Late Night with the Devil: devoción por los fantasmas catódicos

Palabra del señor

Dijo Stephen King sobre Late Night with the Devil: “Brillante. No pude despegar los ojos de la pantalla. Los veredictos podrán variar, pero lo cierto es que deben verla cuanto antes.” Sabemos que el señor King no siempre la pega. Pero su opinión pesa. Y eso ayudó bastante a la película a convertirse en tan poco tiempo en un fenómeno que aspira a situarla entre las mejores cintas de terror de este 2024 despiadado.

Sus guionistas y directores son Colin y Cameron Cairnes, cineastas australianos fanáticos del terror de los setenta y los ochenta. En una entrevista, los hermanos Cairnes comentaron lo siguiente: “Nuestra experiencia fundacional en el cine fueron las mismas: las clásicas películas de acción y aventura de los 80, Spielberg, Dante y las películas de terror de Craven, Carpenter y Cronenberg.” Cameron señaló The Texas Chain Saw Massacre como su película de terror favorita. Colin, por su parte, optó por las obras que Cronenberg, Carpenter y Romero produjeron en los años 70 y 80.

Estos pocos elementos bastan para anticipar la estética que predomina en Late Night with the Devil: la resurrección de una época dorada. Pero lo interesante de este ejercicio es que aquello que devuelve la vida al pasado no es la voz narradora, sino su soporte físico: la materialidad añeja y desgastada del videotape. De este modo, lo que regresa no es una imagen de la memoria, sino un fantasma analógico, distorsionado, de baja definición. En esta tarea tan sutil, Late Night with the Devil juega a hacer cine hauntológico como lo hacen, por ejemplo, Censor de la directora galesa Prano Bailey-Bond, Come True del canadiense Anthony Scott Burns, o Historia de lo oculto del argentino Cristian Ponce.

De hecho, entre Late Night with the Devil e Historia de lo oculto las coincidencias son tantas que, por momentos, se generan entre ambas ciertas fallas de sintonía que producen imágenes superpuestas, contornos inasibles, figuras que parecen oscilar entre la tímida influencia y el plagio descarado. Sin embargo, resulta evidente que las dos películas abrevan de una misma fuente: Network, aquella obra maestra de 1976 dirigida por Sidney Lumet. Quizá muchas de estas similitudes deriven de ello. No estoy seguro. La discusión en este aspecto queda abierta.

Conversaciones en vivo con el diablo

Late Night with the Devil muestra los videotapes hallados de la trágica emisión en vivo de Night Owls with Jack Delroy, ocurrida el 31 de octubre de 1977. El anfitrión del programa, Jack Delroy (David Dastmalchian), viene de capa caída luego del fallecimiento de su esposa, Madeleine Piper (Georgina Haig), y necesita levantar el rating. Por ese motivo, la noche de Halloween de 1977 conduce una emisión especial dedicada a lo paranormal. Invita a Christou (Fayssal Bazzi), psíquico que contacta con espíritus, a Carmichael Haig (Ian Bliss), antiguo mago dedicado a desenmascarar farsantes, a June Ross-Mitchell (Laura Gordon), parapsicóloga y autora el libro Conversations with the Devil, y a Lilly (Ingrid Torelli), sobreviviente de una secta suicida y al cuidado de la parapsicóloga. El tema central del programa es Lilly, quien alega estar poseída por un demonio al que llama “Mr. Wriggles” y que bien podría traducirse como “Señor Retorcido”. Para probarlo, Jack Delroy propone a la parapsicóloga y a la adolescente realizar una conversación en vivo con el demonio. Este hecho, que al principio parece un montaje televisivo, desencadenará consecuencias terribles para Jack Delroy  y sus participantes.

Uno de los puntos fuertes de Late Night with the Devil es David Dastmalchian. Su presencia es un imán. Es fascinante la manera en que apela a los manierismos típicos de los anfitriones de los talk-shows de aquella época. Pero no solo eso: hay en la hospitalidad impostada del personaje una oscuridad latente que asoma de manera constante en silencios, vacilaciones, deslices que asoman de tanto en tanto. Así, la figura impecable del hombre de televisión se resquebraja, revela grietas por las que se filtra un trasfondo oscuro ante la audiencia presente en el estudio.

El otro pilar de Late Night with the Devil es, por supuesto, la composición de la imagen. La película no solo reconstruye la atropellada dinámica de un programa de televisión en vivo, sino que además resucita con audacia aquellos fantasmas de baja definición, desteñidos, traslúcidos, llenos de aberraciones que solían ser los visitantes habituales de aquellos viejos televisores a todo color de fines del siglo XX y que hoy, a la helada distancia de nuestros black mirrors en 4K, nos transmiten una remota incertidumbre, una lejana inquietud.

Pegados a la pantalla

Late Night with the Devil es una muestra de amor incondicional y desgarrado por la televisión, que ya aquel clásico de clásicos llamado Network había demostrado en su época. Pero Late Night with the Devil es también deleite por el weird de The Twilight Zone, por los efectos prácticos —a veces descaradamente desprolijos—, por el extraño desasosiego que se desprende de las cintas electromagnéticas y de las pantallas de tubo. Por todas estas razones es que deberían ver Late Night with the Devil cuanto antes. Y luego, por estas mismas razones, deberían volver a ver —o no perderse— Historia de lo oculto, la pionera, la argentina, la que llegó antes que nadie a expresar esta profunda devoción por los fantasmas catódicos.