ALIEN COVENANT: Prometeo desencadenado
Por Marcelo Acevedo
My name is Ozymandias, king of kings:
¡Look on my works, ye mighty, and despair!
Ozymandias, de Percy Bysshe Shelley
Advertimos que esta nota tiene SPOILERS masivos de Alien: Covenant.
En el año 1979 Ridley Scott nos trajo la que junto a Blade Runner (1982) sería su ars magna, una de las mejores películas de ciencia ficción de la historia: Alien (1979), una obra maestra atemporal, inoxidable y terrorífica en la que se narra la historia de una tripulación espacial encerrada en una nave con un organismo alienígena letal, la máquina de matar más despiadada. 7 años después James Cameron le pondría acción y emoción al estilo hollywoodense -en detrimento del terror y el suspenso- en una excelente continuación (Aliens, 1986), un debutante David Fincher sería el encargado de dotar a la saga de misticismo y locura en la tercera parte (Alien3, 1992) y Jean-Pierre Jeunet crearía con su estética retorcida fusiones entre xenomorfos y humanos en la fallida Alien Resurrection (1997).
33 años más tarde Ridley Scott volvería a su hijo pródigo –aunque sería necio no reconocer también a Dan O’Bannon y el gran H. R. Giger como padres de la criatura- para contarnos su génesis y expandir la mitología de los xenomorfos. Prometheus (2012) fue una película amada y odiada en partes iguales, sobre la cual no me voy a explayar porque ya lo hizo Mariano Castaño –director de este hermoso pasquín- en su debido momento.
Covenant es la segunda parte de lo que se supone una trilogía, y definitivamente se trata de un punto de inflexión en la mitología de la saga, la cual expande y enriquece de manera profunda.
Lo último que supimos de los únicos sobrevivientes de la expedición de la nave Prometheus a la luna LV-233 –el androide David (Michael Fassbender) y la Dr. Elizabeth Shaw (Noomi Rapace)- es que ambos escaparon de allí con una de las naves de los Ingenieros para dirigirse hacia su planeta de origen y al fin encontrarse con los creadores de la raza humana. La sexta película de la saga asume otro punto de partida, y es un comienzo que tiene similitudes con su hermana mayor de 1979: la nave espacial Covenant y sus tripulantes –entre los que se encuentran Walter (Michael Fassbender) un androide idéntico al David de Prometheus, y Daniels (Katherine Waterston), la clásica heroína de Alien– se dirige al planeta Origae-6 cargada con 2000 colonos en estado de hibernación y 1400 embriones criogenizados con la misión de colonizar, terraformar y poblar ese planeta, pero algo sale mal en el camino y un accidente estropea parcialmente la nave y obliga a la tripulación a despertar antes de tiempo de su crio-sueño, con consecuencias nefastas: no solo mueren varios colonos sino que por una falla de la nave su capitán Branson1 (James Franco) fallece de una forma horrible. Luego de algunas reparaciones y unas exequias improvisadas, continúan la travesía. Aún restan 7 años de viaje espacial hasta su destino primario en Origae-6, pero de manera fortuita –o no, si se tienen en cuenta las consecuencias- captan una imposible señal humana proveniente de un planeta mucho más cercano, a solo algunos meses de distancia y, por lo que indica la computadora, mejor adaptado para la colonización que Origae-6. El ahora capitán Christopher Oram (Billy Crudup), a pesar de la contraria de algunos de los miembros de su crew, decide que irán a investigar ese paraíso perdido, jugándose el todo por el todo. La nave madre queda suspendida en el espacio y una sección con varios tripulantes baja a reconocer el lugar.
Pero esto es solo la cáscara de la trama de la película. Si el espectador despierto y activo se esfuerza y escarba entre sus capas de subtemas y metareferencias puede llegar a las oscuras profundidades de Covenant, donde hay más -mucho más- de lo que la película aparenta a simple vista.
¿SUEÑAN LOS ANDROIDES CON SU DIVINIDAD ELÉCTRICA?
Covenant comienza con un prólogo en el que el androide David “despierta” y tiene una charla con un joven Peter Weyland (Guy Pearce), su creador y dueño de la empresa Weyland-Yutani Industries. Cuando Peter le pregunta al androide cuál es su nombre, este observa una escultura que se encuentra en ese mismo cuarto y responde “David”. Se trata de El David de Miguel Angel, una obra de arte relacionada con la perfección y la belleza absoluta. Peter Weyland ve en David a su obra maestra y David se ve a sí mismo como una creación hermosa y perfecta.
Weyland le pide a David que toque una pieza de piano de Wagner. El androide luego de dudarlo unos segundos comienza a tocar La entrada de los dioses al Valhalla, parte de la opera Das Rheingold (El oro del Rin) de Wagner. Weyland se sorprende ante su elección y, acaso para dejarle en claro de entrada que no es un ser superior ni perfecto, le dice que sin la orquesta ese cuadro de la ópera de Wagner es un poco insulsa, entonces David decepcionado deja de tocar y le hace la pregunta sobre la cual giran estas precuelas: “Padre, si usted me creó a mí ¿Quién lo creó a usted?”.
La elección de la canción no es para nada azarosa: además de la historia que cuenta Das Rheingold –un relato sobre codicia, rebelión y poder- su compositor está fuertemente asociado al nazismo; no solo Hitler era un ferviente admirador de su música sino que incluso se dice que mientras Josef Mengele distribuía a los prisioneros en Auschwitz solía silbar un aria de Wagner. En el futuro David se transformará en una especie de “mad doctor” al mejor estilo Mengele, pues al igual que el nazi experimentará con humanos para crear la raza perfecta.
David tiene la osadía de decirle a Weyland que a pesar de ser su creador en algún momento va a morir como un humano cualquiera pero él, su propia creación sintética, lo sobrevivirá. Es entonces cuando Weyland le enseña su segunda lección: David es su sirviente, su esclavo, y se lo demuestra pidiéndole que le sirva una taza de té que tiene al alcance de la mano. Esto a David parece no gustarle pero simplemente no puede negarse, pues para servir a su amo fue programado. Peter Weyland no solo es su creador sino que también está convencido de ser un espécimen superior, y el androide es su juguete favorito.
EL PARAÍSO ES UN INFIERNO
Una vez en el planeta la tripulación sale en expedición de reconocimiento. Se entiende que la irresponsabilidad de bajar sin casco a un planeta desconocido y respirando su aire como si estuviesen en los bosques de Palermo se debe a que la I.A. de la Covenant les había anticipado las condiciones óptimas del lugar, pero aún así sigue siendo un acto de total impericia para un grupo que se supone experimentado. Mientras inspeccionan el lugar y encuentran una nave estrellada -la misma que David y Elizabeth Shaw utilizaron para escapar del planeta de LV-233-, Ledward (Benjamin Rigby) y el sargento Hallet (Nathaniel Dean) son infectados por el Líquido Negro que parece haberse adaptado al planeta en forma de plantas nativas y se esparce por el aire como esporas, entrando al organismo de los viajeros por las cavidades nasales y auriculares. Del interior de esas personas infectadas nacerán los neomorfos, “aliens” con aspecto y características más humanoides que el clásico xenomorfo, una nueva variedad del organismo alienígena que no necesariamente nace del estómago, como se ve en la escena en la que el primer neomorfo destruye la espalda de su huésped (Ledward) para emerger a la vida. Estos nuevos organismos recuerdan al ser plasmado en la que acaso sea la pintura más conocida2 del polaco Zdzislaw Beksínski, artista del horror barroco/gótico, surreal y pesadillesco.
A partir de ese momento comienza la batalla entre especies por la supervivencia: la primera es letal e implacable, una asesina nata incontenible, la otra –los humanos, por supuesto- asustadiza y poco hábil, una crew que comete errores de principiantes ante la desesperación.
Cuando la pelea se está inclinando para el lado de los neomorfos un encapuchado misterioso aparece para ahuyentar a los aliens y guiar a los humanos hasta una extraña ciudadela. Los viajeros del Covenant entienden que su mejor opción es seguirlo, pues al haber explotado su nave están a merced de los neomorfos a campo descubierto y el extraño se presenta como su única salvación. El encapuchado los conduce hasta su “castillo fortaleza” y una vez allí revela su identidad. Se trata de David, el androide creado por Peter Weiland.
Walter no sale de su asombro al ver a otro ser sintético idéntico a él. David les resume lo sucedido hasta ese momento: la nave de los Ingenieros que los guió hasta ese planeta descargó por error las ánforas con el Líquido Negro apenas hubieron arribado, causando un brutal genocidio con una bioarma creada por ellos mismos. Luego de la matanza involuntaria la nave se estrelló y el impacto causó la muerte de Elizabeth Shaw.
LA FORTALEZA (GÓTICA) DE LA SOLEDAD
La fortaleza de David es una especie de catedral iluminada por velas, llena de pasadizos y secretos. Esta necrópolis improvisada tiene características de castillo gótico y los miembros de la nave Covenant deben pasar allí una noche tormentosa, encerrados con el monstruo que acecha y el científico loco, como en los mejores cuentos de terror clásicos. El ambiente de horror gótico/cósmico sin duda recuerda a algunos pasajes de la novela En las montañas de la locura (1936) de H. P. Lovecraft –en especial cuando se describe la ciudad Corona Mundi, escondida en lo profundo de la Antártida- y en la misma secuencia puede apreciarse un doble-homenaje a la obra pictórica La isla de los muertos3: la original del suizo Arnold Böcklin y, por supuesto, la particular versión de su compatriota H. R. Giger, pintada un año después de haber creado la obra que especificaría la estética de los xenomorfos en Alien y que lleva como título Necronom IV, clara referencia al Necronomicón de Lovecraft.
Mientras la tripulación se recupera del ataque neomorfo, David aprovecha para conocer a Walter. En una escena –muy criticada incluso con argumentos homofóbicos, algo que una cultura civilizada debería ir desterrando de sus costumbres- David le muestra su gabinete de curiosidades y creaciones extrañas a su doppelganger sintético y le enseña a tocar una flauta artesanal. Lo que busca con esta acción es descubrir de manera sutil -y sin dejar de lado su sensibilidad artística- si Walter puede crear o solo copiar. De esta forma David comprende que Walter es un modelo de androide más sofisticado en varios aspectos pero sin la capacidad de crear o improvisar como él. “Conocí a nuestro creador. Era humano, indigno de su propia creación. Al final lo compadecí”, le cuenta David. Walter es un sirviente fiel al hombre, su contraparte es un androide misántropo y rebelde: como el Titán Prometeo con los dioses, él traicionará a los humanos para llevar luz a los aliens.
David recita el poema Ozymandias mientras rememora su genocidio sobre la raza de los Ingenieros al soltar las ánforas con el Líquido Negro adrede sobre el planeta. “Byron, siglo XIX. Magnifico. Componiendo algo así de majestuoso se podría morir feliz. Si fuera mortal”. Esta referencia a Ozymandias y a Lord Byron tampoco es gratuita. El 16 de junio de 1816 en Villa Diodati, Suiza, se reunieron en una mansión Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, su mujer Mary Wollstonecraft Shelly y John Polidori. Aquella tormentosa noche sería testigo de la creación de dos de los mitos modernos más importantes de nuestra cultura: Frankenstein de Shelly y El vampiro de Polidori.
No es casualidad que la referencia sea una novela que se llama Frankenstein o el moderno Prometeo y trata sobre un “mad doctor” que juega a ser Dios y le da vida a una criatura monstruosa. Mary Shelly homenajeando a la mitología griega y Ridley Scott homenajeando a Mary Shelly y la literatura gótica en un loop de metareferencias culturales clásicas.
Tampoco habría que olvidar que casi 200 años antes en aquel mismo lugar supo alojarse el escritor John Milton, autor del inmortal poema narrativo Paradise lost (1667). Allí, según se cuenta, nació el personaje de Lucifer, protagonista de su obra maestra. La rebeldía de David tiene un alto parangón con el Lucifer de Milton, a tal punto que Ridley Scott –o más bien sus guionistas John Logan y Dante Harper- hacen repetir a David una frase emblemática de Paradise lost “¿Prefieres servir en el cielo o reinar en el infierno?”. Por último cabe recordar que estas películas iban a llamarse Paradise lost en lugar de Prometheus y Covenant.
PARANOID ANDROID
Pero resulta que David cometió un error, y Walter se lo hace notar. El autor del soneto Ozymandias no es Lord Byron sino el poeta Percy Bysshe Shelley, uno de los invitados la noche en que Mary Shelley ideó Frankenstein o el moderno Prometeo. Walter le asegura que hace falta una sola nota defectuosa en la opera para que toda la obra se arruine, indicándole de manera sutil –tal como lo hizo su creador Peter Weiland en su momento- que no es un ser perfecto, y los seres imperfectos cometen errores.
David es un androide ario fuerte, despiadado, pero con una sensibilidad artística que lo empuja a sentir admiración por Lord Byron. Le gusta la música de Richard Wagner y vive en una fortaleza que se asemeja a una famosa pintura de Bocklin. ¿Imaginan a quien admiraba Adolf Hitler además de Wagner? Claro, era fan de Arnold Böcklin.
David es un personaje profundo y contradictorio. Asegura tener sentimientos, habla de amor, y parece odiar a los humanos pero actúa como uno de ellos.
Cuando Rosenthal (Tess Haubrich) decide realizar una acción tan estúpida como ir a bañarse sola y alejada en un castillo terrorífico dentro de un planeta desconocido y con unos seres asesinos merodeándolos, el terror y el gore vuelven a cobrar relevancia. Cuando David ve al neomorfo el bicho está sentado sobre el cuerpo de Rosenthal devorándola, en un claro homenaje a la famosa obra La pesadilla o El íncubo del artista Johan Heinrich Füssli, de origen suizo al igual que Giger y Böcklin. Esta misma pintura fue recreada por el director Ken Russel para su película Gothic (1986), cuya trama gira en torno a la noche en la que Byron, Mary y Percy Shelly y Polidori se reunieron en la Villa Diodati para darle vida a Frankenstein o el moderno Prometeo y El vampiro.
Queda claro que todas las referencias tienen la función de enriquecer la trama y nada está puesto al azar o por puro gusto lúdico para con el espectador.
David intenta domesticar al neomorfo asesino y cuando parece que está logrando comunicarse con él aparece el capitán Oram y lo liquida. El androide dolido por la pérdida de esa vida conduce a Oram a una sala donde le muestra los huevos que estuvo creando a partir de la experimentación con la Dr. Elizabeth Shaw y el Líquido Negro. De una manera un tanto estúpida e inocente Oram se acerca al huevo y un facehugger se le prende a la cara para infectarlo con el virus alien. Momentos después el capitán muere con el pecho explotado: ha nacido el protomorfo, un organismo que se podría ubicar entre el neomorfo y el xenomorfo dentro del bestiario de Alien. No es tan orgánico ni humanoide como el neomorfo, pero claramente es más orgánico y menos biomecánico que el xenomorfo, que parece tener bioingeniería agregada y un exoesqueleto horriblemente precioso. ¿Pudo David haber experimentado consigo mismo creando a los seres biomecanoides que vemos en Alien de 1979? Si David creó los huevos donde se incuban los facehuggers ¿por qué estaban en la nave del Space Jockey de la primera película de la saga? ¿Por qué los ingenieros planeaban destruir la raza humana? Esta y otras cuestiones deberán ser respondidas en las próximas películas dirigidas por Scott, aún sin fecha de rodaje ni estreno.
A partir de este punto de giro Covenant se transforma en una película de pura acción, con una mujer que toma el protagonismo para no perder la costumbre -la teniente Daniels -, un duelo a muerte entre dos androides idénticos y un final desesperanzador, con un alien infiltrado en la nave y un clímax que incluye máquinas y un protomorfo expulsado al frio espacio, como una suerte de homenaje a las primeras dos entregas.
Covenant adolece de algunos errores similares a los que se pudieron ver en Prometheus –una tripulación excesivamente ingenua y descuidada, algunas decisiones de sus protagonistas inentendibles por lo estúpidas, varios cabos sueltos que deberían atarse en próximas entregas- pero eso no la opaca, es una muy buena película llena de homenajes y referencias culturales que contribuyen a enriquecer la trama, un relato que expande la mitología de estos bichos de culto.
Es probable que algunos fans acérrimos de Alien y particularmente de Aliens no soporten ver a sus adorados bichos desplazados del lugar de protagonismo por un androide megalómano y con sensibilidad artística que se rebela contra sus creadores y juega a ser Dios, creando vida nueva para aniquilar a una raza humana a la que no odia sino que solo la ve como una forma de vida inferior que no merece existir. Pero estas precuelas tienen otra búsqueda.
Los Ingenieros crearon a los humanos, los humanos a David y David crea a los protomorfos que evolucionaran y nos destruirán. Es el ciclo de la vida: creación, destrucción, vida nueva, libre albedrío, odio y amor.
1-Mi teoría es que James Franco es fanático de la saga y pidió en pleno rodaje un papel cualquiera, aunque sea pequeño, solo para sacarse las ganas de ser parte de la saga. O es muy amigo de Scott y accedió a un cameo de onda. Otra explicación no le encuentro a la decisión de incluirlo para que muera en los primeros minutos de la película, solo se lo vea unos segundos en un video que observa su mujer en una tablet y ni siquiera figure en los créditos.
2- Lamentablemente ninguna de las obras de Beksínski (1929-2005) tiene título, pero puede buscarse como referencia la tapa del libro de W. H. Hodgson La casa en el confín de la tierra, editado por Valdemar, donde se reproduce esta pintura a la que hago alusión.
3-Recomiendo apreciar la versión de La isla de los muertos del artista argentino (y peronista) Daniel Santoro, con Eva y Juan Perón como protagonista llegando a la isla modificada para incluir edificios icónicos de la época peronista.