Reseña: Licorice Pizza

Cada vez que se estrena una nueva película de Paul Thomas Anderson es un acontecimiento cinematográfico único. Es sin dudas una experiencia para disfrutar en una sala de cine, en estos tiempos cuando el streaming ha ido devorando la pantalla grande como un espacio de encuentro, contemplación y de reflexión.

Definir a Licorice Pizza solamente como una comedia romántica sería en cierto modo simplificar la original propuesta que hace su director. Es una película lúdica con múltiples capas y una enorme cantidad de citas cinéfilas inabarcables en un solo visionado.

La historia transcurre en el Valle de San Fernando en el año 1973. Allí Gary Valentine, un joven de 15 años, conoce a Alana Kane, una joven de 25 años, en un pasillo del colegio mientras espera la sesión fotográfica para el anuario escolar. Gary se presenta ante ella como un joven actor, y con un increíble manejo de la retórica convence a Alana para encontrarse a cenar en un restaurante. En ese encuentro ambos comenzarán un viaje en el que se conocerán e irán construyendo un vínculo del cual no podrán separarse.

El film fluye a lo largo de sus dos horas y se cimenta a través de la mixtura de diversos géneros que nos ofrecen una variedad de escenas inolvidables. Entre ellas podemos citar la de la llamada en la casa de Gary con un suspenso que expone los enormes recursos gestuales de Cooper Hoffman; el thriller político en la escena de atmósfera paranoide en la que Alana ve a un desconocido amenazante que mira desde la calle hacia la oficina del concejal Wachs; la inesperada irrupción policial en la secuencia que Gary es detenido durante la feria escolar y es llevado por la fuerza a una comisaría.

Además de la ya conocida destreza formal con sus marcas autorales presentes como los travellings laterales, la cámara en movimiento que sigue a sus personajes y los planos secuencia, Paul Thomas Anderson diseña un espacio fílmico en varias escenas en las que las ventanas, vidrieras y los reflejos enmarcan y dividen los mundos de los personajes. Por momentos los encuadres en Licorice Pizza fragmentan o reflejan a Gary y Alana, pero a su vez también los divide a ellos del mundo al cual están intentando ingresar. Simulan una especie de umbral donde se les presentan nuevas oportunidades o conflictos.

El mundo que transitan Gary y Alana está atravesado por un contexto político y económico en donde la guerra de Vietnam y el petróleo son problemáticas que inciden directamente en la economía de la sociedad americana. Este último terminara siendo el detonante del cierre del primer negocio emprendido por Alana y Gary.

En esa crisis que atraviesan los protagonistas y de la cual están intentado rearmarse aparece un villano pasajero llamado Jon Peters, interpretado por Bradley Cooper, quien representa a un productor poderoso sin freno a sus pulsiones básicas. Un personaje hiperbólico delineado con la intencionalidad de Anderson de contraponerlo a la esencia de Gary y Alana.

Los personajes adultos de Licorice Pizza son predecibles, aburridos, amables y algunos detestables como Jon Peters. Otros son ególatras como Jack Holden en un papel diseñado a la medida de Sean Penn. No podemos dejar de mencionar la sorpresiva escena de la motocicleta en la que Alana está subida con Jack, y que funciona como gag pero además articula como una expulsión del mundo actoral en ese intento de ingreso por parte de Alana.

En gran parte del film los personajes se ven inmersos en una serie de impedimentos o pedidos, como por ejemplo cuando Alana cree que va a tener una inesperada cita en un restaurante con el concejal Wachs. Allí sus expectativas van en aumento, hasta que descubre que es utilizada como un medio para resolver un conflicto amoroso que puede ser perjudicial para el candidato.

Alana pareciera ser arrastrada por una fuerza invisible donde de un modo u otro esta termina llevándola siempre con Gary. Aun cuando padezcan distintos estados de ánimo, se enojen o tomen decisiones que los alejen. Por eso, en el final cuando ambos se encuentran corriendo y se chocan en la puerta de un cine con el cartel luminoso de “Live and Let Die” pareciera que ese impacto de sus fuerzas los funde el uno con el otro dejándolos fuera de campo e impidiéndonos a nosotros como espectadores ser testigos de ese primer beso.

Además de una historia de amor y amistad, Licorice Pizza es una mirada nostálgica sobre el mundo que comenzaba a gestarse a comienzos de la década del 70. Pero también es una lúcida reflexión sobre el tiempo, el primer amor, los sueños y el cine. En tiempos donde todo es tan efímero Paul Thomas Anderson hizo una película con destino de clásico.