Snuff, de Ariel Pukacz (La Conjura, 2022)

Snuff (2022), primera novela de Ariel Pukacz –periodista, editor y director de la más que recomendable editorial Walden–, es un libro de y sobre cine, escrito por un cinéfilo para cinéfilos. No hay nada en esta novela que no remita al séptimo arte: desde su nombre y la estética de su portada, hasta esa batería de cámara digital en la esquina superior de las páginas impares que se va agotando a medida que avanzamos en la historia. Snuff está narrada desde el punto de vista de una estudiante de cine de la UNTREF (Universidad del partido bonaerense de Tres de Febrero) que cursa el seminario “Géneros marginales II”, donde conoce al docente Sergio Protopka, un cinéfilo radical que introduce a sus alumnos en el submundo de las extrañas y oscuras películas que lo obsesionan. Y acá es cuando no puedo dejar de decir que, además de un libro escrito por un cinéfilo para cinéfilos, Snuff es una nouvelle con la que cualquier persona que haya estudiado en un instituto o universidad de cine se va a sentir 100% identificado: Protopka es un profesor-frankenstein armado con partes de diferentes profesores de cine. Me explico: Sergio es descripto como un tipo raro e introvertido que vive con su madre y lleva a las clases su propio proyector y las latas de fílmico de su colección privada; físicamente poco agraciado –alto, pelo largo descuidado, canoso y pajoso, con entradas, bigote amarillento de tanto pucho–, siempre viste el mismo jean azul varias tallas más grandes, chomba amarilla y una campera de esquí vieja que no se saca ni siquiera cuando hace calor. (Y estoy seguro de que si algún estudiante o exestudiante de cine está leyendo esto, estará pensando “pero, claro, yo tuve uno, dos o tres profesores que si los junto forman un Sergio Protopka”. Pero prosigamos). Bien, resulta que este profesor, apasionado y sincero –siempre y cuando el tema en cuestión sea el cine–, proyecta películas violentas, crudas y extremas en su seminario, algunas incluso provocan náuseas y sensación de desmayo –“El material que Sergio mostraba en clase era desgarrador, preocupante, diría. No imaginé que en el cine podía haber gente tan pero tan loca. Es que eso ya no era cine para mí, era otra cosa, pero no cine, porque a veces ni argumento había”, recuerda la protagonista–, pero lo verdaderamente interesante es que todas estas películas no son inventadas por el autor de la novela, sino que son reales, y justamente una de ellas es la que obsesionará tanto a Sergio como a sus alumnos: Snuff (1976). Esta película es, en realidad, una excusa para hablar de cine con pasión, y un Macguffin que llevará a los protagonistas por una senda violenta y trágica. Pero antes de continuar, definamos con más claridad qué es el cine snuff y pongamos en contexto la película.

El origen del mito de las snuff movies se remonta hacia mediados de los años 70 y nace como una forma de llevar aún más allá el excesivo porno ultra hardcore. Si bien quien creó el término fue el escritor Ed Sanders en su libro sobre los asesinatos del Clan Manson The Family: The Story of Charles Manson´s Dune Buggy Attack Battalion (1969), el encargado de convertirlo en un subgénero controversialmente célebre fue el productor Allan Shackleton gracias a Snuff (1976), una película apócrifa llamada en su origen Slaughter (1971), que había sido filmada en Argentina –puntualmente en el Tigre– por Michael y Roberta Findlay, conocidos por ser los creadores de una variedad de cintas porno y sexploitation. Shackleton se apropió de dicha cinta poniéndole un nuevo nombre, haciendo un remontaje y agregándole un final donde, después de finalizada la ficción, se ve al director y a todo el equipo técnico en pleno rodaje sometiendo a tortura, descuartizamiento y posterior asesinato a una actriz. La película se lanzó acompañada de una campaña que advertía que las imágenes que se verían al final de la cinta eran reales, que tanto el director como los técnicos estaban desaparecidos sin rastro y que la intención al estrenar el film era denunciar una práctica que se había vuelto común en países sudamericanos tercermundistas, como por ejemplo Argentina. Y aunque al final a Shackleton no le quedó otra que confesar su bulo, ¿adivinen qué? Aún hoy en día hay gente que está convencida de que las últimas escenas de Snuff fueron reales.

Las snuff movies son, entonces, supuestas filmaciones reales de asesinatos, en general, precedidas de violaciones, torturas, mutilaciones y parafilias varias –incluso pedofilia e infanticidio–, realizados con fines comerciales y de entretenimiento. Hablando en criollo, se basa en la oferta y la demanda: así como se supone que hay enfermitos psicópatas que pagan por estos videos, existen enfermitos psicópatas que los llevan a cabo. Lo cierto es que aún no se ha podido comprobar la existencia de cintas snuff reales. Para ser claros: existen miles de videos de asesinatos, violaciones, mutilaciones, torturas o suicidios, y hoy con los nuevos medios de comunicación y las redes sociales es más fácil que nunca acceder a ellos –incluso puede llegar hasta nosotros sin que nos interese–, pero como ninguno de esos videos fue realizado con fines comerciales, no pueden considerarse snuff movies. Los narcos no decapitan a sus rivales para vender los videos en tiendas underground, quienes linchan a un ladrón hasta darle muerte mientras los filman no lo hacen pensando en comercializar una película, por lo tanto, nadie ha visto aún una verdadera snuff, un asesinato en cámara hecho solo para vender la película. Lo que sí existen son muchas leyendas en Internet, creepypastas, mitos radicados en una supuesta deep/dark web y el infaltable “primo del amigo del hermano de un amigo del sobrino de una amiga” que dice haber visto uno de esos videos. Por lo tanto, las snuff movies no pueden ser consideradas más que leyendas urbanas, un mito que solo cobra vida en las mentes más extremas y retorcidas o en ficciones que tratan este tema o directamente tratan de emular este tipo de cintas. O quizá existan en algún mercado negro al que los comunes mortales –por suerte– no tenemos acceso. Lo cierto es que Ariel Pukacz tomó este retorcido mito del cine y lo convirtió en una nouvelle entretenida, que juega constantemente con los límites entre la ficción y la realidad, entre la novela y la enciclopedia cinéfila. Porque Snuff es una novela, pero también es un manual de historia del cine disfrazado de libro de ficción, una breve enciclopedia de subgéneros “raritos” y poco conocidos, una guía a los rincones más sombríos del cine. Con la excusa de armar una genealogía del cine snuff, el libro comienza de una manera poco convencional: en sus primeras páginas nos encontramos con la copia de un listado de películas y libros –la filmografía y bibliografía obligatoria/sugerida de la materia– lleno de clásicos, obras de culto, imprescindibles para cualquier estudiante de cine. Enseguida nos topamos con un guiño que solo entenderán quienes hayan estudiado cine –una planilla de retiro de equipos para rodaje–, y finalmente un manuscrito con un listado de películas de subgéneros como el cine de explotación (carsploitation, blaxploitation, naziploitation, bruceploitation, etc.), el giallo, el splatter o el rape and revenge. Solo con eso, cualquier cinéfilo curioso puede entretenerse durante varias semanas rastreando y mirando las películas del listado, sin contar los libros, incluso antes de que arranque la trama de la novela.

Pero retomemos la trama: Sergio les cuenta a sus alumnos que: “Snuff, o más bien Slaughter, se filmó durante cuatro semanas en Argentina, con treinta mil dólares. Se rodó sin sonido, porque los actores no hablaban inglés. Los diálogos los agregaron en Nueva York. (…) The Slaughter se estrenó sin éxito en 1971. Las latas quedaron en las oficinas de Monarch, juntando polvo por casi media década, hasta que Shackleton encontró la forma de revertir estas falencias argumentales en una virtud al sumar una escena final y cambiar el título a Snuff”. Entonces, como Slaughter, la primera parte de lo que terminó siendo snuff fue rodada en Argentina, el profesor le propone a los alumnos hacer un documental sobre la filmación de la película como parte del seminario, con el propio Sergio en el rol de director y algunos alumnos como guionistas y parte del equipo técnico. “El documental sobre Snuff era la culminación de una vida dedicada a la recuperación de una historia del cine que parecía no tener demasiados adeptos”, cuenta la protagonista sobre Protopka. De esa forma, se embarcan todos juntos en un rodaje típico de escuela de cine, pero con el correr de las páginas se irá poniendo cada vez más espeso.

Y hasta acá me parece prudente contar. No quisiera spoilear nada más porque creo que merece la pena que el lector vaya descubriendo a su ritmo una trama que, a pesar de no ser demasiado original y tener algunos puntos de giro que se ven venir, desliza ideas muy interesantes y perturbadoras como, por ejemplo, que durante la dictadura se filmaron películas snuff: “no tengo dudas de que hay snuff hecho durante la dictadura. Si se quedaban pibitos cómo no van a torturar y filmarlo para un circuito diminuto, lo opuesto al underground, subterráneo pero para arriba, el poder de verdad, los que manejan los hilos en silencio, el upperground”.

En fin, aunque suene a frase hecha me siento con la obligación de recomendar la lectura de este libro a todo cinéfilo –y estudiante de cine– que sin dudas lo va a saber apreciar y disfrutar, como lectura placentera de ficción pero también como guía para sumergirse en las profundidades del under cinéfilo más lúgubre y retorcido.