Servant (Temp. 2 y 3): la arquitectura de lo indecible

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En abril de 2020, durante el auge de la pandemia, una excelente reseña escrita por la compañera Lucía Vázquez nos invitaba a engancharnos con la primera temporada de Servant, serie producida por Apple TV+ que combina lo raro, lo siniestro y lo sobrenatural con suma habilidad. Heme aquí dos años después cumpliendo con esa sabia recomendación. Pido disculpas por la demora. A mi favor, debo alegar que los cliffhangers me provocan demasiada inquietud. Y uno de los ingredientes que Servant no se ahorra son, de hecho, los cliffhangers.

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Pero no nos adelantemos. Vayamos por el principio. Luego de la primera temporada de Servant, estrenada a fines de noviembre de 2019, se añadieron dos más: una segunda en enero de 2021 y una tercera en enero de este año. Se ha confirmado ya una cuarta, que se presume será la final.

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La segunda temporada redobla la apuesta de su antecesora y ahonda en la crisis que atraviesan los Turner a causa de la extraña relación entre Jericho —hijo de Sean (Tobby Kebell) y Dorothy (Lauren Ambrose)— y Leanne (Nell Tiger Free), la niñera. Al mismo tiempo, sondea el pasado de Leanne, lo cual echa algo de luz sobre su personalidad enigmática. Ambas líneas narrativas elevan de manera exponencial la tensión de la historia. Proponen un juego constante y creciente en donde el papel del héroe y del villano (o el de la heroína y la villana) se intercambian una y otra vez de manera súbita. El momento culminante de este juego ocurre durante los capítulos que relatan el secuestro de Leanne: hay allí una inversión magistral de la perspectiva del verdugo y la víctima que empuja lo siniestro hasta límites (maravillosamente) insoportables.

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La tercera temporada abre la historia de los Turner al mundo. Saca a la familia de la asfixiante casa señorial en la que han vivido sus desventuras. El foco de la atención se desplaza de Jericho a Leanne. La intervención de Leanne en la vida de los Turner ha generado consecuencias imprevistas. De este modo, el pasado de Leanne regresa para reclamarle a la niñera el pacto que ella deshonró al obrar en favor de la familia que la ha adoptado. De este modo, poco a poco, se revela el carácter ambiguo de Leanne en tanto servant. ¿Cuál es esa fuerza a la que ella se había comprometido a servir?

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Resulta trabajoso hablar del argumento de Servant incluso en líneas generales. No es que su argumento sea rebuscado, sino que cuesta hablar de él sin soltar spoilers. La inquietud que provoca Servant se debe en gran medida a su inusual habilidad para sorprender. Por lo tanto, lo más recomendable es entrar en su historia sabiendo lo menos posible. Supongo que, en este preciso momento, entre muchos de ustedes surgirán dudas debido a un nombre que, para bien y para mal, aparece ligado a la serie: M. Night Shyamalan. De hecho, les confieso que padecí la misma incertidumbre al principio. Sin embargo, a medida que avanzan los episodios, se torna evidente que quien se halla al mando de la línea narrativa es su creador, Tony Basgallop. Puedo asegurarles que la historia de Servant está libre de shyamalanazos —giros ineficaces introducidos a contrapelo en el relato con la única intención de generar sorpresa—. A pesar de ello, debo reconocer que Servant sí se vale del bastante buen oficio de Shyamalan para la composición de escenas. Recuerdo en particular uno de los capítulos de la primera temporada por el modo en que este director construye los diálogos entre los personajes: primerísimos primeros planos que constituyen un verdadero estudio sobre el arte de hablar sobre lo que no puede nombrarse.

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Un detalle notable de Servant es que los episodios duran en promedio 30 minutos. Esta cualidad tiene un efecto inmediato en la economía del relato: en Servant, los tiempos muertos son escasos. La narración se concentra en sus líneas fundamentales y las retuerce hasta lo indecible. El resultado de este recurso es la perpetua creación de una atmósfera de delirio. Este aspecto se ve acentuado sobre todo en las dos primeras temporadas, que transcurren dentro de la casa de los Turner. La casa de hecho desprende un fuerte perfume gótico al que Poe hubiese concedido su aprobación: una escalera enroscada conecta los pisos plagados de pasillos apretados y de habitaciones sombrías que preservan cuadros y muebles decadentes. Su ambigua distribución parece evocar el laberinto que compone la casa de Mother! (Darren Aronofsky, 2017) en la que también la paranoia campa a sus anchas. Al igual que en aquel filme, Servant compone la espiral de un relato en cuyo centro yace la madre.

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Vayan a ver Servant. Es sin dudas una de las mejores series de estos años pandémicos. Propone una narración intrigante, dotada de un suspenso que bordea lo psicológico y lo sobrenatural. En esto, recuerda mucho a otro relato de madre encerrada en un círculo de secretos: Rosemary’s Baby (Roman Polansky, 1968). Y no digo más. Lo cierto es que hay algo de lo que mamá Dorothy nunca debe enterarse. No seré yo quien lo diga. Lo más probable es que nadie pueda decirlo. Las tres temporadas de Servant, y las infinitas ramificaciones que despliega su trama, son el gran ejemplo de esa arquitectura, tan maravillosa como siniestra, que se compone para velar lo indecible, aquello de lo que mamá Dorothy nunca debe enterarse.