23° BAFICI: Proyecto Fantasma

Presentada en el marco de la Competencia Internacional de este BAFICI, la película chilena de Roberto Doveris mezcla la comedia, el coming of age, el costumbrismo y el surrealismo de manera exquisita.
Juan, un joven actor, se rebusca la vida trabajando como paciente simulado para una escuela de medicina, pero el asunto se complica cuando su roomie decide mudarse de la casa que comparten y desaparece sin dejar rastro. El problema no es solo que le debe dos meses de alquiler a Juan, sino que además deja en la casa un sinfín de plantas, a su perrita Susan y un sweater poseído por un fantasma.
En un tono ligero, la película irá contando las –por momentos inconexas- peripecias del protagonista y una serie de amigxs y conocidxs satelitales que, en un plan de cotidianidad, encarnan secuencias casi surrealistas para morirse de risa.
Se trata entonces de un film que encarna muy bien esa rareza que tiene la vida misma y que logra que el espectador se identifique en esas situaciones casi anecdóticas en las que lo diario y lo inverosímil se amalgaman gracias a la mágica energía que poseen las reuniones de amistades.
El asunto del fantasma, que en parte construye este surrealismo «real», sirve como pivote entre los personajes, ayudando a conjugar todas las piezas de un relato que a veces se permite dejar de hacer avanzar la trama de manera clásica, u olvidar por un rato los conflictos principales, para simplemente ser un bello despliegue de motivos libres.
Proyecto fantasma puede que peque para algunas miradas de ser demasiado suelta y librada al azar en cuanto a su organización. Pero, un poco, esa es su gracia. A veces, el rumbo se pierde porque la vida misma no tiene una estructura dramática ni narrativa concreta. A veces, el sentido de la realidad se mantiene gracias al encanto de aquellas personas y situaciones que nos rodean y atraviesan, y los movimientos son erráticos, y los conflictos quedan pausados. Y Proyecto Fantasma es una película que intenta imitar la vida.
De cualquier modo, más allá de todo esto, se logra un buen balance entre la soltura y la necesidad de resolución. Hacia el final, todo cierra y el relato se despide de una forma más que satisfactoria.
Desde lo estético, si bien hay una coherencia entre el aspecto visual y narrativo del film, en cuanto a su costumbrismo, los planos están compuestos de una forma muy hermosa y la dirección de fotografía despliega un look analógico en color y textura que deslumbra.
Definitivamente es una película para ver y un director y cast a los que mantenerles el ojo cerca.