Blumhouse: la Roger Corman modelo siglo XXI

En el año 2000, un muchacho del departamento de adquisiciones para distribución de Miramax decidió fundar su propia compañía de cine y televisión. Jason Blum sabía que iba a trabajar con presupuestos bajos para obtener la mayor rentabilidad posible. Eso de juntar guita a paladas para después andar transpirando más que testigo falso se lo dejaría a las majors, no vaya a ser cosa que apostara todo en un producto y se fundiera antes de empezar. Fue así como nació Blumhouse, aunque recién estrenaría su primera película, Griffin & Phoenix, en el 2006.
La comparación en el título es una estimación (tanto lógica como afectiva) para con quien supo ser “El rey de la serie B”. Es que la búsqueda de éxito comercial eficaz por sobre la inversión desmedida y el armado de tanques comerciales obligan a pensar a Jason Blum como una suerte de Roger Corman de nuestra época. Este último basó su carrera dirigiendo y produciendo films de bajo presupuesto con actores principiantes o poco conocidos, pero con un estándar de calidad y creatividad novedoso. Nunca se negaba a abandonar una obra fallida, usaba los mismos decorados para varias producciones, o hacía que un actor interpretara diferentes papeles en una misma película. Por si fuera poco, dio impulso a las carreras de Martin Scorsese, Jack Nicholson, Jonathan Demme, Joe Dante, entre otros. Su forma de trabajar lo llevó a dirigir más de cincuenta films, y a producir o distribuir más de trescientos.
Salvando las distancias espaciotemporales, la factoría Blumhouse tiene toda una serie de reglas y pautas que hacen pensar un sentido de creación similar al de Corman. En esta humilde nota enumeraremos y analizaremos con total desfachatez algunas de esas características, como si fuéramos un joven Adrián Suar dispuesto a empezar nuestro propio negocio en el mundo del audiovisual.

Bonito y barato
Las producciones de Blumhouse cuestan entre tres y cinco millones de dólares, diez si pinta secuela. El amigo Jason ha contado que este no es un número elegido al azar, sino una decisión con base en lo que podría recuperar si no sale todo como se espera. ¿Qué quiere decir esto? Que invirtiendo esa cantidad, por más que pierdan dinero en un escenario adverso, la empresa puede seguir funcionando.
Esto tiene su razón de ser en un armado técnico que implica que las películas transcurran en un solo espacio, lo cual reduce costos de movilidad, alquiler y demás. Otra picardía aparece al suprimir diálogos innecesarios de personajes secundarios, ya que de esta manera no se les tiene que pagar de más. Al mismo tiempo, es raro encontrar secuencias de acción o efectos especiales desmedidos.
En su catálogo cuenta con la película más rentable de la historia del cine: Paranormal Activity (2009), la cual costó quince mil dólares y recaudó más de ciento noventa millones. En comparación con los blockbusters descomunales con presupuestos de… bueno, con presupuestos iguales o mayores a la recaudación de este film, yo diría que el negocio de Blumhouse es muy bueno. Después podemos discutir el gusto de cada uno (no suele agradarme mucho el found footage), pero el triunfo queda más que claro.

Así, en esta línea, podemos nombrar Insidious (James Wan, 2010), con un presupuesto estimado de un millón y medio de dólares y una recaudación de casi cien millones; Sinister (Scott Derrickson, 2012), que costó tres millones y recaudó más de ochenta; o The Purge (James DeMonaco, 2018), cuya módica suma de tres millones de dólares generó una recaudación de casi noventa.
Libertad y creatividad
¿Cuánta libertad tiene un director de cine en Hollywood? La realidad es que no mucha, a menos que seas Scorsese o Nolan, o la guita que pongas sea tuya. A veces hay que ceñirse a un productor que quiere que su dinero se vea plasmado de determinada manera, o hay que hacerle caso a la coordinadora de ese focus group que dice que al hombre blanco divorciado de cincuenta años que vive en un departamento en el centro de la ciudad le gustaría que el final de la historia fuese otro. Como sea, no todo es tan fácil como ubicarse detrás de cámara y decirle qué hacer a todo el mundo.
Sin embargo, hay algo que Blumhouse pondera: el control creativo queda en el director. Esto implica que mientras se ajuste al presupuesto indicado y no se haga el loco, puede hacer la película que quiera. Hay una impresión de que con mayor libertad viene mayor creatividad, incluso con las limitaciones de dinero, o tal vez gracias a estas.

Un ejemplo interesante se da en 2015, cuando la productora le dio nada más que cinco millones de dólares al amigo M. Night Shyamalan, que venía de darse varias piñas seguidas con The Happening (2008), The Last Airbender (2010) y After Earth (2013). Fue así como hizo una película más pequeña que significó una especie de despertar: The Visit. Fuera de los presupuestos monumentales, el director indio supo hacer un cine más correcto e intenso, sin necesidad de destellos grandilocuentes que desmejoraran el producto final. Y además, recaudó buena guita.
Repetir y machacar
Hay una idea que la productora mantiene y es la que se conoce como “morir en la mía”. Esto quiere decir que la casa Blumhouse no busca salirse de su modelo de negocios. Tal vez haya recaudado doscientos millones con una película, pero sus inversiones posteriores se repiten con el margen de presupuesto con el que siempre operan.
Esto le permite, entre otras cosas, estrenar entre cuatro y cinco películas por año. Tal vez algunas pierdan dinero, pero con esa circulación las ganancias aparecen indefectiblemente en equilibrio con todas las demás producciones. Como un kiosco que por ahí no vende muchos chupetines, pero que gana bocha con la birra a las dos de la mañana.
Esto también se sustenta en la capacidad de trabajar con artistas consagrados dentro del medio, como pueden ser Ethan Hawke o Jennifer Lopez. Si bien sus sueldos a la hora de rodar fueron bajos, se convierten en inversores al percibir ganancias de la taquilla. Patrick Wilson y Rose Byrne, por ejemplo, se llevaron siete millones de dólares cada uno por la recaudación de Insidious: Chapter 2.

El otro punto para seguir es el terror. Muchas veces las películas de este género no se ven perjudicadas por un bajo presupuesto. El hecho de tener poco dinero pone a trabajar otras cuestiones, más originales y que pueden dar mejores resultados al momento de asustar al espectador. En este caso, en Blumhouse parece haber una relación directa entre creatividad y terror, lo que le ha dado buenos beneficios.
Dividir y conquistar
Pero Blumhouse no solo genera contenidos para salas de cine, sino que tiene muy en claro los estrenos en plataformas de video on demand, las series de televisión, y hasta los juegos interactivos. En una época en la que se puede ver una película hasta en el microondas, hay que estar atento a cualquier pantalla.
Por otro lado, no todo es dar miedo y mostrar caras grotescas de sopetón para “jumpscarear” a la gente. Hicieron otras películas, como Whiplash (2014), poniendo en el mapa a Damien Chazelle y participando con una nominación a los Óscar en la categoría de mejor película. In a Valley of Violence (Ti West, 2016) es un western que cuenta con Ethan Hawke y John Travolta en los papeles protagónicos. Y BlacKkKlansman (Spike Lee, 2018) los llevó otra vez a una nominación como mejor película en los Óscar.

El kiosco de Jason Blum podrá ser conocido por vender birra hasta altas horas de la madrugada, pero no muchos saben que a la mañana también ofrece unas medialunas muy ricas.
Un final
Todas las características enumeradas en esta nota tienen mayor o menor relación con el dinero, con los presupuestos. Blumhouse, como toda empresa, debe recuperar, amortizar y ganar para seguir existiendo. Sin embargo, en una época en que la diversificación es cada vez más improbable, lo lindo de esta productora es ver que todavía se puede hacer cine con bajo o medio presupuesto, que no es necesario que cada película de Hollywood sea un tanque arrasador que lo ves en todos lados. Aquí todavía existe ese factor sorpresa, ese encontrar-una-buena-peli-de-casualidad (me pasó con Hush, de Mike Flanagan). Hay un contacto con el riesgo artístico, ese que lleva a hacer una obra con cierta incertidumbre. Si bien no deja de ser una compañía que se emplaza en la meca del cine comercial, vale la pena contar con un reducto un poco más sincero dentro del negocio.
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