Los directores europeos y los Estados Unidos: dos tendencias

Son muchos los amantes del cine europeo, o mejor dicho, de cierto cine del viejo mundo: Rosellini, Renoir, Bergman, Varda, Truffaut, Akerman… la lista es grande. Claro que hay autores norteamericanos que también atraen la atención: John Ford, Cassavetes, Sam Peckinpah, Coppola, Scorsese…, parece que también aquí la lista es extensa.

Cabe una pregunta: ¿por qué muchos directores europeos vieron en Hollywood una meta por alcanzar? ¿Qué los atrajo? Porque, en general, fueron los europeos los que provocaron admiración con su arte y su estética a los realizadores americanos, ya desde el neorrealismo italiano, la nouvelle vague, el cine de Ingmar Bergman, el nuevo cine alemán o el dogma.

Existe la creencia de que el cine norteamericano es un entretenimiento, un mero producto comercial, y que el cine europeo es cine arte, de “autor”, cine que pretende reflejar la realidad. En esta categorización el cine estadounidense seguiría el vuelo de la fantasía de Georges Méliès, mientras que los europeos encarnarían la visión real, casi documentalista, de los hermanos Lumière. La relación relato-espectador podría llevar a pensar en una nota diferencial entre ambos. El cine americano maneja a la perfección la ecuación causa-efecto; a tal acción corresponderá tal reacción, el espectador podría, y de hecho lo hace, anticipar la próxima secuencia. Podrá acertar o no, pero el relato fílmico lo predispondrá a hacerlo. En cambio, la tendencia europea es comprometer más al espectador con el armado de la historia.

Un rasgo distintivo muy importante entre ambas industrias cinematográficas es el que identifica el rol del director. La posibilidad de la decisión sobre el montaje y el corte final ha sido, en general, muy limitada para los directores de Hollywood, mientras que en Europa el corte final ha sido habitualmente una facultad del director. Sería imposible pensar en el cine de Fellini, Antonioni, Carlos Saura o Ingmar Bergman sin esa facultad.

Desde ya que esta es una visión muy general del campo cinematográfico de ambas márgenes del Atlántico. Si observamos a grandes rasgos las tendencias estéticas y productivas de ambas, la creencia tiende a plasmarse en el análisis, pero como en todo orden, hay excepciones y detalles. No todo el cine de los EE. UU. es Hollywood (basta pensar en Woody Allen) ni es una industria que carece de marcas de autor. Así aparecen en escena John Ford, Clint Eastwood o John Cassavetes. Y claro está que existe mucha pantalla europea netamente comercial.

En barco o en avión

Ya en los comienzos de la historia del cine, a principios del siglo XX, los directores europeos, o tal vez mejor dicho los que hacían películas, miraban con interés la orilla opuesta del gran océano.

Seguramente el director más importante de este período inicial fue el alemán Ernst Lubitsch. Cuando hizo su primer viaje a EE. UU. ya había rodado numerosas películas en Europa, además de haber actuado en el Deutsches Theater de Max Reinhardt. Lubitsch fue uno de los directores más importantes del Hollywood naciente. Su carrera transitó el cine mudo y el sonoro. Llegó a ser supervisor de la Paramount, posición desde la cual pudo darles una primera oportunidad a jóvenes cineastas como Billy Wilder y Otto Preminger. Para evitar el control de la censura ideó una técnica que llegó a llamarse el “toque Lubitsch”, que consistía en sugerir más que mostrar aquello que podía ser censurado.

En la década del 10, la francesa Alice Guy, tal vez la primera realizadora de este nuevo lenguaje artístico, se estableció en la Costa Este de los Estados Unidos cuando aún no existía Hollywood. Tuvo un notable éxito, abordó temas poco comunes para la época como la cuestión femenina o el racismo. La aparición de un nuevo modo de producción, el largometraje, y los malos manejos financieros la fueron alejando de la pantalla.

Otros directores franceses fueron atraídos por América, Maurice Tourneur y luego Léonce Perret. Ambos tuvieron un destacado papel en el incipiente cine estadounidense, cada uno en su ámbito. Luego de un prolongado tiempo de trabajo en el nuevo mundo, cada uno retornó a su Francia natal donde siguieron filmando.

El ruso Sergei Einsestein viajó a EE. UU. en 1930, contratado por la Paramount. Dictó varias conferencias pero nunca llegó a filmar por los conflictos políticos que suscitó su presencia.

El devenir del siglo XX

La crisis económica en Europa, las persecuciones del nazismo y la guerra empujaron a muchos realizadores a emigrar. Algunos recalaron en México (Luis Buñuel) o Argentina (Daniel Tinayre, Kurt Land o Luis Mottura), pero la mayoría optó por intentar abrirse un camino en los Estados Unidos, la nueva potencia mundial.

Pueden distinguirse varios momentos precisos en que se producen oleadas de inmigración de directores europeos a Hollywood.

Un primer momento se ubica en las dos primeras décadas del siglo XX, cuando estudios americanos intentaron incorporar elementos destacados de su competencia europea. Allí además de los mencionados Guy, Tourneur, Perret y Lubitsch, cabe mencionar al inglés Charles Chaplin, el austríaco Erich von Stroheim (quien trabajó como actor y ayudante con David W. Griffith en El nacimiento de una nación e Intolerancia), el también austríaco Josef von Sternberg (descubridor de Marlene Dietrich, en la primera película sonora europea, El ángel azul, de 1930).

A principios de los 30, comenzaron a llegar a Hollywood artistas europeos que huían del nazismo así como de la guerra y las limitaciones que imponía, entre ellos Billy Wilder, Otto Preminger, René Clair, Jean Renoir, Ernst Lubitsch, F.W. Murnau, E.A. Dupont, Paul Leni, Michael Curtiz, Béla Balázs, Peter Lorre, Béla Lugosi, Paul Lukas, Fritz Lang y Alfred Hitchcock. Muchos se quedaron definitivamente de este lado del Atlántico y siguieron su carrera en Hollywood, otros retornaron a sus países de origen.

Entre los 50 y los 60, es el tiempo de cineastas que llegaban buscando nuevos rumbos y mejores recursos y otros que emigraban de los países del Este de Europa por razones políticas, como por ejemplo Roman Polanski y Milos Forman.

Los movimientos de realizadores y actores se sucedieron desde Europa hacia los Estados Unidos. Son muy pocos los casos de desplazamiento inverso y, en general, fueron de actores norteamericanos que viajaron a filmar a Italia o Inglaterra. No así los directores, con la excepción de Woody Allen, quien a principio de los 2000 dejó su entrañable New York y comenzó a filmar asiduamente en Europa.

Hacia el Hollywood del Siglo XXI

La década del 80 y el advenimiento de Ronald Reagan, hombre de cine él, marcaron la declinación del movimiento que se conoció como “Nuevo Hollywood”, una forma de producción que modernizó lo que se venía haciendo hasta la postguerra, un movimiento que había introducido nuevos temas y otorgado un mayor rol al director.

En los 80 aparecieron nuevos vientos políticos e innovaciones técnicas. Volvieron a Hollywood las grandes producciones y el manejo de grandes presupuestos. Durante esa época los estudios retomaron el poder del corte final y la decisión sobre el montaje.

Pese a este nuevo panorama desfavorable a los directores del “cine de autor”, los europeos, en mayor número aún, siguieron probando suerte en la “meca del cine” hasta hoy en día, con más o menos éxito, atraídos por un mercado muy potente, proveedor de ingentes recursos monetarios y de difusión.

Ya por los 70, Roman Polanski produjo un cimbronazo con Rosemary’s Baby, de 1968. Chinatown (1974) señaló uno de los hitos más importantes de la modernidad del cine de Hollywood. Su carrera en América quedó trunca después de la acusación de abuso de una menor y su consiguiente retirada a Europa. Nunca volvió a EE. UU. Para esa época Michelangelo Antonioni había sorprendido con Zabriskie Point (1970).

En 1996 Kenneth Branagh actuó y dirigió un memorable Hamlet, en coproducción inglesa con Columbia Pictures. El film es una versión completa de la obra de Shakespeare, dura 242 minutos. No tuvo éxito de público pero obtuvo cuatro nominaciones al Óscar.

El inglés Ridley Scott filmó una gran cantidad de películas en Hollywood, con notable éxito, Blade Runner, Thelma & Louise, Black Rain, American Gangster, All the Money in the World,entre tantas otras. Actualmente se encuentra en proceso The Last Duel, que tendría fecha de estreno para fines de 2020.

El británico Danny Boyle filmó en Hollywood y con buena crítica y premios Steve Jobs (2015) y 127 hours en 2010, película con la que obtuvo dos Óscar, como mejor película y mejor guion.

Paul Verhoeven es un director holandés, especializado en el cine de ciencia ficción, conocido por su utilización de la gráfica y el erotismo. De su paso por Hollywood se destacan RoboCop (1987), Total Recall (1990), Basic Instinct (1992) y Showgirls (1995), esta última fue un verdadero fracaso de público. Sus películas recibieron nueve nominaciones a los premios de la Academia.

Otro holandés que pasó por Hollywood es Jan de Bont, quien trabajó con Verhoeven. Llegó en los 80 y comenzó a trabajar como director de fotografía. En 1994 dirigió la exitosa Speed, protagonizada por Sandra Bullock, a la que siguieron Twister (1996), Speed 2: Cruise Control (1997), The Haunting (1999) y Lara Croft Tomb Raider en 2003.

Michael Haneke, el realizador austríaco de origen alemán, saltó a la fama internacional con La pianiste, adaptación de la novela de Elfriede Jelinek. Su incursión en el cine norteamericano es muy curiosa. En 2007 filmó Funny Games, protagonizada por la británica Naomi Watts. Lo raro es que se trata de un remake con guion idéntico al original, así como los mismos planos, encuadre y la misma puesta en escena de la película que filmó en Austria en 1997. Aparentemente esta jugada no le abrió el mercado americano que buscaba.

En 2014 Oliver Assayas tenía planeado comenzar a filmar su primera película en EE. UU., Idol’s Eye, con Robert De Niro, después sustituido por Sylvester Stallone, pero se quedó sin su productor principal y sin dinero.

Filmar en Estados Unidos no es lo único que han hecho estos cineastas. En muchos casos, persiguiendo un mayor prestigio, actores del Star-system también intentaron trabajar con los “autores” europeos. Kristen Stewart y Robert Pattinson, por ejemplo, buscaron salir del encasillamiento de estrellas adolescentes y se asociaron con Olivier Assayas (Personal Shopper, 2016) y Claire Denis (High Life, 2018), respectivamente.

Lars von Trier es uno de los nombres europeos que más sacudió la industria independiente norteamericana llevando y distribuyendo sus films al imperio y filmando con varias de sus grandes estrellas. Dogville, Antichrist, Melancholia, Nimphomaniac y The House That Jack Built son las películas en las que el danés dirigió a estrellas como Nicole Kidman, Willem Dafoe, Kirsten Dunst, Shia LaBeouf, Uma Thurman o Matt Dillon. Lo interesante en el caso de Von Trier es que ninguno de estos films se rodó en Estados Unidos.

El nombre más destacado en este aspecto de los últimos años es el del griego Yorgos Lanthhimos. El cineasta más renombrado de ese efímero movimiento denominado nueva ola griega realizó The Lobster, The Killing of a Sacred Deer y The Favourite, siendo esta última la película que le valió la nominación al Óscar en todas las categorías importantes. De esta triada de films protagonizada por estrellas de habla inglesa, solo The Killing of a Sacred Deer fue filmada en Estados Unidos.

La lista es larga. Estos son solo algunos de los cineastas que cruzaron el Atlántico para probar suerte en Hollywood. Habría que agregar a Wolfgang Petersen, Roland Emmerich, Renny Harlin, Fernando Trueba, Luc Besson, Marco Brambilla y unos cuantos más para completarla, pero esto amerita una segunda parte.

Esta y más notas en el especial en PDF de la Revista 24 cuadros

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