Los ilusos #24: Festivales de cine y otras yerbas

Hola, ¿cómo están? Espero que tan bien como Lula. La verdad que estoy shockeado, le anularon una serie de condenas por corrupción, entre ellas una por la dádiva de un triplex en el que nunca estuvo, donde nadie nunca lo vio y que no estaba a su nombre. Increíble.

Esta semana decidí hacer otra cosa. No hay películas, no hay libro, no hay recuerdos. Vamos de lleno a una escupida de palabras sobre un tema muy particular, del que escribí algo a principio de la semana que derivaron en algunas conversaciones privadas donde me convencí de que tenía sentido volverlo público.

Este espacio, así como se pensó, también es eso. Un lugar para el capricho y la autorreflexión. Hoy solo un poco de polémica que, como decía Truffaut, no hace daño.

Mencionaba entonces escribí una serie de tuits el lunes, que derivaron en una serie de conversaciones privadas con amigos/as y conocidos/as que me preguntaban qué quería decir o qué había pasado.

No pasó nada extraño o, mejor dicho, pasó lo mismo de siempre. Terminé una película y empecé con la titánica tarea que implica distribuirla y buscar una pantalla. Algo de por sí muy difícil en cualquier contexto en este país, pero mucho más cuando se realiza por fuera de los canales de producción habituales. En este caso, la cosa es más compleja. Se trata de una película bastante “cara”, para lo que implica hacerla con ahorros y guita prestada. Tampoco hablamos de tanto, o sí, qué sé yo, son 8 mil dólares más o menos. Si vale la exageración, nunca tuve tanta plata junta alguna vez en mi vida. No hay expectativas de recuperar lo que se puso y menos de ganar algo de plata, no se hace para eso. Pero sí está la idea, para qué mentir, de que si uno filma con constancia y lo hace cada vez mejor, las posibilidades de volver a hacerlo aumenten en un futuro. O sea, que obtener los recursos económicos para poder filmar sea más sencillo en la próxima oportunidad.

En Argentina se filma mucho y se muestra poco. Esa es la regla general. El INCAA tuvo una muy buena y variada política de financiamiento entre 2010 y 2017 aproximadamente. Todo eso mermó luego de la salida de Cacetta del INCAA con las operaciones mediáticas de por medio durante el gobierno de Mauricio Macri. Por supuesto, siempre la política del INCAA es perfectible y todo este período no estuvo exento de amiguismos y favoritismos.

Lo escribí en esta revista varias veces, en particular acá y acá.

El asunto es que esta nueva forma de producir que impone la industria es inviable. Lleva, necesariamente, a trabajar muy mal. Los tiempos son impracticables y la libertad para hacer está muy limitada. A lo largo de todos estos años de mi escasa vida profesional, sobre todo al comienzo, cuando era un joven entusiasta, hice un poco de todo: publicidad, rodajes pagos y algunos vía instituto. Nunca me sentí cómodo. No me considero un trabajador cinematográfico. No me atrae la idea de estar en un rodaje por el solo hecho de estar ahí y la verdad es que, sacando casos puntuales, la gente del medio con la que me he cruzado no me cae demasiado bien. Hay mucho ego y conflictos familiares no resueltos.

Durante los últimos años, las posibilidades del cine digital y el abaratamiento de los costos me llevaron a entender que prefería desarrollar mis propios proyectos, por fuera de los caminos de producción oficiales que tiene el medio en nuestro país. Esto fue en parte una decisión y en parte una necesidad. Lo intenté –y sigo intentando– todo, no sin antes recibir varios rechazos y frustraciones. También me jodieron y decepcionaron en alguna que otra oportunidad.

Hacer cine con amigos es divertido y revitalizante, pero no pagarle a la gente por su trabajo no está bien. Esto lo tengo clarísimo. Pasan los años y vivir pidiendo favores genera muchas contradicciones.

Ese camino me obligó a investigar más y conocer un poco mejor sobre cómo se mueven los círculos de la producción y la distribución en nuestro país. En su momento lo hice para planificar mis trabajos como estudiante y luego ya tratando de formar una carrera profesional. Una breve digresión, sobre eso también escribí un artículo en la página que cada tanto me piden que recuerde: aquí está.

En un país tan devaluado y empobrecido como el nuestro, los festivales internacionales pasaron a ser un factor clave en la producción, finalización y distribución de las películas. Un/una cineasta no vive solo de filmar, sino que además debe sobrevivir mientras escribe la película que sigue y busca poder realizar. Allí es donde aparecen los fondos para desarrollar proyectos. A su vez, terminar de filmar es solo el comienzo. Muchas veces los procesos de postproducción son muy caros y no alcanzan a cubrirse con los créditos y los subsidios. Lo mismo ocurre con el dinero necesario para solventar los envíos a los festivales y todos los materiales que hay que generar para acompañar al lanzamiento de un film (subtítulos, copias en DCP, discos rígidos, almacenamiento digital, etc.). Los festivales también ofrecen una gran ayuda, vía los laboratorios de proyectos y las secciones de work in progress. Por último, con la película bajo el brazo, un festival le permite al film encontrar públicos y mercados diversos, lo que aumenta su probabilidad de vida útil. De nuevo, la centralidad de estos espacios es notoria.

Esta suerte de festicentrismo les otorga a los organizadores de los eventos y a sus programadores un lugar determinante al momento de definir qué estilo de películas se van a apoyar, cuáles se van a difundir y cuáles no. Por lo general, los programadores también son críticos y a veces docentes. Es un grupo muy reducido de personas.

Estas personas se mueven en un ambiente y uno debe ir a buscarlas, llevarles su película e intentar convencerlos para que “te den una mano” y te permitan tener un mejor posicionamiento. Los festivales de cine apoyan de forma directa ese lobby, nadie lo esconde. En los principales eventos circula un listado llamado “Quién es quién” con datos de contacto de las personas que asisten a los festivales (programadores, periodistas, delegados regionales de festivales Clase A, distribuidoras, cineastas, etc.) y la idea es que se pongan en contacto entre sí.

Ese circuito, sostenido a lo largo de muchos años, hace que la etapa de programación de un festival sea una ficción. Los festivales tienen un calendario muy marcado, entre los más grandes intentan no superponerse entre sí y se pelean por tener los estrenos. Asegurarse en la programación la nueva de o tal película es el trabajo de los programadores. Por lo general, cuando se abren las inscripciones, la programación del evento ya está resuelta en un alto porcentaje.

Ingresar en ese porcentaje restante que queda libre es muy difícil y requiere de un ejercicio de persuasión, búsqueda y rosqueo de estas personas.

Por ejemplo, si ustedes tienen hoy una película y la quieren inscribir en San Sebastián deben tener 60 euros disponibles para pagar el fee (cuota de inscripción) del festival. Ese dinero no se recupera y es para UN solo festival, imaginen si piensan enviarla a muchos. Necesitarían no menos de mil o mil quinientos euros. ¿Cómo hace entonces un cineasta independiente, croto como quien escribe, para conseguir mandar su película allí? Bien, buscás el contacto del delegado del festival de tu región y ves si te logra enviar un código para que la inscripción de tu película sea gratuita.

Sobre San Sebastián en particular, vale una aclaración. Hace unos días envié un mail directo a la organización del festival por este problema. Me respondieron de un modo muy amable y me habilitaron una inscripción gratuita. Un oasis de buena onda en relación a otros espacios.

Decía que muchas de las personas que trabajan como programadores o delegados de festivales en el país son a su vez críticos y docentes. Tienen sus sitios web y páginas donde escuelas de cine publicitan y ponen dinero. El círculo es más reducido aún. No porque exista un negociado turbio e ilegal carente de toda ética, sino más bien por el simple hecho de que el vínculo entre quien elige las películas y el lugar de donde estas provienen es directo. Es una cuestión de privilegios, una palabra tan de moda últimamente. Y ya sabemos cómo funcionan los privilegios. Por lo general, quienes los ejercen no lo hacen adrede, sino que parten de conductas avaladas dentro de sus propios círculos sociales, en los que se desconoce el ejercicio de una autoridad frente a los demás.

Hace unos días, el último 8M, una crítica mexicana denunció una situación de abuso sufrida por el comportamiento de John Campos Gómez, crítico y programador de cine peruano, ahora ex-director del festival Transcinema de Perú y ex-programador del FIC Valdivia de Chile. El caso dejó entrever algunas cuestiones vinculadas con lo que estoy diciendo: muchas personas salieron a comentar cómo este comportamiento abusivo de Campos era llevado a su actividad profesional con apretadas para seleccionar películas, obligación de hacerte participar de uno u otro evento, etc. Muchas personas no se mostraron sorprendidas por lo relatado, conocían de su comportamiento, pero el lugar que este sujeto ocupaba, hacía que se mantuvieran en silencio. Este tipo de actitudes son el ejercicio de un pequeño poder, que avalamos todos y todas quienes jugamos de alguna manera el juego.

En un contexto como el que describí, no tener una llegada directa con tal o cual persona dificulta todo el recorrido, eso es insoslayable. Y, como en todo círculo con circuitos y roles establecidos, la única forma de entrar es a los codazos.

En el mundo de la producción sucede lo mismo. Si vos vas a una escuela diseñada para enseñarte a producir por dentro del instituto nacional, donde además quienes eligen los proyectos son o fueron tus docentes, la endogamia aparece como una consecuencia necesaria.

¿Todo esto se puede romper? Sí, claro, pero requiere de mucho esfuerzo, trabajo y concientización. Hace falta acordar sobre la existencia de esta problemática, cosa que no estoy seguro de que ocurra, para poder transformarla. También se necesita desarrollar una resistencia al fracaso y requiere, por supuesto, de talento. Siendo esto último algo que creo que a mí me falta.

A lo largo de mi experiencia profesional aprendí a sobrellevar estas cosas y a medir las expectativas. Este medio no está diseñado para quienes provienen de afuera. Hay excepciones, pero son eso, excepciones. También aprendí a no demonizar las reglas de un juego, que en definitiva uno elige si juega o no. Insisto, creo que debería ser diferente, pero es así y uno decide si estar adentro o no.

En algunas oportunidades debo confesar que lo intenté. Charlar con tal o cual, que vean tu película y ver si te dan una mano. No hay nada antiético o reprochable en esa conducta, pero no es para mí. Me cuesta, no me parece honesto tener que seducir a alguien para llegar a un lugar determinado. Tampoco soy de esa clase de personas que creen que el mundo les debe algo de por sí. Hay muchos de esos dando vueltas también, son tan o más insoportables que el estereotipo clásico de cineasta.

Por supuesto, no puedo negar u ocultar la frustración al ver cómo siempre se debe invertir más tiempo y esfuerzo por intentar ocupar lugares que no están pensados para uno, y también me molesta una contradicción latente de muchos sectores de la industria, privilegiados de por sí, escondidos detrás de colectivos y agrupaciones de realizadores, que se encargan de señalar los privilegios de una industria sin reparar en los suyos y cómo su utilización les permite sostener una carrera profesional. Es un poco extraño denunciar las reglas del juego y su injusticia mientras uno lo juega y se calla la boca cuando lo gana.

Mi caso personal está ahí, bordeando esa contradicción, y no tanto. Muy pocas veces me dieron una mano, pocas las pedí, y menos aún fueron los casos en los cuales pude superar ese cerco que nos separa respecto de aquellos para los cuales el juego está pensado. Así y todo, más lento de lo que a mí me hubiese gustado, es verdad, el camino dio sus frutos. A veces uno puede creer que podía haber merecido un poco más, pero quizá está bien lo que le toca o hasta recibió de más. No se puede hablar de justicia, cuando la justicia no está dentro de la lógica del comportamiento.

Si me permiten un consejo, creo que es mejor sincerar las reglas. Entender que hay un círculo integrado en su mayoría por periodistas y críticos vinculados con lo que fuera El amante que desde su nacimiento impulsó la FUC como el único lugar para estudiar cine y el único cine argentino posible. Esto se dio primero desde las páginas de su revista y luego desde los lugares que fueron ocupando sus escribas en los festivales de cine. La FUC, por supuesto, hizo lo que cualquier institución haría, que es buscar ser una hegemonía. Esto generó que hacer cine en Argentina sea más desigual. Si querés filmar y tener una carrera, “es el lugar al que hay que ir” se repite como un dogma hasta el cansancio. No veo algo muy reprochable en esa actitud institucional. Lo planearon y tuvieron éxito.

Donde sí veo una actitud reprochable es en el rol asumido por el Estado, que decidió hacer lo mismo y emplear una política similar para la educación pública cinematográfica, a través del financiamiento exclusivo de una escuela, la ENERC, y el abandono absoluto del resto de las instituciones educativas del país. El INCAA no piensa en otras escuelas o universidades para estudiar cine, tampoco lo hace el ENERC y tampoco lo problematizan sus estudiantes, salvo quizá cuando su escuela corre peligro. Ahí la solidaridad de la comunidad deviene en necesaria.

Existe una crítica muy liviana sobre este último punto en las asociaciones de cineastas que piden más federalización en el financiamiento del INCAA. Quizá sea porque en su mayoría están compuestas o dirigidas por egresados de la ENERC o la FUC. Es medio difícil pensar en ampliar las voces si no se le exige al Estado que apoye a las instituciones educativas de una manera más equitativa. Para producir, primero es necesario tener las herramientas. Salvo que en realidad lo que se pretenda sea reproducir la ya clásica historia del provinciano que viene a la capital, se ilustra y después vuelve al pueblo. Ojo que esto también es para pocos. Salir del pueblo requiere dinero, no nos olvidemos.

Insisto, no me parece que haya que hacer un juzgamiento desmedido sobre este diagnóstico. Eso depende de cada uno. Me gustaría que fuera diferente, sí, pero es así y nadie lo esconde demasiado. A veces se intenta disimular o se esconde detrás de proclamas vacías, eso sí me resulta molesto, sobre todo porque esa actitud proviene de los sectores pretendidos como biempensantes. A lo mejor la solución sea buscar correr el arco, crear el propio Idaho privado. Algo de todo eso es lo que me hace seguir apostando y dilapidar el dinero que ahorro en hacer películas intrascendentes y de dudosa calidad. El único camino posible es evitar la frustración. En mi caso, para eso está este espacio y la revista.