La casa del Dragón: «La reina negra» 

Hay varias maneras de concluir una primera temporada. No vamos a listarlas aquí. La casa del Dragón termina como una serie que siempre supo que podía contar el cuento completo, que se estipula en 40 episodios. Lo hace, además, pasando por todos los mojones que transitaron sus 9 capítulos anteriores. En La reina negra tenemos el cuarto parto en pantalla de la temporada, que además de oficia de la escena truculenta e inmirable de este episodio (todos tienen una). Es un espejo del primero, que termina con la vida de Aemma, primera esposa de Viserys y madre de Rhaenyra. Uno de los temas de la serie es, sin dudas, es la capacidad de la mujer para enfrentar horrores que el hombre ni imagina.

Tenemos también el tercer funeral en imagen (Aemma, Laena y este bebé), que se suman a las preparaciones de los cuerpos de Viserys y del decapitado hermano de Corlys, por parte de las hermanas silenciosas. Se suma a esto la segunda coronación, el juramento de los capablancas y demás cuestiones. Finalmente, tenemos seis dragones diferentes en pantalla (Meleys, Arrax, Vermax, Syrax, Vhagar y Vermithor).

Siguiendo los sucesos del El concilio verde, en La reina Negra Rhaenys llega a Rocadragón a lomo de Meleys. Allí, y para que no queden dudas, explica por qué no dracareó a medio mundo en la coronación de Aegon: “no me corresponde a mi empezar esta guerra”.

Rhaenyra pierde de manera breve el control de la situación, mientras tiene un aborto espontáneo; Daemon, siempre rápido para tomar el poder que pueda, se pone a la cabeza de la situación. Daemon es un personaje complejo, mucho más que un abusador o un pederasta. Quiere su guerra. Estuvo 40 años preparándose para ella. Su postura, que desarrollará en múltiples escenas, es que el poder se toma a sangre y fuego. Su diplomacia es la de los dragones. Tiene 13 a su disposición. Daemon es un dragón en sí mismo. Es violento, impredecible, ingobernable, imponente, seductor e insaciable: es la personalidad Targaryen en un solo cuerpo.

Rhaenyra se ve obligada a recuperarse rápidamente. Gobernar, según aprendió de su padre, no es matar a todos sus súbditos. Como Aemond al final de capítulo, tratará de dominar a su dragón (Daemon) con escaso éxito. Este le jura lealtad, pero también la estrangula.

Otto Hightower viene a ofrecer términos. Si los negros hincan la rodilla, mantienen títulos, honores y comodidades. Una vez más, en el puente de Rocadragón, Otto está a punto de ser asesinado por Daemon, o por un dragón. Rhaenyra, en un instante que no se puede diferenciar entre debilidad o vocación estadista, le dice que su respuesta la tendrá el día siguiente y lo deja partir. Alicent le mando la página arrancada del libro: un símbolo del amor que se tuvieron.

Corlys vuelve de las fiebres y de la muerte. Tardó seis años y Rhaenys lo recibió sin más que reprimendas. Punto para Corlys. No sé cómo lo logró, pero es encomiable.

Los Velaryon aportarán a Rhaenyra la flota y el control del comercio con el continente, ya que el fruto de los seis años de batalla de Corlys, es el control absoluto del Mar Estrecho.

El giro de todos los acontecimientos se da con una variación a cómo fue concebido originalmente en el libro. Rhaenyra envía a los príncipes a recordarle a las casas grandes que le juraron fidelidad. Jace, el mayor, hará el viaje más largo, pasando por el Nido de Águilas hasta Invernalia. Luke hará el viaje corto hasta Bastión de Tormentas. Allí será rechazado por un iletrado Ser Borros Baratheon: Luke viaja con un recuerdo, pero sin una oferta. Para peor, Aemond, cada vez más parecido a Loki, se encuentra en el Castillo. Le ofreció a los Baratheon un vínculo por casamiento. Viajó con su dragón Vhagar, la bestia más grande desde que murió Balerion, uno de los dragones originales de Valyria.

Luego de un escape por los pelos, en los que Borros Baratheon solo atina a decir “no aquí” cuando Aemond quiere dejar tuerto al pequeño, Luke emprende vuelo a Rocadragón en el mínimo Arrax. Pero Vhagar acecha entre las nubes. Tenemos la primera danza de dragones, que termina con Vhagar fagocitando en el aire al dragón y al niño.

Todo esto, les decía, es parecido a cómo fue escrito. Lo novedoso es que Aemond le ordena repetidas veces a Vhagar que no lo haga y se horroriza una vez que ocurre. El príncipe tuerto, un estudioso de la historia, la filosofía y las artes de la guerra, sabe que cometió un error. Que este hecho desencadenará otros mucho más terribles.  Una capa más a un personaje complejo. Allí donde Rhaenys mostró capacidad de constricción, Aemond no pudo dominar el poder que le fue dado. Lo interesante es que lo sabe y se asusta por ello. Vhagar no es una mascota a la que se le pueda dar órdenes.

La escena final es Rhaenyra, ahora volcada por completo a la guerra total, así como la pedía Daemon. Empezará el choque de reinas.

Escenas extremas, abortos, funerales Targaryen y dragones. Salvando la truculencia, es bastante más de lo que esperábamos ver. En la segunda mitad de la temporada, los capítulos alcanzan su mejor momento. La línea de tiempo se estabiliza. No hay saltos temporales, que fueron muchos. La primera temporada transcurre en unos 30 años, si contamos la primera escena del primer episodio. Era necesario. Lo hicieron bastante bien. Establecieron la paz que vino con los reinados de Jaehaerys y Viserys, y el poder y las familias relevantes en este período de la historia (fantástica).

Lo que viene es guerra total, batallas épicas, dragones, traiciones y horrores. Se volcó la mirada y el favor hacia un bando. La serie empezó a construir empatía con los negros. Se cumplió con el designio de las primeras buenas temporadas: el mundo, ya estaba construido, más no el momento de este mundo. En particular, quienes serán importantes y quienes periféricos. Los personajes fueron delineados con riqueza. El tono fue establecido. Aquí hago un aparte.

Hay un paso más allá en lo estilístico de La casa del Dragón, en comparación con Juego de Tronos. Ya sea en los escenarios, vestuarios o fotografía, todo se movió hacia lo operístico, gigante y fantástico; incluso parece una pantomima. Lejos estamos del realismo medievalista de las primeras temporadas de Juego de Tronos. Comparemos el trono de Bastión de Tormentas con el de Invernalia.  Comparemos la mesa/mapa de Poniente en Rocadragón (al inicio de la segunda temporada de la serie original) con esta mesa mapa, que es la misma.  Todo es ampuloso. El diseño de vestuario y caracterización de Aemond, por decir algo más. La serie adquirió una conciencia que está por encima de su trama. Esta conciencia de existir, ese ojo y oído en el espectador, es el resultado del odiado final de GoT: estoy seguro que esta serie va a terminar bien y convencido que mejorará temporada tras temporada. Solo espero que abandone el vicio de la truculencia porque sí0 y la oscuridad (fotográfica) extrema.

Es muy interesante el fenómeno: la serie más vista de 2022 es de diálogos, conspiraciones, relaciones tóxicas, cargos heredados por sangre, traiciones y poder por el poder en sí mismo. No hay un Varys, ni un Caballero de la Cebolla mirando al pueblo. Si no fuera por los dragones, diría que estoy mirando un canal de noticias.