Too Old to Die Young: carnaval neo-noir

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Hace un par de años acudí a entrevistar a un escritor amigo para una revista literaria. Entre los numerosos temas que tocamos surgió la cuestión de la diferencia entre el cuento y la novela. En ese momento se me ocurrió comparar al cuento con el cine y a la novela con las series. El cine, al igual que el cuento, está obligado a ajustarse a ciertas líneas narrativas bien definidas y llevarlas a un desenlace más o menos coordinado. En cambio la serie, como la novela, admite una apertura indefinida que no solo aumenta el número de líneas narrativas, sino que además las entrecruza, las separa o las desarrolla en exceso o las interrumpe como por capricho. Desde ya que esta analogía, antes que una regla, es más bien un modelo de aproximación. Son muchos los ejemplos que no asumen una posición clara en este esquema y, por tanto, se convierten en excepciones. Pero hay otros casos, como el de la serie Too Old to Die Young,  que constituyen una prueba irrefutable de aquella equivalencia.

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Too Old to Die Young es una serie creada por Ed Brubaker y Nicolas Winding Refn y producida por Amazon Studios. Consta de diez episodios dirigidos por el cineasta danés. El argumento entrecruza numerosos hilos narrativos que en gran medida se enmarcan dentro del género neo-noir. Por esa trama teñida de neón circulan policías bufonescos, narcos mexicanos con delirios místicos, asesinos que se ajustan a un código de hierro, mafiosos jamaiquinos, la yakuza. En ese entrecruzamiento hay una evidente intención de liberar una multiplicidad de voces, un deseo de combinar líneas estéticas a la manera de lo que Mijail Bajtin definía como carnaval: un espacio donde lo refinado se hibrida con lo gore, donde lo clásico hibrida con lo pop, donde lo WASP (White Anglo-Saxon Protestant) hibrida con lo latino. Aparecen de este modo sicarios que filosofan en spanglish sobre la posibilidad de crear una red social por medio de la cual ellos podrían monetizar las sangrientas ejecuciones que, al fin y al cabo, la gente comparte gratuitamente por WhatsApp a la manera de videos snuff. Aparecen detectives que cantan loas a un comisionado que parodia a Hitler y que se comporta como el team leader bonachón de un call center. Aparece Hideo Kojima (sí, ese mismo, el creador de la mítica saga de videojuegos Metal Gear) con cara de samurái inescrutable. Y así la lista sigue. Todo Too Old to Die Young son combinaciones de este estilo que se multiplican al infinito.

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Dejando de lado la cuestión económica (fuerte aplauso para Amazon Studios por animarse a financiar este bellísimo delirio), Too Old to Die Young debe su existencia a una circunstancia fundacional de otra índole: la serie Twin Peaks creada por Mark Frost y David Lynch. Entre muchas otras cosas, las temporadas de 1990 y 1991 de Twin Peaks fueron las responsables de introducir el carnaval bajtiniano en el territorio de la serie televisiva. Pero a su vez, la posterior temporada de 2017 expandió los límites de ese terreno conquistado al transformar el libre juego narrativo en una exploración estilística. De este modo, si las dos primeras temporadas de Twin Peaks se pueden llamar surrealistas, de la tercera solo se puede decir que es lyncheana. Too Old to Die Young lleva en su sangre este mismo ADN. No es solo carnaval sino que también es la plasmación de las obsesiones estéticas de Winding Refn. Y quizá este aspecto señale el punto divisivo de la producción.

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Hagamos una breve retrospectiva. Winding Refn inicia su carrera cinematográfica contando historias de los costados marginales de la sociedad. El ejemplo inconfundible de este estilo lo constituye la trilogía Pusher (1996, 2004 y 2005), en la que los contornos de los personajes son bien nítidos y sus peripecias se narran de una forma cruda y acerada. Algo muy parecido a lo que Caetano y Stagnaro probaron acá en Argentina con Pizza, birra, faso (1998). Drive (2011) viene a marcar un punto de quiebre con este estilo. A partir de este momento, Winding Refn comienza a elaborar filmes sostenidos mucho más sobre una exuberancia visual que sobre las líneas narrativas o el desarrollo de personajes. En efecto, los personajes se tornan estáticos como las figuras de un cuadro hiperrealista y el relato se vuelve difuso, irregular como un esbozo de acciones que nunca alcanzan un clímax. Por este motivo, cierta parte de la crítica suele señalar a modo de acusación que sus dos últimos largometrajes, Only God Forgives (2013) y The Neon Demon (2016), poseen más estilo que sustancia. La certeza de esta aseveración depende de lo que se entienda como sustancia. Si asumimos que esta palabra refiere a la historia de una película, entonces la frase guarda su parte de verdad. Pero la misma acusación serviría también para empujar al cadalso varias obras de David Lynch, de Stanley Kubrick, de Wes Anderson y de muchos otros.

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Too Old to Die Young, en tal sentido, logra una convergencia de las dos etapas estéticas que definen la cinematografía de Winding Refn. Por un lado, revive ese gusto por contar historias del bajo mundo y, por el otro, proliferan sus obsesiones estéticas. El resultado es una profusión de destreza técnica y de narrativa experimental. Cada escena, cada encuadre, cada movimiento de cámara, cada color, cada luz, cada sombra, cada sonido, cada palabra y cada silencio están minuciosamente planificados. Los primeros cinco minutos de la serie son una soberbia declaración de principios. Los Ángeles. Madrugada. Música de sintetizadores (brillante el trabajo de Cliff Martinez en este apartado). El desierto mexicano pintado en un muro. Luces de neón que bañan la carrocería bien encerada de un patrullero. Las sombras que recortan las caras temibles de los oficiales Larry Johnson (Lance Gross) y Martin Jones (Miles Teller). El oficial Johnson se queja de su amante. Su compañero lo escucha. A la distancia, desde otro auto, Jesus (Augusto Aguilera) vigila a los oficiales. Pergeña su secreta venganza con la paciencia de una serpiente. En toda esa escena parece que nada sucede. Sin embargo, en ese triángulo de coordenadas germinan los primeros tambores del carnaval que se habrá de desarrollar a lo largo de diez capítulos con paso lento, barroco, que unas veces habrá de marchar con estilo, que otras veces habrá de marchar con sustancia, pero que avanzará siempre con un ritmo de trance.

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En resumen, Too Old to Die Young es un acontecimiento mayúsculo en este nuevo mundo cinematográfico llamado streaming. No solo es un experimento puramente winding-refniano sino que además es un salto acrobático que expande las posibilidades de contar historias para las pantallas de los smart TV, de las laptops, de las tablets, de los smartphones. En este sentido, es una jugada de riesgo que, como tal, cuenta con sus aciertos y sus errores. Pero estos aspectos solo cabe medirlos en función del grado de audacia que una obra despliega. En el caso de Too Old to Die Young, me animaría a decir que su temeridad se halla a la altura de un doble de acción: pisa el acelerador y se lanza a hacer piruetas mortales como las que hacía el personaje de Ryan Gosling en Drive. El dicho popular asevera que sin riesgo no hay ganancia. Y creo que en el arte nada es más cierto que este lema: jugar sobre terreno seguro en este campo no suele dar mucho más que ganancia monetaria.