Lamb: el silencio del cordero

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Henry James, el maestro de la ambigüedad, propone al principio de su famoso relato The Turn of the Screw —acaso uno de los mejores cuentos de la literatura universal— un mecanismo novedoso mediante el cual aspira a superar el artificio del final sorpresivo —o la vuelta de tuerca— añadiendo un segundo giro —la otra vuelta de tuerca— para transformar un hecho inesperado en un hecho ambiguo. Es decir, Henry James empuja el terror psicológico —fundado por el gran Edgar Allan Poe— hasta las fronteras del terror sobrenatural. De este modo, transforma el relato de terror en una criatura dotada de una doble naturaleza. En otras palabras, con The Turn of the Screw, Henry James abre la puerta del inconsciente a los fantasmas, los demonios, los monstruos mitológicos, las divinidades lovecraftianas, los invita a habitar ese territorio insondable y que prosperen allí como en su propia patria.

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Lamb (2021) es el primer largometraje de Valdimar Jóhannsson, cineasta islandés que ostenta una frondosa trayectoria en áreas técnicas de varias películas, entre ellas, los efectos especiales de The Tomorrow War (Chris McKay, 2021), Rogue One (Gareth Edwards, 2016) y Prometheus (Ridley Scott, 2012). A lo largo de 2021, Lamb ha recibido numerosas nominaciones y premios. Entre ellos, se destacan el premio de la sección Un certain regard del Festival de Cannes, y los tres galardones recibidos en Sitges por mejor película, mejor actriz (Noomi Rapace), y el premio Citizen Kane a la dirección revelación. Entre sus productores figuran Noomi Rapace y Béla Tarr. La prestigiosa A24 Films ejerce de distribuidora.

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Lamb tiene como protagonistas a Maria (Noomi Rapace) e Ingvar (Hilmir Snær Guðnason), una pareja que vive en una granja de la zona rural de Islandia. La pareja habla poco. Sostienen una rutina de trabajo que los mantiene unidos pero que oculta una melancolía indecible. La monotonía se quiebra cuando una de las cabras da a luz un cordero que el matrimonio decide criar como a una hija. A partir de ese momento, la vida de la pareja comienza a gravitar en torno al cuidado de Ada (Lára Björk Hall en la voz). Al poco tiempo, Pétur (Björn Hlynur Haraldsson), el hermano de Ingvar, llega inesperadamente a la granja. La aparición de Pétur genera diferentes líneas de tensión que obligan a los personajes a replantear las relaciones. Maria, Ingvar y Pétur tratan de establecer cierto equilibrio sobre bases muy precarias. Por su parte, Ada oficia de elemento errático que tiende a desestabilizar ese equilibrio. En consecuencia, todo parece atado constantemente con hilos muy delgados. ¿Cómo habrá de cortarse esa tensión?

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En el aspecto narrativo, Lamb es un juego de relaciones que recuerda a los ejercicios de Yorgos Lanthimos, sostenidos sobre reglas que generan tensiones crecientes y resoluciones insólitas. En el aspecto visual, resulta fascinante el modo en que se compone el mundo rutinario y asfixiante del matrimonio de Maria e Ingvar, contrastado con la inmensidad de las montañas y planicies que rodean a la granja. El resultado de ese contraste es la inquietud constante: perfecta contrapartida de la sorda tensión entre los personajes. El paisaje aparece no como un espacio tranquilizador, sino más bien como un vacío vasto y estremecedor, donde parece que hay algo que acecha, pero que no se ve. Un poco de esa aura temible se logra también con ciertas pinceladas surrealistas que evocan escenas de Eraserhead (1977) de David Lynch: por momentos, Ada parece menos un cordero que ese parásito al que Henry Spencer —protagonista del filme de Lynch— alimenta con una especie de ternura grotesca.

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Pero es en el aspecto semántico donde Lamb aplica su jugada maestra. Como espectadores, la posmodernidad nos ha malacostumbrado a rastrear referencias e interpretaciones en todos los relatos. Valdimar Jóhannsson sabe muy bien esto. Por eso, para descolocarnos, echa mano de la otra vuelta de tuerca pergeñada por Henry James. Así, por ejemplo, Lamb está dividida en tres capítulos, pero la secuencia de los hechos sigue otra división menos explícita. Así también, Lamb esboza la alegoría de la maternidad cristiana y la salpica con el pecado del bestialismo. Así, Lamb baraja la conjetura del incesto, la metáfora del Edén, la hipótesis de la locura de los personajes. Sin embargo, todos esos planteos se rebaten con otra vuelta de tuerca que concede a Lamb un (segundo) giro siniestro: una apertura a lo espeluznante como pocas veces se ha visto en el cine de terror de estos últimos años.

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Me encantaría decir mucho más de Lamb, pero eso me obligaría a entrar en terreno de spoilers, lo cual representaría un atentado en contra de esta obra maestra. El efecto de Lamb es mayor cuando más inocentes caemos en los vaivenes de su relato. Por lo tanto, aquí me detengo, en esta frontera, en terreno ambiguo. Vayan a ver Lamb y caigan como corderitos.