Los ilusos #29: la segunda ola está de fiesta

Hola, ¿cómo están? Sí, ya sé, pasaron varias semanas desde la última vez que salió esto. Como siempre, tengo cómo justificarme. No sé si lo notaron pero salió el especial de Ridley, más de 70 páginas dedicadas a un muchacho que hizo varias de las buenas. Si no lo leyeron, para mí esto del cine mucho no les interesa la verdad.
Dos cosas antes de seguir: recuerden que la revista es gratuita y nadie cobra un peso por hacerla. Al contrario, ponemos plata y trabajo encima para bancar el hosting, la corrección y la edición de cada ejemplar. No es tampoco que si mañana desaparecemos para ustedes sea un mundo mucho más triste y oscuro, eso ya lo sé, pero si quieren se pueden tirar un cafecito o aportar con algún morlaco para la revista.
Vuelvo entonces. Además de todo ese trajín que supuso preparar la salida del número, ocurrieron otras cosas. Me costó encontrar películas o cosas sobre las que hablar. Hay más de un motivo para ello; primero estuvo mi imposibilidad fáctica de ver todo lo que estaba saliendo; luego, la calidad de las cosas. En plena crisis global todavía por la pandemia, los servicios de streaming parecen estar rascando la olla. Pocas novedades filmadas en 2020 y un corto arrastre de la producción que quedó suelta en 2019. Nada muy destacable o estimulable al ojo de un espectador que trabaja todo el día y a la noche quiere disfrutar de algo para ver.
No quiero alertarlos, pero el panorama no es alentador. La salida del confinamiento solo parece un sueño posible para los países que regalan vacunas como si fueran pico dulces en el día de la primavera. No son la mayoría y, por supuesto, no somos nosotros. Quizá septiembre sea un horizonte mejor, nadie lo sabe y tampoco la cosa está como para andar ilusionándose.
Sin embargo, algunas cosas fui anotando y marcando para que podamos charlar hoy y en las semanas venideras. Esta entrega tiene una serie animada de Amazon, un true crime y una comedia escatológica; además preparé un pequeño apartado sobre el cine de José de Martínez Suárez; y, por supuesto, un libro para acompañar el asunto.
Para actualizar un poco, la cosa en el INCAA no viene bien. Las asociaciones un poco que se cansaron y directamente lo saltearon al amigo Puenzo. Le enviaron una carta a la Secretaría de Legal y Técnica de la Presidencia, Vilma Ibarra, al Jefe de Gabinete de Ministros, Santiago Cafiero y al Ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, para alertarlos del desasosiego y abandono que sufre el sector cinematográfico en nuestro país. Con todo incendiado, el planteo no parece ser una prioridad del gobierno nacional. Ayer, sacaron una comunicación alertando sobre el riesgo que corre el fondo de fomento. Parece mentira, se podía gestionar el INCAA peor que Haiek.
Ahora sí, comencemos.
Radar de novedades: The Sons of Sam, Invincible y Bad Trip
The Sons of Sam: A Descent Into Darkness es uno de los últimos docuthrilers o truecrime de Netflix. No es una novedad para un asiduo lector de la revista la pasión que nos generan este tipo de programas. Desde estas páginas hemos escrito y analizado el fenómeno antes que nadie, cuando era incipiente. También detectamos sus picos de calidad y, de forma reciente, nos explayamos bastante sobre su decadencia o, para no ser tan malos, amesetamiento.
En el núcleo duro de “El cuarto cerrado”, esta serie documental no encontró consenso. Un 50% se pronunció a favor y otro 50% en contra. Yo estoy del lado del voto no positivo.
La serie narrada por Paul Giamati y dirigida por Joshua Zeman toma como punto disparador los crímenes cometidos por David Berkowitz, más conocido como “El asesino del calibre 44” o “El hijo de Sam”. Berkowitz fue uno de los tantos asesinos en serie que cometieron sus crímenes en los 70 en Estados Unidos y que luego se volvieron símbolos de la cultura popular. El estudio de sus crímenes, los de Ted Bundy, Charles Manson y otros, fueron centrales para cierto tipo criminología por aquellos años. Los más avispados recordarán por ejemplo su mención y aparición en Mindhunter, la serie apadrinada por David Fincher que se inspiraba en la creación de una división especial del FBI que tenía como principal misión intentar entender el fenómeno de los asesinos seriales para poder anticiparlo.
Si bien el disparador del documental son los crímenes de “El hijo de Sam”, en realidad el protagonista del documental es el periodista Maury Terry, quien desarrollo toda una investigación muy profunda que buscaba ligar los crímenes de Berkowitz dentro de un ámbito más amplio y tenebroso. La teoría de Terry era que Berkowitz había actuado con más cómplices y que los crímenes se insertaban en el marco de una secta satánica.
El problema del documental para mi gusto radica en que las cosas que menciona Terry tienen mucho sentido, pero poco sustento probatorio. Todo termina siendo más la justificación o la reivindicación de un periodista obsesionado, que en su obsesión arruinó el caso más importante de su carrera y dinamitó su prestigio.
Así y todo hay que reconocer dos cosas saludables para el género: 1) la reconstrucción y el material de archivo están muy bien utilizados, visualmente el documental es bastante interesante y tiene un buen tratamiento; 2) tiene una duración razonable, 4 capítulos de una hora, que hacen no haya demasiado espacio para estirar y alargar la narración.
Mi voto no es positivo, pero les diría que la juzguen por ustedes mismos.
Invincible es la adaptación en forma de serie animada para Amazon Prime Video del comic de Robert Kirkman (The Walking Dead, Outcast), está producida por ese dúo adorable que son Evan Goldberg y Seth Rogen y el cast principal lo componen Steven Yeun, J.K Simmons, Sandra Oh, Zazie Beetz y Gillian Jacobs.
Si bien se la podría pensar en clave de “otra más sobre superhéroes mala onda”, va un paso más allá. Si The Boys estaba enmarcada como algo menos solemne e igual de sórdida que Watchmen, Invincible se da el lujo, gracias a los beneficios presupuestarios que permite la animación, de crear un mundo que va mucho más allá.
No tengo muy en claro qué tan parecido es al comic el arco argumental de la primera temporada, pero me da la sensación, habiendo leído bastante de The Walking Dead, que es la primera vez que algo basado en la obra de Kirkman se asemeja a su estilo y propuesta artística.
La primera temporada está compuesta de 8 capítulos de entre 40 y 50 minutos que cuentan el camino iniciático como luchador del crimen de Mark Grayson, el hijo de Omni Man, el superhéroe más poderoso del planeta. En el medio, los buenos -y el padre de Mark- no son tan buenos y la cosa se complica más de lo deseado. De lo mejor que vi en el año hasta el momento. Vale muchísimo la pena.
Por último, por alguna razón que no entiendo aún del todo, terminé viendo Bad Trip, una comedia o casi un especial de comedia de Erica André, dirigido por Kitao Sakurai. Y digo especial de comedia y no una película, porque es medio difícil pensar en Bad Trip como algo por fuera del consumo hogareño de plataformas, otrora quizá hubiese sido un telefilm, pero resulta raro verla como una producción que podría haber tenido distribución en salas.
Este delirio que juega con la cámara oculta narra los desvaríos de Chris Carey (André) para dar con su crush del secundario, María Li (Michaela Conlin). Junto con Bud Malone (Lil Rel Howery), Chris vivirá una serie de situaciones escatológicas y disparatadas en un viaje bastante delirante. No es mi estilo de humor y me costó muchísimo entrar, pero me llamó muchísimo la atención el tratamiento visual desplegado en varias secuencias por Kitao Sakurai y Andrew Laboy, el director de fotografía, de esta “cosa”. Laboy, según IMDB, tiene una interesante trayectoria como asistente y operador de cámara y este es su primer crédito como director de fotografía. Lo que hace es muy llamativo, la película tiene varios formatos y hay un trabajo increíble de la imagen digital con agregado de grano y corrección de color en post-producción. Se ve que dijeron “si tenemos que hacer esta pavada, juguemos un ratito”.
Misceláneas atemporales: algo sobre José Martínez Suárez
José Martínez Suárez es una de las personalidades más importantes en la historia de nuestro cine nacional. Es paradójico, pero este reconocimiento no le viene dado tanto por las películas que dirigió, como parte de uno de los cineastas englobados en eso que se llamó “la generación del 60” y el primer “nuevo cine argentino”, sino más bien por su trabajo como docente y formador de realizadores a través de sus afamados y conocidos cursos de cine y por su última labor como Presidente del Festival Internacional de Mar del Plata desde 2008 hasta su fallecimiento.
No dirigió muchos largometrajes, apenas seis: El crack (1960); Dar la cara (1962); Viaje de una noche de verano (1965); Los chantas (1975); Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976); y Noches sin lunas ni soles (1984). Pero sí fue un asistente de dirección muy activo entre los 50 y los 60, donde trabajó con muchos de los grandes directores del cine clásico argentino y algunos que luego serían congéneres (Lucas Demare, Manuel Romero, Torre Nilsson y Fernando Ayala) y también, por supuesto, con su cuñado Danyel Tinayre. Imagino que no debe haber ningún despistado leyendo esto, pero si hiciera falta decirlo, José fue (falleció en 2019, a los 93 años) el hermano mayor de Mirtha Legrand.
Varias cosas distinguían a José como una persona bastante querida en el ambiente. Por lo general, se destaca su amabilidad, su solidaridad y su trabajo como divulgador y generador de oportunidades para cineastas emergentes. De Campanella a Campusano, pasando por Lucrecia Martel o Ana Poliak, Martínez Suárez formó a muchísimos cineastas de los más relevantes de la historia reciente de nuestro cine nacional.
Dos documentales de reciente salida, Cine de pueblo, una historia itinerante y Soy lo que quise ser. Historia de un joven de 90, describen su vida y personalidad con un desarrollo interesante.
Sin embargo, insisto, poco parece hablarse de sus películas, el contenido de las mismas y su forma de hacer cine.
Si se comparan al azar El crack, Dar la cara y Los muchachos de antes no usaban arsénico uno encontrará tres películas profundamente argentinas y actuales. Martínez Suárez habla del deporte, de la vida y el paso a la adultez y de la vejez, con una lucidez y una universalidad que logra que las tres películas sean actuales y que los diálogos suenen verosímiles aún 50 años después. Si bien esto es un rasgo de varios cineastas de su generación, por su apego al realismo impulsado desde las nuevas olas europeas, en Martínez Suárez mi sensación es que aparece como algo mucho más «dado» y orgánico.
En El crack se hace mención al principio sobre cómo los jugadores de fútbol ya son lo que eran, ya no juegan por la pasión, sino por la plata, el negocio transformó el deporte. Dar la cara relata la vida de tres amigos que al terminar el servicio militar toman caminos distintos: el cine, la política y el ciclismo; en los tres casos la descripción de esos mundos luce universal, acertada y actual. Algo similar ocurre con Los muchachos de antes no usaban arsénico, su película maldita, estrenada al calor del golpe militar y con participación de Mario Soffici, que relata cómo una joven busca llevarse puesto el único refugio que le queda a tres hombres que viven en las sombras de la vida de una actriz retirada.
Hace unos años, Campanella hizo una remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico, se llamó El cuento de las comadrejas. Así como no entendió el guion de Luna de Avellaneda, a la luz de los cambios que introdujo en la historia, tampoco entendió la película de Martínez Suárez. .
No sé muy bien qué pretende ser este apartado. Quizá solo una breve reseña que ayude a conocer que quien no sepa mucho la obra de un cineasta que hizo películas con temas muy argentinos y con un grado de universalidad que supera cualquier barrera etaria. Si no vieron ninguna de sus películas, vayan que no se van a arrepentir.
¿Qué estoy leyendo? Otros mundos: un ensayo sobre el nuevo cine argentino, de Gonzalo Aguilar
Siempre es muy interesante cuando alguien que no viene del mundo del arte cinematográfico se sumerge en él para intentar entenderlo o tratar de sacar algunas conclusiones. Es el caso de Gonzalo Aguilar, prestigioso investigador y docente argentino, que ha centrado gran parte de su trabajo en el estudio del cine nacional.
En Otros mundos: un ensayo sobre el nuevo cine argentino, lo que intenta Aguilar es justamente caracterizar eso que fue llamado Nuevo Cine Argentino (NCA) a comienzos de los 90 y ponerlo en perspectiva con la tradición cinematográfica local.

Esto es significativo por varios motivos; primero porque, como movimiento, el NCA fue muy heterogéneo, más de lo que se piensa, con realizadores provenientes de diferentes sectores sociales, intereses y formas de hacer películas. Segundo, porque esa nomenclatura, además, también fue una cierta estrategia de marketing para posicionar a la producción nacional en el ámbito local y extranjero en épocas de destrucción del país. Tercero, es interesante pensar el recorrido ideológico y artístico de esos cineastas desde ese momento hasta el presente. Entender qué pensaban en ese momento, cómo se referían a sus películas y a la tradición nacional por aquel entonces, también explica cómo se generó una fractura importante hacia el final de la primera década de los 2000, con posicionamientos políticos y temáticos disonantes al interior de esa gran bolsa de gatos. Por último, Aguilar también hace un esfuerzo muy interesante por ubicar los paratextos de ese NCA: quiénes, desde dónde y con qué finalidades impulsaron el término.
Me explayaría más, pero gran parte de todo esto va a estar en el nuevo número de la revista. Ah, ¿vieron cómo ya se las vendí? Impresionante. En fin, uno de los pocos pero muy necesarios libros sobre la historia de reciente de nuestro cine nacional. Vale muchísimo la pena, no está por ahí, salvo algún que otro capítulo. Pero se lo compra fácil y barato. De hecho, me compré un ejemplar para tenerlo en físico y me lo vendió el mismísimo autor.
Y bueno, eso fue todo por esta vez. Nos vemos la que viene, ojalá que sea prontito y menos covideados. Cuídense, que está todo muy picante.
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