House of Gucci: ¿Y ahora qué pasa, Ridley?

Bueno, este año nos despide con otra película de Ridley Scott. ¿Un maestro? Por supuesto. ¿Últimamente viene polémico? También.

Agh, qué difícil es escupir para arriba, eh. Pero bueno, si hay algo que caracteriza a la Revista 24 Cuadros es su franqueza y es un estandarte al que le hacemos valor en cada nota.

Nobleza obliga, puesto que después de esta introducción el lector debe pensar ya que House of Gucci es lo peor que le ha pasado al mundo, y muy lejos está de serlo. De hecho, House of Gucci está bien. Solo bien, pero bien al fin y al cabo. Qué sé yo, la verdad es que, aunque haga agua por todos lados, no es ningún crimen de Estado. Entonces, cuestión, reseña:

La película que amaga con filmarse desde hace más de una década llega a la pantalla grande después de la época pandémica contando una vieja historia, la del asesinato de Maurizio Gucci en manos de su exesposa, Patrizia Reggiani.

Maurizio Gucci, aquel que traicionó a cada uno de sus familiares vivos para reinar en el imperio; aquel que pagó con la misma moneda sus pecados y que fue muerto –primero metafórica y después literalmente– antes de que llegara su noche. Una historia que a aquellos conocedores y amantes de la moda interesa en particular por retratar la razón por la cual la Casa Gucci es la única firma histórica de diseño de su calaña que no tiene ningún sucesor de la familia bajo la cual se nombra.

Por supuesto, enganchar a quienes no son adeptos al mundo de la moda implica condimentar la historia, narrar de otra manera, convertir la película en algo más que una biopic. Y aquí es donde todo empieza a fallar. De hecho, finalmente, la cuestión del diseño poco y nada se explora, sino que se trata en los diálogos como un tema fundamental a la trama, pero luego no se muestra y se lo relega a un segundo plano para dejar lugar a los quilombos familiares.

El peor problema de House of Gucci es que es un pleno cambalache, sin nada de autoconciencia de su grasada, sin identidad y con muchísima confusión por todos lados.

Una película que claramente debería haber sido italiana para poder expresar como debe ser esa exuberancia, esa vulgaridad finísima, esa gente magnánima, esos hechos imponentes, llenos de amor, pasión, rabia y sentir.

No es lo mismo que poner a Adam Driver y Lady Gaga a hacer unos acentos tanos polemiquísimos que, más allá de eso, pecan de quitarles a grandes actores algunas de sus dotes por concentrar a sus personajes demasiado en cerrar las vocales y marcar las consonantes. Es vano, vanísimo.

Un gran elenco se ve desaprovechado por una película que no entiende su propio tono. Que no se decide ir a por todo, pero tampoco puede ser sutil. La película termina destacando por lugares insospechados, como por ejemplo la participación de un completamente irreconocible Jared Leto en el rol de Paolo Gucci, el primo marginado de la familia, o en roles secundarios como el de Salma Hayek, Jack Huston y Reeve Carney. Y no es que Al Pacino, Jeremy Irons, Lady Gaga ni Adam Driver estén mal –muy difícil sería siendo los grandes intérpretes que son– pero no son creíbles, no están bien dirigidos y no encuentran, como el film en sí, su tono expresivo.

Dentro de sus muchas vueltas, la película arranca como una comedia romántica, probablemente su parte mejor lograda: la construcción de los protagonistas, los espacios que habitan y todo el avance de su relación desde el meet cute hasta su concreción no solo están muy bien de técnica, sino también de narración. No simpatizar es imposible si estoy viendo a Driver y Gaga enamorándose en una Italia setentosa y sensacional.

Ya después de eso es cuando arranca el drama más drama de todos los dramas de este año y la cosa flaquea por todos lados: ojalá hubieran ido por la extravagancia, ojalá hubieran ido por la sátira desarraigada despojada y desinteresada, porque tiene muchos rasgos de todo esto. Rasgos que se cuelan todo el tiempo en el tono y que le quitan la seriedad documentalística al asunto, pero que quedan tibios y no se explotan, volviendo muy incómoda la obra. Queda ausentado en pantalla el trabajo de autor, la presencia fuerte del viejo Scott, entregándose el film a cumplir de alguna forma en el plano productivo y descartando aquello demás.

¿Asuntos para destacar? La fotografía cumple, el arte la rompe toda, la dirección de los planos del querido Ridley jamás podría decepcionar, y el soundtrack no tiene nada que envidiarles a las mejores curadurías de Edgar Wright.

Sobre el tema arte, vestuario y afines, que definitivamente son de lo mejor del film, no solo se destaca la recreación histórica y de identidad de marca, sino que también patea muy fuerte la progresión estética del auge y caída de Patrizia Reggiani. En el primer frame y en el último, Lady Gaga no es la misma persona, y este tipo de detalles son los que, junto al gustito culposo de lo que es malo pero sabe entretener, permiten al espectador seguir viendo hasta el final.

Quien más, quien menos: todos tenemos problemas. House of Gucci está mal pero no tan mal, destacó en ciertos puntos, se quedó tibia en muchos otros, pero cumplió con la misión de que los espectadores se quedaran en la sala. Hay un punto en que ni a eso ni a las escenas hot entre Adam Driver y Lady Gaga vamos a menospreciar.