EL AMANECER DE LOS CORAZONES NEGROS: Sobre Bienvenidos al infierno

Siempre me gustó la imaginería oscura y la mitología pagana detrás del black metal, uno de los últimos subgéneros del metal que propuso algo radical de verdad y sacudió al mundo del rock de su modorra. Irónicamente, no escucho black metal: si tengo que elegir alguna variante del metal extremo me quedo con el doom, que es todo lo contrario al black metal, es decir, ultralento, de atmosferas densas, sofocantes, riffs repetitivos e hipnóticos. Pero, sin embargo, me vi cuanto documental sobre la escena blackmetalera noruega de principios de los 90 -conocida como “Inner Circle”- se cruzó en mi camino y leí bastante sobre aquella movida entusiasta del paganismo, los rituales, las iglesias quemadas y los asesinatos sangrientos. Por esta razón, estaba muy deseoso de ver Bienvenidos al infierno (2021), penúltima película de la productora Crudo films, dirigida por Jimena Monteoliva y protagonizada por Constanza Cardillo, Demián Salomón, Marta Lubos y Emiliano Carrazzone.

Quizá por contar entre sus guionistas con Camilo de Cabo –periodista especializado en notas sobre asesinos en serie, sectas y demás casos policiales escabrosos- la película juega de manera efectiva con el imaginario y la estética de aquella violenta época del Inner Circle noruego: no solo los antagonistas son músicos de black metal fanáticos y satanistas, sino que, uno de sus planos, de modo directo homenajea la que quizá sea la portada más icónica de este subgénero y la más controversial y extrema de la historia de la música: Dawn of the black hearts del grupo Mayhen, que contiene la foto de uno de sus integrantes –cuyo nombre artístico, por irónico que suene, era Dead– muerto con los sesos desparramados en el suelo luego de pegarse un escopetazo en abril de 1991. Quien lo encontró fue otro de los integrantes de la banda –el guitarrista Euronymous- quien, lejos de llamar a la policía o a los familiares, se fue hasta el centro comercial más cercano, compró una cámara de fotos y se dedico a retratar a su compañero suicidado. Dos años después Euronymous sería asesinado a cuchilladas por quien fuera el bajista del primer disco de Mayhem, Varg Vikernes, conocido en aquella época como Count Grishnackh. Una locura total, sí. Y si no conocen esta historia y al leer esta nota les pica el bichito de la curiosidad morbosa, consíganse un ejemplar del libro Señores del caos. El sangriento auge del metal satánico (Michael Moynihan y Didrik Søderlind, 1997) o vean Lord of chaos, su adaptación cinematográfica de 2018 dirigida por Jonas Åkerlund.

Pero Bienvenidos al infierno no se trata solo de homenajes y referencias estéticas metaleras, la película tiene una historia que contar: Lucia (Constanza Cardillo), una chica sencilla amante del metal pesado, se enamora del Monje Negro (Demián Salomón), líder de una sombría banda de black metal que ofrecen recitales y profesan una culto sacrificial. La relación –violenta y tóxica- culmina con el embarazo de Lucia que, espantada por los extraños rituales y la violencia machista extrema de los miembros de la banda, huye a refugiarse con su abuela (Marta Lubos), una misteriosa anciana muda que vive en medio del bosque. Pero el Monje Negro tiene planes siniestros para Lucia y su hijo, planes que incluyen rituales satánicos y el despertar de una deidad oscura, por lo que comenzara una especie de juego del gato y el ratón entre Lucia y el Monje negro, mientras se develan detalles de su relación y las intenciones del músico.  

Uno de los puntos más interesantes de este relato es la forma en la que está narrado: Monteoliva se toma su tiempo para desarrollar a los personajes principales –Lucia y su abuela- y con un ritmo pausado –y por momentos moroso- crea un clima de tensión in crescendo mientras que, entre flashbacks y raccontos, devela fragmentos significativos del pasado de un presente en principio esquivo, pero que el espectador podrá ir armando de forma lúdica al unir las diferentes líneas narrativas, casi como un rompecabezas audiovisual. Por supuesto que ese ritmo se quiebra en el tercer acto y explota en un climax sangriento y adrenalínico, digno del mejor cine de explotación clase b, porque, en última instancia, eso es Bienvenidos al infierno: una película de terror de bajo presupuesto, una cinta de explotación que coquetea con el folk horror, el home invasion y el satanic panic de los 80, y que utiliza de manera adecuada las herramientas cinematográficas a su alcance para contar un cuento de miedo con texturas, colores, tipografías y una estética general que remite a directores como Lucio Fulci, Tobe Hooper, el Wes Craven de The last house on the left (1972) y The hills have eyes (1977), y autores más recientes como Panos Cosmatos, sobre todo en esa obra maestra del terror moderno titulada Mandy (2018).

Las buenas actuaciones –en particular las de Constanza Cardillo y el todoterreno Demián Salomón- hacen más llevaderas algunas falencias de la película, como la decisión de develar un final boss que impacta apenas aparece en pantalla, pero que comienza a perder fuerza y se queda sin nafta a medida que se lo muestra más en detalle y sale a la luz un maquillaje algo defectuoso y una máscara con escasas expresiones faciales, algo así como “monstruo” al que pareciera faltarle un golpe de horno. A pesar de esto, desde lo personal, siempre voy a elegir unos efectos prácticos de bajo presupuesto que transmiten emoción, antes que un CGI aceptable pero frío.

En el fondo, detrás de tanto metal extremo, maquillajes pálidos, sectas satánicas y mensajes crípticos escritos en papelitos, lo que parece querer contar Jimena Monteoliva es un relato de sororidad entre dos generaciones de mujeres: la alianza entre una aprendiz de bruja y la bruja mayor contra la violencia machista y el satanismo fálico.