Reseña: The Witcher, segunda temporada

Un mes después puedo escribir la reseña de la segunda temporada de The Witcher. Dado que para hacerlo tengo que hablar de la anterior, tengan en cuenta que habrá algunos spoilers, pero cuidaré que sean mínimos y no afecten el visionado.

El final de la temporada anterior nos muestra a Geralt (Henry Cavill) reuniéndose con Cirilla (Freya Allan), su “hija de la sorpresa”, con la cual emocionalmente desarrolló una relación paternal que es recíproca. Ciri ama a Geralt como a un padre y Geralt la adora como a una hija.

La batalla de Sodden ha ocurrido y el sacrificio de Yennefer (Anya Chalotra) para lograr la victoria la terminó convirtiendo en prisionera de Fringilla Vigo, la hechicera en la nómina del Rey Emhyr Van Emreis, mandamas de Nilfgaard y con intenciones de conquistar todos los reinos del Norte que, por supuesto, operan con sus propios intereses, a favor o en contra.

En esta temporada de The Witcher los melones se acomodan un poco y abandonamos la anarquía narrativa de la season 1 que con un manejo pobre de líneas temporales resultaba bastante confusa para los neófitos en el universo de Gerardo.

Los ocho episodios son bastante lineales, huelga decir que no es tan claro si algunos eventos son simultáneos u ocurren antes o después que los que se intercalan.

Por un lado, tenemos el relato de Geralt y Ciri en viaje a Kaer Morhen (la guarida de los brujos) y su posterior estadía. Por el otro, nos encontramos con las trapisondas de Yennefer con Fringilla Vigo. Y en ambas historietas se nos relatan eventos que no tienen correlato en videojuegos o novelas y los resultados no solo no son óptimos, sino que hasta diría todo lo contrario. Yennefer se ve despojada de sus poderes y envuelta en una trama bastante inverosímil con Cahir Mawr Dyffryn aep Ceallach, un general nilfgaardiano que al menos en las novelas tiene un rol importantísimo. Y el binomio de Geralt y Ciri participa de esa trama y alcanza el final con toneladas de CGI y un poco de vergüenza ajena.

La adaptación de las novelas del hosco Andrzej Sapkowski no viene siendo lo que los fanáticos deseábamos. Las interpretaciones en general no terminan de convencer porque parecen una mezcla en partes equivalentes de los personajes de las novelas y los de los juegos. Es curioso como Cavill se olvida cada tanto del monosilabismo gutural de Geralt (videojuegos) con sus “hummm” y “grrr” para saltar –incluso con una voz distinta– a su inglés natal para interpretar al Geralt más filosófico de la saga escrita. El resto de los personajes sufre alguna variación de esta bipolaridad, a excepción de Jaskier (Joey Batey) que, como recurso humorístico, intenta mantener el barco a flote en los minutos que le toca convenientemente estar. Aunque vaya por completo en contra de la trama.

El personaje del bardo tiene unos de los momentos más simpáticos de toda la temporada cuando, rompiendo un poco la cuarta pared, hace un chiste sobre lo confuso de las líneas temporales y como solo los brutos no lo pueden entender.

The Witcher, en su crudeza, tiene el potencial enorme de reemplazar a Game of Thrones como serie de “fantasía” con enormes cargas de política, pero no se anima. La trama de fantasía que se nos cuenta en los libros es hasta secundaria a los entretelones monárquicos. A lo largo de las páginas, el brujo comparte protagonismo con reyes, espías, abogados y círculos de hechiceros que manejan el territorio con la habilidad del Pata Medina y la sutileza de un escriba.

Quizás decir que es secundaria es exagerado. La historia de Geralt, Ciri y Yennefer es el plato, pero no es “la sal”. En Game of Thrones, o Canción de Hielo y Fuego, tenemos una multitud de relatos confluyendo que inician –de forma escandalosa– con el asesinato de Jon Arryn y la investigación del hecho por Ned Stark, mano del Rey Baratheon. Como “héroes” de la historia nos interesamos por los Stark y queremos (al menos los normales) que tengan éxito en su aventura. Sin embargo, “la sal” la proveen una multitud de personajes igual de protagonistas como Tyrion, Sam, Jamie, Cersei, Varys, Meñique… podría seguir hasta mañana. Vikingos, años después, repitió la fórmula. Claro que hay un héroe al que ovacionar, pero el trasfondo no tiene tanto que ver con espadas y hechizos.

En esta segunda temporada de The Witcher, la showrunner Lauren Schmidt Hissrich (guionista y productora de larga data, con créditos en Daredevil por ejemplo) entendió este problema. Es probable que las métricas hayan dictado que la primera temporada tenía mucho sentido para los fans de las novelas, pero no tanto para los recién llegados o, incluso, los gamers. Por eso en estos ocho episodios se nos muestra a un Geralt más parecido al de los videojuegos, utilizando señales (su magia) bastante seguido y contradiciendo al Geralt de las novelas que apenas si las usa. A la vez, la trama política, aunque está ahí, termina siendo muy derivativa, con una larga trama desde la visión de los elfos que realmente es bastante soporífera, y suma muy poco.

La parte técnica de The Witcher tampoco destaca. A nivel visual pierde por goleada con el estilo cinematográfico de producciones similares (y con presupuestos menores) en virtud de apostar a un look lustroso que me hizo recordar a las producciones de The CW. Todos los sets se ven demasiado iluminados para lo que se está narrando. Incluso, mantiene desde la temporada anterior una inconsistencia entre toma y toma que es rara para un show de esta categoría. Por momentos plantea ser lo mejor de GoT y en la escena siguiente es Xena, Princesa Guerrera. Le falta oscuridad, suciedad, y ojo cinematográfico. Le sobra luz, satín y pantalla verde.

Es, probablemente, una serie que no va a llegar a todo el mundo y su complejidad no es culpable porque se aplanó por completo para ser más accesible. Ahora bien, en esta temporada termina siendo una virtud porque en la anterior, el hilo narrativo era confuso y terminó alejando a una horda de posibles espectadores. El tema es que una vez que esos abandonaron la pantalla, no los podés volver a ganar. O al menos, es muy difícil.

The Witcher (TV) sufre de una situación clara y es que no sabe a qué fanáticos mirar. En esa cochambre está lo que termina saliendo a la luz.


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