Otra ronda: cambiar para gozar

Drama danés del 2020 ganador del Óscar a la última mejor película extranjera. Distribuida por Nordisk Film. Financiada Zentropa, Film I Vast y Topkapi Films. Escrito junto a Tobías Lindholm y dirigido por Thomas Vinterberg, coproducido por Sisse Graum Jorgensen y Kasper Dissing. Musicalizada por Janus Billeskov Jansen, fotografiada por Sturla Brandth Grovlen, editada por Anne Osterud y Janus Billeskov Jansen. Vestuario: Ellen Lens y Manon Rasmussen. Actores: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Magnus Millang y Lars Ranthe.
Sinopsis: Profesores de escuela secundaria se embarcan en un experimento sociológico en el que cada uno de ellos deberá mantener cierta tasa de alcohol en su cuerpo todos los días, tomando cada día.
Anteriormente hice la crítica de una pésima película danesa, realizada por uno de los compañeros (quizás lamento, un amigo) del tipo que hoy me ocupa. Von Trier y Vinterberg fundaron el dogma 95 junto con otro par de cineastas. Otra ronda es otro prisma: las reglas autoimpuestas por cuatro profesores de un colegio secundario danés no son estrictas en el mal sentido del término, como en el movimiento artístico citado (excesivamente rígido y muchas veces espantoso). El objetivo es una tesis científica. Las estéticas y las narrativas contemporáneas no tienen nada que envidiarles a los tiempos del cine químico. Esta obra carece de artificios retorcidos, las imágenes y los sonidos no están atados a caprichos arbitrarios y lo que fluye es el accionar de los personajes, efectivamente caprichoso, pero con un propósito atractivo.

Martin de Historia, Nikolaj de Psicología, Tommy de Educación Física y Peter de Música son amigos que tienen distintos grados de dificultad para enseñar los contenidos de sus materias y para conectar con el alumnado, compartiendo la misma escuela. El punto de vista principal (que resalta por el de los demás) es el de Martin, indudablemente el que peor la pasa: su aspecto es similar al de un sujeto que vive con cara triste o larga, le cuesta expresarse por su timidez y no puede imponer su autoridad a los pibes, cayendo incluso en un grosero error histórico, al decir que Winston Churchill fue primer ministro en la Primera Guerra, costándole una reunión con los padres.
Una vez que Martin vomita sus frustraciones mientras come caviar con los otros tres, comenzará su relación con el alcohol. La particularidad del film no es la re-reproducción de las cintas que evidencian la tragedia inobjetable del alcoholismo, tampoco es una fábula con moralina sobre el consumo. Aludiendo al título en español de la premiada Festen de 1998, Druk es una celebración de la ingesta medida y autoconsciente, donde la bebida (blanca más que otras) juega el papel protagonista que crea ambientes de relajación, diversión y desinhibición de las personalidades. Pero el guion no se queda en la aplicación festiva, penetra también en los vínculos afectivos: Martin desea volver a desear sexualmente a su esposa Anika, recuperar después de añares la química emocional con ella y reírse con sus hijos, se ve a sí mismo como aburrido (reconociéndolo mejor tarde que nunca), y logrará ser otro hombre.
Cuando la vida privada y la laboral se funden en una sola, todos deciden llevar el experimento sociológico más lejos. La moderación es el secreto de su éxito, pero esta es asesinada por el exceso anárquico y, por lo tanto, todo se va a la mierda: Martin descubre que Anika lo engaña, sus hijos le dicen que saben hace rato que se pone en pedo, aparece la violencia y la consecuente separación de la pareja.

Nikolaj, el barbudo al que más le costó la felicidad en su círculo familiar (cuando creíamos que era el más feliz, por lo que dijo en el restaurante al inicio), se hunde post satisfacción en el conflicto con su mujer, después de mearse en la cama. Tommy deja de saborear el triunfo futbolístico de sus niños y llega en pedo a una reunión con la directora del instituto, el único que parece zafar es Peter de Música.
La tesis finaliza acá, pero la película no quiere decirnos «ajá, mira la decadencia que pasas por dejarte llevar», no quiere instaurar la culpa moral, en todo caso, la responsabilidad. Los únicos inconscientes del abuso son los que van a AA. Se manifiesta el lado oscuro pero se exalta el lado luminoso, lo que nos comunica es: «viste qué divertido es tomar cuando reina la alegría?». Y esto la distingue del corchazo que te pegás con Días de vino y rosas (buena pero mucho más melancólica). El capitalismo no engendra a los delincuentes, sino las éticas despreciables o la mala educación, el dinero no va a la cárcel por los corruptos. De la misma manera, el alcohol bien servido no te hace padecer, sino que es una herramienta mal utilizada por el humano que sufre sus propios errores y los ajenos, pretendiendo abstraerse de la realidad, cayendo en la trampa de que, como con un placebo, puede gozar así de la cotidianidad.
La obra sería mejor si mostrara más la vida extracurricular de Peter y de Tommy, en cambio, se prefiere dar a entender que el primero termina enamorado de una talentosa profesora y el segundo no logra dejar atrás la soledad, pero la energía de la historia, afortunadamente se sobrepone.

Otra ronda tampoco es la gula tragicómica de La gran comilona, aspira al bienestar y no al suicidio. Lamentablemente, el que se aleja del hedonismo es Tommy, que muere. Pero aún después de su elevación, los tres personajes en suma tendrán una segunda oportunidad y bailarán rodeados por las borracheras risueñas de los recién graduados, sobre todo Martin, exbailarín de ballet jazz, que se animará por primera vez después de toda una existencia negra, para regresar al amarillo sol, al ritmo de una bella canción: “What a Life de Scarlet Pleasure”.
Más que merecido el galardón obtenido. El sadismo execrable de Von Trier con Grace de Dogville contrasta totalmente con el profundo afecto que Vinterberg le tiene a los profesores, con especial aprecio por Martin. El optimismo vence al pesimismo y el absurdo pierde con el sentido subjetivo que cada uno le da a su ser y su hacer.
Está dedicada a la hija de Vinterberg, Ida, fallecida en un accidente de tránsito poco después de la filmación, que se llevó a cabo en su salón de clases con sus compañeros. Adaptó una obra teatral que Thomas había escrito mientras trabajaba en Viena. El grano de arena que ella le aportó al guion fueron las historias sobre la bebida en la cultura de la juventud danesa. El resultado es una trascendencia para recordar, la frase que su creador deja, cabe como anillo al dedo: «No debería tratarse solo de beber. Se trataba de despertar a la vida». (Despertando a la vida, otra muy buena película).