Al otro lado del viento: la película infinita.

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«Un cuadro no se acaba nunca, tampoco se empieza nunca,
un cuadro es como el viento: algo que camina siempre, sin descanso».
Jean Miró

Como los cuadros, las películas muchas veces son algo interminable. Quienes hayan pasado por la experiencia de haber hecho aunque sea una pequeña producción cinematográfica lo entenderán. El montaje es la herramienta definitiva, la escritura final de una película. El guión sufre reescrituras antes del rodaje y el momento de filmar siempre presenta inconvenientes que obligan a conciliar lo ideal con lo posible. Montar una película siempre es la instancia decisiva, la posibilidad de distanciarse o acercarse de múltiples maneras a esa idea original e, incluso, la oportunidad de encontrar una película completamente diferente a lo imaginado. Por supuesto, también es frustrante. Por primera vez el realizador tiene la posibilidad de evidenciar lo lejos que estuvo de su cometido, lo mal que manejó la nave y la lejanía del arribo al puerto soñado.

Muchas películas sufren en el montaje, sobre todo las más complejas o experimentales. En una película tradicional, el montaje ofrece múltiples variaciones que terminan de influir en cierta estructura narrativa, en el orden de los acontecimientos o en el énfasis que se les da u omite dar a ciertos elementos de la trama. A veces, es mecánico. La propia forma de filmar imposibilita otro ordenamiento del material, así lo creía Tarkovsky, quien, enfermo del tiempo del plano, sostenía que el montaje estaba dado dentro de la propia toma y su duración.

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Concluir el montaje de una película puede ser en ocasiones tortuoso. Las múltiples posibilidades, las diferentes elecciones, la infinidad de películas posibles pueden crear un escenario paralizante. Al igual que los cuadros y al igual que el viento, la última película de Orson Welles tardó 48 años en terminarse y llegó a Netflix, previo paso por el Festival de Venecia, 33 años después del fallecimiento de su director.

La historia detrás es casi tan interesante como la propia película. Por eso el gigante rojo acompañó el estreno de Al otro lado del viento con dos documentales que completan de algún modo la experiencia. El primero es Me amarán cuando esté muerto, que aunque presenta cierta pretensión innecesaria de asimilarse a F for Fake, permite interiorizarse en el mundo de Orson Welles y los protagonistas del rodaje de la película. A su vez el documental permite cierta humanización de una figura un tanto mítica y fantasmagórica de la que no se conoce demasiado.

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A este primer film, le sigue uno mucho más interesante para el cinéfilo que se llama El corte final de Orson: Una historia llevó 40 años. Este documental de 40 minutos de duración trata sobre cómo se recuperó el material fílmico y las diversas proezas técnicas que debieron realizarse para poder compaginar y empalmar diferentes soportes y películas que fueron recuperados de distintos lugares. Es muy interesante para entender cómo fue preservado el material durante tantos años y lo experimental de la película que Orson Welles tenía en la cabeza.

Mi consejo es: vean estos dos materiales antes de Al otro lado del viento para contextualizar y comprender mejor la película y su intencionalidad.

La figura de Peter Bogdanovich es casi tan importante como la de Orson Welles en esta película. Bogdanovich es nosotros, un pibito que amaba el cine y seguía a sus ídolos por doquier cual fanboy. Primero actuó un poquito y después se metió en el cine como pudo. Fue crítico e investigador, así se acercó a John Ford y Howard Hawks. También persiguió a Orson Welles y se convirtió en su discípulo y amigo, y más que eso. Cuando Welles estaba sin un peso Bogdanovich lo alojó en su casa. A su vez ambos cineastas corren una suerte de destino común. Los dos alcanzaron una fama inusitada con sus primeras películas, el éxito repentino sería una mochila que los perseguiría y un fantasma del que jamás pudieron escaparse. Para Welles fue El ciudadano Kane, para Bogdanovich, La última película. A su vez, los dos fueron ambiciosos en demasía y arriesgaron su fortuna en varias oportunidades. Para interiorizarse más al respecto recomiendo dos lecturas que además actúan como un gran soporte para comprender el momento histórico en el que se hizo Al otro lado del viento. La primera es Moteros Tranquilos, Caballos Salvajes (Easy Riders, Raging Bulls) de Peter Biskind, obra fundamental para estudiar la existencia, el pensamiento y el desarrollo del New Hollywood y la generación del 70. La segunda es una publicación muy pequeña editada por el BAFICI a propósito de la visita que hiciera el propio Peter Bogdanovich hace ya algunos años, se llama el Último Testigo y está disponible de forma gratuita en PDF.

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Más allá del resultado final de la película y lo que cada uno pueda opinar sobre ella, no cabe ninguna duda del enorme gesto de amor de Bogdanovich hacia su mentor y el largo y tortuoso camino que este tuvo que realizar para poder finalizar su obra póstuma.

Entrando de lleno al film, la película cuenta de forma entrecortada y mezclada dos historias por separado. Por un lado, hay una suerte de falso documental que sigue a J.J. “Jake” Hannaford (interpretado por el gran John Huston con la voz de su hijo, el actor Danny Huston), una vieja leyenda de Hollywood que está tratando de terminar la película que lo volverá a poner en primera plana. A su vez, en otra línea narrativa, vemos fragmentos de esta película que el realizador está intentando filmar y que parece ser una suerte de pieza de cine arte europea.

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La película comienza con una serie de fotogramas congelados en los que la voz de Brooks Otterlake (el propio Bogdanovich) nos explica el mecanismo de la obra y lo que veremos a continuación:

   Ese es el auto. Lo que quedó después del accidente. Si es que fue un accidente. Antes de cambiar de idea, Hannaford iba a dárselo al joven actor principal de su última película. John Dale. Y se supone que Hannaford ya lo había salvado, anteriormente, de que se suicidara. O eso dice la historia. En cuanto a su propia muerte, sus admiradores estaban seguros de que Hannaford no tenía planeado manejar hasta un despeñadero. «Un final cursi», dicen. J.J. Hannaford nunca sería culpable de eso. Pero había otras opiniones. Falleció hace muchos veranos, un 2 de julio. No quise mostrar este documento durante años, porque francamente, no me gustaba cómo me retrataban. Pero ya estoy viejo como para que me importe cómo se interpretó mi rol en la vida de Jake. Me llamo Brooks Otterlake, probablemente el acólito más exitoso de Hannaford. En fin, este documento histórico tiene muchas fuentes. De todas las filmaciones hechas para la televisión y para documentales, además de estudiantes, críticos y directores jóvenes quienes llevaban cámaras de 16 y 8 milímetros, y que fueron invitados al cumpleaños de Jake por sus 70 años. Eso fue mucho antes de las cámaras de celulares y las imágenes computarizadas. La elección del material es un intento por esbozar un retrato fílmico de aquel hombre tal como sea veía a través de todos esos visores diferentes. La última película inconclusa de Hannaford es parte de este testimonio. Al otro lado del viento. Se ha dejado como estaba cuando la exhibieron en su fiesta, en lo que resultó ser el último día de su vida.

Esta premisa, que inicialmente iba a ser narrada por el mismo Orson Welles que nunca llegó a grabar el texto, casi como la introducción de F for Fake, se cumplirá a rajatabla. Hannaford está tratando de terminar esta película que especula romperá los moldes y será su gran regreso. El rodaje fue caótico e incluyó una discusión con el protagonista de la película que abandonó el set. Por ello, el mítico director cree que podrá convencer a inversores de que lo ayuden a finalizar su proyecto si les muestra en una fiesta en su casa imágenes del filme en cuestión. Casi toda esta línea narrativa estará entonces enfocada en lo que ocurre durante la fiesta y las diferentes reacciones del mundo de la industria y la prensa sobre el material proyectado. A su vez este material incluirá no solo escenas montadas de cómo sería esta potencial película cuyo nombre es Al otro lado del viento, sino que además mostrará fragmentos del detrás de cámara que de alguna manera ilustrarán lo complejo y caótico del rodaje.

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La película es a la vez un relato sobre el fin de la amistad. La relación entre Hannaford y Otterlake se irá erosionando con el correr de la noche, llegando al fatídico desenlace que se nos relataba al principio. El personaje de Bogdanovich es la cara nueva de la industria, el director estrella del momento y, al mismo tiempo, el discípulo de Hannaford. Cualquier similitud con la realidad…

Mención especial con relación a esto último a los cameos de Claude Chabrol y Dennis Hopper, como hiciera falta grabar a fuego la el momento histórico.

Orson Welles claramente tenía la intención de retratar un fin de época. El recambio generacional. El fin del cine de autor clásico como se lo conocía y el inicio del nuevo Hollywood que tenía como referentes a los realizadores de los nuevos cines y también a los artesanos de los estudios. Tanto él como Bogdanovich tenían ganas de jugar, de mirarse en un espejo y reírse de ellos mismos, de reflexionar sobre la vorágine de una industria que eventualmente Michael Cimino haría colapsar con Heaven’s Gate. Sin dudas es una película que hubiese sido mucho más importante en los 70 por lo coyuntural que en la actualidad. Sin embargo, el paso del tiempo y los hechos que sucedieron en los años posteriores ayudan a darle un valor testimonial impresionante.

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Se dice a veces que las mejores películas que reflexionan sobre el cine son aquellas en que la puesta en escena se apoya en el punto de vista y no en el registro de los rodajes, como Psicosis o La conversación. No estoy de acuerdo. Las películas sobre rodajes son testimoniales, liberadoras y didácticas. Permiten, para quien pretende hacer cine, entender cómo se hacen las películas y lo difícil que es. A la vez, al tener gran contenido biográfico, ayudan a humanizar a figuras míticas como Truffaut o el propio Orson Welles.

Se podrán decir muchas cosas sobre Al otro lado del viento, respecto a su carácter incompleto o lo errático de su narrativa. Bajo ningún punto de vista la considero una obra fallida y creo que su existencia y todo el material que la rodea hacen que el cine sea un poquito mejor.