Three Thousand Years of Longing: monotonía y maravilla

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A esta altura, decir que George Miller es uno de los gigantes del cine contemporáneo no implica ninguna sorpresa. Para quien aún no se halle familiarizado con este nombre, bastará con que pronuncie Mad Max para que su portentosa figura se manifieste. En este sentido, Three Thousand Years of Longing (2022) constituye un formidable ejercicio de la maravillosa voz narrativa del cineasta australiano. En Three Thousand Years of Longing, Miller retorna a la planicie vacía, la arena infinita, el sol rajante, aunque no ya para contar el mito de un héroe furioso en un futuro aniquilado. Esta vez Miller, viejo gran maestro de la imagen en movimiento, retorna al desierto para viajar al pasado recóndito y relatar —mediante historias que proliferan dentro de otras historias a la manera de las Mil y una Noches— las peripecias de un djinn, un genio escondido en una botella que, una vez liberado, enamora —no tan casualmente— con su maravillosa voz narrativa.

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Alithea Binnie (Tilda Swinton) es una experta en narratología. Conoce al detalle cada resorte, cada engranaje, cada palanca que compone esos mecanismos peculiares que solemos llamar relatos. Alithea, no obstante, es una persona introvertida. Solo se comunica con los demás a través de las conferencias que dicta sobre la mecánica de las narraciones. El resto del tiempo vive apartada del mundo, recluida en sus estudios. Esta condición no la incomoda. Al contrario, Alithea no tiene otro deseo más que sostener esa existencia al margen del mundo, libre de inquietudes. Durante una visita a Estambul para asistir a un simposio de especialistas, Alithea recorre el célebre bazar de esa ciudad milenaria y adquiere una antigua botella deformada. A primera vista, este objeto parece defectuoso, pero Alithea siente una atracción inmediata. En la habitación del hotel, Alithea procura sacarle algo de brillo a esa pieza antigua que, a pesar de su fealdad, le ha resultado tan llamativa. Para su sorpresa, su tarea deja escapar al Djinn (Idris Elba) que moraba en la panza de la botella. A fin de quebrantar la maldición que lo mantiene encerrado, el Djinn debe conceder tres deseos a Alithea, su liberadora accidental. Alithea conoce a la perfección los relatos sobre deseos y las consecuencias inesperadas que siempre aparejan. Por lo tanto, Alithea se niega a aceptar la propuesta del Djinn. Para convencerla, el Djinn le cuenta tres historias que comentan el modo en que fue encerrado, los deseos que concedió a sus sucesivos liberadores y las repercusiones más o menos felices que derivaron de aquellas solicitudes. Los relatos del Djinn arrancan en la época de la reina de Saba y el rey Salomón, se detienen en la época de Solimán el Magnífico y finalizan en la Turquía del siglo XIX. Estos relatos se entremezclan con sabrosos diálogos entre Alithea y el Djinn que abordan el misterio de las narraciones, la naturaleza del deseo, las paradojas del amor, las ironías del destino y muchos otros temas no menos deleitables.

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Como puede verse, Three Thousand Years of Longing traduce al lenguaje cinematográfico esa tradición literaria que, como ya he mencionado más arriba, toma como modelo Las mil y una noches. Más aun, la estructura de la película halla puntos de contacto con textos canónicos como el Decamerón, de Boccaccio o Los cuentos de Canterbury, de Chaucer. Estas obras clásicas se caracterizan por combinar de manera sumamente ingeniosa la exposición de los relatos con numerosos diálogos que discuten los temas que surgen de tales narraciones. En el campo del cine, encontramos una estructura similar, por ejemplo, en Nymphomaniac (2013), obra monumental de ese catedrático de la desmesura llamado Lars von Trier.

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Por su parte, Three Thousand Years of Longing enmarca las historias deslumbrantes del Djinn dentro de la vida monótona de Alithea. Ese contraste contribuye de manera perfecta al entrelazamiento de narrativa y discusión metanarrativa entre dos perspectivas opuestas. El resultado de esta arquitectura narrativa es una película que brilla cuando el que habla es el Djinn. Sus relatos son galerías que exhiben el virtuosismo técnico y el esplendor poético de George Miller. Sin embargo, el tono decae cuando la que habla es Alithea. Este detalle se percibe sobre todo en el tramo final de la película, cuando retornamos a la vida cotidiana de la narratóloga. Quizá este declive gana sentido si consideramos Three Thousand Years of Longing —al igual que las historias del Djinn— un cuento con moraleja. En el día a día cargado de obligaciones laborales, de viajes en colectivos atestados, de dificultades para llegar a fin de mes, no suele quedarnos mucho espacio para la maravilla. Por eso, solemos recorrer librerías de viejo, o tiendas de historietas refugiadas en galerías decadentes, o repositorios de música o de cine escondidos en webs rusos: esos rincones son para nosotros sucursales del bazar de Estambul. Buscamos allí botellitas más o menos llamativas, más o menos deformes, porque sabemos que dentro de esas botellitas —esos libros, esos discos, esas películas— habitan genios como George Miller que saben enamorarnos con su maravillosa voz narrativa.