Rent-A-Pal: yo soy tu amigo infiel

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En El lenguaje de los nuevos medios, publicado en 2001, Lev Manovich describe cómo las aplicaciones de edición digitales abrevan en las viejas técnicas de edición de las cintas de celuloide. En mayor o menor medida, lo que estas herramientas proponen es tomar una secuencia determinada y separarla en partes para manipular su continuidad. Las aplicaciones de edición se erigen como dispositivos para componer narrativas. En otras palabras, Lev Manovich descubre que la operación de cortar y pegar —inventada por Larry Tesler y Tim Mott— se halla en el ADN de las producciones artísticas y culturales de nuestro tiempo, desde la música hasta el desarrollo de software, desde la poesía hasta el videoclip. Este paradigma surge de la mano de un cambio en los soportes de la información, donde se imponen los dispositivos de acceso aleatorio (como los discos rígidos) sobre los de acceso secuencial (como las cintas o los casetes). De este modo, determinados procedimientos físicos como la acción de rebobinar —devolver la cinta del carrete de recogida al carrete de suministro— mutaron en metáforas.

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Rent-A-Pal constituye un ejemplo magistral de este fenómeno. Rent-A-Pal es el primer largometraje de Jon Stevenson, quien además es autor del guion. La película contó con IFC Midnight como productora y se estrenó en septiembre de 2020. La historia de Rent-A-Pal se sitúa a mediados de los 90, en los últimos años del reinado del VHS. Su protagonista es David Brower (Brian Landis Folkins), un soltero cuarentón que vive en el sótano de la casa de sus padres. Comparte la vivienda con su madre (Kathleen Brady), quien padece de demencia. David dedica sus días al cuidado de la enferma. Su rutina consiste en alimentarla, entretenerla, asearla. En sus ratos libres trata de conseguir pareja mediante Video Rendezvous, un servicio de citas donde los candidatos hombres y mujeres se presentan mediante grabaciones de video que la empresa graba y distribuye según la coincidencia de intereses. David no ha recibido ninguna propuesta en los últimos seis meses. En la empresa le recomiendan volver a grabar su perfil. David visita el estudio de Video Rendezvous y, antes de marcharse, encuentra un videocasete que le llama la atención. Su título es Rent-A-Pal [Alquila-un-amigo]. Guiado por un impulso, se lo lleva a su casa. El anfitrión de Rent-A-Pal se llama Andy (Wil Wheaton) y se dirige a la persona delante de la pantalla en una suerte de interacción ficticia. Andy hace preguntas a su interlocutor y aguarda en silencio la respuesta mientras gesticula para fingir concentración. Incluso propone pasar el tiempo jugando una partida de naipes. Al mismo tiempo que David descubre a Andy, Video Rendezvous le presenta a Lisa (Amy Rutledge), una candidata que guarda ciertos intereses comunes con David. En la coincidencia simultánea entre Andy y Lisa, David se sitúa de golpe en una encrucijada. ¿Optará David por Lisa, que le abre una vía de escape a su rutina, o por Andy, que incentiva su soledad y alienación?

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Rent-A-Pal cuenta con todos los ingredientes para ofrecernos una comedia romántica. Sin embargo, prefiere cocer a fuego lento un thriller crudo, de humor retorcido. El motivo de esta inclinación subyace en el modo que narra la rutina: como una iteración fallida, un círculo infernal de torturas cotidianas, un eterno retorno —o rebobinado— de desgracias insignificantes. Todos los días, David cocina para su madre, miran juntos la misma película en VHS, la ayuda a ducharse, la acompaña a dormir. La madre evoca a la perfección escenas de su pasado. Repite de memoria los parlamentos de su película favorita. Sin embargo, la madre no reconoce a su hijo, David. Lo confunde con su esposo, Frank. Entre la rutina y la demencia, asoma el fantasma del incesto y se desdibujan las fronteras entre el amor y el resentimiento. La rutina es un mecanismo descompuesto que David no sabe arreglar. Al grabar su perfil para Video Rendezvous, David no logra expresar lo que siente porque eso supera los treinta segundos de grabación. Entonces se ve obligado a improvisar, a esbozar un montaje con lo primero que se le ocurre. Lo que construye de este modo es una figura fragmentaria, tartamuda, sin forma. Esa es la razón por la que David encuentra seguridad y comprensión en Andy. David puede rebobinar o adelantar infinitas veces la cinta de VHS de Rent-A-Pal para que Andy repita las mismas preguntas, las mismas expresiones exageradas, las mismas bromas de mal gusto, los mismos preceptos de autoayuda. De esta manera, al igual que su madre, David puede aprender de memoria los parlamentos favoritos de su amigo de alquiler. Al igual que su madre, David corta y pega secuencias de su rutina para recomponerla en un nuevo montaje cada vez más delirante, cada vez más demencial. La pantalla del televisor se transforma así en un espejo deformante en el que David se confunde con Andy.

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Además de una narrativa que rinde homenaje al lenguaje del VHS, Rent-A-Pal expone también el deseo de hacer palpable su materialidad, sus colores desvaídos, sus siluetas fantasmales, sus distorsiones aleatorias. La voz de los personajes se entremezcla con el rumor de los rodillos de la videocasetera, la impaciencia se alivia con los botones RW o FF, los momentos se rebobinan o se adelantan como secuencias deformadas en una pantalla de tubo. En este sentido, Rent-A-Pal elabora una verdadera hauntología de VHS que recuerda el trabajo del gran Joe Begos (cineasta sobre el que hace un tiempo escribí este artículo en nuestra querida 24 Cuadros). Siguiendo esta línea estética, la relación de amistad que el David de carne y hueso establece con el Andy de rayos catódicos constituye un homenaje a ese culto esotérico de fines del siglo XX que consideraba el televisor menos un simple receptor de señales que un auténtico umbral a otra realidad. De ahí que esos momentos en los que David asoma su rostro a la pantalla con la intención de fundirse con ella evoquen esa misma ansia que palpita en clásicos como Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), Videodrome (David Cronenberg, 1983) o TerrorVision (Ted Nicolaou, 1986).

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Mediante la evocación de un lenguaje extinguido —es decir, el lenguaje de ese dispositivo de acceso secuencial llamado VHS—, Jon Stevenson logra con Rent-A-Pal una hazaña estética: la genealogía del monstruo contemporáneo. No creo equivocarme al afirmar que David Brower está destinado a convertirse en el Norman Bates de esta era hauntológica, poblada de fantasmas distorsionados.