Reseña: The Handmaid’s Tale
Es catastróficamente notable que una novela de 1985 sea adaptada 32 años después y no deje de ser actual. Margaret Atwood, una escritora y poetisa canadiense, no habrá imaginado que su novela ucrónica y casi de ciencia ficción se sentiría tan al pie de la letra. Basta un vistazo a las noticias y a las redes sociales (y por qué no, a las novelas negras escandinavas por ejemplo, que son bastante monotemáticas) para enterarse de que el odio a la mujer es un hecho corriente. Una secuencia normalizada.
En un mundo un poco menos ideal, esta reseña debería escribirla una mujer. No puedo evitar pensar que es parte de un todo que no tengamos ni una para redacción de la web. La búsqueda de espacios seguros también se reduce a eso. Es lamentable, es real y es consecuencia.
El cuento de la criada
La potencia de un alegato suele funcionar cuando activa un código emocional en el otro. Si entendemos que The Handmaid’s Tale nos está metaforizando la opresión de la mujer por el hombre con un escenario irreal, hay que hacer que ese escenario se asemeje lo suficiente a un algo familiar. En mi caso particular –en esta reseña hablo por mí mismo, Hernán Castaño, y puedo no estar representando la ideología de ningún otro redactor– fue una secuencia del segundo capítulo. Pero para que ustedes lo entiendan, debo contarles más o menos de qué la va la serie.
Estamos en la República de Gilead, antes conocida como Estados Unidos. En Gilead, un consejo de fanáticos religiosos ha tomado el poder luego de hacer volar el Congreso, el Tribunal Supremo y la Casa Blanca. Han instaurado una suerte de constitución basada en el viejo testamento para solucionar varios problemas que aquejan al mundo entero: una crisis bestial de natalidad, un aumento a niveles insospechados de la polución con desastres ambientales, y lo que ellos, los comandantes, consideran como un tremendo desdén de la sociedad por los valores morales tradicionales. El cuento de la criada nos relata, principalmente, desde el punto de vista de June Osborne/Offred (Elisabeth Moss que, aunque parezca imposible, está aún mejor que en «Mad Men») cómo el consejo soluciona el primero de los problemas, la crisis de natalidad. Mujeres probadamente fértiles son secuestradas y separadas de su familia. Las llevan a “Centros Rojos”, un eufemismo para “campos de concentración”, para ser reeducadas en su nueva función de criadas. Una criada pierde su identidad una vez que es destinada a un hombre perteneciente a la Elite, y pasa a llamarse como el nombre de pila de su ahora dueño. Offred, Of Fred. De Fred. Todas las criadas se llaman De Alguien.
Offred es destinada a la casa del comandante Fred Waterford (Joseph Fiennes) donde mes a mes, durante la peculiar y horrenda ceremonia (que coincide con el periodo de fertilidad) será violada por este para intentar que quede embarazada. Una vez que suceda este evento, el hijx será entregadx a la esposa del comandante, Serena Joy (Yvonne Strahovski), y la Offred será destinada a otra casa para volver a empezar el ciclo. El ciclo se ve claramente representado en el personaje que interpreta maravillosamente Madeline Brewer (que la vieron en Orange is the New Black y Black Mirror), la criada Ofwarren, que al comenzar la serie ya está en un avanzado estado de embarazo. En el segundo episodio vemos al grupo de criadas adiestradas por la Tía Lydia (Ann Dowd) siendo llevadas a una mansión de corte victoriano. Ofwarren está por parir. En una habitación separada vemos a las esposas de los comandantes de la elite haciendo una suerte de mímica de lo que sucede en un parto real. En una habitación, Ofwarren atraviesa las contracciones preparto, acompañada de Lydia, Offred y el resto de las criadas. Al momento de parir, las esposas se suman. Finalmente, Ofwarren tiene a su hija. Inmediatamente después, su bebé es entregado a la esposa del comandante, a la cual sirve. Este es el punto de quiebre. No solo por una cuestión ideológica y de todo lo terrible del acto de separar a una madre de su hijx. Como argentino no puedo evitar relacionar el acto, pese a sus diferencias cosméticas, con los secuestros de bebés ocurridos durante la dictadura militar. Toca fibras sensibles no solamente como padre, sino como militante de una ideología particular que busca la igualdad de géneros y que nunca vuelva a suceder lo que sucedió en Argentina. Lo conecto con la obra de Atwood, que es de 1985, el mismo año que salió La Historia Oficial. No puedo saber si hubo alguna suerte de inspiración. Pero en cualquier caso, la conexión la hago yo. Y ese es el código ético que toca en mí. Y que perdura.
El potencial de realismo
The Handmaid’s Tale está estructurado como un relato de ciencia ficción. Nadie podría creer que grupos de fanáticos religiosos podrían tomar el poder real en Estados Unidos. En otros países, de seguro, pero en Estados Unidos, no hay chance. Es Estados Unidos el que promueve esa clase de dictaduras fascisto-religiosas en países del tercer mundo. No les sucede a ellos. Atwood, la autora de la novela, es ideologicamente una red tory (algo así como un conservador no tan conservador), y plantea esta historia en Estados Unidos como crítica a la hipocresía gubernamental norteamericana. Quizá en su cabeza, la criada es Canadá. Quién sabe.
Refugiándonos por fuera de las metáforas de cualquier novela de ciencia ficción de nivel, hay una fábula que no escatima en señalar lo evidente. La sociedad es patriarcal y la mujer es un ser de segunda clase. Todo lo que es por fuera de la normalidad (la comunidad LGBT por ejemplo) debe ser castigado con la muerte. Ni siquiera con la exclusión o expulsión. Porque todos los sensatos quieren escapar. Se castiga con la muerte porque expulsar a un anormal sería recompensarlo. Y ellos lo saben. Por eso, entre las grietas de la sociedad que imponen se reconocen sus propios vicios. Concesiones (cabarets) que se le hacen al HOMBRE porque es solo humano. No a la mujer. Al Hombre. El HOMBRE es el que es HUMANO. La mujer solo está para cumplir un mandato genético: tener hijxs. Así se lo dice Waterford a Offred en una secuencia que tiene un nivel artístico insuperable.
Por momentos, la estética me recuerda a Mr. Robot. Hay una cosa de autor que no sé a quién atribuírselo concretamente. Un juego del color y de lo brillante, que contrasta con lo que sucede. Soleado, blanco, puro (diría nuestra prócer Pamela David), prolijo, ordenado… para el horror.
Incluso, a nivel musical es impresionante. Unas notas pedal cadenciosas, ominosas, opresivas. Canciones pop actuales o de los 80 que reconocen el tiempo en que se ubica la serie (y el libro). No es el futuro, es un presente alternativo.
Sacando las vestimentas obligatorias de las castas y la ausencia obligatoria de tecnología por decreto, lo que ocurre, ocurre ahora.
Offred vive ahora.
Conclusión
Hay mucho que dejo fuera del argumento general porque hacen a la historia, pero no necesariamente al mensaje. Mi mayor crítica es el énfasis que hacen por momentos en mostrarnos la existencia de hombres buenos (Nick/Max Minghella, o el marido de Offred, Luke/O.T Fangbenle), que no quieren este presente apocalíptico y que, en consecuencia, luchan. Hubiera sido una gran oportunidad para centrarse en los secundarios femeninos como Emily (la genial Alexis Bledel), que está luchando desde siempre o la efímera Zoe (Rosa Gilmore), que ayuda a escapar a Luke hacia Canadá en el capítulo que muestra qué pasa con él una vez es separado de June y de su hija.
Centrarse en los hombres buenos e incluso en la bondad que de vez en cuando demuestra Waterford es hacer una suerte de virtual #NotAllMen, que funciona totalmente en contra. No llegan a manchar el mensaje fuerte de la serie, pero sí lo opacan.
Hace unos días leí y repetí una frase que encontré en Twitter, hogar de constructores de aforismos por docenas: “Cuando la derecha se enoja, nos da a los nazis. Cuando la izquierda se enoja, nos da el fin de semana”.
En un mundo donde los nazis marchan por la calle amparados por una sinuosa “Libertad de Expresión” que la clase media, siempre permeable, acepta y promueve, un universo como el de The Handmaid’s Tale no es imposible. Uno de los momentos menos recordados de la serie es uno de los más inteligentes: los actos terroristas ya sucedieron. Los comandantes ya tomaron el poder. Todo sucedió. Las mujeres, bajo la nueva ley, han sido despedidas de sus trabajos y no pueden poseer dinero. Todavía no están decidiendo escapar.
–¿Cómo es que pasó esto?
–Viene pasando hace meses y nosotros no hicimos nada.
Es un diálogo menor y dicho al paso, pero de grave relevancia.
No siempre podemos detener las cosas. No podríamos detener la bomba nuclear. Pero podemos detener desde el momento cero la existencia de nazis.
No podemos detener algunos eventos que ya se están moviendo. Podemos detener los que nos tienen de protagonistas por reproductores accidentales de una cultura que hay que eliminar.
Tiene que empezar en algún lado. Tiene que servir de algo.
No puedo evitar pensar que algunas personas no reconocen el realismo y actualidad de la serie. Al rato me avispo y entiendo que en realidad, los que no visualizan algo tan evidente, tampoco la están mirando.
Pingback: The Handmaid’s Tale: segunda temporada | REVISTA 24 CUADROS
Gran serie, mas que recomendable.
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Ya me dispongo a ver esta serie, siendo una distopía no sé como se me había pasado. Este género siempre se presta para criticar la sociedad actual, es brillante como mantiene cierta atemporalidad, quizá porque la humanidad no cambia tanto como cree.
Aparte, ¿se centra en la represión hacia las mujeres? ¿Se les ve como meros úteros con paras? Insisto, ya me tardo en verla.
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