Nan Goldin va a la guerra: sobre All the Beauty and the Bloodshed

Bares de drag queens, punks y skinheads, espejos con desenfoque, cuerpos lastimados y desnudos, moretones en forma de corazón, baños sucios y jeringas, amantes muertos y moribundos. Los elementos en la fotografía de Nan Goldin forman una marca única que la hace reconocible a primera vista y que la convierte en una influencia obligatoria para cualquier artista o ser humano que agarre una cámara (o un teléfono) y se ponga a sacarles fotos a sus amigos un sábado a la noche en cualquier antro con poca luz.
El documental All the Beauty and the Bloodshed,de Laura Poitras, que acaba de estrenarse en HBO nos muestra a una Goldin que ya está rozando los 70 años, pero que está lejos de quedarse tranquila en su casa disfrutando de los laureles acumulados. Al inicio podemos verla en la puerta del MET con un grupo de personas, ¿es una perfo o qué? Se pregunta uno. Al entrar al museo, Nan y sus acompañantes disparan frascos vacíos de pastillas por todo el edificio, los guardias no saben qué hacer, es Nan Goldin, su obra forma parte de la propia colección del museo, pero a ella no le importa, está ahí por otro motivo. Es que ella vivió mil vidas y eso es lo que viene a contarnos.

En la actualidad forma parte de un grupo de exadictos a los opioides llamado PAIN (Prescription Addiction Intervention Now). Ella misma relata cómo a fines de los 80 le recetaron OxyContin, lo que le generó adicción al instante. Le costó años recuperarse, pero ahora está lista para vengarse. Estos medicamentos son vendidos por un laboratorio satánico perteneciente a una de las familias más poderosas de Estados Unidos, los Sackler, que a su vez se dedican a la filantropía y donan millones de dólares al año a museos, esos mismos que exhiben y glorifican el trabajo de Nan.
Esta contradicción es la que define al documental y su acierto está en mostrarnos a la artista en pasado y presente de manera orgánica, sin ser sobreexplicativo ni enciclopédico porque hay un motivo muy profundo para que ella se esté enfrentando sola a estos monstruos corporativos. Todo surge de una infancia traumática en Boston, unos padres poco comunicativos, una hermana depresiva que termina matándose y que se transforma en un secreto. A partir de allí la vida de Nan se transforma en mitología: huye de su casa, encuentra a su tribu de outsiders y empieza a sacar fotos en bares gays de Boston, en Provincetown conoce a John Waters y a Cookie Mueller, una de sus musas, y empieza a incorporar a su trabajo a este grupo de gente y a ella misma en una época en la que el yo no estaba tan de moda como ahora.

Después de muchos años de exhibición como proyecciones en bares y fiestas, su trabajo va tomando valor y empieza a colarse en las galerías de arte, se recopila en libros que al día de hoy son clásicos como The Ballad of Sexual Dependency (¿cómo no hay todavía una canción de Lana del Rey que se llame así?) y termina formando parte de las colecciones de estos grandes museos como el MET o el MOMA. A pesar de eso, ella nunca termina de integrarse al campo, siempre va a seguir siendo esa chica de Boston que vivió la parte más cruda y mítica del Nueva York de los 70. Porque si ahora su lucha es contra la industria farmacéutica, en los 80, cuando sus amigos estaban muriendo, ya se había unido a un grupo de artistas como Peter Hujar, David Wojnarowicz o Greer Lankton para plasmar en su trabajo los estragos del sida y la estigmatización que se vivía en los medios. Esto ya le había ocasionado censura de muestras y ataques múltiples, pero ella siempre siguió ahí, nunca pudieron callarla.
All the Beauty and the Bloodshed, que estuvo nominado al Óscar como mejor documental en la última edición de los premios, nos muestra un retrato fascinante de una de las artistas vivas más influyentes que existen y que mantuvo un ethos intacto que no la dejó consumirse por la legitimación de los espacios que la intentaron convertir en un accesorio. Si hay algo que la película deja en claro, es que miedo y vergüenza Nan Goldin nunca tuvo.