Los ilusos #45: No da más, la murga de los renegados.

Destino armado por Bingo Tongo
(¡tanta médula que envenenó!)
Un bobo lava y un tonto enjuaga
y la murga nos vuelve a gritar…
La murga de los renegados,
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota
Hola, ¿cómo están? Espero que muy bien. Sí, ya sé. Pasó mucho tiempo: vacaciones en enero, una columna suelta en febrero y el ostracismo absoluto hasta el día de hoy. Tengo muchas excusas válidas que podría ensayar ante ustedes, pero no tiene sentido. Mejor aceptemos las cosas como son. Esto no va a ser frecuente y me voy a demorar más de lo acordado en escribir y publicar las entregas de este espacio.
Me hubiese gustado escribir sobre otra cosa, recomendar algunas películas más o menos nuevas que estuve viendo, traer algún libro o proponer alguna reflexión sobre algune cineasta que me interese. Por estas fechas, seguro habría escrito sobre la programación del BAFICI, traerles la información y las recomendaciones de siempre e intentar ensayar alguna reflexión crítica sobre la organización del festival. No es el caso. Lo que apremia es una situación que la comunidad cinematográfica viene gritando desde varios meses y que nadie está escuchando: la desastrosa gestión del INCAA en cabeza de Luis Puenzo y Nicolás Batlle está a punto de romper todo.
Creo que la descripción más elocuente que leí del asunto es la que hizo Fernando Martín Peña el otro día en su cuenta de tuiter: (…) en un ambiente donde los acuerdos son siempre difíciles, el mayor logro de la actual gestión del INCAA es que todos los sectores interesados consideran una decepción catastrófica a la actual gestión del INCAA.
En lo personal, tratar de entender y pensar cómo funciona la organización social y política de nuestra cinematografía es un tema que me interesa en demasía y, por eso, desde que nació esta columna en plena pandemia le he dedicado más de una edición al conflicto. En esa línea, para no reeditar todo aquello que ya fue dicho, esta vez hay algunos argumentos que tomaré como axiomas y sobre los que prefiero no adentrarme y solo mencionar por arriba.
Hagamos entonces un breve resumen:
- Si están interesades en saber cómo -a humilde opinión de esta revista- está estructurado, organizado y articulado lo que para nosotres es un sistema de castas hermético dentro de la comunidad cinematográfica, pueden leer esta edición especial de la columna y lo que podría ser su prólogo, más histórico, que salió en el especial #37 de la 24 y que también se publicó en su formato web en este espacio. Creo que entender esto es clave, lo voy a mencionar más adelante, pero en gran medida es la razón de por qué el reclamo legítimo de las asociaciones de cineastas no logra conmover con la fuerza necesaria a gran parte de la comunidad audiovisual. Básicamente, la mayoría de las personas que quieren hacer cine en Argentina están excluidas de un sistema que no los hace parte.
- Si les interesa entender el conflicto previo, o sea, cuándo arranca, desde mi punto de vista, la crisis del fomento cinematográfico argentino con la gestión de Haiek, cómo se profundizó durante el primer año de la pandemia y cómo llegamos hasta hoy, les recomiendo este artículo de 2017 y esta edición de la columna.
Bien, hechas las aclaraciones pertinentes, empecemos.
Algunas ideas previas
Volvamos sobre dos conceptos que están bien definidos y desarrollados en los otros artículos, pero que son claves para entender el meollo del problema: Fondo de fomento cinematográfico y Plan de fomento cinematográfico.
El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) es un ente público que funciona dentro de la órbita del Ministerio de Cultura de la Nación. Tiene a su cargo, de acuerdo a lo que establece la Ley 24.377, el fomento y la regulación de la actividad cinematográfica en todo el territorio de la República, y en el exterior, cuando se refiere a la cinematografía nacional. Lo central, es que el INCAA es un ente autárquico, esto quiere decir que tiene cierta libertad e independencia para definir su propia política pública. La autarquía tiene dos caras: una política, la posibilidad de definir qué hacer o cómo pensar en términos generales la organización del cine nacional, a través del dictado de su propia normativa; y una económica, la posibilidad de financiar esa política pública propia, que se logra a partir de la dotación de ciertos fondos específicos.
El Fondo de Fomento del INCAA es entonces el dinero que administra el organismo y la razón de su sustento. Lo que permite su autarquía financiera y, en consecuencia, llevar adelante políticas públicas propias sin estar supeditado al Poder Ejecutivo Nacional o al Congreso de la Nación.
¿De dónde salen esos fondos? Bien, lo primero a decir es que, al tratarse de fondos específicos, en principio, el dinero del INCAA no proviene de la Ley de presupuesto nacional que aprueba el congreso todos los años, sino de un propio sistema de recaudación a través del cual el propio consumo de la industria cultural se retroalimenta a sí mismo. Esta recaudación se asienta, en su mayoría, en dos mecanismos, establecidos por el Art. 24° la ley 24377 (Ley de cine) y Art. 97° de la ley 26522 (Ley de servicios de comunicación audiovisual, conocida como “Ley de medios”). El INCAA obtiene entonces su dinero de dos lugares. Primero de un porcentaje de las entradas de cine que se venden en el país; segundo con otro porcentaje de lo que el Estado Nacional recauda de los gravámenes que se cobran a aquellos que explotan el espectro radioeléctrico (operadoras de cable y televisión satelital, por ejemplo).
Pequeño paréntesis: esta recaudación del INCAA no alcanza, dado que no han se modificado las leyes, a los tributos que pagan las empresas de streaming y los llamados servicios OTT (Over-the-top media services), como Netflix, Prime Video, Paramount+, Disney+, etc. Recuerden esto, será importante dentro de un rato.
El Plan de fomento es la forma en la que el INCAA decide distribuir los fondos que recauda. Es el instrumento que determina la política pública del organismo. Establece cómo y de qué manera uno puede presentarse por las distintas vías ante el organismo y obtener fondos para hacer películas.
¿Cómo se define entonces el Plan de fomento? Mediante los órganos de gobierno del INCAA, estos son: su presidente, su vicepresidente y los dos órganos de cogobierno que tiene el instituto, la Asamblea Federal y el Consejo Asesor.
Al presidente del INCAA y a su vice los designa el Poder Ejecutivo de la Nación. La Asamblea Federal está presidida por el presidente del INCAA y la integran los Secretarios o Subsecretarios de cultura de cada una de las provincias. Finalmente, el Consejo Asesor está integrado por 11 miembros, de los cuales 5 son propuestos por la Asamblea Federal y los otros 6 son propuestos por las entidades y organizaciones del cine.
Como se puede ver, si bien el presidente y su vice tienen un rol preponderante ya que son quienes convocan y deben promover las políticas públicas del organismo, el INCAA tiene un cogobierno del que participa, en una parte, la propia comunidad cinematográfica. Retengan para más adelante esto también.
Hasta acá entonces sabemos qué es el INCAA, cómo funciona y qué herramientas tiene para definir e implementar su política pública. Pasemos a lo que sigue.
El histórico problema del fomento
La discusión sobre cómo agrandar el Fondo de fomento (generar nuevos recursos financieros específicos para el INCAA) y cómo mejorar el Plan de fomento (realizar una distribución más democrática de esos fondos) no es nueva, ni novedosa.
Hacia finales de los 80, con la hiperinflación, y en los 90, con el desempleo por las nubes, el INCAA apoyaba lo que había. Hace poco me contaron una anécdota sobre cómo se financió una de las películas nacionales insignia de fines de los 80, mientras golpeaba la híper. No vienen al caso nombres propios, pero el ejemplo es ilustrativo: el director del instituto de ese entonces comenzó a llamar a cineastas diciendo tengo x créditos que asignar, si los querés presentame algo. Una película que era una sinopsis se escribió y filmó en tiempo récord.
El financiamiento en ese entonces era mucho más directo, discrecional y con lo que había. Las políticas menemistas no ayudaron. Con la mejoría de la economía a partir de 2003 y gracias a la llegada de la digitalización, la cosa fue cambiando. Se abarataron los costos y se achicaron los tiempos de producción. Se multiplicaron las escuelas de cine y los estudiantes. El consumo, la producción y el fomentó se ensancharon.
El hito de esto es el surgimiento de la Quinta vía documental, por impulso de las asociaciones de cine documental, y luego la creación de concursos digitales con la implementación de apoyos federales a la producción para llenar las pantallas de las señales que serían creadas a partir de la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Ese combo, que está mejor desarrollado acá, fue lo que generó el boom y el apogeo de la producción nacional que alcanzó números récord en su historia.
Los problemas empezaron en 2016, cuando el paso que debía darse para continuar en una senda de crecimiento virtuosa era el de ampliar las bases de personas que podrían ingresar al fomento del instituto y mejorar la exhibición y distribución de las películas. El modelo del INCAA viró hacia otro lado, uno más industrialista, manteniendo limitada la producción de bajo costo, difícil la puerta de entrada para los outsiders y ensanchando la producción media y alta. La creación del nuevo Plan de Fomento parecía más “atractiva” que lo que había, pero solo lo era para quienes ya estaban adentro.
Ahora bien, cuando les dije que recordaran las ideas que rondan al Consejo Asesor es porque, bueno, esto no se dio por arte de magia. Muchos de los propios representantes de las asociaciones, sobre todo la DAC, acompañaron, impulsaron e hicieron lobby expreso por que el INCAA fuera para ese lado.
La eyección de Alejandro Cacetta como parte de una propia operación política del espacio que lo nombró, develó que en realidad la transformación que se buscaba era más brusca. La brecha entre las producciones chicas y altas debía ser mucho más mayor y se pretendía pasar a un modelo de apoyo para pocas películas muy grandes. El estallido económico que comenzó en 2018, ni siquiera permitió eso. Lo que ocurrió es que los modelos productivos del cine argentino se redujeron a su mínima expresión para sobrevivir. Películas de ficción 5 o 6 semanas, el estándar mínimo en esos años para filmar, se bajaron a 3 o 2 y media.
Nuevamente, cierto sector de la industria, el que podía mantenerse sin depender del todo del INCAA, lo consintió.
De buscar ensancharse y crecer, el INCAA pasó en tan solo dos años a subejecutar el presupuesto.
La gestión actual
Los cambios de autoridades en 2019 con la elección de un nuevo Ejecutivo Nacional, despertaron un gran optimismo y el respaldo casi unánime de toda la comunidad audiovisual. Luis Puenzo, cineasta ícono de la vuelta de la democracia y uno de los principales impulsores de la Ley de cine, y Nicolas Batlle, uno de los productores con mayor conocimiento del sector en el país, fueron nombrados como presidente y vicepresidente del INCAA respectivamente.
Los primeros pasos parecían optimistas, e, incluso, con la llegada de la pandemia y el aislamiento, el INCAA tuvo una rápida respuesta para lanzar las películas que ya estaban terminadas y concluir con el pago de las cuotas adeudadas a los proyectos mediante el ciclo Jueves Estreno en CineAr y CineAr Play.
Todo se diluyó al poco tiempo. Puenzo y Batlle se ensimismaron y abroquelaron. Cortaron el diálogo con las asociaciones y colectivos de cineastas, y tuvieron algunas políticas inexplicables, como la propuesta de cierre del Programa de Festivales Nacionales de Cine y la derivación de sus aportes a los ejecutivos de cultura de cada jurisdicción, para dejar de financiar de forma directa a los eventos. Nunca se inició el debate tan prometido por la reforma del Plan de fomento vigente y todo terminó de estallar con la nula respuesta a una ley que se sancionó en 2017, pero que nadie advirtió como peligrosa hasta mucho después y que pone fecha de caducidad a la mayor cantidad de fondos que integran el plan de fomento.
¿Se acuerdan lo que mencionaba respecto a los tributos provenientes de las OTT? Bueno, las asociaciones desde hace un tiempo vienen reclamando que se cobre un tributo específico a esos servicios con una asignación exclusiva al Fondo de fomento para robustecerlo o que, tal como ocurre con las entradas de cine, un porcentaje del IVA que se paga de la tarifa vaya destinado al INCAA. Si bien a mi entender esta segunda opción es la más viable y razonable, el INCAA no ha hecho ninguna gestión política para esto.
El conflicto en sí mismo, la Ley 27432
En diciembre de 2017 se sancionó sin levantar mucho el avispero la Ley 27.432, que prevé para el 31 de diciembre de 2022 el vencimiento de todas las asignaciones específicas de impuestos nacionales coparticipables, entre ellas, de acuerdo con su artículo 4, las dos que significan la gran parte del Fondo de fomento cinematográfico.
Esto significa que el impuesto del 10% del valor de una entrada de cine y el impuesto a los servicios de comunicación audiovisual que hoy por hoy van directo al INCAA pasarán ahora a las arcas generales del erario y será el Estado nacional, en principio, mediante la ley de presupuesto de cada año, el que deberá reasignar ese dinero de forma discrecional.
Esta situación no solo afecta al cine; el teatro, la música y las cooperativas también perderían asignaciones de fondos que son derivados de otras leyes y que estarían alcanzados por el vencimiento que estipula el artículo 4.
La situación viene siendo advertida desde 2020 y, si bien a mí mismo me resultaba poco creíble que Puenzo y Batlle estén dispuestos a pegarse semejante tiro en el pie, todo parece indicar que no hay ningún tipo de voluntad política real para presentar y discutir el tema en el congreso con la seriedad que amerita.
Al tratarse de una materia tributaria, el presidente de la Nación no puede dictar un Decreto de Necesidad y Urgencia para frenar la norma. Debe ser el propio congreso el que derogue la ley o, llegado el caso, el Poder Judicial quien declare su inconstitucionalidad. Por cómo está configurado el escenario (la propia constitución establece que las asignaciones específicas de impuestos coparticipables deben tener una fecha de caducidad), la única salida posible parece ser una prórroga extensa del vencimiento previsto para 2022. Cualquiera con un poco de calle sabe que no alcanza con presentar un proyecto de ley en el parlamento para que las cosas ocurran. Para que las normas salgan son necesarios frondosos acuerdos y negociaciones, además de instalar la discusión como un tema prioritario para la sociedad.
En un país con casi 40% de pobres, donde la gente que tiene empleos formales no llega a cubrir con sus ingresos los gastos corrientes del mes, resulta muy difícil que solo las asociaciones de cineastas logren conmover al pueblo con el reclamo.
A esta situación se suman otras. Como mencionaba antes, en todos los debates por la supervivencia del Fondo de fomento hay una discusión que queda relegada, que es la del Plan de fomento. Nunca llegamos a discutir para quién es el fomento ni para quién debería o podría ser. Superponer ambos tópicos siempre es desalentado por los colectivos y asociaciones de cineastas.
Esto es un error por varias razones, pero mencionemos solo dos. Primero, por la propia responsabilidad de la comunidad cinematográfica, como miembro del Consejo Asesor, en llegar a la situación en la que estamos. Segundo, por la carencia de una autocrítica de las asociaciones en no entender que siguen defendiendo un sistema de clústers que solo beneficia a unos pocos y que nunca termina de ser del todo transparente y accesible.
¿Cómo se pretende conmover a une estudiante de cine para que se vea involucrade en una discusión que no es la suya porque el sistema está diseñado para excluirle del debate, salvo excepciones? Como dice el dicho: no se puede amar lo que no se conoce, ni defender lo que no se ama.
La situación, como si fuera poco, tiene un aditivo que vuelve al escenario más complejo. Esta crisis y peligro del fomento no encuentra a la industria en un estado de crisis laboral o de parálisis total, al contrario. El desembarco de los servicios de streaming a la región y la bajada de dinero para la creación de producciones exclusivas para ensanchar sus catálogos han generado, durante el último año, una gran cantidad de trabajo para los técnicos del sector. Incluso, muchos de ellos rechazan trabajar en cine, porque el dinero se cobra más rápido y el trabajo es más sostenido en los otros proyectos (meses por un lado, semanas por el otro). Argentina es barata para producir y tiene técnicos de primer nivel. El escenario, para los privados, es ideal.
Es este último punto el que me hace pensar si en realidad lo de Puenzo y Batlle no es desidia, sino una decisión política. La adopción de un esquema en el cual el Estado gaste menos dinero y apoye producciones costosas, mientras que el sector privado mantiene y absorbe los salarios corrientes del técnico jornalero.
¿Qué hacer?, el huevo o la gallina
Entiendo que el diagnóstico que presento es desolador y el futuro muy poco provisorio. La pregunta que cabe hacerse es ¿qué hacer?
Por supuesto que comparto que es nuestra obligación, como personas interesadas en el cine, bregar por la defensa del Fondo de fomento y adherir al planteo de las organizaciones del sector. Pero yo no les hablo a elles. Le hablo al resto, a la gran masa de personas que deben sumarte al reclamo desde una postura reactiva y no pasiva. El acompañamiento no debe ser para sostener un sistema estratificado que no les incluye, al contrario, debe ser ejerciendo presión y con el reconocimiento explícito de aquellos, como la DAC o PCI, que apoyaron expresamente muchas de las políticas que nos dejaron donde estamos.
El árbol no nos tiene que tapar el bosque. La caducidad del Fondo de fomento es grave y va a matar a gran parte de nuestro cine nacional, pero no al de ustedes. El de ustedes ya existe a pesar del Fondo de fomento. Hacia el futuro la supervivencia tiene que convivir con la inclusión.
Para el resto, quizá algune integrante de alguna asociación que lea estas palabras enojade, le pido algo, que está bastante de moda en muchos ámbitos, pero no el nuestro. Piensen en sus privilegios de clase para llegar a hacer películas. Piensen como, no tener la obligación de trabajar de muy jóvenes, tener el azar de aprobar un examen de ingreso o el dinero para pagar una cuota carísima les ubicaron en la cima de una pirámide a la que no llegan todes. Piensen lo poco que han hecho para que la puerta de entrada a ese mundo que defienden sea cada vez más grande. A lo mejor, algo tienen que hacer diferente ustedes también.