The Humans: una encrucijada entre lo extraño y lo familiar

Luego del éxito de su obra teatral homónima, ganadora del Tony a mejor obra en 2016 y finalista del premio Pulitzer, Stephen Karam eligió trasladar su propuesta al lenguaje cinematográfico. Sosteniendo muchos aspectos de la teatralidad, este film, estrenado a finales de 2021, construye un meticuloso retrato familiar, al tiempo que ensaya formas alternativas del género de terror.

El disparador de la trama, ya casi constituido como lugar común en películas que pretenden abordar los conflictos interpersonales, es una celebración familiar del día de Acción de Gracias. Brigid (Beanie Feldstein), recién mudada a Nueva York con su pareja Richard (Steven Yeun), recibe a su familia de Scranton: a su madre y su padre, Erik (Richard Jenkins) y Deirdre (Jayne Houdyshell), a su abuela Momo (June Squibb) y a su hermana Aimee (Amy Schumer). Pero incluso antes de introducirnos a los personajes, desde los primeros planos del cielo de Nueva York recortado por los rascacielos, nuestra mirada empieza a estar condicionada por la estrechez que imponen ciertos encuadres (la cruz es la imagen más figurativa que se muestra en este comienzo y que nos anticipa elementos de la trama). En este sentido, la propuesta principal del film implica poder mirar desde y a través de ciertos marcos: los planos, en su gran mayoría, están encorsetados por puertas o por pasillos angostos; otras veces, están bloqueados parcialmente, lo cual nos impide, por ejemplo, observar al personaje que está hablando. Al mismo tiempo, a través de los diálogos y las actuaciones, comienzan a filtrarse otros elementos que alimentan esta atmósfera incómoda: los roles familiares, los problemas financieros, la enfermedad, las expectativas propias y ajenas, el miedo al futuro.

Uno de los grandes aciertos de la película es haber apostado a una construcción ambigua y difusa del terror; no sabemos con exactitud si las fuerzas que irrumpen sutilmente provienen de un más allá o de un más acá, si forman parte del mundo humano o del sobrenatural. Los ruidos, los cortes de luz, las siluetas que se deslizan opacas resultan casi una vaga extensión de las pesadillas de Rich y Erik: los miedos inconscientes de los personajes que se proyectan y que invaden el espacio. En este sentido, podríamos ubicar a The Humans en el género del terror psicológico (la situación inicial responde a esta hipótesis: un departamento antiguo y casi vacío, los ruidos que provienen del piso de arriba, los objetos que se caen misteriosamente), aunque lo más interesante es destacar el cruce que se produce entre esta estética y el retrato familiar.

No podemos hablar de un retrato en la tonalidad de American Beauty, a pesar de que The Humans expone de forma constante las fisuras del sueño americano, lo hace desde una perspectiva doble que conjuga momentos de tensión con momentos descompresivos. De esta manera, resultan también ambiguas las relaciones entre los personajes: el film no desoculta simplemente las hipocresías y las tensiones de una familia de clase media, sino que también bucea en las posibilidades de un encuentro. En el humor (que a veces sublima respuestas pasivo-agresivas, pero que también aligera el ambiente y conecta a los personajes), en los momentos de quiebre, en las vulnerabilidades a las que los personajes se arrojan o son arrojados, se vuelven posibles instantes de reconocimiento. A lxs espectadores, que accedemos a la mayoría de las escenas desde una posición voyerista, externa, como si espiáramos, también se nos vuelve posible, en determinados momentos, un acercamiento a la desnudez. Los primeros planos, detenidos y precisos, develan esta segunda exploración; momentos en donde las actuaciones se vuelven más sutiles y cuidadosas. Un revoleo de ojos, una mueca de asco, un carraspeo que revela, en un instante, toda una interioridad.

En consonancia, la mirada teatral, muy notable en Karam, quien con este film tuvo su debut como director de cine, está puesta al servicio de la temporalidad, del ritmo, de los recorridos de la cámara, de las entradas y salidas de los personajes. Un ritmo menos común para una película, que aprovecha muy bien la retención de los planos y que encauza la atención de lxs espectadores. La música, por otra parte, no resulta un elemento predominante: la atmósfera sonora se sostiene más en las voces, en los murmullos y silencios, a veces concentrados, a veces dispersos. Ante todo, Karam se aleja por completo de un teatro filmado; aprovecha los procedimientos cinematográficos para deslizar la observación desde la estrechez hacia la amplitud, jugando con la profundidad del campo, con los fondos y con la detención en ciertos objetos. Como el punto de vista está descentrado, la película no fija la focalización en ningún personaje y los recorridos de la cámara se escapan por momentos de las escenas dialogadas; esto permite una autonomía de la visión que no queda inexorablemente atada a un centro, sino que también se permite explorar en los alrededores.

Finalmente, resulta muy interesante cómo la película elabora la dupla familiar-extraño. Lo que resulta amenazante se encuentra escondido entre aquello que debería resultarnos más familiar, en nuestro propio refugio. Y no es posible ubicar un único origen de este mal ni materializarlo en una figura, como suele suceder en las clásicas películas de terror. Esta amenaza está disuelta en diálogos, en silencios, en pesadillas, en miradas. Por eso resulta tan elocuente la alusión de Rich al cómic Quasar,donde la situación clásica del terror se invierte, donde los monstruos se cuentan historias aterradoras sobre los humanos. The Humans nos invita a pensar qué y quiénes son los que fabrican nuestros propios miedos y qué fuerzas irracionales se esconden debajo de nuestros roles convencionales.