Fargo 4: el orden es el caos

Se hizo esperar, pero finalmente llegó. Así como tuvimos paciencia para su estreno, también esta cuarta temporada de Fargo pide un poco para “arrancar”. Digamos lo importante: es excelente como todas sus otras temporadas, pero es cierto que los primeros dos o tres capítulos se toman un tiempo especial para empezar a contar, que las ansiedades 2020 quizá no sepan manejar del todo. Esta vez, la serie creada por Noah Hawley cuenta la historia de dos familias “mafiosas” de Kansas en la década de los 50. Una italiana, encabezada por Josto Fadda (genial Jason Schwartzman) y una afroamericana dirigida por Loy Cannon (Chris Rock en un papel al que no nos tiene acostumbradxs).

A medida que avanzan los once capítulos, la historia va desplegando su complejidad y los personajes van cobrando profundidad y, como todos los personajes de Fargo, resultan increíbles, en el mejor sentido de la palabra. El cast es coral, variopinto y muy parejo en su gran nivel de performances. Del lado afrodescendiente tenemos a Doctor Senator (Glynn Turman) como uno de los personajes secundarios más entrañables. Del lado italiano, Calamita (Gaetano Bruno) y la perla de la galería: el hermano de Jotso, Gaetano (Salvatore Esposito), encarnando la violencia del caos y lo incontrolable. Luego tenemos a los personajes orbitales, aquellos que irán tensando las relaciones entre las familias –cuyos acuerdos de negocios se sostienen gracias al sistema de tener a cargo un niño del enemigo, como botín/rehén–, armando y desarmando la trama, y serán agentes de lo imprevisto. Sin orden específico, porque son todas grandes actuaciones y personajes excelentemente escritos, están Oraetta Mayflower, la enfermera asesina (Jessie Buckley), el policía con “toc” Odis Weff (Jack Huston), Dick ‘Deafy’ Wickware (Timothy Olyphant), la “narradora” –solo en el primer y último capítulo)– Ethelrida Pearl Smutny (Emyri Crutchfield), el irlandés –ex niño botín– Rabbi Milligan (Ben Whishaw) y las dos amantes forajidas Zelmare Roulette (Karen Aldridge) y Swanee Capps (Kelsey Asbille). Por supuesto, hay muchos personajes más y las subtramas son incontables; como en las anteriores temporadas, el rompecabezas se va armando con paciencia; aquellas líneas o personajes que parecen en principio desconectados de la línea narrativa principal se van entramando con maestría. Así, cuando la serie termina, nos damos cuenta de que la imagen final no tiene “sentido” en términos tradicionales, porque el único orden posible es el azar. El final se anima a más –una escena poscrédito– y termina incluso enlazando entre temporadas; sin embargo, el resultado sigue siendo el mismo: esto no nos “tranquiliza”, no es que no se reestablezca el orden, es que no lo hay.

Dos temáticas insistentes en la producción norteamericana, las mafias y, recientemente, la problemática “negra”, son tratadas con la originalidad a la que Fargo nos tiene acostumbradxs. Si bien al comienzo parece ser una historia más, la lógica interna de mundo, que es el corazón de la serie, va desarmando clichés y presupuestos, y los últimos tres o cuatro capítulos no dan respiro. Todo parece ir bien hasta que… cualquier cosa puede pasar en Fargo –y en la vida, así la angustia que generan sus historias– y nadie está a salvo de las fuerzas del caos o el azar. Es una premisa bastante trágica, del tipo “no digas que un hombre es feliz sino hasta el fin de sus días”. Es así, Fargo viene a contar que nadie puede ser feliz en los términos modernos porque los sujetos son deseo y angustia, y lo inesperado acecha y ataca pese a cualquier intento de cálculo, control o estrategia.

La cuarta temporada llega a fines de año y se mete obligatoriamente en el top diez de series, como no podía ser de otra manera. No dejen de verla.