Los ilusos #9: pienso en opinar cosas

Buenas, ¿cómo están? Espero que mejor ahora que ya se pueden ir a contagiar a su birrería favorita de Palermo COVID. No imagino nada que tenga más sentido en este momento de la crisis sanitaria que aglomerarse en un bar por una ipa sin gas al ritmo de Maluma.

En fin, esta semana venía tranquila hasta que se estrenó la última película de Charlie Kaufman en Netflix y salieron todos muy enojados a despotricar por ahí. Para mal de males, al monopolio rojo se le ocurrió lanzar una guía for dummies para poder entender la película. Pero bueno, no todas son pálidas. Afortunadamente, también se estrenaron algunas otras cosas más, por ejemplo, la tercera entrega de Bill & Ted, no sé si ustedes la estaban esperando, yo tenía muchas ganas de verla. Pero eso no es todo, además, por primera vez en la historia de esta columna, hablaremos de una serie que acaba de estrenar segunda temporada.

Por si se lo estaban preguntando, en el INCAA la cosa sigue medio rara, hay un artículo que ya tiene unos días que escribió Puenzo explicando algunas cuestiones que vamos a aprovechar para charlar un poco más en profundidad.

Y por supuesto, también les traje un libro para estar a tono con la situación.

Sin más dilaciones, comencemos.

La película de Kaufman y lo fácil que es tuitear

La dinámica de las redes sociales y las microreviews de Twitter o Letterboxd tienen un truco un tanto maniqueo: es fácil pasar por cool o piola. Por supuesto, esto no es nuevo ni se aplica solo al cine, pero con el tiempo se ha intensificado en este microclima, e imagino que el encierro no debe ayudar mucho tampoco. Hace algunos años, a propósito del estreno de Dunkerque, escribí este artículo muy enojado. Creo que hoy sigue vigente. A la mayoría de la gente que anda dando vueltas por ahí le interesa más anteponer su opinión que el análisis de una obra. Y mientras más “polémico” o “efectista” sea lo que se dice, mejor. Hinchas de la hinchada o algo así los había llamado por aquel entonces.

El problema de asumir una postura así es que se hace muy difícil de sostenerla en el tiempo con la coherencia necesaria para que no se devele muy rápido toda la pobreza intelectual que se pretende esconder. Señalar implica, de algún modo, arriesgarse a ser señalado. Yo no creo que sepa mucho sobre este asunto del cine, por lo menos no más que la mayoría que anda pululando. Sí tengo en claro que me dedico a estudiar el tema desde hace más diez de años y que elijo creer que alguna que otra cosa debo haber aprendido, entre ellas, no escupir para arriba. Imagino que si están leyendo esto es porque en algo les debe importar lo que tenga para decir, así que les voy a pedir que me permitan ofrecerles un consejo: cuando uno no es un genio, aplacar el ego es una gran manera para aprender a vivir sin quedar en ridículo.

¿A qué viene todo esto? Al simple hecho de que la mayoría de las críticas referidas a I’m Thinking of Ending Things, el opus tres de Charlie Kaufman, parten de lugares muy equivocados y difíciles de sostener desde la praxis profesional de quienes las realizan.

En materia de apreciación todo es subjetivo y una película puede gustar o no. Eso no tiene demasiada explicación, es casi hasta un fenómeno químico como la mayoría de nuestras reacciones. Ahora bien, cuando ese no gustar se tiñe de apreciaciones conceptuales para intentar sostener un postulado como si fuera un imperativo categórico, la cosa es mucho más compleja. Sobre todo, si los elementos que se usan para argumentar entran en el plano del análisis de la técnica cinematográfica.

Alguien me decía que no hace falta hacer cine para hacer una crítica de una película, y eso es muy cierto. Ahora, hablar de una puesta en escena defectuosa cuando nunca estuviste en un set, o ni siquiera te propusiste hacer alguna cosa en tu vida, me parece, cuanto mínimo, apresurado. Algo muy parecido sucede con el periodismo deportivo, quien nunca agarró una pelota le dice al 9 cómo tiene que definir o al tenista cómo tiene que devolver la pelota.

Incluso en ese escenario, donde se habla de conceptos teóricos sin la más mínima idea de cómo se articulan en la práctica, me parece mucho menos lesivo el comentario de quien no intenta la praxis de la disciplina. Es más honesto e inocente. Sí es un poco imperdonable, desde mi punto de vista, cuando ese análisis lo hace alguien que quiso ser quien creara las obras y no el que las comentara.

¿Estoy diciendo entonces que sin filmar nadie podría hacer un análisis de cómo funciona la puesta en escena de una película? No, para nada. Lo que estoy diciendo es que, en el mejor de los casos, lo que se puede arriesgar es una descripción de esa articulación, pero ni por asomo una valoración categórica.

Y sí, obvio que se puede hacer un chiste o una humorada con una simplificación. No estoy hablando de esos comentarios.

Hay un concepto muy interesante en la retórica que es la parresia. Esta forma de expresión atribuida, entre otros, a la escuela cínica, suele confundirse como hablar de forma temeraria e imprudente. En realidad, no quiere decir eso. En los términos en los que Foucault recupera el concepto, la parresia es una suerte de ejercicio que implica hablar con libertad y con verdad, en parte porque lo que se dice se corresponde con la forma de vivir. Se es libre, entonces se puede hablar con libertad. La parresia es, entonces, que lo que digo se corresponda con lo que pienso y lo que hago. Si quieren una simplificación apta para los tiempos que corren, sería quemar el barbijo y el carnet de la obra social.

Como práctica de vida la parresia es muy difícil, la mayoría de nosotros no vivimos in extremis como decimos que hay que vivir, y ahí el problema del señalamiento y el juzgamiento. Exigirles a los demás que sean los mejores en lo que hacen cuando uno apenas hace lo que puede con lo que tiene es, cuanto menos, miserable.

En esa línea, me parece que hay un montón de análisis posibles para I’m Thinking of Ending Things que van desde el somero no me gustó hasta explicar desde el plano de lo discursivo o narrativo las razones de ese no me gustó. Donde sí me parece que está bastante difícil entrarle a la película es en el empleo y en el uso de la técnica, que no solo supera a la media, sino que además intenta, como mínimo, darle una cierta complejidad al asunto.

Que sea complejo no es ni bueno ni malo. Solo es. A mí no me gustó casi nada la película, pero la verdad no me animaría a juzgar a Kaufman como realizador con la vehemencia con la que he visto hacerlo a algunes que ni siquiera pueden acomodar dos oraciones con un poco de ingenio. Y lo digo yo, que me cuesta más arrancar las oraciones que calentar el motor de un Fitito. Mi propio ejercicio de parresia me hace decir que ojalá pudiese hacer una película tan mala como I’m Thinking of Ending Things. Si ese pibe es un fracasado, ojalá yo pudiese fracasar así, decía un personaje perdido por ahí. Por supuesto, esto no me pasa con todas las películas ni con todos los realizadores. Y ojo, tampoco me interesa venir a defender a Kaufman, que no le debe importar mucho lo que digan un par de desviados en redes sociales. Lo que sí me interesa es tender a que volvamos a cierta honestidad intelectual. Al final del día, todos esos seguidores y RTs no les van a dar de comer. Van a tener que salir a buscar laburo igual que el resto de los mortales.

Les regalo, antes de irme, una cita de Truffaut hablando de Cocteau en Las películas de mi vida, que para mí es un posicionamiento de ética profesional:

Cocteau, por el contrario, estaba en todas partes, le interesaba todo, ayudaba en todo y a todo el mundo. ¿Debemos pensar que eso restaba valor a sus opiniones? No lo creo así, ya que sus eslóganes, escritos o hablados, tenían tal precisión poética que más que una descripción, constituían una verdadera antropométrica de la obra o del artista al que había decidido apoyar.

Sabía muy bien que entre la gente que le pedía ayuda había un porcentaje de falsos talentos, pero estoy seguro que pensaba: ‘El más mediocre de los artistas vale lo que el mejor espectador’. Él, que siempre se exponía, había elegido sistemáticamente el partido de los que lo hacen.

Ah, no hablé de la película. Mejor, mírenla, dura dos horas y estamos encerrados sin mucho que poder hacer. Tampoco es la muerte de nadie.

Algo nuevo en el videoclub: Bill & Ted 3 y la segunda temporada de The Boys

No es que haya sido muy fanático de las dos primeras entregas, pero sí reconozco que guardo un lindo recuerdo de esas trasnoches de ISAT, en mi infancia, donde era muy frecuente encontrarme con alguna Bill & Ted. Puede que por esa nostalgia esperaba con cierta expectativa la tercera película de la saga, y la verdad es que me sorprendió para bien. Imagino que ni por casualidad se hubiera estrenado acá en cines, con lo cual la situación de la pandemia un poco democratizó la experiencia. La película es muy divertida, mantiene muy bien la esencia de los personajes, e incluso tiene un aggionarmento para los tiempos que corren que no me resultó forzado para nada, más bien todo lo contario. Está claro que no es la octava maravilla, pero si disfrutaron de los personajes de Alex Winter y Keanu la van a pasar muy bien.

Lo otro más o menos interesante que salió en los últimos días es la segunda temporada de The Boys, una de las series más divertidas de los últimos años y que demuestra que es posible hacer otra cosa con el género. Desde lo discursivo, al igual que el cómic, lo que plantea es muy interesante y actual. Una multinacional, por encima de los gobiernos, que tiene el control de los superhéroes y que los usa como si fueran una empresa militar privada. La primera temporada es una maravilla y los primeros tres episodios de la segunda que ya liberó Amazon Prime Video prometen un montón.

Un poco de polémica no hace daño: ¿con quién se pelea Puenzo?

Recuperemos un poco lo que venimos charlando a lo largo de estas semanas que pasaron. Hubo una denuncia, con un poco de olor a opereta, que terminó en un allanamiento y con el secuestro de la mayoría de los expedientes administrativos de las películas en trámite ante el INCAA. Esa medida, desproporcionada por donde se la mire, obedece a la necesidad de investigar, archivo por archivo, si Luis Puenzo o Nicolás Batlle, presidente y vicepresidente respectivamente del organismo, se beneficiaron adelantando pagos de forma privilegiada a proyectos que tenían presentados en el INCAA de forma previa a su incursión en el otro lado del mostrador.

Como comentaba por aquel entonces, más allá de lo irracional que es lo que hizo la Justicia Federal y de lo nociva que es esta medida para el cine nacional, existe un punto de este entuerto que es muy circular y que se reedita gestión tras gestión del INCAA, sin importar el signo político del gobierno de turno. Me refiero al sencillo hecho de que quienes pasan a gestionar un organismo público, hasta el día anterior a su asunción han recibido plata de ese organismo. Por supuesto, es casi imposible pensar que alguien idóneo para conducir los destinos del Instituto no provenga de la producción y no entienda las dinámicas de la industria, pero –porque siempre hay un pero– quizá hacen falta que se adecuen ciertos mecanismos de transparencia para evitar estas suspicacias, que se repiten y se repiten.

En las últimas semanas, el estreno de Crímenes de familia en simultáneo en Netflix y CineAr reavivó este debate. La acusación de que Batlle, productor de la película, benefició a su exproductora, salteando el listado de estrenos de la plataforma nacional, para cumplir con el pedido de fechas de estreno del monopolio rojo y al mismo tiempo llegar a cobrar el subsidio por estreno en salas, no solo no fue aclarada, sino que fue totalmente pasada por alto por las autoridades.

A su vez, la publicación del reglamento de la nueva edición del Festival Internacional de Mar del Plata, que excluía de la participación en la Competencia Argentina a películas producidas por fuera del INCAA, no ayudó mucho. Se armó todo un tole tole y el presidente del Festival, Fernando Juan Lima, el mismo que fuera vicepresidente de la peor gestión de la historia del Instituto desde Mahárbiz (datos, no opinión), tuvo que salir a recular y presentar el escenario como un malentendido. La historia tuvo final feliz porque se cambió la redacción del reglamento del festival y el asunto quedó aclarado.

La nota de cierre la dio Puenzo, que hace algunos días escribió un artículo para El Cohete a la Luna. La verdad es que no se entiende muy bien qué quiso decir o a quién le está hablando el presidente del Instituto. Por el medio en el que fue publicado y su contexto, la nota parece más una respuesta a ese sector de la propia coalición del gobierno que le estaría tirando fuego amigo. Un mensaje para los amigos, que por otro lado no se sabe del todo quiénes son. El tema, creo, es más profundo que este intercambio epistolar. El escenario exige una serie de políticas públicas respecto a nuestra cinematografía que trascienden la fe militante y los mensajes para la muchachada. Por ejemplo, una conversación sobre un nuevo plan de fomento, más inclusivo, con perspectiva de género, pero a la vez federal, implica romper de lleno con la lógica cabacentrística que solo mira al ENERC. Algo de eso ya hemos hablado acá también. La discusión es tan grande que me parece que muchos de los que dicen que quieren darla, cuando la cosa se ponga un poco apretada, no van a estar tan convencidos de la causa.

A lo dicho se suma que mientras escribo esta columna la Red Argentina de Festivales y Muestras Audiovisuales (RAFMA) denuncia el cierre del Programa de Festivales Nacionales de Cine del Instituto y busca ceder el espacio a las autoridades culturales provinciales o municipales que correspondan. Esto implica que muchas de las pantallas alternativas y federales que se abrieron en el país durante los últimos 10 años corran el riesgo de desaparecer o transformarse. Permítanme una teoría, estoy seguro de que esto es otro malentendido. Se aclarará a la brevedad. No tiene mucha razón de ser que el INCAA retire esta ayuda. Ahora bien, sea como sea, es otra muestra de lo difícil que comunica un organismo que alguna idea debería tener de cómo comunicar.

Pocos parecen ser los porotos que puede anotarse Puenzo en estos meses de gestión. Por el contrario, parece decidido a enemistarse sin demasiada lógica con los sectores que apoyaron su nombramiento. Retomo una idea de unos párrafos más arriba: parresia.

Que los actos se condigan con los dichos.

De nuevo, no es una cuestión de fe.

¿Qué estoy leyendo? Cine argentino: entre lo posible y lo deseable

Quizá en este momento tan álgido de la discusión que se está viviendo con relación a la actividad del INCAA sea un buen momento para recomendar Cine argentino: entre lo posible y lo deseable, de Octavio Getino.

Getino fue junto con Pino Solanas y Gerardo Vallejo una figura clave de lo que se llamó el Grupo Cine Liberación hacia finales de los 60, y también estuvo a cargo de diversas funciones políticas relacionadas con el cine nacional. Durante el breve gobierno de Cámpora estuvo a cargo como interventor del Ente de Calificación Cinematográfica y durante el primer gobierno de Carlos Saúl fue un bastión de resistencia por un tiempo como presidente del aquel entonces Instituto Nacional de Cinematografía (INC).

Lo que vuelve sumamente particular al libro de Getino no es solo la cuestión histórica, sino la perspectiva política con la que se encara la reconstrucción y, al mismo tiempo, cómo se traza un estudio cuantitativo sobre la producción nacional.

Es un libro que todavía se consigue por ahí y que también tiene una edición en PDF que, si bien es un poco más desorganizada que la original, zafa bastante. Es de esos que hay que leer sí o sí.

Y bueno, eso fue todo. Nos vemos la semana que viene. Cuídense mucho.