Animales fantásticos, los secretos de Dumbledore: juro solemnemente que mis intenciones no son buenas

Por Cami Blenich, de Slytherin

Grandes noticias para mí llegaron cerca del primero de abril. Estaba bastante ofuscada porque no conseguía entradas en la preventa para Animales fantásticos y dónde encontrarlos: Los secretos de Dumbledore (vaya nombre, eh) y revisando mi casilla de mails me encuentro con la invitación para la proyección de prensa de dicha película, enviada por y hacia los colegas de la revista. Como fanática de la saga de Harry Potter, gran placer culposo debo decir (aunque no, de culposo nada. Si es un placer, es un placer y ya), se imaginarán mi entusiasmo.

Quisiera poder decir que conforme avanzó la película el entusiasmo se mantuvo en el mismo nivel. Pero no es el caso.

El problema, creo yo, radica en el desarrollo de la historia, donde hablar de secretos me parece un poco excesivo, donde ciertos personajes no crecen fuera de lo esperable, donde las referencias potterianas son demasiadas e injustificadas y donde escenas y momentos son innecesarios para explicar semejante duración.

El apelo a la nostalgia del maravilloso mundo de Harry Potter pasa a ser un robo, pero para calmar el hype, quizás, viene excelente. De hecho, hay escenas muy marcadas donde podemos ver a Hogwartsen todo su esplendor, viejos hechizos utilizados en la saga de Daniel Radcliffe y guiños al quidditch, probablemente imperceptibles para un muggle (necesitaba decirlo, perdón).

En cuanto al nombre de la continuación de la ahora trilogía, la expectativa que genera el hecho de saber los secretos de uno de los personajes más enigmáticos de Rowling, como lo es Dumbledore, no se condice con lo que llegan a develar. Tengo dos teorías al respecto: o bien lo poco que contaron eran todos sus secretos y el nombre fue una cuestión más bien marketinera, o bien se van a seguir guardando esos tan famosos secretos para las películas venideras. Que, si no me equivoco, todavía nos van a faltar dos más.

Necesario es tomar nota de las otras cosas que también quedan volando en el aire y que bien podrían ser un punto de explotación de la historia enorme. Sabemos los problemas personales de algunos personajes del casting, eso no es necesario aclararlo en la vida real. Pero esclarecer en el mundo mágico debería ser obligatorio, puesto que no sabemos cómo y por qué Grindelwald cambió su apariencia física. De hecho, ni siquiera sabemos que es él, si no fuera por un cartel de “se busca” que aparece medio de incógnito ya avanzado el inicio de la película. Y la resolución final del conflicto acaba siendo –según palabras de Dumbledore– una cuestión de suerte.

Mads Mikkelsen, por suerte, le hace honor a su consistente reputación actoral y nos da un Grindelwald que poco nos hace extrañar al de Depp. Eddie Redmayne como Newt arranca y termina exactamente en el mismo lugar que en Los crímenes de Grindelwald. Ezra Miller como el supuesto nuevo integrante de la familia Dumbledore está más emo que nunca. Y luego está la otra lista de personajes que conforman el resto del elenco que tampoco es que brillan con solo aparecer. Algo que me llamó la atención fue el amplio margen de diversidad que tienen los personajes. Hay variables obvias por todos lados, excepto en la contextura física. En toda la película, solo vemos un personaje que podríamos considerar con “sobrepeso” y es un clásico estereotipo de alivio cómico (sorpresa).

Ahora para ser justos, si hablamos de David Yates como director, es probable que Los secretos de Dumbledore sea la más minuciosa de las ya 7 películas que lleva dirigiendo en el mundo mágico. La paleta de colores se mantiene en un constante y uniforme tono monocromático, escalando todas las variables que van entre el negro, el blanco y el gris, a excepción de las luces de los hechizos. Lo único que visualmente me pareció excesivo y molesto fue el uso del fuera de foco (tuve que ponerme anteojos porque creía que la que veía mal era yo). La música se mete de lleno en la nostalgia de la saga de Harry Potter y podemos reconocer muchas de las canciones ya utilizadas, tanto por Yates como por otros directores de HP.

Trayendo a colación la nostalgia, se me vino a la cabeza la escena de Spiderman: No Way Home, donde se juntaban los Spideys o villanos de las otras trilogías y la gente en los cines enloquecía, a pesar de ser lo que venían pidiendo por redes sociales. También recordé la cantidad impresionante de remakes en live action innecesarios por parte de Disney, o incluso, la continuación de otras sagas e historias que bien podríamos dar como caducas desde hace tiempo. Entonces ¿es esta una generación tan melancólica que las productoras pueden aprovechar y hacer uso de eso para continuar generando contenidos y sagas que sabemos que no son tan buenas pero que, al fin y al cabo, terminan volviéndose necesarias? ¿O acaso los tanques masivos se están quedando sin ideas “recaudadoras” y tratan de buscar las respuestas en los remakes, reboots, personajes viejos traídos para alguna suerte de especial o continuaciones de historias que generaron películas tan grandes que todavía se les puede seguir chupando la sangre? ¿Parará en algún momento esta clase de robo impune o las películas a base de lo que el público quiere, siguiendo sus respuestas en redes sociales (desde el anonimato) o es exactamente hacia donde, comercialmente, nos dirigimos?