Los ilusos #41: Taxi Teherán

Hola, ¿cómo están? Espero que muy bien. Les propongo algo, casi por primera vez desde que empezó esta columna, no hablemos de la pandemia, hagamos ese intento.

Estamos terminando octubre. Llega una gran época, la celebración absoluta de la comida definitiva: el vitel toné. Lo comemos y lo preparamos una vez al año porque no se puede ser feliz todo el tiempo. Es una muestra total de la finitud de la vida.

Sigo muy manija con la inminente llegada de la programación y realización del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Mientras tanto, continúa el ciclo Camino al festival que nos hypea a más no poder.

Si están por Buenos Aires, una linda previa puede ser la nueva edición del Doc Buenos Aires, que estará vigente hasta el domingo 31 de octubre en formato híbrido, o el Festival Asterisco, que arranca el 28 de octubre.

En medio de toda esta “charlymanía” por el 70 aniversario de nuestro prócer contemporáneo me parece muy importante recordarles que pueden ver Lo que vendrá, de Gustavo Mosquera R. en Cine ar. Una película que no era tan fácil de encontrar en buena calidad y que se volvió bastante de culto.

Esta semana hay, como siempre, algunos estrenos; una zona de caprichos, que para esta edición me disparó a charlar sobre cine iraní (que de aburrido no tiene nada), y también como es habitual, un libro para acompañar.

Una cosa, hay tres películas que no voy a mencionar, pero que vi: Distancia de rescate, El prófugo e Historia de lo oculto. Tres redactores de este pasquín me prometieron artículos al respecto y prefiero leerlos a ellos. Ustedes saben quiénes son.

No nos demoremos más, empecemos.

Radar de novedades: Titane, The Last Duel y Fantastic Fungi

Finalmente llegó una copia muy decente al videoclub amigo de Titane, la última película de Julia Ducournau, que venía de hacer la increíble Raw (film del que pueden leer este muy buen artículo de nuestro amigo Néstor).

La cosa es que Titane levantó polvareda por varias razones. Es la primera película francesa en ganar la Palma de Oroen Cannes en algunos años y, además, es la segunda vez que una directora mujer se lleva este primer premio en el festival clase A “más prestigioso” del mundo. Como si fuera poco, Titane es una película que podríamos mal llamar “de género”, por no decir de terror, lo cual vuelve a todo el asunto un poco más extraño. No es tan común que este tipo de propuestas reciban premios en esos espacios de validación artística.

Con todos esos pergaminos bajo el brazo, la película va haciendo su recorrido en épocas cuando la exageración tuitera de la vida es moneda corriente. Para muchos el nuevo opus de Ducournau es una obra maestra que viene a reescribir la historia del cine contemporáneo, mientras que para otro amplio sector es una película muy menor, cuyo triunfo en Cannes se explica solo desde una presunta “corrección política” demagógica, en tiempos cuando todo debe tener feminismo.

De más está decir que por esta vez voy a disentir con ambas posturas. La película tiene una propuesta y un diseño visual, artístico y de puesta en escena que la explican por sí sola. No hay tantas películas como Titane estrenadas en un año calendario, y eso ya dice mucho.

Luego viene otra cuestión, que es lo expresivo/narrativo. Acá yo tengo mis diferencias con quienes piensan que Titane propone una renovación absoluta del cine actual o que se trata de una propuesta “fresca”, porque, de hecho, la siento una película que dialoga muchísimo con la obra de otro cineasta francés contemporáneo, Léos Carax, que curiosamente también ha ganado en Cannes este año con Annette, su último film.

Más allá de eso, sin dudas Titane es una de las películas del año. No quiero contarles mucho, pero digamos que hay gente que tiene sexo con máquinas, mucha violencia y un poquito de gore. Puede que algo de todo esto sea de su interés.

Donde sí hubo bastante consenso es en que la última película de Ridley Scott, por lo menos la última por un par de meses, The Last Duel, fue un fracaso total. Costó 100 palos verdes y todavía, a dos semanas de su estreno mundial, no juntó ni la mitad.

Esta nota de Forbes esboza algunas razones de ello. Lo principal que puedo extraer es que el público masivo estadounidense, que es el que salva a las producciones de Hollywood, va cada vez más directo a lo seguro y se refugia en las franquicias. Si no tiene superhéroes o el sello del ratoncito, las películas la tienen muy complicada.

Más allá de eso, desde las críticas, los comentarios también fueron muy desparejos. Muchos la odiaron, para mí es una de las mejores películas del año.

En The Last Duel, Ridley vuelve a una de sus tantas salsas, un drama histórico ambientado en la Edad Media. Scott ya se había metido en ese mundo con 1492: Conquest of Paradise justamente, sobre el fin del medioevo, en 1992; volvió a él con Kingdom of Heaven, esta vez metiéndose en plena época de las cruzadas, en 2005; y también coqueteó con su versión contemporánea de Robin Hood, en 2010.

No me voy a poner a revisar la carrera de este pibe de 83 años, eso ya lo hizo y muy bien Castaño en su nota central del número que le dedicamos a Ridley hace unos meses. La nota está publicada en la web y pueden leerla aquí.

La trama de The Last Duel se centra en una disputa entre dos amigos, Sir Jean de Carrouges (Matt Damon) y Sir Jacques Le Gris (Adam Driver), dos soldados/miembros de la nobleza media al servicio del rey de Francia. Los motivos de la disputa son varios, pero hay uno principal: la denuncia de violación que hace Marguerite (Jodie Comer), la esposa de Carrouges, sobre Le Gris. Esa denuncia terminará en un juicio por combate, una de las tantas ordalías, mediante las cuales Dios podía resolver conflictos durante la Edad Media.

La principal crítica a la película está dada por quienes consideran que es un mero panfleto post Me too o viceversa, otra película de tipos filmando violaciones. Scott y sus guionistas (Matt Damon y Ben Affleck) apelan a lo que podríamos llamar una estructura Rashomon o de focalización interna variable. Esto quiere decir que una serie de sucesos se cuenta varias veces pero desde la perspectiva y el punto de vista de personajes diferentes. En el caso de la película, esa estructura está dada por su tríada protagonista: Carrouges, Le Gris y Marguerite. En ningún momento Scott duda sobre la violación. El hecho ocurrió y sucedió según como Marguerite lo contó. Sin embargo, el director establece sutiles diferencias en las visiones de Carrouges y Le Gris, que se complejizan desde el relato de Marguerite. Esto, para mí, no es lo importante. Yo entiendo que resulte molesto para algún espectador que no haya duda o misterio alguno y que todo esto le resulte una postura tribunera, que además se subraya cuando la parte de la mujer aparece mencionada como “la verdad” a secas, sin posibles dobles interpretaciones.

Nada de eso me parece relevante, hay muchas cosas tan bien trabajadas que, desde mi óptica, convierten a la película en una de las que mejor aborda la violencia de género en el mainstream de los últimos años. Para empezar, Le Gris no es un mal tipo, está criado en una cultura y se maneja según cree que las cosas deben ocurrir. Desde su perspectiva, muy sincera, él no abusó a Marguerite. No duda jamás, hasta en el final sostiene su inocencia. Luego Carrouges tiene una visión de sí mismo y su heroísmo que aparece puesta en disputa por la visión de su esposa y su examigo. Él no es quien cree que es, está emasculado y no puede tolerarlo. Pero la cosa no termina ahí. Marguerite también aprende una lección cuando pone en marcha toda una maquinaria que busca la venganza y la justicia. La pregunta que un poco se hace es si esa justicia es reparadora o si complica todo aún más. A lo mejor, si se callaba, su vida hubiera sido mejor, piensa en algún momento. La publicidad del proceso, sin ningún tipo de compasión para las víctimas, y la externalización de los conflictos privados no parecen ser una vía reparadora para nadie. Pero, además, la respuesta que se consigue, más violencia, tampoco es suficiente. Hacia el final ocurre algo, que no quiero spoilear, pero que me parece fantástico, Scott deja la cámara prendida cuando termina la épica y muestra los resultados de la cruel batalla desmedida. A lo mejor, el punitivismo irracional tampoco resuelve nada.

Como verán, para mí The Last Duel es una película mucho más compleja de lo que pretenden que sea. Amplía una discusión, tira tiros para todos lados y lo hace con mucha puntería. Puede ser desbordada y avasallante, casi como toda la obra de Ridley Scott, pero es una película muy vigente, filmada por un octogenario que parece más joven que la mayoría de los directores de Hollywood.

Fantastic Fungi es un documental de 2019 que Netflix agregó a su catálogo hace unos meses. Está dirigido por Louie Schwartzberg, alguien que no es particularmente conocido, pero que la verdad sería muy choto si no lo nombramos. El asunto es que la película habla, como pueden imaginar, sobre los hongos y sobre cómo el reino fungi es más importante de lo que creemos.

Hay algunas teorías que no sé qué tan chequeadas están, pero que me gustaría creer. Como por ejemplo que gracias a las propiedades alucinógenas de ciertos hongos se expandió el desarrollo del cerebro humano y que eso nos permitió evolucionar. También me parece hermosa toda esa idea de que el reino fungi es una de las patas clave en el sostenimiento de los ecosistemas.

Les puede parecer una pavada, para mí es un muy lindo documental, que además dura una hora y veinte. Ideal para descansar un ratito.

Misceláneas atemporales: breves apuntes del cine iraní

¿Por qué se me ocurrió hablar de esto? No tengo idea, es muy probable que haya sido a partir de la selección de MUBI sobre Kiarostami, que me hizo repasar algunas películas y preguntarme por qué el cine de Irán ha logrado captar un público más o menos amplio en latitudes impensadas, como por ejemplo la nuestra.

¿Qué tiene que ver Buenos Aires con Teherán?, ¿en qué nos podemos asemejar con una sociedad que tiene una cultura que parece diametralmente opuesta a la nuestra? Una de las cosas mágicas que tiene el cine es la capacidad de reconstruir un mundo subjetivo y exteriorizarlo. La diégesis de un microcosmos, que termina siendo vista por miles y miles de personas. Esta vocación realista casi por instinto del cine es lo que les permite a las clases populares conocer culturas y visitar países a los que jamás podrían acercarse si no fuera por una película. Para mí, la ilusión que genera el cine, sobre todo en países empobrecidos como el nuestro, es una herramienta fundamental para la subsistencia. Nos hace creer que hay otra cosa ahí afuera y nos abre la cabeza. Sirve, como diría Galeano, para caminar.

Es cierto que al cine iraní le pesan algunos estigmas: que es aburrido, pretencioso, soporífero y snob. No soy un especialista en la materia, solo un cinéfilo que ha leído o visto algunas cosas, pero me animaría a decir que es bastante al revés. El cine iraní es muy popular, desde su génesis hasta su representación. Su máximo exponente, quizá uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos, Abbas Kiarostami, filmaba las calles, a las personas, sus conflictos cotidianos y sus espacios de tránsito. Su obra, al igual que la de Jafar Panahi, es humanista hasta la médula.

Por supuesto, yo acabo de cometer un error imperdonable, que es creer que se puede hablar del cine iraní como una masa uniforme de películas. Como si dentro de la propia producción del país no existieran matices, un cine comercial pasatista, un cine de autor y un cine marginal. Claro está, la cosa es inabarcable, tratemos entonces de dar solo una guía o esbozar algunas ideas. Al final del día, esto es solo una columna para una revista de cine de Avellaneda, no se preocupen.

Al igual que en muchos países, la llegada del cine a Irán fue accidental. El sah asistió a una proyección en París y ordenó comprar una cámara a comienzos del siglo XX. Las primeras producciones fueron obras hogareñas, coberturas de empleados del soberano, sin demasiada finalidad artística. En 1904 un tal Mirza Ebrāhim Sahhāf-Bāshi inauguró la primera sala de exhibición cinematográfica. Como en muchas partes del mundo, se supone que con esto comenzó a crecer la popularidad del arte que hasta el momento estaba reservado para las clases altas.

También como en otras partes del mundo, el cine y su producción está apoyado y se explica en la realidad política y las vicisitudes del contexto histórico del país. Salas solo para hombres en un comienzo, recién para la década del 30, salas mixtas; éxito popular de la producción e industria a partir de la década del 40 y una fuerte renovación autoral a partir de los 60/70, cuando los jóvenes comenzaron a cuestionar a los maestros. En tanto, Irán vivió dos cambios radicales en su estructura social: el reinado de Mohammad Reza Pahlevi, que con el apoyo de las potencias occidentales promovió una serie de reformas, sobre todo a partir de los 60, bajo un programa luego denominado como “revolución blanca”; y la contracara de esto, la revolución de Irán del 79, que reinstauró a la República islámica.

Estos cambios, por no decirles avances y retrocesos, influyeron en la cultura, en las manifestaciones artísticas, y tuvieron su correlato en cómo el cine los retrató.

La casa negra (1962), es un documental de 20 minutos, dirigido por una mujer, la poeta Forugh Farrojzad, que expone cómo es la vida de un leprosario en las afueras de Tabriz. Forugh recita poemas, muestra la vida de estas personas y se encarga de narrar que hay allí una vida cotidiana y que en esa aparente deformidad también puede haber alegría, belleza y cariño. No todo es monstruoso.

Teherán es la capital de Irán es un documental de 17 minutos, de 1966, dirigido por Kamran Shirdel. La película muestra cómo es la vida en un distrito pobre de la ciudad capital. Las imágenes permiten entender mejor la geografía, la organización social y ciertos aspectos de la vida en ese país: casas, escuelas, paisajes, calles y, por sobre todas las cosas, personas.

En Un evento simple (1972) Sohrab Shahid Saless cuenta la vida de un niño que vive con sus padres en las cercanías del mar Caspio. El niño ayuda a su padre a pescar, mientras observa cómo se deteriora el estado de salud de su mamá. La película se filmó de forma clandestina, con no actores.

Por supuesto, es ineludible mencionar a Kiarostami. Abbas, nacido en Teherán en 1940 y fallecido en París en 2016, es uno de los cineastas más grandes de toda la historia. Se lo debe poner a la misma altura de realizadores que han trascendido todo el mundo con su cine como Tarkovski, Kurosawa o Kieślowski. Si hay un cine iraní que tiene un lazo directo con el humanismo en términos sartreanos es el de Kiarostami. Difícil no pensar en los personajes de ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), Close up (1990), Detrás de los olivos (1994) o El sabor de las cerezas (1995), todos ellos entrañables y existencialistas hasta la médula. Hay, además, algo atípico en Kiarostami, una gran alegría, incluso ante el panorama más desolador, y también, por supuesto, una notoria autoconsciencia del dispositivo cinematográfico.

En esa tradición, para mí, se enmarca el cine de Jafar Panahi, otro pícaro iraní, muy comprometido con la realidad de su país, en particular, de las mujeres, a quien ni la cárcel o la prohibición expresa de hacer cine ordenada por el régimen pudo evitarle filmar dos películas maravillosas: This is not a film (2011) y Taxi, Teherán (2015). 3 Faces (2018) y Hidden (2020), dos de sus últimas películas, están disponibles en MUBI.

Desde ya que la obra de Panahi es más importante que lo que llego a mencionar. Analizar el incidente de su detención y sus condimentos requeriría más tiempo. No lo tenemos acá, pero si les interesa saber qué pasó, pueden arrancar a leer algo por acá, en Wikipedia.

El último de esta tríada más conocida de los últimos años es Asghar Farhadi, multipremiado cineasta, director de films con bastante resonancia en occidente como Una separación (2011), El pasado (2013) y El viajante (2016). Su última película estrenada a la fecha es Todos lo saben (2018) y tiene un vínculo especial con Argentina, ya que tiene entre sus protagonistas a nuestro Ricardo Darín. No me gusta mucho lo que hace Farhadi, así que no me voy a meter mucho más. Solo diré que quizá sea el caso donde algunos de los prejuicios contra esta cinematografía se apliquen con mayor justicia.

Para cerrar, de una forma muy, pero muy caprichosa, quería mencionar una película que vi hace mucho tiempo, antes siquiera de considerar estudiar cine y que me conmovió profundamente, se trata de Las tortugas también vuelan (2005),de Bahman Ghobadi. El film narra la vida de un grupo de niños en un campo de refugiados ante la inminente ocupación norteamericana en Irak post 9/11. Es una película bellísima, pero también muy dura. Tiene, además, uno de los mejores personajes del cine, el Sr. Satélite. No la volví a ver, pero recuerdo como si fuera ayer cómo me estremeció.

Claro está que es inabarcable el fenómeno, menos en unos párrafos sueltos acá, lo que intentamos es que, quizá, quién sabe, alguna campana se dispare, y encuentren algo que no sabían que existía o que no estaban tan convencidos que podía interesarles. Para ahondar un poco más en el tema tienen esta gran lista de un usuario de MUBI, que me parece un lindo punto de arranque.

¿Qué estoy leyendo? Abbas Kiarostami, de Jonathan Rosenbaum y Mehrnaz Saeed-Vafa

Y bueno, era medio difícil cerrar con otra cosa que no fuera alusiva al capricho de esta semana. Debo confesar algo, todavía no leí el libro, lo compré hace un tiempo y no pude más que ojearlo, pero siendo gente que habla de Kiarostami, no nos puede defraudar.

Es una publicación de la editorial cordobesa Los Ríos, que reúne una serie de ensayos sobre la obra de Kiarostami, escritos por el renombrado crítico Jonathan Rosenbaum y la cineasta iraní Mehrnaz Saeed-Vafa.

Se consigue fácil y no cuesta un ojo de la cara. Aprovechen.

Y bueno, gente, eso fue todo. Nos vemos la próxima, ojalá que con la posibilidad de conversar sobre la programación del Festival de Mar del Plata.

Cuídense mucho.