Peaky Blinders: sexta temporada, disquisiciones finales

Walter Benjamin reflexiona en uno de sus famosos escritos “Experiencia y pobreza” (1933) sobre el trauma de quienes vuelven del frente de combate de la Primera Guerra Mundial, a un mundo que ya no era el que conocían:

No hay nada extraño en eso. Pues nunca se ha castigado tanto a la experiencia: la estratégica con la guerra de trincheras, la económica con la inflación, el cuerpo con el hambre, la moral con los líderes. Una generación que todavía iba al colegio en un tranvía tirado por caballos estuvo a la intemperie en un paraje donde todo había cambiado menos las nubes, y en el medio, atrapado en un campo de fuerzas y explosiones destructivas, el insignificante y frágil cuerpo humano.

Thomas Shelby, un “clay-kicker”, alguien que cavaba trincheras debajo de las líneas enemigas, muestra desde el primer momento estos condicionantes de la historia. En un clima convulso de entreguerras, esa etapa de su vida nunca va a estar cerrada. La realidad se enfrenta con la máscara del héroe, que se ajusta sobre otra rota. Soldado que vuelve, sirve para fundar una mafia. El jefe de los Peaky Blinders, en esta temporada de cierre, hace los últimos intentos de reconvertir su vida criminal. Pero ¿es su pasado el que no lo deja o el mismo mundo en crisis que está por saltar a más grandes catástrofes?, ¿se pueden separar ambas dimensiones?

Para Tommy, un héroe que no tuvo épica ni umbral, yendo del peligro de un mundo desconocido a otro, el final significa lidiar con la muerte: la de él y la de toda su familia. Si bien esto es una consecuencia de retratar el poder mafioso, una moneda de cambio, se va cargando la desgracia y otros trastornos para trazar más de un círculo que ata a los personajes a destinos sombríos. Ya vimos a varios perecer: los más cercanos, John y Grace Shelby. El nuevo desafío en esta sexta entrega era incorporar la muerte real de la actriz Helen McCrory. Y sí, se pudo procesar el duelo de la Tía Polly como un catalizador para las fatalidades. La tensión, en los capítulos subsiguientes, seguirá en el ambiente.

A través de la más pronunciada intensidad trágica de un relato de gánsteresdentro de la producción de series de esta época, Peaky Blinders llega a su fin después de haber asegurado su permanencia. Esta diégesis no tuvo que ser alargada en demasía por capítulos que alimentaran la reproducción boyando fuera del drama. No: los frentes narrativos fueron avanzando para bien y para mal (al punto de dejar algunos cabos sueltos).

Esta historia de 36 episodios guionados por Steven Knight se mantuvo en la estructura repetitiva de enfrentamientos e intrigas de impecable puesta en escena y trama construida al filo de los hechos históricos más cerca de lo impresionante que de lo verosímil. De una forma tan bien cuidada desde el registro de la acción hasta los diálogos para desarrollar los conflictos. Así, se expandió como un universo ficcional, a la espera de una potencial secuela en formato de largometraje, mientras su estética y el fandom perduran y calan hondo en la sociedad: juegos, tatuajes, bares temáticos, cosplay y una moda para vestir elegante y cool, que no van a dejar de conquistar a chicos y grandes por un buen rato.

Como máximo exponente de este formato serial y un drama histórico que sigue el lado criminal del policial negro, la estrella, el antihéroe, debe demostrar por qué no es el más malo y corrupto de todos los personajes, sino el que preserva –e impone– ciertos valores fuertes y puros (héroe). Como llegamos al final, debemos dar cuenta de este saldo de experiencia en el protagonista, quien se vuelve dominante en esta última parte, mientras se asienta el logrado estilo visual y un ritmo lento para contar y mostrar las cosas, a diferencia de las entregas anteriores un poco “más movidas”.

La temporada 5 termina con un intento de suicidio. Esa obsesión terminal lleva a aceptar su condición de irredento al viejo Tommy que también se tienta con dejar el alcohol. En la sexta, comentábamos, el destino parece más funesto y premonitorio, con la desaparición de Polly y la vigencia de sus visiones, junto a la detección de un tumor que presume el fin para el líder de los Peaky Blinders. Pero muerta la tía, Thomas se reconecta con el lado esotérico, retomando las tradiciones gitanas y sus propios “mambos” con el otro mundo, a medida que su periplo se hace más desesperado y ve que tiene algunos desafíos que sortear.

Con la expansión del negocio familiar por EE. UU. y la necesidad de pasarse al comercio del opio, todo está más al borde del peligro. Michael y Tommy deberán resolver los asuntos familiares. En el fondo, los conflictos internos son un espiral que mueven la acción: nuestro héroe avanza en la lucha por dominarse entre las amenazas externas y sus desequilibrios. Quizás al momento de encaminar la trama familiar, con la traición o las disputas de poder, y donde aparece un insólito nuevo hijo de Tommy, no se llega a una gran construcción dramática, algo que otras historias de capomafias y sus famiglias supieron dar.

Del otro lado de la mesa se sientan los nazis, el extremo con el que hay que negociar, aunque serán todavía una amenaza abierta. ¿Qué tipo de familia queda? Una que se resbala y arrastra en la sangre derramada, los fuegos enemigos y amigos. Los personajes quieren establecerse en más de un territorio, pero no pueden. Y ahí es donde lo único que queda es el nomadismo paria de los gitanos al que Tommy parece querer entregarse en los bosques.

Mientras esperamos las novedades del rodaje del film o imaginamos las posibilidades de un spin off, podemos recordar ficciones emparentadas. Por un lado, la hermana mayor de Peaky Blinders, el drama histórico de HBO Boardwalk Empire (2010-2014), creado por Terence Winter (Los Soprano), donde se narran hechos contemporáneos a los de Tommy y los suyos, aunque del otro lado del océano con el florecimiento del contrabando de alcohol y el ascenso de Al capone, entre otras figuras, en un vis-a-vis constante entre la política y el crimen por controlar la ciudad de Atlantic City. Con otro tipo de registro realista, construcción de historia y personajes, Steve Buscemi se luce en el protagónico. En cambio, más cerca de la estética oscura de los Peaky, Taboo (2017), también escrita por Steven Knight, trabaja los conflictos de la época del colonialismo en una Inglaterra decimonónica y decadente con un prominente Thomas Hardy. Ninguna de estas producciones son una novedad, pero sí una forma de encontrar historias aliadas para iniciarse o reconsiderar ante el vacío que deja esta despedida.