The Martian: Divulgando ciencia de forma entretenida

¿Es The Martian una película del género de ciencia ficción?
En este caso, esta frase en afirmativo podría considerase una opinión discutible, de la misma manera que lo ha sido, a lo largo de su trayectoria, su director, el honorable veterano Ridley Scott. Un profesional de la cinematografía con raíces en la actividad publicitaria, que supo ganarse el reconocimiento del mundillo de los degustadores de cine, con películas que, mal que le pese a sus críticos, se han transformado con el tiempo en ineludibles referentes de los últimos 44 años del cine. Aquí y ahora se me ocurren un conjunto de títulos de transcendencia mundial, reconocimiento global y objeto de cierta militancia cinematográfica: Los duelistas (1977), Alien, el octavo pasajero (1979), Blade Runner (1982), Thelma & Louise (1991), Gladiator (2000) y Hannibal (2001). Esta podría ser una lista limitada de su obra/legado, criticable en su extensión, pero incuestionable en su representatividad.
Volviendo a la pregunta de cabecera de esta nota, para su contestación sería bueno repasar el concepto de ciencia ficción como género cinematográfico. Es muy común entenderlo como aquel que se vale de representaciones de carácter especulativo, fundamentadas en el encuadramiento científico de fenómenos imaginados: extraterrestres, planetas alienígenas o viajes en el tiempo son algunos ejemplos. Estos eventos de ficción están generalmente asistidos con componentes tecnológicos como son las naves espaciales futuristas, los robots y cualquier otra tecnología esperable y verosímil.
En cuanto a género, la ciencia ficción también se ha identificado como narrativa de anticipación. Si bien se vale de una lógica científica, no busca necesariamente su divulgación.

En este orden de ideas, es bueno tener en consideración que en ocasiones el cine de ciencia ficción es aprovechado para ensayar críticas acerca de aspectos políticos o sociales en su proyección a futuro, así como para indagar sobre cuestiones filosóficas, como la razón del ser humano.
Ante esta base, podría afirmarse sin estar exentos de polémica que The Martian se trata, más que nada, de una obra de divulgación científica antes que una película de ciencia ficción, en estricto sentido de esta clasificación genérica, y que su relato está soportado, sobre todo, en una historia de supervivencia.
Es por esta razón que muchos la asocian a la primigenia historia de Robinson Crusoe, un personaje arquetípico que lo precedió con cierta trascendencia, o con menor esfuerzo la comparan con el más reciente y cinematográfico Náufrago, de Tom Hanks. Y algo de eso hay, aunque también pueden reconocerse ciertas diferencias que las distinguen a nivel de planteos temáticos. A saber:
Si bien la trama describe en ambos casos las vivencias de un individuo atrapado en un lugar hostil y solitario –en una isla desierta en un caso y en el planeta Marte (nada menos) en el otro–, las diferencias aparecen en la subtrama en la que se plantean los siguientes tópicos distintivos.
En el primer caso, la transformación física y espiritual de un homo economicus capitalista caído en desgracia, lo que le permite, al final de la experiencia de sobrevivencia solitaria, valorar más su vida en términos estrictamente dramáticos. Se trata de un ingeniero de Federal Express, quien tras un accidente aéreo que lo tiene como único sobreviviente debe ingeniárselas para subsistir durante años en una isla por completo desierta.
En el otro caso, nos encontramos con un hombre de ciencias, explorador espacial (especializado en botánica), que queda atrapado en el Planeta Rojo, al ser abandonado involuntariamente por los miembros de su tripulación, que lo creyeron muerto a consecuencia de una tormenta. En esta extraordinaria situación, con limitados recursos específicos, debe valerse de sus conocimientos científicos para poder subsistir mientras la NASA, por un lado, y los miembros de su tripulación, por su propia cuenta, intentan rescatarlo.

Aislado, el ingeniero se apoya en su fe, se vale del sentido común y de la naturaleza, y por qué no, de su ingenio y practicidad, para perdurar el tiempo que sea necesario, mientras se mantiene callado y meditabundo la mayor parte de su forzosa permanencia en la isla. Solo comienza a comunicarse cuando se inventa un personaje compañero a partir de dibujar una cara en una pelota y en esas conversaciones conocemos lo que piensa.
En cuanto al astronauta/científico, su estadía en la superficie marciana es proactiva y extrovertida desde el vamos. En principio comienza a registrar su imagen y su palabra para testimoniar su sentir y su pensamiento, motivado por un deseo de comunicarse irrefrenable, y así obtenemos buena información sobre lo que piensa. Además, a fuerza de iniciativas personales, se arma un hábitat razonable, cultiva su comida, genera el agua que necesita, se las ingenia para comunicarse efectivamente con los demás personajes reales para él y para su mundo, personas que sabe que estarán pendientes de su buena o mala suerte. Con su comportamiento, demuestra una enorme paciencia matizada con un excelente humor que no solo le facilita una larga espera llena de incertidumbre, sino que nos permite a nosotros, como espectadores, no caer ni en la depresión ni en el aburrimiento.
Siguiendo este razonamiento, vale preguntarse: ¿qué podemos aprender gracias a The Martian?
Exagerando podría decirse que la película es más ciencia (botánica y de la otra) que ficción, además de un entretenido cuento de supervivencia, con un auténtico MacGyver espacial como protagonista. Las mejores expresiones de divulgación científica que nos ofrece se presentan en el desarrollo de los tres grandes proyectos que se propone al astronauta Mark Watney (Matt Damon) para enfrentar el desafío espacial.
Primer objetivo: cultivar su propia comida para no morir de hambre en el intento de salvarse.
Mark calcula que puede contar con 90 metros cuadrados cultivables dentro del hábitat en el cual puede lograr unos 200 kg de papas y, así, obtener el aporte calórico necesario para prolongar su vida los días necesarios para realizar sus maniobras de rescate. Para ello necesita tierra, que hay en Marte, pero como esta no es fértil, tendrá que enriquecerla con tierra terrestre que, por suerte, tiene en reserva, rica en bacterias, y con desechos humanos orgánicos (heces) que han quedado como residuo de la presencia del grupo completo antes de la forzada huida. Esta alquimia que le permite realizar su cosecha en territorio marciano tiene sustento científico y es perfectamente posible.

Mark también se las ingenia para contar con el agua que le hace falta para vivir y cosechar, utilizando oxígeno que obtiene de uno de los gases presentes en la atmósfera de Marte (formado por carbono y oxígeno) y el hidrógeno que consigue de un combustible altamente inflamable (conformado por nitrógeno e hidrógeno) que le ha quedado disponible entre los elementos con los que contaba la misión. Una vez individualizados el oxígeno y el hidrógeno, solo le queda producir agua mediante una reacción química que libera energía y que tiene como residuo el agua que necesita.
Después resuelve plantar las papas que posee gracias a que la tripulación tenía una buena provisión (y tenía reservada) para la cena de Acción de Gracias, pero que, ante la urgencia de la ida, dejaron abandonada igual que a Mark. Solo faltaría tiempo para que las plantas crezcan, pero este recurso está disponible sin mayor esfuerzo.
Segundo objetivo: encontrar alguna forma de comunicarse con la Tierra.
Como la antena de comunicación se rompió durante la tormenta inicial que lo dejó varado en el Planeta Rojo, Mark necesita un plan B para poder comunicarse y lo consigue utilizando la sonda Pathfinder, que se usó para las comunicaciones en 1997 y quedó abandonada en Marte. Utilizando la cámara del equipo, Mark establece una rudimentaria comunicación con la Tierra. La NASA le envía instrucciones para modificar el rover y que, a través de la Pathfinder, puedan comunicarse por texto.
Mark manda sus mensajes a través de carteles registrados por la cámara del equipo. Como esta puede accionarse (moverse) desde la Tierra de manera remota, la NASA se comunica con el astronauta señalándole, a través de movimientos de la cámara, signos de un código hexadecimal, colocados convenientemente alrededor del equipo. Son 16 dígitos que corresponden a los números del 0 al 9 y se les agregan las letras de la A hasta la F, que sirven para simular un alfabeto que Mark traduce para comprender los mensajes que recibe.
Todo es resuelto con elementos reales y comprobables desde el punto de vista tecnológico y científico.
Tercer objetivo: llegar a tiempo al punto donde se va a realizar la próxima misión Ares IV, a 3000 km de distancia del lugar donde se encuentra.
Para hacer el recorrido Mark tiene un tiempo calculado precisamente y un vehículo de transporte por tierra con baja autonomía y que no desarrolla una gran velocidad, pero remedia los déficits con inteligencia científica, acoplando baterías de dos vehículos y cargando paneles solares para la recarga a lo largo del viaje, y ahorra energía instalando un sistema de calefacción dentro de la cabina del móvil, valiéndose de un sistema radiactivo (plutonio), que estaba enterrado como desecho y contra cierto protocolo, él recupera, no sin peligro. Todo calculado con precisión matemática.
El recorrido hacia el punto en el que se encuentra su vía de escape nos permite, además, contemplar el paisaje marciano con una descripción precisa de su geología y basamento en los mapas reales del propio planeta.
Y en la última parte del rescate propiamente dicho, aparece mucha más información científica de primer nivel: las maniobras espaciales, la fabricación de una bomba, la forma poco ortodoxa con la que Mark logra desplazarse hacia su salvadora, en medio del espacio, impulsándose mediante la perforación de su traje espacial.

Como he detallado, hay ciencia por doquier en cada una de estas peripecias finales y, en términos generales, totalmente verosímiles bajo la perspectiva de las ciencias, salvo unas pocas fallas, como la de la tormenta del inicio. Si bien puede suceder, fuentes científicas aseguran que nunca podría haber sido capaz de levantar piedras y polvareda, incluso al propio Mark que vuela por los “aires” al ser golpeado por una parte de la antena desprendida por el violento fenómeno meteorológico.
A esta altura del análisis, cabe mencionar que The Martian representa de una manera increíble la realidad científica de uno de los mayores retos a los que aún se enfrenta la humanidad: la conquista de Marte.
Del humor y la elegancia de la dirección de Ridley Scott, me remito, reconocimiento mediante, a la reseña de la película, publicada por Diego Pecchini en la web de la R24C, en febrero de 2016, que invito a buscar y leer completa (1). Allí el colega sostiene con énfasis:
Pero es el humor y el tono lo que la elevan y hacen que no sea una película más (…) La clave de The Martian es el tono, el ritmo, el humor pero no los gags fuertes, sino el humor presente constantemente en hasta las escenas más dramáticas y de suspenso. Mientras Matt Damon le habla a la cámara para no sentirse solo y nos explica cómo va resolviendo los obstáculos que se le presentan, la NASA acá en La Tierra discute sobre tiempos y formas de hacerle llegar ayuda y rescatarlo. Si prestan atención, el diálogo parece sacado de una sitcom de oficina.
Comparto sus conceptos y, además, reconozco el filme como un amigable y entretenido homenaje a la ciencia y al ingenio.
Esta y más notas en el Nro. 36 de la Revista 24 Cuadros
Notas
1- Reseña The Martian, disponible en https://revista24cuadros.com/2016/02/24/resena-the-martian/
Excelente artículo, muchas gracias. Sigan así
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