Los ilusos #37: Plata dulce

Hola, ¿cómo están? Espero que muy bien. Crucemos los dedos, no la agitemos mucho, pero parece que esto está mejor y la luz al final del túnel está más cerca de lo que presagiaba Michetti. Esta vez de verdad.

Los cines están abiertos y con los protocolos consolidados. Los ciclos y salas alternativas también volvieron. Hay estrenos todas las semanas y grandes películas se acercan en los próximos meses. Todo viene siendo bastante auspicioso, salvo, por supuesto, en nuestro país. El silencio de radio inexplicable por parte del INCAA continúa. El Ministerio de Cultura lanzó esta semana un programa para ayudar a reactivar el sector que, más que un paliativo, sirve como ejemplo de un diálogo político que parece estar quebrado por completo. No se entiende nada. Ni el silencio oficial, ni las disputas internas, ni la lógica del Ministerio de Cultura de intervenir pero no terminar de tomar la decisión política que a esta hora parece inexorable: el recambio de autoridades.

Las últimas semanas me tuvieron ocupado preparando y ajustando el lanzamiento de nuestro número 37, dedicado al cine nacional y al catálogo de nuestra plataforma vernácula, Cine.ar. Este número está planeado desde abril/mayo de este año, luego de tener más o menos ordenado el especial sobre Ridley Scott. A lo largo de estos 4 meses con Castaño siempre tuvimos un miedo: que la coyuntura nos pase por arriba. Esperábamos que nuestro diagnóstico sobre el escenario actual pudiera modificarse de forma drástica. Lamentablemente, no pasó. Por el contrario, todo empeoró.

El nuevo número me pone muy orgulloso. Es una revista muy completa, con artículos temáticos y con toda una selección de reseñas publicadas en la web, que otra vez harán que el ejemplar esté más cerca de ser un libro que una breve publicación. Quién dice, a lo mejor eso es una señal que ya atendimos. La calidad del especial se refleja también en la de los artículos de la página y en las métricas del sitio, en franca expansión año a año. A veces rezongamos porque pensamos que por el esfuerzo que implica hacer todo esto deberían leernos más, esta vez no lo haré. Las cosas marchan como deberían.

Volviendo al tema en cuestión, el futuro indica que los meses que siguen, y quizá los próximos años, reservarán la praxis cinematográfica para unos pocos. Primero, para aquellos que pueden comer y tener un techo todos los días, elemento que excluye al 40% de la población argentina; segundo, para aquellos dispuestos a arriesgar la precaria estabilidad económica que puedan conseguir en pos de generar una película; por último, también estarán aquellos, un sector minoritario y privilegiado, dispuestos a arrojar algunas chirolas en este noble arte. Veremos si quienes hacemos esta revista podemos encontrar algún lugar entre el primer y el segundo grupo. Estamos acostumbrados a hacer con poco, porque, como rememoran en los pasillos del IDAC, cuando no había un carajo, hacíamos cine con un carajo.

Esta semana traigo algunos estrenos, un segundo apartado con apuntes sobre el realismo en el cine y, como siempre, un libro.

Sin más dilaciones, empecemos.

Radar de novedades: Reminiscence, The Green Knight y Coda

No creo que sea un secreto a voces que en esta revista queremos mucho a Nolan y a su hermano menor Jonathan. Tampoco lo es nuestro cariño profeso a Westworld, la adaptación contemporánea de la obra del médico, escritor y cineasta Michael Crichton, que Nolan pequeño desarrolló junto con su esposa Lisa Joy para HBO.

También debo decirlo, Lisa me cae 10 puntos. Debo ser uno de los pocos que siguió con entusiasmo Pushing Daisies y se lamentó con su cancelación; y también soy un soldado del querido Michael Westen, el espía “quemado” por la CIA que interpretaba Jeffrey Donovan en Burn Notice, serie creada por Matt Nix, pero que escribiera y produjera la propia Joy.

Toda esta perorata es para mencionar que cuando me enteré de la existencia de Reminiscence, ópera prima de ciencia ficción de Lisa Joy, protagonizada por Wolverine, o sea Hugh Jackman, solo podía esperar lo mejor. Con el correr de los meses mi entusiasmo decayó, la película no salió en streaming y se estrenó con comentarios “no muy buenos” en algunas partes del mundo, y cuando finalmente llegó a las salas argentinas la cosa tenía un tufillo que ya no olía bien. Sin embargo, más por el hecho de pisar una sala de cine que otra cosa, decidí darle una oportunidad a la muchacha y fui hasta el cine más cercano de mi casa.

No quiero ser injusto con la buena de Lisa, pero digamos que la película tomó las peores cosas del mundo “exterior” de Westworld y olvidó todas las buenas. La película es torpe, sobre explicada a más no poder y se hace tan larga como obvia. Además, se ve todo bastante barat para una película de su envergadura, más teniendo en cuenta el resultado visual que ofrece en televisión una serie como Westworld. Es difícil saber si la pandemia afectó al proyecto o no, espero que sí, como para que sirva de excusa al momento de expiar las culpas de su realizadora.

Grosso modo el plot nos presenta a Bannister (Jackman), un exsoldado norteamericano de una guerra en un futuro no tan lejano, que vive en una Miami veneciana luego de un desborde del Pacífico y lucra con máquina, mediante la cual puede guiar a las personas por sus recuerdos y ayudarlas a revivir sus momentos más felices. En medio Bannister se enamora de Mae (Rebecca Ferguson), una cantante de cabaret que, como buena femme fatale, no es quien dice ser. Un día Mae desaparece y eso obsesiona a Bannister con buscarla incansablemente, pese a que todo el mundo le dice que la olvide. A medida que el exmilitar hurga en el pasado de su amada la red de mentiras sale a la luz y la pesquisa va tomando cada vez más tintes neonoir.

El problema de este argumento a priori interesante es que el guion cae en todos y cada uno de los lugares comunes del género, sin reinventarlos ni ofrecer nada novedoso en ellos. Todo termina siendo muy acartonado y previsible.

Una verdadera lástima. Primero fue Tenet y ahora Reminiscence, la ciencia ficción esta vez no le sentó bien a la familia Nolan-Joy.

Caso raro es el de David Lowery, un cineasta independiente norteamericano que surgió al calor del movimiento mumblecore a comienzos de los 2000 y que muy rápido se acomodó a la pequeña gran industria del “indie” estadounidense con Ain’t Them Bodies Saints, y luego a Disney con Pete’s Dragon.

Con seguridad, la mayoría de ustedes recuerden a Lowery por una película muy chiquita, pero que con el correr de los años fue volviéndose bastante popular, en especial en los reductos cinéfilos, A Ghost Story, o en la que Casey Affleck es un fantasma con una sábana en la cabeza.

La interesante carrera de este cineasta desemboca ahora en The Green Knight, su película más grande y ambiciosa a la fecha y la adaptación del poema épico arturiano que narra las desventuras de Sir Gawain y su enfrentamiento con el Caballero Verde.

Leí muchas cosas por Letterboxd y redes sociales. Por lo general, me llamo a silencio, pero debo decir que un poco me abruma la cantidad de gente que se pasa la vida intentando pegar dos planos de forma decente (yo soy uno) y que con mucha facilidad sale a despotricar contra películas que podrán gustar más o menos, pero que tienen una envergadura cinematográfica incuestionable, como en este caso.

De seguro que a muchos de ustedes la película les guste más o menos, pero es innegable que visualmente la película es formidable. La fotografía, el arte y el vestuario brindan un tratamiento de color bellísimo, que se suma a como Lowery encuadra y luego yuxtapone cada uno de los planos de la película. Además, en ningún momento el director tiene pudor del género, abraza lo fantástico de un modo total y lo lleva hacia la epopeya sin renegar de ello, pero permitiéndose narrar algo en un tono propio, alejado de lo que podría ser esta película en manos de algún estudio para adolescentes.

La película se centra en cómo Sir Gawain (Dev Patel) debe viajar hacia la capilla verde a enfrentarse al Caballero Verde, un misterioso ser mágico que irrumpió en la cena de Navidad de la corte de Camelot con un desafío: alguien debía golpearlo del modo más fuerte posible y, a cambio, un año más tarde, el monstruo devolvería el golpe. Gawain acepta el desafío y decapita a la bestia, como para darle un golpe mortal y olvidarse del asunto, pero el Caballero Verde sobrevive y, un año después, el sobrino del Rey Arturo debe partir a su encuentro para que el golpe le sea devuelto.

Prometía ser una de las películas del año y para mí cumplió. Quizá se pincha un poco luego del interludio y a lo mejor podía ser un poco más clara y concisa en algunas partes, en lo personal nada de todo eso me molestó en demasía.

CODA es una de las indie del año en Estados Unidos. Ganó una parva de premios en la última edición de Sundance y también estuvo en Palm Springs, motivo más que suficiente para que la distribuya Apple Plus a través de su servicio de streaming.

CODA es una sigla que significa Child of Deaf Adults, y de eso trata un poco la película que dirige Sian Heder (Orange Is the New Black). Ruby (Emilia Jones) tiene padres (Troy Kotsur y Marlee Matlin) y un hermano mayor (Daniel Durant) sordos. Como es de esperar la vida de los cuatro es compleja, la familia tiene un negocio de pesca y toda una serie de actividades que suelen descansar mucho en Ruby, que actúa como una intérprete entre su familia y el resto del pueblo.

La película toma entonces esa premisa para hacer una suerte de relato coming of age. La joven descubre su pasión por el canto y quiere dedicarse a eso. Esto implica viajar a la universidad y dejar a su familia. Su hermano es inseguro, es el más adulto pero nadie lo toma como tal, en última instancia su hermanita menor siempre es la persona a la que hay que acudir. Los padres tienen miedo y preocupaciones económicas, sin Ruby todo será más complicado.

Con ese conflicto CODA logra convertirse en una película bastante clásica y apegada a las formas y estructura de ese tipo de relatos, pero funciona muy bien, gracias a que los personajes son entrañables. Por momentos parece una de Hallmark, es cierto, pero tiene algunas decisiones muy interesantes en lo relativo al uso del sonido y el punto de escucha (no podía ser de otra manera). Si les gustan estos relatos, la película es para ustedes.

Apuntes sobre el realismo II: el cine de Fernando Ayala

Escribí allá por el número 28 de esta columna algunas cuestiones vinculadas a pensar qué es el realismo (o realismos) en el cine y cómo impacta eso en la generación de públicos y su relación con las películas. Mi inacabado e incierto estudio sobre el tema me lleva a pensar que existe allí una relación directa. Que cuando las cinematografías les hablan a públicos determinados con la vocación de construir un mundo que el espectador pueda reconocer y apropiarse generan una mayor adhesión con ellos y con otras películas que detenten similares objetivos.

En esa línea, creo que el cine de Hollywood, tal como lo sostuvo Kracauer, ha tenido y sostiene un diálogo inter y metatextual permanente, y que de allí proviene gran parte del éxito como imposición hegemónica dentro de la cultura cinematográfica. También, algo que solo intuyo y puedo afirmar tibiamente, creo que el cine argentino, en especial desde los 80 a esta parte, se ha propuesto muy poco recorrer ese camino y de allí la vaguedad e inconsistencia con la que ha logrado generar públicos.

Me interesaba entonces detenerme un poco en la filmografía de Fernando Ayala, uno de los cineastas más importantes del país, con una carrera muy extensa y longeva, y con películas que en muchos casos han dialogado con la historia argentina y el devenir del país.

El ser argentino, las crisis económicas, políticas y las diferentes decadencias morales argentinas a menudo forman parte de la trama de las películas del fundador de Aries.

Hay un cine de los 80, muy claro, de una Argentina de fin y post dictadura militar muy claro en Plata dulce, El arreglo y hasta, por qué no, en Pasajeros de una pesadilla. En estas películas Ayala muestra la vida cotidiana de la clase trabajadora y media/media alta del país, sus costumbres, su forma de vestirse, de hablar y sus gustos. Sin embargo, hay algo muy llamativo, los espacios son confusos. El mundo donde transcurren las películas no queda demasiado claro y no hay referencias geográficas muy determinadas. Aparece el microcentro y la Capital, pero no sabemos si los personajes viven allí o en el conurbano. En El arreglo, esto es muy llamativo. El personaje de Rodolfo Ranni es un empleado municipal encargado de llevar el agua potable a un barrio, como la cuadra de los protagonistas queda en una separación entre dos municipios diferentes, algunos reciben el progreso del Estado, mientras que otros deben seguir esperando. El film es sobre cómo ante estas circunstancias un hombre común, trabajador y correcto puede corromperse. A pesar de ser un relato situado, nunca sabemos cuáles son los municipios en pugna. En Plata dulce ocurre algo similar, aunque toda la película nos transmite la sensación de que los personajes viven en algún barrio porteño, el personaje de Julio de Grazia, luego de endeudarse hasta la manija con productos importados, hace algo muy conurbano y se pone un puesto en plena ruta con un amigo para venderlos.

La referencia espacial afecta sobremanera la impresión sobre la película. No es lo mismo si los personajes viven en Lomas de Zamora, Avellaneda, Quilmes o Haedo. Tampoco si habitan un barrio de Capital Federal. La construcción de una lógica espacial es parte también de generar una identificación fuerte con el espectador.

Algo similar ocurre con algunos films más viejos de Ayala, que también mantienen una fuerte alusión a la historia contemporánea nacional. El jefe, El candidato o Los tallos amargos, más allá de tener, con más o menos cuidados, líneas de lectura antiperonistas, exponen ciertos conflictos y debates generacionales. Pero de nuevo, otra vez todo se diluye cuando se piensa en la reconstrucción de los espacios. En Los tallos amargos aparece sin embargo algo interesante, la casa de la familia del personaje que interpreta Carlos Cores está en Ituzaingó, y lo sabemos porque parte de la acción relevante para la trama es la estación de tren de esa localidad, y un cartel gigante, además, nos lo indica. Apostaría dinero que para la mayoría de quienes hayan visto esa película la existencia de ese cartel es un detalle más que significativo, algo que seguro perdura en la memoria. No importa si lo falsearon, si era o no esa estación, lo importante es que para el espectador hay una referencia espacial directa que le dice esta historia ocurre acá y este lugar es un lugar al que vos podrías ir. Podríamos pensar en cómo lo mismo opera en lo que hace Spiner en La sonámbula, con esas ruinas de Epecuén vestidas de Lanús, y que forman uno los detalles más recordados de ese film. Quizá el caso de Okupas, furor en las últimas semanas, sea el más notorio. Que la historia transcurra en San Telmo, que veamos el Docke –y que se lo nombre como tal–, que Ricardo afane en Plaza Houssay o se encuentre con Walter en Plaza Congreso, terminan siendo hechos decisivos en la conformación de esa diégesis, que como espectadores nos trasladan a un mundo que se siente más ajustado y transitable por nosotros.

El caso de Ayala y de muchas de sus películas, como podría pasar también con otros cineastas como Lucas Demare o Mario Soffici, ayuda a profundizar en varias líneas sobre un estudio posible de la forma de pensar el (los) realismo (realismos) en el cine y, en particular, en la cinematografía argentina. Tan importante como la caracterización de los personajes, sus problemáticas y sus mohínes, es el espacio donde ocurren los relatos y la posibilidad de generar un vínculo con ellos por parte del espectador.

¿Qué estoy leyendo? Cien años de cine argentino, de Fernando Martín Peña

En la víspera de un nuevo libro de Peña y del regreso de Filmoteca, y también como parte de mi trabajo de acumular textos de cara al trabajo de mi tesis de maestría, di con este libro editado en el año 2012 por Biblos, en el que Peña hace un repaso desde el presente por la historia del cine nacional, separando momentos y décadas bisagra.

No hay tantos «manuales» de historia de cine argentino. Este es uno, escrito por alguien que sabe y disfruta de divulgarlo, motivo más que suficiente para que lo compren, lo lean y adornen su biblioteca cinéfila. No se van a arrepentir.

Y bien, eso fue todo por esta semana. Nos vemos la que viene o la otra, o quién sabe. Veremos.

Cuídense mucho.