El triángulo de la tristeza: el lujo es vulgaridad

El triángulo de la tristeza, la nueva superproducción de Ruben Östlund nominada a mejor película extranjera, mejor guion y mejor dirección de los próximos Premios Oscar, es osada, divertida y al mismo tiempo invita a una reflexión profunda. Es como un buen chiste irreverente que nos hace reír y después nos deja un gusto amargo.

Los que no nos ocupamos de nuestro aspecto físico-estético (no al menos de manera minuciosa) no estamos al tanto de esto. En el entrecejo donde se frunce el ceño, se forma con las arrugas un triángulo (conocido como triángulo de la tristeza) que se puede corregir con bótox.

La figura geométrica elegida no es para nada azarosa y su presentación a partir de esta explicación, mucho menos. La estructura piramidal es el principio fundamental de esta película que, además, está dividida en tres actos como si fueran los vértices del polígono.

Fácil y acertadamente, recordamos la anterior película de Östlund, The Square (El cuadrado), también nominada a mejor película extranjera en los Óscar de 2018. Pareciera que se va gestando una obra. No solo por la conexión entre los títulos, también por los universos que retrata y la sátira.

En la primera escena, la pantalla rebalsa cuerpos de adonis semidesnudos y entonces aparece otro dato tan absurdo como curioso: hay un mundo en donde las mujeres ganan más que los hombres. El mundo de la moda.

Una pareja de modelos-influencers da nombre a la primera parte y protagoniza una escena desopilante en donde casi se separan por no ponerse de acuerdo en quién debe pagar la cuenta del restaurante.

Desde el inicio, la película nos deja claro cuál es el tema central y que no hace falta más que exponerlo como si fuera un documental para poder reírnos de él y cuestionarlo a la vez.

La pareja se embarca en un lujoso crucero “por canje”. Ella deberá subir contenido a sus redes a cambio de la exclusiva experiencia en donde conocerán al resto de los protagonistas. Algunos pasajeros, otros miembros de la tripulación. Una vez a bordo, empieza el segundo acto: un delirio que bordea el surrealismo y entraña una profunda crítica social sin ser nunca pretenciosa o moralista. Como prueba de que todo lo exageradamente caro, lujoso, snob o frívolo es ridículo y tiende al grotesco. Mejor la burla. Mejor reírnos y creer que eso no pasa en la vida real…

Los personajes irán pasando por distintas etapas, sosteniendo la idea de que estamos dispuestos a mucho más de lo que imaginamos por hacer uso y abuso del poder. ¿Para qué? No hay manera de impedir que, eventualmente, una explosión haga volar todo por los aires y ahí los quiero ver. Allí que empieza el tercer acto que conduce a un final polémico o cuestionable pero que no por eso deja de ser sorprendente. Después de dos horas y pico, nos deja con la pregunta “y ahora, ¿qué pasa?”, entre los dientes.

Hay una pareja (quizás demasiado) hegemónica, hay un Titanic que también se hunde, hay náufragos, hay una isla desierta, hay algo (o mucho) de Parasite, está Woody Harrelson como el anti-capitán, hay humor, hay surrealismo, una escena escatológica inolvidable, hay una banda sonora (compuesta en su mayoría por hitazos) que no encuentro las palabras para describir el efecto que genera.

De un momento a otro y de manera inesperada (como si ya no hubiéramos tenido demasiado), llega el estallido. Como si fuera un nuevo big bang, o un nuevo renacer. Incluso cuando parece el final, surge una nueva posibilidad para los sobrevivientes. Una tregua para la humanidad. Solo deben ocuparse de colaborar para sobrevivir. Sin saber siquiera cuánto. Pero no. Ahora es el turno de la mezquindad y la venganza que desembocan en un nuevo régimen al que entramos como caballos esperanzados de que exista otro tipo de estructura social, pero vamos derecho al matadero.

¿Es entonces la hipocresía la base de la civilización?

Es una combinación inevitablemente explosiva. Una sucesión de planteos filosóficos, sociales bien filosos disfrazados con humor grotesco, absurdo, y plagada de referencias al cine. El capitalismo está en el ojo de la tormenta, por no decir flotando en el océano, en la mira de un barco enemigo que está a punto de lanzarle una bomba.