TÁR: una irónica, oscura y fantasmagórica fantasía

Ego. Ambición. Manipulación. Privilegio. Poder. Narcisismo. Ser un artista (en general, un famoso) de talla mundial te empuja a debatirte en una delgada línea moral a la que pocas personas tienen la gracia de sobrevivir sin tambalearse hacia el lado tétrico de la industria. No por nada, la mayoría de nuestros ídolos se ven insertos en una espiral de poder exacerbado, egolatría y placeres cuestionables que esconden bajo su fachada de seres éticos e intachables. Eso no quita que sean visionarios, transgresores o prestigiosos en sus áreas, pero si nos obligan a replantearnos qué tanto de sus vidas está presente en sus obras, hasta qué punto podemos consumir su arte sabiendo sus reprochables acciones o si puede existir esa infame separación del arte de su creador.

Dichas preguntas, presentes más que nunca en la generación zoomer, hacen que apoyar a alguien se convierta en una tarea de investigación y vigilancia. Te ves en la necesidad de cruzar los dedos para que tu famoso favorito no sea un imbécil o un degenerado. Así como lo hizo Vox Lux hace unos años atrás, TÁR analiza nuestro mundo moderno a través de la vida de una artista ficticia, construyendo un falso biopic con el cual se deconstruye la figura intocable del ídolo y la extrapola a un viaje onírico de ánimas acechantes, dinámicas de poder corruptas y paranoia urbana que marcan el regreso triunfal de Todd Field al cargo de la dirección tras sus 16 años de retiro.

En esta épica de casi tres horas, el tiempo es la clave. Así como la directora de orquesta marca el tempo de las melodías gracias a su mano, Field hace lo mismo con su destilada puesta en escena en la que ningún movimiento, sonido, gesto, símbolo o plano se escapa. Todo es pragmático, ordenado y milimétrico. No hay espacio para las arbitrariedades. Y en ese profundo espacio tan perfeccionista, se teje un misterioso thriller sobre el quehacer artístico y todos los pecados que conlleva estar en esa posición tan cínica de ambición y poder con la que puedes atentar contra cualquier cosa que se interponga en tu camino. Te convierte en una bestia hambrienta e insaciable. Lydia Tár, la protagonista, es el mayor ejemplo de una depredadora (sexual) que actúa de forma silenciosa, pero letal. Disfrazándose de un genio que se pone entre el público y Dios para llenar su ego y cumplir con esos arrebatos imparables de soberbia pura.

Pero, a su vez, la película pone a prueba nuestro juicio como espectadores, al no tomar bandos ni subrayar el mensaje sobre la cancel culture, sino que lo utiliza como un mero contexto para describir la caída anímica y ética de este personaje que empieza a perder la cordura (y su reputación) por sus propias decisiones pasadas que le comienzan a pasar factura. Desde ese ángulo, TÁR es un estudio de personaje a cocción lenta, con muchas sutilezas e incógnitas que no conseguirán respuestas. Somete al espectador a un esqueleto narrativo de secuencias extenuantes de suma intelectualidad musical porque, a manera de sinécdoque, los dilemas e historiales cuestionables de esos aclamados compositores clásicos terminan sirviendo como un espejo de lo que representa la protagonista. Ella reconoce la importancia (o capaz implora la posibilidad) de separar el arte del artista porque tiene ese miedo incesante de que la recuerden más por sus polémicas que por su trabajo.

Aunque, para mí, la arista más interesante que Todd Field expone en su película es ese tono surreal que coquetea con el terror. El espectro de Krista (la exaspirante que se suicida y de la que Tár se aprovechó en el pasado) se puede ver escondido en diversos puntos a lo largo del metraje, perturbando a Lydia en unos fascinantes momentos que rozan lo “lynchiano”, y además de reforzar esa inquietud psicológica de la protagonista por encubrir sus mentiras, construyen una atmósfera que deforma la realidad y hace dudar de la fiabilidad de lo que le sucede al personaje. Desde los gritos en el bosque (extraídos de The Blair Witch Project, lindo detalle), pasando por los reiterados sonidos escuchados en su apartamento o ese pequeño segmento en el edificio en ruinas crean una sensación muy ambigua sobre si lo que vemos realmente sucede o no.

A su vez, ¿hasta qué punto la figura de Lydia Tár (la artista) es una creación de Linda Tár (la persona)? ¿Acaso el personaje se comió a la persona? El comeback de Field no deja de ser una introspección acerca de la dualidad, la culpa y la crueldad de una persona cuando se le da una pequeña prueba del control y poderío. Al mando de este tour de force, nos topamos con Cate Blanchett dejándose la vida encarnando a un monstruo que se va pudriendo por sus ínfulas de grandeza.

Anagramas, visiones traumáticas, laberintos, paranoia. Esta es una película sumergida en la ambigüedad de sus intenciones. Aterradora por fuera, aunque graciosa por dentro. Lo nuevo de Todd Field es un elegante engendro de los que ya no se hacen: erudita, incisiva, retadora, enigmática, sarcástica. TÁR no está hecha para el público (creo), más bien está hecha para los artistas que se creen más grandes que la vida, y así reflejarles lo insensatos y peligrosos que pueden ser con su entorno.

Atemorizante recorrido a las entrañas y a la mente de una artista en decadencia.

TÁR ON TÁR

RÁT ON RÁT