Los ilusos #52: ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?

Hola, ¿cómo están? Espero que muy bien. No se puede estar de otra forma, vivimos uno de los días más felices de nuestras vidas. Hemos presenciado un hecho histórico, mágico, imposible de creer durante años: Argentina ganó el mundial en la era digital. Lionel Andrés Messi, junto otros 25 muchachos, volvieron a traer al presente algo que parecía olvidado, algo que llegamos a creer que no veríamos o que no volveríamos a ver.

Llegó en el clímax. En ese momento donde si no se da, no se dará jamás. El capitán tiene 35 años. Para cualquier otro mortal, estaríamos hablando de un exjugador. Para este extraterrestre es el pináculo de su carrera, el estado apoteósico máximo. Jugó todos los minutos de los 7 partidos, incluidos los dos alargues y las dos definiciones por penales. Llegó a Qatar habiendo marcado 6 goles en cuatro mundiales, con el estigma de no haber convertido nunca en una segunda fase. En esta competencia marcó 7, de los cuales 5 fueron en la ronda eliminatoria. Hizo todo lo que se podía hacer y más.

El arco narrativo de la selección argentina de 2018 a esta parte podría ser una película clásica de underdogs, un término utilizado en el deporte y luego trasladado al cine para contar historias de equipos en inferioridad de condiciones que logran lo impensado. Lionel Scaloni, el joven inexperto de Pujato, no se enojó ante las críticas que primero fueron de traidor –por haberse quedado cuando quien lo trajo a la selección, Jorge Sampaoli, fue despedido- y que luego se concentraron en su escasa formación para aceptar un desafío tan grande como es el de dirigir a la Selección Argentina. La postura del D.T fue contemplativa. Aceptó la desconfianza y la reconoció como válida, solo pidió tiempo y paciencia. Perdido por perdido inició una transformación revolucionaria en el equipo, se fueron la mayoría de los históricos de 2014 y de los coetáneos de Messi e ingresaron jóvenes, para quienes el 10 ya no era un compañero sino su ídolo de la infancia. Esa conversión, como todo en este país, casi no se da. En la Copa América de 2019, el primer desafío importante de Scaloni, Argentina había perdido con Colombia en el primer partido y empataba con Paraguay cuando Franco Armani atajó un penal que podría haber sido el final de todo. En un país que a veces solo vive de los triunfos, fue una soga que le permitió respirar. De allí en adelante todo fue para arriba, la selección salió tercera, con un Messi descontracturado que se animaba a quejarse de los arbitrajes, pero que a la vez bancaba al entrenador.

No volvimos a perder. Incluso cuando era impensado, Argentina ganó en los 90 minutos una final en el Maracaná, con una paliza táctica a un Brasil que se comía todo lo que le pasaba por adelante. Algo estaba roto, destrabado. Por primera vez en muchos años, creíamos que si habíamos podido ahí, podíamos en cualquier lado. Claro, también podía haber sido una falla del sistema, un Cometa Halley. Todos dudábamos en algún punto, ellos no, nunca y eso fue gracias al entrenador y su cuerpo técnico.

Más que una película sobre perdedores o deportistas en el ocaso de su carrera que hacen algo grandioso, como esa joya impensada de Sam Raimi, Por amor al juego, para mí esta selección es un drama romántico. Un relato donde 26 que se quieren se dicen cualquier cosa, donde ellos solos pueden más que el amor y son más fuerte que el olimpo. Una historia que por primera vez desde que tengo uso de razón no buscaba que ellos nos den algo, sino que todos veamos que alguien llegue a la gloria. Porque era injusto e imposible que quien lo cambió todo no alcance el premio máximo, no sepa cuánto pesa la copa. No se puede, no tiene que ocurrir. Ni con toda la maldad que habita en un mundo tan podrido era tolerable algo así. La historia esta vez se inclinó para donde debía y el héroe ganó, regresa con el elixir y el universo es un lugar mejor.  

En 2021 el georgiano Alexandre Koberidze estrenó su segunda película ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?, el título está relacionado a la forma de festejar los goles que tiene Messi. En su film la ciudad georgiana de Kutaisi se paraliza ante cada partido de un mundial imaginario que Lionel gana, los niños se pintan su nombre y el 10 en la espalda. Koberidze también creyó antes que otros en los bellos milagros que merecíamos.

El cineasta vivió el mundial en nuestro país, vino como jurado para la última edición del Festival Internacional de Mar del Plata y se quedó, esta nota de Roger Koza es muy bonita para entender un poco más sobre lo que Lionel Andrés Messi puede provocar en la vida de millones de personas alrededor del planeta.

Mi vida estará atravesada por siempre por este mundial. En noviembre de 2021, sin saber cómo, haciendo las conexiones más extrañas para poder pagarlas, sacamos con unos amigos los vuelos a Doha. El destino y la suerte hicieron que pudiera disfrutar de ver en el estadio los primeros cuatro partidos de la selección. No se compara con nada.

De la frustración con Arabia, al desahogo con México. Del Where is Messi? saudí, al andá pa allá bobo. Del éxtasis de un baile impensado en una final, a la agonía provocada por ese villano perfecto de 23 años llamado Kylian Mbappé y de nuevo al éxtasis final, después de 36 años, de volver a levantar una copa del mundo. Es imposible no pensar en nuestros afectos más cercanos que se fueron hace poco y que hubiesen disfrutado esto como nadie. Es imposible no pensar que, a pesar de las dificultades, de nuestros errores y nuestras malas decisiones, no somos la sociedad fracasada que nos quieren hacer creer que somos. Porque al final del día, lo que vemos cuando miramos al cielo, Koberidze, no es algo metafísico, es algo mucho más sencillo: son nuestros colores, el celeste y el blanco, y no importa dónde estamos, siempre vamos a estar en casa. Y ese es nuestro recurso cinematográfico más hermoso.

No hagan listas, no discutamos lo que no tiene sentido. Esta es la mejor película de nuestras vidas.