Los ilusos #39: Covid exploitation 

Hola, ¿cómo están? Espero que muy bien.  Por suerte todo está más calmo desde la última vez que nos escribimos. Pero no solo eso, esta vez pareciera que vamos a tener una primavera con “casi” plena normalidad. Justo cuando yo me había acostumbrado a quedarme los fines de semana jugando juegos de cripto ahora me quieren hacer salir. No hay derecho.

La previsibilidad de las últimas semanas y nuestra esperanza en que todo esto haya pasado también encuentra cierta respuesta en las carteleras de los cines, que acumulan nuevos estrenos todos los jueves. Hay ahí un fenómeno interesante, que pronto desaparecerá: films que no se estrenarían en salas comerciales en otros contextos y que con la pandemia encuentran más lugar. Pienso en películas europeas de las distribuidoras boutique, que por lo general habrían sido guardadas para alguna que otra sala frecuentada por la tercera edad y que se acomodaron en pantallas menos periféricas, y también en films como Undine, de Petzold o Las ranas, de Edgardo Castro, con lanzamientos impensados en la vieja normalidad. 

Como decía, de a poco esto dejará de pasar. Las distribuidoras majors estadounidenses, que acumulan en toda Latinoamérica una posición dominante y una relación simbiótica con los grandes complejos, ya saben que hay un público cautivo razonable como lanzar sus tanques. Marvel pasó la prueba de fuego con Shang-Chi, Warner con The Suicide Squad, Cry Macho y en unos días con Dune, y Universal esta semana acaparará el mercado con la salida de la última Bond, la demorada No Time to Die.

De acá a fin de año el escenario irá creciendo y creciendo. Estas lindas excepciones, habrán sido eso, cosas lindas en momentos de mucha confusión, que lograron hacerse un huequito. Al igual que en el resto de las cuestiones de la vida, quizá no salimos mejores. A lo mejor el mercado tiene una lección para darnos: todo seguirá como siempre.

Esa lección debería ser escuchada por el Estado y por nosotros, como comunidad de espectadores. Ya lo sabemos, pero vale repetirlo: hay públicos posibles interesados en films con llegada alternativa. “La gente”, esa que no tiene Letterboxd, también quiere ver otro cine, su problema es que no lo encuentra. A lo mejor, habría que fortalecer ese sistema alternativo y volverlo más accesible. Ustedes lo saben y yo también lo sé. Esto no ocurrirá. Pero bueno, gritar al vacío todavía sigue siendo gratis. Al menos por ahora.

Volviendo a nuestro tema, esta semana tengo algunos estrenos para comentar y también un tema en particular que me llamó la atención para pensar: cómo es, cómo será, cómo podría ser una representación del covid en el cine ¿Es muy pronto para pensar en eso?, ¿habría que esperar?, ¿qué podemos esperar de lo que vendrá?

Por supuesto, como siempre, esto cierra con un libro.

Radar de novedades: Cry Macho, The Card Counter y Prisoners of the Ghostland

Una muletilla de los últimos años dentro del reseñismo vernáculo es hablar de “dramas crepusculares”. El asunto de la utilización a mansalva de estos términos es que se desgastan y vacían de sentido su aplicación. Entonces, cuando estamos frente a una película como Cry Macho, crepuscular en esencia, referirse así a la película parece solo un eslogan. Algo similar ocurre con lo bizarro o lo kitsch.

La cuestión es que la última película de Clint Eastwood es eso por completo. Un film sobre el ocaso de un mundo, una vida, una visión del arte y del cine. Al igual que lo hizo con Gran Torino, Eastwood se está despidiendo. Por supuesto, uno podría decir que es como Los Chalcheros y que viene teniendo esta actitud en sus películas desde 2008, sin embargo, esta vez, a sus 91 años, sí podría ser el final.

En Cry Macho Clint hace una película imperfecta, extraña. Los primeros 20 minutos del film son complejos. Él está grande, le cuesta moverse, le cuesta actuar, el tono del relato está enrarecido. Sin embargo, una vez que esto se traza junto con el verosímil, todo comienza fluir y a funcionar de maravillas.

Es probable que muchas personas no “entiendan” la película. Las comillas son porque, por supuesto, no es que haya algo sumamente profundo que solo las mentes iluminadas podamos descifrar, sino porque el planteo es anómalo y en esa anomalía se juega la complicidad necesaria para subirse al tren de la diégesis que nos plantea el director o bajarnos y quedarnos mirando algo que pareciera dar vergüenza ajena. 

Vi dos veces la película en el cine. Recomiendo que se suban a la Eastwoodneta. Recomiendo, además, que piensen la película teniendo en cuenta una reinterpretación posible del western y del lugar que méxico y la frontera suelen ocupar en esos lugares. Hay una reinterpretación y una significación muy especial en ese espacio y en las cosas que allí, tanto buenas como malas, son posibles. El final del film es en ese sentido brillante. Una declaración de principios. Eastwood elige donde quisiera morir y cómo quisiera morir, él, sus personajes y su filmografía. Difícil cerrar una carrera casi perfecta como la suya. Si es la última, ¡qué manera de irse por favor!

Al que no le gustó nada Cry Macho es al amigo Paul Schrader, que anduvo cual tía abuela macrista despotricando en redes sociales contra la película. A favor del bueno de Paul, ya puede verse por ahí un screener en alta calidad de su último opus, The Card Counter, de reciente paso por el festival de Venecia donde compitió por el León dorado.

No soy un especialista en la filmografía de Schrader, he visto algunas de sus películas como director de forma salteada, pero puedo arriesgarme a pensar que este film tiene una línea común en género, estilo y tono con su anterior obra, la aclamada First Reformed

En ese sentido ambas películas podrían compartir un universo común en la crudeza de la construcción de los personajes y en la sequedad y violencia con las que ciertas escenas son resueltas.

Esta vez Schrader se centra en la figura torturada de los militares que han regresado de la guerra. El protagonista, interpretado por Oscar Isaac, es un exmilitar devenido en jugador profesional de póker. Un joven conflictuado, Tye Sheridan, se le acerca para pedirle ayuda y vengarse de un coronel un tanto complejo, interpretado por Willem Dafoe.

Al igual que en First Reformed, no hay forma de que la cosa termine bien para los personajes y el camino que toman constituye indefectiblemente en un espiral de descenso hacia una violencia muy cruda, pero a la vez muy verosímil.

Más allá de que la película puede ser un poco redundante y pecar de cierta “pretensión”, todo indica que Schrader logró reinventarse en esta nueva etapa de su carrera como director, luego de algunos bochornos como Dying of The Light,  encontrando un tono justo y un público expectante para sus películas. Lo celebramos.

La que no me gustó casi nada es Prisoners of the Ghostland, la tan ansiada colaboración entre el impredecible Sion Sono y el resucitado Nicolas Cage. De nuevo, no soy un especialista en los films del nipón. Tiene una cantidad de películas inabarcables desde el 2000 en adelante y solo he visto alguna que otra cosa que nos ha llegado a estos lares gracias al BAFICI o al Festival de Mar del Plata. 

En este caso, Prisoners of the Ghostland es una película donde uno puede detectar cierto humor y estilo de retratar la violencia del Sion Sono, pero hay algo de esa expresividad que no parece cuadrar del todo cuando se efectúa una trasposición directa con intérpretes occidentales. Pido disculpas si esto puede llegar a resultar ofensivo, no es mi intención. Pero es probable que como espectadores occidentales aceptemos cierto código en el verosímil de la extravagancia oriental, que no nos resulta tan orgánico cuando lo vemos reflejado en intérpretes de nuestro lado del mundo. Quizá por eso es que señalaba, incluso anticipando y esperando los llamados momentos de “cage rage”, la película me resultó todo el tiempo fuera de tono y registro. 

Por supuesto, no hay dudas de las habilidades de Sion Sono, que sabe filmar acción y muy bien. Técnicamente la película es impecable y tiene momentos donde la fotografía es gloriosa. Imagino que para otro tipo de espectador la película será mucho más disfrutable de lo que fue para mí.

Y sí, si no les dije nada sobre la trama es que es un delirio tan increíble, que ni sé cómo resumirla de un modo coherente.

Misceláneas atemporales: covid en el cine, diferentes aproximaciones

Bueno, sabrán disculparme. No propongo acá ponerme a establecer reflexiones epistemológicas sobre cómo será el arte en la postpandemia ni nada de eso. No soy Adorno y tampoco tengo semejante intelecto. Sí me parecía interesante, de un modo más lúdico y menos pretencioso, pensar un poco cómo se ha ido incorporando la cuestión de la pandemia y el covid a las narrativas cinematográficas contemporáneas. 

En menos de dos años, muchos films han salido al calor o en el contexto de un evento que ha cambiado nuestra vida por completo. Por supuesto, yo decía al comienzo de esta edición que es muy probable que la nueva normalidad sea muy parecida a la vieja normalidad, sin embargo, no hay dudas de que en el medio entre el entrar y salir de la pandemia algo fue diferente. Ese diferente, en tiempos de la inmediatez del digital, ya está siendo abordado con diferentes acepciones.

Por un lado, yo separé lo que podríamos llamar películas de cuarentena: films hechos desde el encierro, con la tecnología o los dispositivos a disposición. En esta “categoría” entrarían todas las películas con dinámica de zoom o videollamadas. Hay muchas, de todos los géneros y estilos. En Argentina una bastante popular fue Los amigos del anillo, de Diego Labat y Agustín Ross Belardi. A nivel internacional, quizá el mejor exponente sea Host, de Rob Savage, estrenada en la plataforma de terror Shudder, y de reciente salida por estos territorios gracias a su incorporación en el catálogo de Netflix.

Por lo general, en este tipo de películas lo que prima es la idea de “premisa”, el chiste de qué tan creativa puede ser una producción que se basa desde lo estético y lo narrativo en las herramientas de comunicación durante el aislamiento. Muchos de los festivales desarrollados durante el 2020 tuvieron secciones específicas para este tipo de películas, filmadas bajo estas modalidades y códigos narrativos.

Otro tipo de films, similares, pero diferentes, podrían ser las películas hechas a partir de la cuarentena. Obras que ya no buscan incorporar los dispositivos del encierro, sino narrar la vida de las personas a partir del aislamiento. En este tipo de películas por lo general lo que encontramos son vivencias y diferentes formas de transitar la pandemia. En la mayoría de los casos estamos frente a ensayos o documentales que mezclan el registro directo con el archivo personal y público, para narrar a partir de esta situación excepcional. Pienso en algunos cortometrajes que tuvieron alta difusión por su exposición en plataformas o festivales como Four Roads, de Alice Rohwacher o In My Room, de Mati Diop.

Luego, tenemos lo que podríamos denominar películas covidexploitation, es decir, films de explotación sobre la situación actual. Acá hay algunas cuestiones interesantes, tenemos desde películas de bajo presupuesto ya filmadas a las que se les agregó alguna subtrama “covid” para venderla, hasta películas desarrolladas y estrenadas durante el transcurso de la pandemia y que se encargan de proyectar visiones distópicas del mundo a partir de la llegada virus, su propagación y sus posibles mutaciones. En esa línea, la película más notable al respecto es Songbird, una bosta inenarrable, con muy pocos pasajes bien filmados, que cuenta una serie de historias que transcurren en durante el Covid-23. Por supuesto, quien más sino Michael Bay podía ponerle plata a esto. Pero eso no es todo, se ve que la pandemia le pegó a los bolsillos de todos los artistas en el mundo, incluído Hollywood, porque Demi Moore, Craig Robinson y Bradley Whitford se prestaron para “actuar” en este delirio.

Por último, podríamos hablar de películas con temática covid, es decir, films convencionales, donde el modelo de producción no está alterado por la pandemia pero donde esta forma parte de la trama. Se trata de relatos donde el covid integra la diégesis. Estos casos son los más interesantes porque es donde creo que más podemos encontrar relatos de ficción que dentro de algunos años nos permitirán mirar hacia atrás y comprender mejor que es lo que estaba pasando. Además, se trata de obras en las cuales la pandemia es solo un contexto, una carnadura para ocuparse de otros subtextos. De este estilo hay dos films, más o menos recientes: Togehter, de Stephen Daldry y Help, Marc Munden.

En Together James McAvoy y Sharon Horgan son una pareja rota, que solo se mantiene viva por la inercia, y que el aislamiento forzado pone en jaque. Stephen Daldry, director de Billy Elliot, Las horas y El lector, se saca las ganas y hace su película más “teatral” hasta el momento. En esencia, Together es teatro filmado ¿Por qué? básicamente porque ni la cámara, ni el espacio, ni el decorado narran; todo se apoya en las actuaciones/monólogos de los interpretes que de manera constante rompen la cuarta pared e interpelan al espectador.

En Help la cosa es bien distitna. Munden, una de las cabezas creativas de la versión inglesa de Utopia, construye una película que pasa por muchísimos géneros y estadíos. Sarah (la brillante Jodie Comer) es una joven que consigue trabajo después muchos intentos en un asilo/clínica de Liverpool. En ese hogar conviven muchas personas: ancianos, enfermos terminales y pacientes de salud mental. Durante su estadía, Sarah comienza a desarrollar una relación platónica con Tony (Stephen Graham), un paciente de salud mental con un pasado complicado, pero que a la vez es muy amable y gentil. En el medio de todo esto estalla la pandemia y vemos su peor cara: hospitales saturados, gente que no llega a ser atendida, muertos por todos lados, etc. Sarah vive esto en primera persona y es ahí donde la focalización transforma a la película en un film de terror, hay una escena en particular que mamá… A diferencia de Together, en Help el uso de los lentes, los encuadres, el espacio, la fotografía, los desplazamientos… En fin, todo lo que hace a la puesta en escena cinematográfica, está puesto al servicio del relato y la película es poderosísima. 

La pregunta que nadie puede responder hasta el momento es qué tan coyuntural serán estos relatos de acá a, supongamos, veinte años ¿Tendrán algún valor como testimonio?, ¿serán olvidados muy rápido? Difícil saberlo, tiendo a pensar que dentro de todas estas películas clasificadas de forma caprichosa las que tienen mayor aptitud de sobrevivir cuando todo esto termine son las películas hechas a partir de la cuarentena y las de temática covid. Me parece que en el ensayo como una idea de la representación de un mundo en un momento dado, pero que a la vez lo trasciende, y en las narraciones de ficción que logran hacer de la pandemia un texto para luego construir su propio subtexto, es donde el arte cinematográfico se vuelve más libre y tiene más chances de generar relatos que conecten con diversos públicos a lo largo de los años.

Habrá que ver que pase. Seguro me equivoque.

¿Qué estoy leyendo? Historia(s) del cine, de Jean Luc Godard

El libro de esta semana es este “poema-ensayo” de este nonagenario de la nouvelle vague. Los textos fueron compuestos a partir de unas conferencias dadas por el cineasta en 1978, que luego se acumularon con otros materiales durante veinte años hasta su publicación.

¿Por qué este libro? No sé si hay un porqué, pero podríamos decir que si esta columna piensa algo sobre cómo será vista la representación actual de este fenómeno tan coyuntural que estamos viviendo, quizá valga la pena mirar al pasado para ver cómo otros acontecimientos fueron descriptos, pensados y cómo esas ideas luego perduraron en el tiempo. 

No sé viejo, no tengo mucha idea. Solo me pareció pertinente.

Acá lo pueden descargar gratis.

Y bueno, eso es todo. Nos vemos la próxima. Cuídense y aprovechen la primavera. O sea, vayan a encerrarse en una sala ahora que se puede.