Reseña: The Power of the Dog

La nueva obra de Campion cambia por completo la estructura del Oeste: la sangre es accidental, la intensidad rítmica sale de escena para darle lugar in crescendo a la tensión y las emociones alteradas de los personajes. Los verdaderos protagonistas son los pensamientos, de esos que no se hablan y hacen al subtexto.

Es una pena que las excelentes actuaciones de Cumberbatch como acosador sucio e insoportable y de Dunst como alcohólica sufrida se vean opacadas por una historia muy rebuscada, donde hasta el título peca de pretencioso (“el perro” no es más que una simple sombra grande sobre una montaña). Y con respecto al “poder” puede decirse que es encarnado por el flaco defendiéndose del despreciable Phil, pero esto podría aclararse en el cómo de la muerte final, sin embargo, solo obtenemos la respuesta del qué: el doctor que sospecha del ántrax como causa de muerte del cowboy.

Plagado de planos detalle que simbolizan el falo/el sexo/el semen, sumado a la lentitud opuesta al clasicismo histórico del género, el film aburre. La humillación perpetrada por el machista hacia un pibe con apariencia indefensa (hasta que nos percatamos de quién se esconde detrás de esa identidad) se transforma en una evidente atracción que desenmascara la homosexualidad reprimida.

Es este lungo amanerado (interpretado inquietantemente por Kodi Smit McPhee) el que llena el vacío que dejó el ídolo del malhumorado Phil: Bronco Henry (fallecido), de quien conserva una montura pulcra que acaricia con devoción (en otra de las repetitivas alusiones sexuales innecesarias).

George, el amable, educado y elegante (aunque más introvertido) de los hermanos Burbank, pierde su relevancia hacia la mitad de la película, dejando a su mujer insegura ante la convivencia incómoda. Dunst vuelve a ser Justine de Melancolía, pero sin sacar el pecho dentro de un peliculón.

Con un ritmo lento y pesado, el film se estrella contra la pared hacia el final, con la incógnita de lo ocurrido como un vacío inútil para el guion. El pibe involucionó de rarito que mataba conejos para practicar una cirugía a un asesino silencioso. El mayor de los Burbank siguió siendo el mismo hijo de puta pero ya sin esconder su condición.

La fotografía está construida sobre grandes planos generales: una estética cliché hasta el hartazgo. Aunque los agujeros radican más en la narrativa que en las formas, si existe fuerza dramática es gracias a la calidad interpretativa.

Campion quiere imitar a Ford y Walsh (sobre todo en el plano de espaldas de Cumberbatch, idéntico al Ethan Edwards de Más corazón que odio), solo que ni siquiera le puede salir el tiro por la culata, ya que no hay revólveres.

El pasado mítico, manchado con el lamento, el pesimismo o la tragedia, adquiere aquí un tinte de pereza, dado que la perturbación de los códigos tiene un precio malo si la trama, en lugar de estar en la vanguardia sobre una bella colina, se pone en la retaguardia del desencanto.

Aunque mantiene la atención el uso acertado de la intriga, esta no alcanza para un resultado que pasa de la euforia al desvanecimiento. Pero ¡si hasta el crimen de Phil puede significar el sida! Hay una obvia obsesión de la directora hacia las figuras retóricas visuales, que si no fueran por su molesta re reproducción, serían más interesantes.

Se extrañan los tiros y latigazos de los spaghetti…