Reseña: The King of Staten Island

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“El cine”, en sentido amplio, es un medio bastante difícil. No “difícil” por lo que cuesta o lo complejo que es realizarlo. Tampoco por las dificultades para abrirse un camino propio. Es difícil porque la gente es difícil. En las escuelas de cine, entre los estudiantes de cine y en los propios espacios de cinefilia, todavía se mantiene una dicotomía bastante inentendible: cine de “autor” vs. “industria”, que también suele enmarcarse en la discusión entre cine de “género” vs. “drama”.

Esto para mí tiene una explicación, que es profundamente ideológica. Una tradición histórica de tensiones entre el cine como un fenómeno de masas –personas que solo quieren pasar un lindo rato mirando una película– y el cine como vehículo artístico expresivo más “completo” o acabado que el resto de las artes. Por supuesto, no ocurre solo con el cine. Se expresa ahí toda una serie de discusiones jamás resueltas entre el llamado constante al pensamiento y a la reflexión y la evasión o el divertimento. Con algunos amigos solíamos jugar teorizando que en el manejo de esa tensión se encuentra el éxito del peronismo al interior del movimiento obrero argentino frente a otras pulsiones de izquierda en el país. El peronismo no le dice al trabajador que es un proletario oprimido y que debe apropiarse de los medios de producción para derrocar al capitalismo; le da aguinaldo, paritarias y vacaciones, y lo deja que disfrute como quiere. A veces la gente solo quiere descansar.

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Esto, que es solo una humorada, yo creo que tiene cierto sentido. La llamada “izquierda” (con la que me siento identificado o algo así) siempre se ha mordido un poco la cola para poder explicar fenómenos que serían completamente alienantes como la diversión. Sin embargo, arriesgándome un poco en el razonamiento, la pregunta que quizá habría que hacerse es si de verdad no existe pensamiento en el divertimento y si verdaderamente existe algo así como la imposibilidad total de reflexión. Otra cosa llamativa al respecto es que no se le cae a otras expresiones con la misma intensidad con la que se le cae al cine. Ni la literatura (en sentido amplio), ni la fotografía, ni el teatro o la música, por ejemplo, creería que sufren tanto de esta dicotomía o debate. Existe, pero es mucho más marginal.

Retomando, el cine es difícil porque la gente es difícil. En las escuelas de cine se escuchan al día de hoy discusiones increíbles sobre presuntos antagonismos entre Spielberg, De Palma, Cassavetes, Chris Marker, Godard, Kieslowski y un sinfín de pavadas más. Hay gente tan desorientada que criticaría un documental de Herzog o Errol Morris solo por estar en Netflix.

A esta ignorancia se le suma otra: no se ven películas y tampoco se recomiendan films de los 2000 en adelante. Tampoco se mira cine nacional actual y menos que menos se reflexiona sobre los diferentes modelos de producción, tanto locales como en el exterior. Y entonces, ustedes se preguntarán ¿de qué se ocupa una escuela de cine hoy por hoy? Y la verdad es que no está demasiado claro. Prefiero guardarme ciertas respuestas.

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Y ¿por qué esto es importante? Bueno, jugaría plata que si le pregunto a todos los docentes de cine de la Argentina si conocen a Judd Apatow, la mayoría diría que no y algunos pocos lo relacionarían despectivamente con Virgen a los 40. Este prejuicio, que no debe ser solo local, sobre Apatow impide ver su evolución como realizador, que existe y es notable.

The King of Staten Island, su última película, es uno de esos estrenos que se vio afectado por la pandemia y quedó relegado a la exhibición en VOD por plataformas. Esto tiene pros y contras. Al no haber tantas películas y al existir una cierta necesidad de “ocupar el tiempo”, mucha más gente verá la película en todo el mundo. Al mismo tiempo, nos perderemos la posibilidad de disfrutar de verla en un cine. Igual, a quién quiero engañar. En Argentina no la hubiesen estrenado, o habría quedado relegada a alguna que otra sala marginal muchos meses después de su salida en el resto del mundo.

Como defensor de Funny People, debo decir que The King of Staten Island es un paso adelante más que apreciable en la carrera del director. La película es fresca, dinámica y joven, como en toda la filmografía de Apatow, pero a la vez tiene momentos dramáticos muy logrados y emotivos. Apatow rompe entonces la matrix del esnobismo imperante, con una comedia que hace “pensar” y “reflexionar” sobre muchos tópicos: las pérdidas, el ser adulto, los problemas emocionales, la vida de los jóvenes en la sociedad actual y muchas cosas más.

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Por supuesto, el mérito es tanto de él como del protagonista del film, el cómico Pete Davidson (a quien no conocía mucho y resultó ser una grata sorpresa). El joven comediante del mítico Saturday Night Live es el responsable del guion de la película y también es quien le pone el corazón y el tinte autobiográfico al asunto. El actor perdió a su padre que era bombero durante el 9/11. Eso lo marcó para siempre al punto de llegar a afectar su salud mental y llevarlo a tener diferentes problemas de adicción a las drogas. Lo genial de este muchacho, si buscan videos por ahí, es que siempre hizo comedia a partir de estas desgracias personales, llevando al límite la temática y demostrando que es posible hacer chistes inteligentes con temas tabúes y salir bien parado.

The King of Staten Island aparece entonces como una comedia que reversiona de manera libre la vida de su protagonista, tomando algunos elementos biográficos (afecciones a la salud mental, la pérdida del padre del protagonista, etc.) como disparador para narrar una cruda, pero graciosa, visión sobre toda una generación de jóvenes que está a la deriva en la periferia de Nueva York.

El punto de inicio de la trama es la ida de la hermana de Scott (Davidson), Claire (Maude Apatow, la mismísima hija del director y la actriz Leslie Mann), a la universidad. Sin la presencia de Claire, Scott deambula sin contención. No trabaja, no estudia, no logra sostener un vínculo con su amiga-novia Kelsey (Bel Powley) y tampoco ayuda mucho a su madre (Marisa Tomei, brillante como siempre). La cosa se complica más cuando Ray (Bill Burr) entra en escena y comienza una relación amorosa con su mamá. Con esta premisa vemos como Scott inicia un camino que es contradictorio, donde quiere hacer las cosas bien, pero no siempre puede o no le salen como espera.

THE KING OF STATEN ISLAND

La mano de Apatow en la puesta se nota y se siente. Esos diálogos que mantienen múltiples personajes, en que parece que se van todo el tiempo del tema pero nunca lo terminan de hacer, están más presentes que nunca y el uso del género es maravilloso. Nos reímos de cosas terribles pero con los personajes y no de ellos.

El Apatow de Funny People, pero mejor, más adulto. Ojalá que no tarde tanto en volver, porque es cosa seria.