Raw: parece que la culpa de los mayores la siguen pagando los inocentes

«Raw», la película sobre una estudiante caníbal que provoca náuseas y al mismo tiempo ha conquistado a la crítica, titula Mundo Noticias de BBC.com.
Y este fenómeno se da en un contexto en el que buena parte del cine de terror moderno ha hecho del cuerpo humano un territorio donde puede manifestarse el “monstruo”, cualquiera sea su naturaleza.
Para la comprensión de este prodigio, iniciaremos el análisis en la idea sobre la que cual se ha movido el género en las últimas décadas: el mal es algo inherente a la condición humana, configurando un enemigo que no viene necesariamente de afuera. Poniendo el acento en esta ocasión no tanto en la maldad humana que transforma o degenera ese cuerpo, sino en el impulso que permite que fluyan y se expresen, obscenamente incluso, ciertas pulsiones e instintos que la educación, la cultura y la moral morigeran, contienen o, directamente, reprimen.
¿Cuál podría ser, entonces, el vehículo más adecuado para profundizar este tipo de planteo, para transitar el favorable cause del género?
Sin duda, el llamado horror corporal resulta una excelente alternativa cuya sustancia se nutre del terror de comprobar que aquello que conocemos como “nuestra humanidad” se desmorona ante nuestros ojos, tanto a nivel físico como intelectual o emocional, y se potencia con el morbo de ver a nuestros congéneres, con los cuales podemos llegar a tener algún momento de empatía, ceder ante ese lado primitivo, animal y predatorio, propio de una criatura sin inteligencia “humana”, que en algún rincón lo habita, y transformarse en ese monstruo que tanto rechazo nos produce.

Así es como el horror corporal inyecta un elemento adicional dramático al género del terror más tradicional. Un elemento lleno de angustia existencial, donde un ser humano de apariencia normal, de repente, deja de serlo mientras nos plantea que, tal vez, nosotros mismos no seríamos mejores en similares circunstancias. Un estado de incertidumbre vital que no solo nos afecta el ánimo cotidiano, sino que nos golpea el corazón de una manera notable, porque detrás se esconde una enorme necesidad de buscar un sentido.
Y si a esto le sumamos un canibalismo explícito, ahí tendremos el combo que ha hecho que Raw se convirtiera en una de las películas de terror más comentadas de los últimos años, con un público enloquecido por el feminismo provocativo de su joven directora y el estilo a lo David Cronenberg que viste.
Si hay algo que distingue a la filmografía de Cronenberg, es el componente reflexivo y filosófico que aplica a la hora de abordar las temáticas de sus películas. Quizás sea por eso por lo que se permite indagar sobre asuntos arduos y ásperos, en algún sentido; e independientemente de que guste o no su cine, tiene la potestad de no dejar a nadie indiferente. Y esto se puede reconocer en buena medida en el filme de Ducournau. Otras características de ese estilo con que se asocia la película son: un fuerte componente visual coligado a algo tan incontrolable y atroz como perder el control sobre el propio cuerpo, la confluencia armoniosa entre la angustia vital interna de la protagonista y el desolador mundo exterior que la entorna, la exploración de los límites de la moralidad y una sucia exquisitez para la creación de la historia junto a la extraña verosimilitud con que se expresa en pantalla.
Como mencionamos, todos estos aspectos están presentes y consustanciados en Raw (“grave” en origen, “voraz” en Latinoamérica y “crudo” en español), el primer largometraje (franco-belga) dirigido por Julia Ducournau y estrenado en 2016.

En el relato, todo comienza cuando vemos a una joven caminando por el costado de una ruta. Y en un momento determinado, cuando está por pasar un auto, se lanza contra este, obligando al conductor a una maniobra forzada para esquivarla, que lo hace chocar violentamente contra un árbol. La mujer termina acercándose al auto siniestrado y abre la puerta, aparentemente interesada en algo de lo que hay adentro.
A continuación, conocemos a la protagonista, Justine, una joven vegana que junto a sus papás viaja rumbo a la universidad. Se han detenido a comer algo en un bar al paso. Extrañamente a lo que podría esperarse, Justine pide solo puré, pero cuando se lo sirven, descubre que por equivocación le han servido en el plato algo así como una pequeña albóndiga de carne. Esto produce su rechazo y airados reclamos de su madre a la cocinera. La reacción parece exagerada, pero con el correr del relato veremos que tiene su razón.
Una vez instalada en la facultad de veterinaria, en la que ya cursa su hermana mayor Alexia y donde, unos cuantos años antes, estudiaron sus padres, Justine comparte cuarto con Adrien, otro alumno del curso inicial que muestra una ambigua sexualidad.
En la noche, la sorprende la visita intempestiva de otros estudiantes avanzados que están reclutando a los novatos para hacerlos participar de un grotesco ritual de iniciación que comenzará esa noche con el desordenamiento violento de la habitación, caminatas en cuatro patas de lo nuevos y una fiesta deschavetada, y continuará al día siguiente con un baño en sangre de chancho y los novatos, forzados a comer riñones crudos de conejo. Justine, como una de las nuevas, se niega a hacerlo, argumentando que es vegana y cuando pide ayuda a Alexia para que la apoye, su hermana se pone del lado de los acosadores y la obliga a tragarse la víscera animal.

Esa noche, Justine sufre una reacción alérgica que le produce un sarpullido y una fuerte picazón en el cuerpo. Va a la enfermería y le dan algunos medicamentos y la tranquilidad de que eso pronto pasará. Sin embargo, algo ha empezado a cambiar en su metabolismo. Aunque su conciencia se resiste, su gusto por la ingesta de carne ha comenzado a latir en ella. Progresivamente, irá intentando satisfacer ese nuevo impulso. Robarse una hamburguesa del comedor de la facultad, comer con voracidad un kebab o desayunar carne cruda a escondidas serán parte de esas acciones.
Una noche en la que las hermanas están juntas, Alexia convence a Justine para que se depile el pubis, y por problemas en el procedimiento, la hermana mayor pretende solucionar el inconveniente empuñando unas filosas tijeras. Trastornada por el dolor de la coyuntura, Justine la golpea y, sin querer, la hace cortarse medio dedo. Perturbada por el accidente Alexia se desmaya. La menor llama a una ambulancia, y en la espera por su arribo, se tienta con el potencial bocadillo que representa en pedazo de carne desprendido de la mano de su hermana. Consultadas más tarde por su padre, le echan toda la culpa al perro y el hombre decide que hay que sacrificar a la mascota, ya que si se atrevió a comer carne humana, será irrecuperable y un potencial peligro a futuro.
Al otro día, las dos hermanas caminan por la misma ruta que vimos al principio de la película, en un momento en el que pasa un auto, sorpresivamente Alexia se arroja sobre este, obligando al conductor a una maniobra brusca que le hace perder el rumbo y terminar chocando con un árbol. Luego se aprovecha de las consecuencias del accidente, y se empiezan a revelar datos que explican la emergente antropofagia de Justine.
A partir de este episodio las cosas comienzan a ponerse más extrañas. El apetito de Justine por la carne humana crece, por ejemplo, va a una fiesta y besa a un chico arrancándole un pedazo de labio; le ofrece su virginidad a Adrien, tienen sexo y durante el acto intenta morderlo y termina hincando los dientes en su propio brazo. Manipulada por Alexia, termina tentándose con los restos de un cadáver de la morgue y corona este espiral desquiciado con un enfrentamiento con su hermana al estilo de dos perros de pelea.
Un último acto cruento de Alexia y la confesión del papá de algunos secretos de familia, muy bien guardados hasta ese momento, aclaran finalmente el sustento de la extravagante transformación de Justine.
A pesar de que muestra acciones de canibalismo, la película toma este tópico y lo desarrolla simbólicamente, aprovechando la ocasión para tocar el tema de la exploración de la sexualidad femenina, tópico que ya fue tratado a través de la sangre en otras grandísimas películas que la precedieron, como Carrie (1976), famoso filme dirigido por Brian De Palma. Por esta razón, podríamos señalar que Raw se vale, para su trama, de un tema tabú (el canibalismo) para plantear una subtrama que habla de otro tema tabú (la sexualidad femenina), impregnando el relato de elementos de horror y mucha sangre, para formular una propuesta cinematográfica firme y fundamentada.

Además de ser el debut de Julia Ducournau como su directora y guionista, también lo es para su protagonista Garance Marillier, quien antes solo había aparecido en cortometrajes.
La crítica internacional ha reconocido en Ducournau méritos suficientes como para derribar muros en un género que, a menudo, suele identificarse con cineastas masculinos, valiéndose, con cierta astucia, de un formato de arte-horror para cambiar el tradicional relato de formación o aprendizaje adolescente, manipulando las interacciones de Justine para mostrar las formas que utilizan las jóvenes para educarse, unas a otras, acerca de cómo sentirse respecto de sus cuerpos.
En las entrevistas, Ducournau se ha resistido a precisar el significado o la metáfora de su película, pero ha declarado su aspiración a que cualquiera que alguna vez se haya sentido avergonzado por sus deseos, se reconozca en Justine, incluso si nunca ha tenido un impulso irrefrenable a masticar carne cruda.
Al mismo tiempo, en muchas de sus expresiones públicas, Ducournau se ha mostrado como una directora detallista, precisa y autoexigente, obsesionada por algunas cuestiones que considera innegociables. Por ejemplo, en lo que ha manifestado en el reportaje publicado en la página de IndieWire con motivo del estreno de la película:
Cuando estaba en la escuela de cine, comencé a dirigir pequeños cortometrajes, como todos, y de hecho me di cuenta de que no quería que nadie más dirigiera algo que yo había escrito. Para mí, fue una continuidad. Cuando escribo, escribo con mucha precisión. Escribo sobre la luz, escribo sobre el vestuario, escribo sobre la canción que tienes que escuchar en este momento. Pero escribo, sobre todo.
Para mí, el primer paso para empezar a pensar en la película es el guion. Quería plantearme un desafío de escritura, que era subvertir el estado de ánimo de la audiencia a lo largo de la película. Quería que sintieran empatía por alguien que iba a cometer un acto que era completamente contrario a sus estándares morales.

Cuando nos detenemos por un rato para hacernos algunas preguntas existenciales sobre la conciencia y la esencia humana, no siempre contamos con herramientas ilustrativas que nos ayuden a la reflexión. En este sentido, la historia de Justine, con su particular entorno social y familiar, hace su contribución al poner en crisis la idea de que siempre son las costumbres, normas y valores generalmente aceptados los elementos culturales que guían y estandarizan el comportamiento de los individuos como miembros de un grupo social. El estado de cosas que se desarrollan en torno a la sociedad actual, indica que, de alguna manera, las actitudes y apetencias humanas han avanzado más allá de sus fronteras.
Si el cuerpo humano es un territorio donde puede manifestarse el “monstruo”, que permite que fluyan y se expresen pulsiones e instintos primitivos, animales y predatorios, es posible que el enemigo no venga, necesariamente, de afuera; que haya un lugar en la condición humana para la existencia del mal y que la imagen consensuada de nosotros mismos, como seres vivos dotados de raciocinio, se desmitifique.
Flotar en la superficie, con los menores riesgos, o profundizar más allá del fondo visible de las cosas, o detrás de la apariencia o intención de las acciones humanas, es una decisión personal.
En esta ocasión, los invito a sumergirse en Raw, que no es más que una película, pero les deja como sedimento un par de preguntas más que interesantes.
Esta y más notas en el especial en PDF de la Revista 24 cuadros