Terrifier y el camino de sangre de un payaso incisivo

Una nueva amenaza acecha en las noches de Halloween: Art El Payaso. No es una máquina de matar como Michael Myers o Jason Voorhees. Sí comparte con estos serial killers la invencibilidad, fuerza y sed de sangre, aunque estos atributos violentos se tornan más retorcidos en este tipo de arlequín creado por el director Damien Leone. Tiene más gracia, habilidades y perversiones para dar muerte. También, como Jigsaw, disfruta prolongando el sufrimiento de sus víctimas, con una galería de atrocidades gore que lo diferencia en su modus operandi al lado de, por ejemplo, Pennywise.
Algunas de estas cuestiones se pueden indagar desde su nombre artístico. Un buen psycho killer antes que monstruo, con la expresividad de la pantomima y lo clownesco, sin usar la voz, como un Buster Keaton del mal. El traje y el maquillaje, otro elemento para cuidar. Detrás hay alguien que es un misterio: no sabemos quién es, ni su origen ni motivaciones. La vestimenta y el aspecto, claves para estos asesinos, ya desde el inicio serán centrales, casi como el traje para los superhéroes. No olvidemos: estamos en Halloween.

Pero vayamos un poco al origen de esta saga. En el 2013 Art tiene una aparición rutilante con All Hallows’ Eve que parte del germen de dos cortos de Leone ahí recopilados: The 9th Circle (2008) y Terrifier (2011). Este “procedimiento antológico”, de minipelículas dentro de otra, va a ser un recurso literal y simbólico para el armado de la historia. Durante el largometraje, el payaso es un personaje esquivo, en una ficción dentro de otra, y se materializa en una noche de brujas puesta en abismo. Va del miedo psicológico hasta el asalto a los cuerpos de las formas más cruentas, aunque el ataque pueda omitirse para el espectador. Todo este dominio habla de una figura más que humana con una filiación diabólica.
Luego de estos ensayos fílmicos, Art toma el total protagonismo en las entregas de Terrifier dentro de una dinámica típica de slasher, con más acción y sangre que climas ominosos. No obstante, entre ambas obras se notan diferentes propuestas en la continuidad de una misma historia y producto de género. En la primera (2016), Leone presenta una película que se mueve bien en el nicho de un cine de terror independiente. Buscando una unidad entre espacios chicos, sombríos, sórdidos y víctimas de clase obrera, pinta una noche desolada de Maine para llenarla de asesinatos de lo más espeluznante hasta los últimos movimientos de las final girls. Nada sorpresivo, más que la brutalidad. Entre lo previsible, se destaca la estética casi artesanal para la violencia, en la tradición del gore, con el uso de los efectos especiales a la vieja usanza: fuera los trucos digitales. Toda responsabilidad de la misma persona: director, guionista y FX. Referencias al cine de clase B, al terror de los 80, pueden encontrarse, sin quedar en el simple homenaje, sino con un modo fresco de traer esa nostalgia, mediante una apuesta personal que busca situar a este personaje entre otros icónicos del terror.
Con Terrifier 2 (2022) se viene a demostrar esta ambición. Mucho más provocativa y popular a la vez, aquí la historia no deja de ser simple, pero se vuelve más entreverada. Centrándose en dos hermanos y una familia para conectar todo el resto de la historia y leyenda criminal con el payaso, se sumerge de lleno en el fantástico, que en la primera apenas se atisbaba. Por un lado, este fantástico maravilloso que se impone para dar cohesión y continuidad deja que desear; sin embargo, para desarrollar la forma pesadillesca del terror de Art, un Freddy Krueger más surreal y sádico, es muy auspiciosa. A la vez, se vuelca por un gran uso del color contrastando con la oscuridad del film anterior, e incorpora más juego de luces, en una mayor apertura del género. En este sentido, el tipo de historia adolescente da espacio y aire a la vida escolar, las amistades y las celebraciones de Halloween.

Pero se cae en los excesos, lo que acerca la película mucho más al absurdo y al humor, explotando la faceta del mimo/clown. El tiempo de casi de 2 horas y 20 lleva a incurrir en artilugios de la trama y los personajes. A pesar de eso, la historia mantiene su ritmo y, si bien el gore busca tocar sensibilidades –no puede ser ATP–, es tan irrisorio como festivo. Con la primera era más repulsivo; aquí se transforma en un carnaval salvaje de cuerpos y sangre. No mencionamos a una compañera misteriosa, la pequeña Vicky, que tiene el mismo encanto luciferino y de feria que Art: inquietante y promisoria para lo que vendrá en la saga… En el balance, quizás, el final parezca de lo más flojo.
¿Hacía falta un nuevo slasher? La situación del terror actual, muy productiva de hecho, puede explorar este tipo de film, así como también olvidarlo y pasarlo a degüello. Art viene a combatir el hype y a pelear por su nombre entre los clásicos. El género de terror siempre debe negociar con su pasado y con la maquinaria industrial, de primera o de bajos recursos, para evitar repetir fórmulas sin innovar.

Dejando de lado la entrega (¿final?) de la saga Halloween, Halloween Ends (David Gordon Green, 2022), una franquicia fundadora que supo surfear la ola entre el agotamiento y la renovación sin morir en el medio; un caso similar al de Leone, con creaciones que dialogan con ciertas ideas del director, podría ser el de Ti West y su “doble combo” de 2022, Pearl y X.
Como homenaje e indagación en el pasado, fuera de la parodia, West, con recorrido en el terror, intenta revivir el slasher llevándolo a zonas desconocidas. Lo hace muy bien. Pearl, nombre homónimo de la protagonista, funciona como precuela de X, y ambas trazan un retrato histórico de la emergencia del cine porno a través de dramas sangrientos con dosis de humor y gore que beben de La Masacre de Texas. Sin un payaso asesino pero con una Mia Goth en un papel tremendo y visceral de verdadera femme fatale. El director y su director de fotografía, Eliot Rocket, se encargan de traer el espíritu de la época imitando aquella forma de hacer cine en todos los elementos que van desde el cuidado de la iluminación hasta la forma de registrar las escenas con efectos visuales.
Si comparamos las propuestas de Leone y West, mucho no tienen que ver, está claro, pero ambas se emparentan en el hecho de que saben trabajar el terror dialogando con la propia historia del cine con pasión e inteligencia, retomando el subgénero de asesinos y masacres hacia direcciones distintas en una vereda intermnedia entre el cine independiente con toques de “autor” y la producción industrial.