Reseña: Babylon

Cuando fui a ver Babylon lo hice sin expectativas de nada, incluso creyendo encontrarme con el fracaso de Damien Chazelle después del éxito de Whiplash (2014) y La La Land (2016), sus películas anteriores que lo catapultaron al prestigio. Lo poco que había leído y escuchado sobre este nuevo estreno apuntaba al fiasco de esta nueva producción con un gran elenco que reunía a muchos nombres destacados (como Margot Robbie, Brad Pitt, Tobey Maguire, Diego Calva, entre otros), un presupuesto considerable (para un film que no es de género) que escaló hasta los 80 millones, contra los 30 que había obtenido con La La Land y con una pésima recaudación en taquilla. Se hacía también hincapié negativo en la historia y duración que supera las tres horas por pocos minutos.

Con esta data de antemano temía un poco aburrirme, pero no fue hasta después de la presentación (que sucede a varios minutos de iniciada la película) cuando el título aparece en la pantalla con trompetas estridentes que decidí hacer caso omiso a lo que había leído y escuchado. Ignorar la banda sonora es imposible desde un primer momento porque es el elemento mejor logrado de la película (hoy no me la puedo sacar de la cabeza y sigo escuchándola). Es sabido que las producciones de Chazelle son grandilocuentes, estridentes y hasta barrocas en cierto sentido. Sin dudas, Babylon no es la excepción a la regla y todo esto parece estar elevado al cuadrado, el presupuesto se hace notar en todas y cada una de las escenas de la película y ¡qué bien lo hace!

La historia gira alrededor de Hollywood en los años 20 y la transición del cine mudo al sonoro desde la óptica de distintos personajes que se conocen y cuyas historias se cruzan entre sí alrededor de toda la película. En primer lugar, Manny (Diego Calva), un asistente que logra adentrarse en la industria cinematográfica (probablemente antes de que exista como tal); Nellie LaRoy (Margot Robbie), una mujer un tanto imprudente que logra infiltrarse como actriz de cine; Sidney (Jovan Adepo), un músico de jazz que resalta ante los demás por su talento con la trompeta y encuentra su lugar en las películas musicales; y Jack Conrad (Brad Pitt), un actor consagrado que ve su declive ante la aparición de una nueva forma cinematográfica.

Durante las tres horas vamos a ver cómo, a partir de sus historias individuales, cada uno sabe amoldarse o no a las nuevas formas del cine, su industria y las grandes productoras. De la producción en cadena y simultánea en espacios abiertos a los rodajes en grandes sets en conjunto a la profesionalización y especialización. Sin entrar en spoilers, una de las mejores escenas del film se da cuando Robbie y el equipo no pueden adaptarse a filmar en sets con micrófonos donde el que da las órdenes ya no es el director sino el sonidista teniendo que repetir hasta el cansancio el rodaje de una secuencia breve. Esta escena se extiende durante más de diez minutos y, lejos de convertirse en algo aburrido para el espectador, es un gran momento gracioso de la película cuando se siente el cansancio y hastío de los personajes: es en estos detalles de la repetición donde Chazelle se arriesga, le funciona y gana.

Si en La La Land vimos una historia romántica, musicalizada y hasta un poco naive, en Babylon se proyecta todo lo contrario. La noche, las fiestas, los excesos y sobretodo la cocaína se erigen como los protagonistas de esta historia que deja entrever el “lado B” de Hollywood y cómo la industria está desde muy temprano dirigida por empresarios encargados de definir cuándo algo funciona o no, de acuerdo con el costo/beneficio, y cuándo debe desecharse en función de formatos, estilos y también personas. En esta historia los personajes cambian con el paso del tiempo y los diferentes contextos y, a fin de cuentas, quien gana es el que puede adaptarse a los requerimientos que impone el mercado para subsistir, morir o retirarse. Casi seguro, mostrar este aspecto sea el motivo por el cual no tuvo tan buena recepción en la academia y obtuvo solo tres nominaciones para los Óscar (vestuario, música y diseño de producción) y ninguno dentro de las categorías más importantes.

Lo cierto es que Babylon es una película más sobre el cine, de las que abundan bastante en los últimos años, pero muy bien narrada. Hacia el final el film deja diálogos interesantes sobre los actores, lo efímero de su fama y permanencia en pantalla con el miedo de quedar en el olvido junto con la manipulación de la que son víctimas dentro de la industria. Más allá de eso, hay algo que subyace en la historia que Chazelle quiere mostrar donde propone un juego –casi hermenéutico– sobre el cine. Si bien los actores, los directores, los productores e incluso las industrias son temporales, las historias no: están abiertas y permanecen a lo largo del tiempo, están a la espera de volver a ser vistas, resignificadas, homenajeadas y hasta reinterpretadas y, con un halo de esperanza ante el temor del olvido, los actores, directores y el componente “efímero” están ahí, junto con sus historias, en algún espectador que las ve o las guarda en su memoria.

En mi forma de ver, la película tiene más aciertos que errores, a pesar de haber sido bastante criticada en un primer momento, con actuaciones que sobresalen, como la de Margot Robbie en un papel más trash del que estamos acostumbrados a verla (enamora y genera admiración en partes iguales), Brad Pitt como un actor que no logra adaptarse y pasa del éxito a ser marginado de la historia, o Tobey Maguire que, a pesar de aparecer al final de la historia, le aporta un viaje al relato para el lado del cine negro y el gore. La película no deja mal parado a su elenco, sino que les da papeles en los que no estamos acostumbrados a verlos. En su totalidad, lejos de convertirse en algo aburrido y sin sentido, se lleva bien, se disfruta y nos regala la mejor banda sonora en mucho tiempo.

Probablemente soy un defensor de una película de la que esperaba varias nominaciones más, pero quién sabe, quizás como sucede en la historia, en unos años una revisión le dé el reconocimiento que merece.