiendo.
Esto me lleva a otras preguntas: ¿quiénes son los que producen por vía del instituto?, ¿de qué sectores provienen? y, quizá la más importante, ¿por qué convocan a personas como yo, marginadas por completo de su sistema, a que les defiendan sus medios de producción?
Por supuesto que la existencia de un Fondo de fomento robusto y de un Plan de fomento diverso, plural y democrático me interpelan. Ahora, ¿parte de ese cometido no debería volverse efectivo con acciones de quienes provienen de los sectores privilegiados de la producción cinematográfica también?
¿Qué cuestionamientos hacen los colectivos de cineastas sobre el rol del INCAA respecto a las instituciones educativas que no son la ENERC? No solo ninguno, sino que, al contrario, buscan imponer ese modelo como el único posible o deseable, dejando de lado otras experiencias que no están ancladas en la formación técnica por áreas.
¿Qué cuestionamientos hacen los colectivos de cineastas sobre el rol del INCAA en apoyar concursos y financiamiento de sectores que no son los tradicionales? Ninguno, porque no hay ninguna permeabilidad que escape a las lógicas de producción que se generan desde el INCAA en la ENERC o desde la propia FUC. Las miradas de “ampliación”, en realidad, se aplican dentro de la propia casta, y no tanto para permitir un mayor ingreso de los rezagados.
¿Dónde está el planteo de los colectivos de cineastas y las asociaciones para cumplir con una cinemateca nacional o dar cumplimiento a políticas de archivo y preservación de películas? No existe, más allá de alguna mera formalidad.
Todas estas cosas no existen, no porque haya una sinarquía que busca dominar el mundo del cine y dejarnos al resto en la marginalidad. Se da porque se replica la misma obturación que produce cualquier privilegio. No lo problematizan, porque no lo ven como un problema. Se dice mucho que las películas son bienes culturales, pero parecen estar preocupados solo en la parte vinculada a cómo se reparte el dinero.
La única forma de cambiarlo, en caso de que haya un interés genuino de estos sectores en querer modificar estos aspectos y dar cumplimiento a las proclamas, es que en vez de ofenderse cuando alguien lo señala, lo reflexionen un poquito. En este sentido, el avance de la vía digital para documentales es un claro ejemplo, más allá de su alta precarización.
De lo contrario, el problema seguirá siendo de todos, pero la distribución de los fondos para unos pocos.
Y bien amigos, eso fue todo. Esta semana no hay libros, sí tres links complementarios para profundizar un poco más sobre el tema de la columna:
- Esta entrevista de Ezequiel Boetti a Vanessa Raggone, Sandra Gugliotta y Francisco Márquez.
- Esta entrevista, también de Ezequiel Boetti, a Santiago Marino.
- Y este hilo de Fernando Martín Peña, como reacción a la entrevista de Boetti.
Nos vemos la semana que viene, cuídense mucho.
[1] https://revista24cuadros.com/2020/07/08/los-ilusos-1-introduccion-y-algunas-impresiones/
[2] https://www.otroscines.com/nota?idnota=16778
[3] https://www.colectivodecineastas.com/post/fondo-de-fomento-en-peligro-llamado-a-la-comunidad-cinematogr%C3%A1fica
[4] https://www.hcdn.gob.ar/proyectos/proyecto.jsp?exp=0676-D-2020