Supernova: Hermosos perdedores

En Supernova, la primera incursión en el formato serie de la directora Ana Katz, el fracaso es uno de los protagonistas. Anunciado desde los títulos de cada capítulo, con esa frase de Becket: Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor. La idea de caerse y volver a levantarse funciona como un mantra milennial, después de tanto “Ama, ríe y sueña”, y sirve como hilo conductor de sus tres personajes principales.

El relato nos presenta por un lado a Nicolasa (una impecable Johanna Chiefo), una aspirante a actriz, cansada de tanto casting, que vende empanadas tucumanas en la calle para poder subsistir. Luego está Mimí (Carolina Kopelioff), una popular influencer que protagoniza una telenovela de dudosa calidad y que está atada a una madre que vive por ella (Nancy Duplaá, me pongo de pie); y por último está June (Ruggero Pasquarelli), un diabético tímido y melancólico que está a la deriva.

El cuerpo es otro protagonista de Supernova. Los cuerpos de los tres protagonistas están en una crisis constante. Nicolasa, que llora cuando tiene que decir lo que pesa en un casting y hasta se tuerce un tobillo justo antes de grabar la publicidad “Gorda Fruta”, que la va a catapultar a la fama pasajera. Mimí, que va a desarrollar un tic nervioso en los ojos producto del estrés de haber actuado toda su vida solo para complacer a su madre. Y June, que se autoprovoca un pico de glucosa y tiene una crisis diabética. Los tres tocan fondo, están en lo que parece ser uno de los puntos más bajos de sus vidas y atraviesan el día a día en un estado de entrega pasiva hacia todo lo que les pasa.

Nicolasa, Mimí y June se cuidan entre ellos pero están solos, solísimos. Son extraños en los espacios que ocupan y están presos de una incomodidad constante. El padre de Nicolasa, que le pide la casa en la que vive porque se cansó de vivir en el conurbano y quiere pasar tiempo en Capital; la madre de Mimí, que no entiende que vive un colapso nervioso; y el crush de June, que no avanza para ningún lado. La desesperación por encontrar un lugar de pertenencia parece ser el principal objetivo de estos tres a la deriva.

Ana Katz sabe hacer uso del pathos de la comedia como pocos directores en el cine nacional. Desde esa protagonista desquiciada en Una novia errante, a esa otra historia sobre la familia y la pertenencia que fue Sueño florianópolis. Sus personajes siempre están en un momento bisagra, atravesando una crisis que les lleva a decir basta. Van a tomar las peores decisiones, van a estallar cuando uno menos lo espere, pero el tono naturalista que Katz maneja va a hacer que todo sea llevadero y haga reír, pero que también deje un suspiro final de angustia, un duelo compartido con los personajes, como en las películas de Kaurismaki, llena de perdedores que hacen reír y causan suspiros o, más cerca todavía, como en aquella masterpiece uruguaya Whisky, en la que la directora tenía un cameo junto a su marido Daniel Hendler.

Se podría pensar que la división en cuatro capítulos es caprichosa y que Supernova podría ser tranquilamente un largo de un poco más de dos horas que ayudaría a estirar menos algunas cosas y a cerrar más rápido otras, pero de todas formas la serie funciona en este formato y se agradece la existencia de una comedia simple y querible de la misma manera que unas empanadas tucumanas con limón una tarde de verano en una plaza.