Crisol y segregación: el sur estadounidense según Alan Parker

El sur profundo
Entre 1987 y 1988, Alan Parker –director de origen británico que dirigió varias películas para Hollywood– estrenó dos filmes con aire de thrillers situados en el sur de los Estados Unidos. En ambas películas, Parker ensaya una mirada personal sobre la idiosincrasia sureña.
En la primera de ellas, Angel Heart (Corazón Satánico, 1987), Parker combina policial noir y thriller sobrenatural para mostrar el crisol de creencias que germinaba en los márgenes de la sociedad blanca. En la segunda, Mississippi Burning (Mississippi en llamas, 1988), emplea el thriller como instrumento de denuncia del odio racial y la violencia que despliega.
De este modo, ambas películas no solo constituyen claras muestras de lo mejor del thriller de los 80, sino que también ofrecen una mirada, a la vez descarnada y poética, del profundo sur estadounidense.
Angel Heart: la caída de un ángel noir
Angel Heart es una adaptación de la novela Falling Angel, escrita por William Hjortsberg y publicada en 1978. La película se sitúa en 1955 en Nueva York. Su protagonista es Harry Angel (Mickey Rourke), un detective contratado por un excéntrico caballero llamado Louis Cyphre (Robert de Niro) para hallar a un tal Johnny Favorite, un cantante que ganó celebridad antes de la Segunda Guerra Mundial y que luego desapareció sin dejar rastro. Johnny Favorite tiene una cuenta pendiente con Louis Cyphre que este desea reclamarle. El detective Angel emprende entonces una pesquisa que lo lleva hasta Harlem y, más tarde, a Nueva Orleans. Poco a poco, el detective descubre los vínculos de Johnny Favorite con el ocultismo y el vudú. Y esa búsqueda además va dejando un reguero de sangre que incrimina al detective. ¿Dónde se oculta Johnny Favorite? ¿Será Johnny Favorite quien quiere incriminar a Harry Angel? ¿O tal vez Louis Cyphre? Harry Angel se ve urgido a resolver esos enigmas antes de que esos enigmas terminen por arrastrarlo a él.

Thriller disfrazado de noir
Angel Heart no es exactamente un thriller. Arranca más bien como un noir clásico, con el detective duro que, de golpe, se ve involucrado en un círculo de misterio y asesinato. Pero lo fascinante aquí es que ese misterio, de a poco, va revelando un matiz sobrenatural. Mediante esa progresiva introducción de elementos del ocultismo y del vudú es como el noir va mutando hacia el thriller.
Ese pasaje se materializa en el filme mediante el cambio de escenario. A fin de llevar adelante su investigación, Harry Angel viaja de la helada Nueva York a la calurosa Nueva Orleans. Se cambian así los sobretodos y las cornisas nevadas por los trajes de lino y las calles polvorientas. Los ventiladores, el sudor, la humedad se tornan omnipresentes. La nieve se diluye en lluvia y luego se espesa en sangre: sangre de crímenes y de sacrificios.
Ese cambio implica un pasaje del norte racional al sur visceral. Harry Angel se ve obligado a abandonar el método detectivesco para plegarse al barullo del carnaval donde se entrelazan cristianismo, blues, gumbo y vudú. Mediante este hibridaje, Alan Parker pinta con brochazos intensos –muy a la manera de Van Gogh– ese crisol que compone la peor pesadilla de ese líder del Ku Klux Klan –en Mississippi Burning– llamado Clayton Townley (Stephen Tobolowsky). En Angel Heart, aunque esa pesadilla es más solapada, son los representantes de la ley quienes se ocupan de disipar su sombra. Así, cuando los oficiales Sterne (Eliot Keener) y Deimos (Pruitt Taylor Vince) descubren a Epiphany Proudfoot conviviendo con Harry Angel en la habitación de un hotel, le advierten al díscolo detective de Nueva York que en el sur las cosas no se mezclan así nomás como es costumbre en el norte.
Arderás, Angel
De este modo, en Angel Heart –y, de manera mucho más patente, en Mississippi Burning– el racismo traza una línea que intenta separar dos mundos. A pesar de ello, Ethan Krusemark (Stocker Fontelieu) y su hija Margaret (Charlotte Rampling), patrones blancos y acaudalados del sur, no temen cruzar esa línea. El poder del vudú es para ellos un imán que los arrastra y los mantiene ligados a esa fuerza de hibridación.

Harry Angel también cruza esa línea desde el momento en que abandona Nueva York y se hospeda en un hotelucho de Nueva Orleans. Solo que la fuerza de hibridación que lo arrastra a él es distinta. Posee más bien la atracción mortífera que ejerce la llama sobre la polilla. Harry Angel no sabe –o no quiere saber– que ese calor que padece no es más que la antesala de un ardor mayúsculo que ningún ventilador del mundo conseguirá paliar jamás.
Mississippi Burning: basado en hechos reales
La historia de Mississippi Burning está inspirada en la investigación del asesinato de James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner, tres activistas por los derechos civiles, ocurrido en Philadelphia, Mississippi, en 1964. El FBI, que estuvo a cargo de la investigación, le asignó el nombre clave MIBURN (abreviatura de Mississippi Burning), ya que la primera pista surge con el hallazgo de los restos carbonizados de un automóvil perteneciente al CORE (Congreso de Igualdad Racial), grupo que integraban los activistas.
Los protagonistas de la película de Alan Parker son los agentes de FBI Alan Ward (Willem Dafoe) y Rupert Anderson (Gene Hackman). Ambos son enviados por el Departamento de Justicia a investigar la desaparición de tres activistas por los derechos civiles, vistos por última vez en el condado ficticio de Jessup, Mississippi. Ward está a cargo de la investigación. Al arribar al pueblo, Ward se choca con la idiosincrasia conservadora de sus habitantes, quienes defienden la segregación racial. Como consecuencia, la pesquisa se empantana en una escalada de violencia e intimidación en contra de las comunidades afroamericanas en la que participan miembros del infame Ku Klux Klan con la complicidad de la policía y las autoridades locales. Cuando Ward agota sus recursos, apela a la experiencia de Anderson. Este entonces despliega tácticas de inteligencia con el objetivo de infundir temor y desconfianza entre los miembros del Klan, quebrar el pacto de silencio y obtener una confesión voluntaria del crimen. La estrategia funciona y, de ese modo, consiguen llevar a la justicia a los responsables. La mayoría son condenados. Sin embargo, algunos reciben condenas leves o incluso quedan libres por falta de mérito.

Good Cop, Bad Cop
La arquitectura de la narración se sostiene sobre dos miradas contrapuestas. Por un lado, está la perspectiva de Alan Ward, el agente a cargo de la investigación. Ward nació en el norte. Es activo militante de la lucha por los derechos civiles. Tiene una mirada idealista y cierta arrogancia de estudiante universitario recién recibido. Se ajusta a las reglas de manera inflexible. Rechaza de plano la idiosincrasia conservadora del sur. Esta actitud provoca un rechazo entre los habitantes del pueblo que le dificulta la investigación. Por otro lado, está la perspectiva de Rupert Anderson, el agente más experimentado. Anderson nació y se crio en un pueblo rural de Mississippi. Llegó a ser comisario. Tiene un conocimiento profundo de la idiosincrasia conservadora del sur. Anderson trata de sugerirle opciones más flexibles a Ward en función de este conocimiento. Sin embargo, Ward no acepta jugar con otras reglas que las institucionales.
De acuerdo con esta contraposición, el relato se divide en dos etapas. La primera sigue el hilo de la investigación dirigida por Ward. Predomina el mecanismo burocrático y ofensivo del agente a cargo. Su actitud inflexible deja en evidencia el conflicto racial que rápidamente se traduce en actos de violencia contra la comunidad afroamericana. En esas circunstancias, consigue arrestar y llevar a juicio a miembros del KKK por cometer actos de vandalismo, pero son exonerados por la justicia blanca. Al llegar a este punto, el relato alcanza un pico de tensión, pero el clímax se diluye.
La situación se vuelve insalvable para Ward. En consecuencia, Ward admite cambiar la estrategia y jugar con las reglas de Anderson. Durante toda la primera parte, Anderson deja entrever su experiencia al conseguir información mediante métodos más persuasivos e ingeniosos. De ese modo, entabla una relación íntima con Mrs. Pell (Frances McDormand), la esposa del subcomisario Clinton Pell (Brad Dourif), y consigue el testimonio de personas de la comunidad afroamericana que se niegan a hablar con otros agentes. Sin embargo, en esta segunda etapa es cuando Anderson saca a relucir su pericia. Echa mano a mecanismos de intimidación y represión para pisarles los talones a los xenófobos. Es decir, convierte a los supuestos depredadores en presas. Y no solo eso: les hace saber además que están indefensos en esa cacería. En gran medida, el estilo de Anderson recuerda el del policía renegado, de mano dura, típico de los filmes de los 70, dispuesto a quebrantar las leyes para enfrentar a aquellos que no las respetan o las manipulan para sacar provecho.

En este giro es donde se produce la jugada magistral del relato: la catarsis se logra por medio de un personaje que ajusticia a los racistas aplicándoles los mismos métodos de intimidación y violencia que ellos emplean en contra de las comunidades afroamericanas. Cabe señalar en este punto que Anderson nunca llega al extremo de un Dirty Harry. Sin embargo, aplica en buena medida el ojo por ojo con los supremacistas y, de este modo, expone el costado paranoico y cobarde que alimenta la formación de estos grupos.
Thriller de denuncia
Mississippi Burning es un filme montado como thriller policial para denunciar el racismo. Mediante la excusa de seguir las líneas de una investigación policial, busca exponer la brutal segregación racial en el sur de los Estados Unidos. En cuanto recurso narrativo, la pesquisa aspira a desenmascarar a los autores de un crimen. No obstante, en la cinta de Alan Parker este mecanismo deja al descubierto los abusos que los grupos supremacistas blancos, en connivencia con la policía y el gobierno locales, ejercían –y, como los hechos lo demuestran, continúan ejerciendo– sobre las comunidades afroamericanas. Mississippi Burning muestra sin tapujos la irracionalidad y la violencia de estos grupos de odio que, presionados por la investigación policial, se ven obligados a salir –como bien señala el agente Anderson– de las cloacas.
Epílogo: el fuego camina conmigo
Con Angel Heart y Mississippi Burning, Alan Parker nos muestra dos caras del sur que se contraponen. De un lado, el crisol en donde se entremezclan creencias, idiomas, culturas, y de donde surge una energía avasallante, creadora y destructiva a la vez. Del otro, un espacio conservador, opresivo, fanático, sustentado en la pobreza y en el odio racial. Parker elige destacar esos dos aspectos de un universo cultural complejo y en el que las contradicciones se sostienen todavía de manera insalvable.

Por ende, no es casual que en ambos filmes el fuego se manifieste como un símbolo. A pesar de la distancia, esas contradicciones aún arden con la misma vivacidad que Alan Parker supo capturar en celuloide allá lejos y hace tiempo, a fines de los 80.
ESTA Y MÁS NOTAS EN EL ESPECIAL #38 DE LA RESVISTA 24 CUADROS
