Reseña: El empleado y el patrón

La tercera película de Manuel Nieto Zas estuvo presente en el último Festival de Cine de Mar del Plata y previamente pasó por la Quincena de Realizadores del último Festival de Cannes. Es un drama rural centrado en una desigual relación de poder en un contexto situado en la zona fronteriza entre Uruguay y Brasil.

La historia nos presenta a Rodrigo, un hombre que administra los campos de su padre con cierto desgano. Mientras se desempeña como padre reciente y esposo, ambos roles parecieran estar ligados más al mandato que al deseo del protagonista. En su mundo todo se arregla con dinero, el cual también funciona como vehículo para acercarle placeres para olvidar sus problemas cotidianos. Del otro lado tenemos a Carlos, un joven que vive con su esposa, su pequeña hija y sus padres en un monte alejado en condiciones precarias. Sus necesidades básicas son cubiertas mediante la caza, el trabajo de campo y los caballos.

Las vidas de ambos se entrecruzan cuando Rodrigo lleva a trabajar a Carlos a sus campos para acomodar sus problemas ante la falta de empleados y con el riesgo inminente de perder la cosecha. Ese encuentro será el cruce entre dos realidades diametralmente opuestas, ya sus vidas no volverán a ser las mismas.

Con una cuidada fotografía naturalista pero que no cae desde lo formal en el exceso de paisajismo a la hora de componer los encuadres, y una cámara que se desplaza describiendo la topografía del espacio donde los personajes viven, El empleado y el patrón es una silenciosa y calculada lucha de poder en que las desigualdades están marcadas desde el comienzo del relato, y cuya tensión irá lentamente en aumento ante un suceso trágico que marcará un punto de no retorno.

Los personajes principales se alejan de los estereotipos siendo delineados con cierta complejidad y ambigüedad. Son las miradas las que deben ser descifradas por el espectador, ya que ellas sugieren más que lo que expresan.

La película presenta un tratamiento sonoro diseñado para que el espectador perciba y se sumerja en el ambiente natural del campo por donde los personajes transitan. El realizador apuesta a la no utilización de música incidental en gran parte del metraje. Solo en tres escenas la música articula como un complemento funcional a lo dramático.

Desde lo narrativo es en el último acto en donde El empleado y el patrón deja una sensación de que los diversos conflictos planteados podrían haber sido resueltos de otra forma. El director toma una serie de decisiones que escapan al cliché pero que le restan intensidad y resultan demasiado forzados. Además, hay en la escena final una decisión de montaje que resulta contraproducente desde lo dramático, que es cortar a negro al momento de la confrontación entre los protagonistas Rodrigo y Carlos. Un clímax que resulta débil y abrupto con respecto al ritmo con el que se desarrolla la historia. A pesar de ello, la película termina sosteniendo su propuesta inicial gracias a sus actuaciones principales, la fotografía y al trabajo de cámara. El empleado y el patrón es una película atípica, alejada del cine comercial actual y que elude las convenciones típicas del género. Un fiel reflejo de que las desigualdades y las carencias del presente continúan siendo las mismas que las de siglos atrás.