Reseña: El espía inglés

El hombre de negocios inglés, Greville Wynne (Benedict Cumberbatch), es reclutado por los servicios de inteligencia británicos (MI6) y estadounidenses (CIA) para llevar a cabo operaciones comerciales en la Unión Soviética, con el objetivo de entrar en contacto con el coronel Oleg Pencovsky (Merab Ninidze), un dignatario que busca desertar a Occidente con información crucial para la Guerra Fría, en especial, de las capacidades nucleares reales de la URSS en plena Crisis de los misiles en Cuba.

La película dirigida por Dominic Cooke y escrita por Tom O’Connor tiene los condimentos ideales para generar expectativa: basada en un poco conocido hecho real y dos héroes anónimos que quizás impidieron una tercera guerra mundial (y la primera nuclear).

El mundo de los espías es atractivo por donde se lo mire, siempre hay algo nuevo, aunque después la estructura de casi todas es igual. A pesar de que en este caso el film me remite demasiado a Puente de espías (Steven Spielberg, 2015), en la que también un hombre común es crucial en un hecho extraordinario para la “salvación” de todxs, historia que no pidieron y que los supera, y en la cual se mantienen por principios sin más opción que meterse de lleno y dar todo de sí, aún a sabiendas de los sacrificios que deberán afrontar. Similares en el trazado grueso, pero diferentes en trazado fino.

En fin, retomando El espía inglés (The Courier), apuesta a la historia real pero no nos deja sorpresas. Destaca en el ritmo pausado y ameno para introducirnos mejor a los protagonistas. Tenemos una primera parte en la que suceden los viajes e intercambios comerciales que camuflan la información otorgada por Oleg, estos dos hombres de familia deben ocultar a sus esposas esta peligrosa doble vida, elegir entre su seguridad personal y el futuro de sus respectivos países, en tanto Greville y Oleg también se van conociendo. Porque más allá de la CIA, el MI6, la KGB, esto se convierte en una historia de amistad genuina entre dos hombres separados por intereses sociales y políticos de dos bloques internacionales diferentes, pero que descubren tener más en común de lo que pensaban. Oleg enseña el famoso ballet ruso a su colega inglés, mientras Greville lo lleva a un bar inglés, y la afición de ambos a beber alcohol y divertirse los une aún más. El temor de qué ocurrirá si los atrapan crece, ese monstruo silencioso llamado KGB (así lo pintan en la peli) que no está, pero está en todos lados, hace que los amigos se preocupen por los amigos.

La segunda parte es la ya conocida, y para mí, el lugar común de este tipo de películas. Las consecuencias de ser atrapado, desde lo físico hasta lo psicológico, el mantenerse fiel a sus principios, leal a su par. Es el momento en el que salen a relucir más las dotes actorales de Bendict. A Cumberbatch ya lo hemos visto en metrajes de espías, The Imitation Game (2014, Morten Tyldum), Tinker Tailor Soldier Spy (2011, Thomas Alfredson), entre otros, y logra transmitir la inocencia, alegría y preocupación del comerciante, y en los momentos apremiantes de encierro, el quiebre que da a su personaje es destacable. El reparto en general es muy bueno, como Merab Ninidze en la piel de Oleg. Un actor no muy conocido, que siempre hace de mafioso ruso, en especial, en la serie McMafia, pero esta vez invierte el tono frío y despiadado que da a sus personajes, de manera muy creíble: una persona quebrantable, cálida, y que debe guardar apariencias.

Hay dos personajes que parecieran perderse pero que son el aliciente para acrecentar la tensión necesaria en los momentos clave. Por un lado, Rachel Brosnahan (The Marvelous Mrs. Maisel) haciendo de Emily, la agente de la CIA que hará de enlace y quien llegará hasta las últimas consecuencias para resolver el lío, ya que para evitar un escándalo los gobiernos occidentales se desentienden del tema. La energía que imprime a su personaje y el arrojo para sobresalir y combatir en un mundo de hombres realzan la historia en la tensión que genera. Por otro, Jessie Buckley (Chernobyl) como Sheila, esposa de Greville, es clave para aflorar el lado más sensible de la historia, el dolor de la familia, el miedo a perder todo. Dos actrices que parecen mal aprovechadas en papeles secundarios, pero que tienen un momento cada una para mejorar todo. Quizás fueron pensadas así y hablamos por hablar y no fueron desaprovechadas, solo esperaban su turno.

El espía inglés termina siendo una película amena para ver, atrapante desde la sinopsis, con grandes actuaciones, pero sin sorpresas.