True Detective Temporada 2 – Emociones encontradas
You´re not the only one with mixed emotions.
Este artículo es solo para quienes vieron la segunda temporada completa.
Criticar True Detective tiene su truco. No por su fanaticaje, que es fiel pero no tanto como sería con una serie regular. True Detective es, ante todo, un ciclo de miniseries con nombre común. En esa lógica se inscribe y desde allí se la analiza. El tema es su factura, desde todo punto de vista exquisita. Cinematográficamente tiene un rigor estético poco común. Interpretativamente se da el lujo de poner en pantalla a estrellas y exigirles un tour de force inusual. Colin Farrell y Rachel McAdams trabajaron sus papeles como jamás les pasa en la pantalla grande. No solo dan la talla, sino que reivindican, en base al trabajo de creación de sus personajes, una estatura que, francamente, no se les venía notando.
El problema, al menos para mí, de esta segunda temporada recién finalizada, es el guión y ciertos manierismos que esperemos no se hagan carne, porque no suman. Soy consciente que no todo el mundo coincide, pero me parece que mis argumentos son bastante razonables e imparciales.
1 – La trama es confusa.
Basta darse una vuelta por la web y se verá que muchas páginas han publicado una suerte de guía para comprender el argumento. Se agradecen, pero si esto fue necesario, es porque algo falló. La trama no es inexpugnable, pero es brumosa y compleja. Se entiende que hay un negocio inmobiliario. El estado está por construir un tren, que va a pasar por tierras que hay expropiar. Estas tierras fueron contaminadas adrede durante años por una empresa de desechos tóxicos de Frank Semyon (Vince Vaughn), bajando dramáticamente su precio y posibilitando una compra barata. Frank trabaja en connivencia con el alcalde.
Entonces, entre el Alcalde de Vinci Austin Chessane (Ritchie Coster), el mafioso local Frank Semyon (Vince Vaughn), el fallecido Caspere y la corporación Catalyst, representada por Jacob McAndless hay un entramado para comprar estas tierras y venderlas caras al estado. Caspere tiene un cargo que hay que comprender: es una suerte de Director Administrativo del Municipio, y es quien articula el triple trato entre el estado Federal, el municipio y la Corporación Privada. A este menú se suma Osip Argonov (Timothy Murphy) que oficia de financista por parte de la mafia rusa. La pieza clave del trato es Caspere, una suerte de tesorero de todo el entramado. Y Caspere muere. Y lo hace con la plata de Frank sin entregar a Catalyst, la corporación fachada que dará cobijo legal al asunto.
Ahora bien, a todo este entramado inmobiliario, se le suma, en un momento, lo que parece ser una subtrama. Se parte de la presunción que Caspere fue asesinado por el negociado. Más adelante se verá que su asesinato no tuvo nada que ver con esto, sino con un asunto del pasado, que, nuevamente, es difícil. La subtrama de los diamantes pasa a ser el argumento central. Allí entran los policías de Vinci , el jefe Holloway, el Teniente Burris y el Detective Dixon. Estos tres están vinculados con Caspere desde hace años. Este es el quilombo 2 de Caspere.
La otra subtrama es la de las orgías. Arriba de toda esta torta, tenemos un selecto grupo que organiza orgías para poderosos. En estas orgías son abusadas mujeres que viene de Europa del Este, traídas por Osip Argonov, en connivencia con Caspere (de nuevo), el hijo del alcalde ,Tony Chessane y Blake, un segundón de Frank Semyon que trabaja a sus espaldas. Aquí ingresa la Clínica, manejada por el Doctor Pitlor, interpretado por un extrañísimo Rick Springfield en el doble rol de siquiatra y cirujano plástico. En la clínica se tunea a las chicas.
Como el tema es que todo sea aún más complejo, el padre de la Detective Bezzerides (Rachel Mc Adams), Eliot Bezzerides (David Morse) es un gurú californiano, que tuvo una suerte de culto new age llamado The Good People, hace unos 30 años. Desde aquí se remontan la relación entre muchos de los participantes de esta farragosa trama.
El punto central de todo este nudo es Ben Caspere. Y allí vamos hacia el problema.
2 – El muerto sin cara.
Ben Caspere, como se ha enumerado, no es solo el tesorero de la asociación ilícita, sino que es un imán para los quilombos. Y aquí viene la falla, desde mi punto de vista, número 2. La víctima fue tratada como se trata usualmente a las víctimas de los asesinos seriales. Con poco énfasis. Entiendo que empezar por este asesinato es interesante, puesto que nos sitúa in media res en el argumento. Pero en algún momento hubiera sido importante ponerle una cara a Caspere. En las novelas policiales hacemos esto automáticamente. Y los personajes nos ayudan a que este fenómeno suceda. No así en una serie o una película. Caspere, siendo el nudo de todo, merecía un tratamiento como si fuera un personaje vivo. Incluso, me animo, precisaba flashbacks. Estos, no son ajenos a la narración de la temporada. Tenemos nuestra pequeña cuota con la génesis de la relación entre Semyon y Velcoro (Colin Farrell). Tenemos los que aquejan a Bezzerides. No tenemos el de la víctima.
Esto, tal vez, sea la confirmación de una sospecha que tengo. Pizzolato escribe sus propias adaptaciones de sus novelas sin publicar. Ante los ojos de un tercero, hubiera sido evidente poner en imágenes muchas de las cosas que se nos cuentan. Hubiera sido la decisión de manual. El asalto a la joyería, disparador de la subtrama de los diamantes, lo hubiéramos visto, no nos lo hubieran contado. La elección de dejar todo en el relato oral es propia del novelista, no de un guionista. Siempre que tiene la oportunidad, un guionista opta por reveladores de información que le permitan evitar el relato oral. Pizzolato corre hacia el relato directamente, sin miramientos. Es una elección consciente, no un error. Pero en un argumento como este, suma a la confusión. En True Detective hay que tener presentes los nombres de 12 personajes para seguir la trama. Cuatro de estos 12 no se los ve demasiado. Incluido a Caspere, al que no se lo ve nada.
A esto hay que sumar al segundo muerto sin cara. Uno de los guardaespaldas de Semyon es asesinado en los primeros capítulos. Esto hace entender a Frank que lo que está ocurriendo es un ataque directo contra él. Nuevamente, este guardaespaldas es una sombra. Un muerto sin rostro.
3 – El artificio de la profundidad.
Tenemos nuestro grupo de detectives, conformado por Bezzerides, Velcoro, Woodrugh (Taylor Kitsch). Todos complejos, callados, reflexivos, violentos y duros. Tenemos a nuestro mafioso local, complejo, callado, reflexivo, violento y duro. Tenemos al alcalde (qué diablos tiene en el vaso ese hombre), con características ídem. Tenemos una sociedad tremenda. Una jungla. Un ecosistema feroz. Entendimos, estos personajes no boludean. No miran la tele. El sexo les resulta un problema. No sabemos si son capaces de comer. En ese contexto, juegan un extraño juego. Se sientan en bares, en oficinas, en donde fuera. Uno frente a otro. La espalda bien recta. Y tienen conversaciones pausadas, reflexivas. No se interrumpen. Cada uno suelta su soliloquio mirando a los ojos al otro. De fondo suena una nota grave de sintetizador. Es en el caso de Frank Semyon que estos momentos se vuelven más surreales. No es que este a favor de los estereotipos, por favor no me malinterpreten, pero Semyon le arranca los dientes con una pinza a un lacayo que se le subleva. Verlo filosofando, botella de Johnny Walker Black Label mediante, una y otra, y otra vez, cuasi leitmotiovicamente, no es solo inverosímil, es un error del diseño del personaje. No solo eso, se quiere hacer pasar por marca de estilo. Al igual que Rusty Cohle en la temporada anterior, los devaneos filosóficos en esta temporada son intragables. Marty Hart en la temporada uno, les espeta a Rusty un par de veces que se deje de hablar pavadas. Es más, previo a su pelea final, cuando el jefe los confronta por la investigación paralela, Marty describe lo que habla Rusty como “complete gibberish” es decir una sanata inintelegible. Hay autoconciencia aquí de que el recurso y el personaje son así y funcionan de esta manera. Eso no pasa en la temporada 2. La única explicación para el personaje de Semyon es que su papá era un borracho malo y lo encerraba en el sótano por días. Y, hasta donde yo sé, de ahí a Foucault, hay un camino.
Dudo que todo esto fuera tragable en una novela. Y para mi es intragable en lenguaje audiovisual. Verán, se ha hablado de que esta temporada tiene elementos propios de David Lynch. Yo no concuerdo. Lynch no está en el mambo de la búsqueda de sentido oculto, o de la profundización. Lynch es más bien asociación libre, experimentación formal, la caída por la madriguera hacia otra realidad. Pizzolato no busca esto, sino que inyecta profundidad en base al clima. Y no le hace un favor a una trama tan compleja la inyección de estos silencios, cosas sin decir y sin mostrar y hasta nonsense, como son la cabeza de pájaro, el departamento bizarro de Caspere o el enigmático Doctor Pitlor.
Párrafo aparte merece la sucesión de tomas aéreas de autopistas. Funcionan como separadores de escenas. Lamentablemente, cuando en la temporada uno el pasaje rural neogótico del sur de USA era un marco que funcionaba como un personaje más, la presunción de que en la temporada 2 las autopistas de California funcionarán de la misma manera es errónea. Y si, entiendo la simetría de trama compleja y autopistas infinitas que se interconectan unas con otras. Pero acá, son un separador y nada más.
4 – Los Detectives y los Asesinos.
Al Teniente Burris lo interpreta James Frain. James Frain es un actor inglés bastante importante. Trabaja en Grimm, en Orphan Black, trabajó en The Tunnel, trabajó en True Blood, hizo de Thomas Cromwell en The Tudors. No era razonable que su importancia fueran 45 segundos de pantalla como Jefe de Velcoro. Acá había algo más. Ahí se va revelando, desde el inicio, que si no era parte de la solución, es decir resolver los crímenes, era parte del problema. Su papel y el del Jefe Holloway podrían sumarse y hacerse uno sin problemas. Si esta fuera la adaptación de una novela, así lo hubieran hecho. Pizzolato, reitero, adapta sus propias novelas sin publicar. Por tanto nos muestra a dos personajes con poco tiempo de pantalla cuando debería haber uno.
Esto nos lleva a otro problema. Los tres detectives. El personaje de Taylor Kitsch no tiene peso específico para ser uno. Su homosexualidad, insertada con fórceps parece un recurso de una novela de los 50´s. Su papel es accesorio. La relevancia que se le da es desmedida. La única explicación posible está en otra de las señas particulares de la temporada, que es su acción dosificada. La virtuosa escena de acción de la primera temporada (el famoso plano secuencia) aquí se desdobla en varios tiroteos. Tenemos el enfrentamiento con los dealers de metanfetamina que cierra el primer bloque. Tenemos la orgía. Tenemos el tiroteo en los túneles. Tenemos la matanza en la cabaña de Osip. En tres de esas instancias se hacía necesario un soldado, un comando, a Rambo. Ahora pensemos, desde el punto de vista argumental, si Woodrugh era el hombre de acción, era porque teóricamente Velcoro no era muy efectivo. Pero en la cabaña de Osip, en el último capítulo, Velcoro se maneja como un boina verde. No se entiende entonces la necesidad de un tercer personaje. Yo sé que es debatible. Pero si íbamos a tener a un tercer detective, me hubiera gustado algo más que esa desdibujada relación con la madre, homosexualidad y traumas de guerra. No son muy consistentes.
Final
Tiene crédito True Detective en mi cuenta. No me parece desastrosa, ni mucho menos. Es interesante analizarla. Pero Pizzolato necesita alguien que mire esos guiones, que le discuta algo. Si sigue adelante en esta tendencia de autoadaptarse, seguiremos con el festival de autoindulgencia. True Detective, temporada 2, carece de rigor, autocrítica y autoconciencia. El universo de Lousiana de la temporada uno, con su folklore, sumado a la búsqueda de un asesino serial favorecían todos los elementos que perjudican a la temporada 2. Como en las grandes bandas, el tercer disco es quien determinará el destino de esta serie, que no por popular debe ser perdonada.