Urgencias: ER en HBO

Su periplo en el streaming, a nivel local, inaccesible de Hulu hizo que nosotros, los fans, aulláramos en desgracia durante años. Increíblemente, la mejor serie de médicos de la historia no estaba disponible en el país donde gracias a su emisión por Sony y Telefe forjó una sólida y enorme base de seguidores fieles durante su extenso ciclo.
Hace unos meses, con la llegada de HBO Max a la región, un mensaje de Castaño del medio fue auspicioso: “HBO tiene ER”. El placer de la lectura fue inmediato. Una buena serie de médicos es siempre crucial y las opciones disponibles flaqueaban. En casa intentamos con New Amsterdam (nobleza obliga, la devoramos), pero su enfoque es el de los momentos más edulcorados de garompas como Grey’s Anatomy con el caso por caso de House.
Contratamos HBO Max casi específicamente para ver ER. Y no estaba.
La decepción fue mayúscula. Sí, ya se. HBO tiene de todo. Y es cierto. El catálogo de series de la señal es de lo más granado que existe. Entre lo histórico (The Sopranos, The Wire, Veep, Game of Thrones…), lo adquirido (The Office, Friends…) y lo actual que rompe todo (Euphoria, Westworld, Succession…), no había espacio para queja por la ausencia –al menos momentánea– de ER.
Y entonces, apareció.
Castaño del medio avisó por Twitter. Castaño mayor (el director de La 24) señaló algo sobre la dirección que Castaño menor había presenciado apenas unas horas antes. La hermandad en pleno, utilizando el mejor streaming actual para darse dos sueros por intravenosa de una serie que está por cumplir 30 años.
La pregunta es ¿por qué?
Sabor a nostalgia
Por supuesto que el primer punto siempre va a ser la nostalgia. Retornar a un lugar conocido donde fuimos felices. Mas la nostalgia nos devuelve una experiencia agridulce. Aquello que suponíamos brillante tiene las esquinas bastante opacas y deslucidas. El avance de las tecnologías y posibilidades suele causar una fuerte impresión.
No obstante, por razones que es imposible determinar, no es el caso con ER o con otros shows dramáticos de las cadenas de aire americanas como NBC. Sin duda no tenían el presupuesto que, por ejemplo, destina Netflix a sus shows originales de gran despliegue. Sin embargo, fue una gran sorpresa descubrir que ER se ve perfectamente en 16:9. Filmada en 35mm (¡con Steadycam!), las películas originales se ven impecables y se reproducen de manera excelente en las tecnologías actuales.
Todo lo que impacta en ese largo piloto y primeros episodios de ER termina siendo influencia de otro caudal de grandes shows que estarían por venir.
La coreografía en la dirección sería repetida luego en casi toda serie del género, pero también en shows donde el frenesí fuera algo requerido. Y tiene un nacimiento no tan lejano.

El showrunner de ER, John Wells, fue productor y guionista de una serie de médicos previa, llamada China Beach, que mostraba las vidas de un grupo de médicos de combate durante Vietnam. Es tal vez por eso que Spielberg lo envió de Amblin para supervisar el show basado en el guion de Michael Crichton, originalmente una película. Wells coincidiría en esa serie ochentera con la directora Mimi Leder, quien cumpliría el mismo rol en ER dirigiendo varios capítulos de la primera temporada que terminarían cimentando la estética definitiva. La otra adición desde China Beach fue Lydia Woodward, productora y escritora, que había tenido una tarea similar en ese gran éxito médico que fue St. Elsewhere. Ambos creativos luego desembarcarían en The West Wing en roles idénticos y si hay una serie que por largos tramos comparte el feeling de ER, es la creación de Aaron Sorkin.
La serie en sí
ER impacta a nivel visual, sin duda, pero yo creo que sus mayores logros son otros, sin desmerecer lo increíble que es la dirección y la actuación de todos sus intérpretes. Los guiones del show tienen varias virtudes para describir. El que salta a la vista es uno que puede parecer un defecto, pero termina siendo totalmente clave: no le importa que el espectador comprenda. Durante los 25 minutos que atienden pacientes, los médicos hablan entre ellos de las problemáticas de sus pacientes sin sobreexponer nada. Incluso, cuando “le toman lección” a los residentes novatos, el guion esquiva una explicación que se hubiera sentido fuera de lugar. No tengo idea si los hospitales de emergencias son así, pero como comparación, Endemol produjo para América TV una versión local de ER llamada Hospital Público, con Dayub y Rago como protagonistas (una suerte de Anthony Edwards y George Clooney pasado a pesos), que tenía enormes buenas intenciones pero una ejecución a años luz de su clara influencia. Una de las principales diferencias entre series era la necesidad que tenían los guiones locales de detallar lo que sucedía al espectador. Repito, no sé cómo trabajan los hospitales de emergencias, pero estoy convencido de que ningún médico les explica a las enfermeras paso por paso lo que está haciendo. Es un recurso pero que ER demostró que no era obligatorio y que, incluso, a la inversa era viable.
El segundo es la relativa normalidad de los personajes y de los argumentos. No hay reacciones telenovelescas o exageradas. No es lo que ER quiere contar. El relato es el de un hospital de Chicago y su staff médico. No dejan de lado la parte romántica ni personal de los médicos, pero siguen funcionando en tándem ambas versiones.

En la primera temporada hay diversas crisis para cada personaje protagonista:
Mark Greene se está divorciando por una cuestión de distancias e intereses.
Susan Lewis, en relación con un psiquiatra misántropo del hospital, tiene que lidiar con una hermana adicta y su embarazo.
Peter Benton tiene que definir el destino de su anciana madre.
Doug Ross, el mujeriego, entre la culpa de haber sido la razón que…
Carol Hathaway, la enfermera, con un intento de suicidio.
Y finalmente, el que terminaría siendo el bastión, el residente novato John Carter, escondiendo un poco su identidad de billonario mientras decide qué camino seguir en la medicina.
Cada personaje vive su trama personal sin que ello, en general, afecte su capacidad como practicante. Y cuando así sucede, es dentro del margen de lo normal, como la gran mayoría de los seres humanos, a los que les pasan cosas y aún así tienen que cumplir horario, charlar sobre una serie apoyado en el dispenser, boludear en redes sociales, hablar con un jefe de los partidos del fin de semana y, al final, volver al hogar para seguir teniendo problemas.
Dos episodios
Hay un par de capítulos que definen la esencia de ER en pleno. Uno es de aquella mítica primera temporada y le otorgó premios Emmy al guionista y a la directora. Como curiosidad, es uno de los pocos que tiene página propia de Wikipedia.
“Love’s Labor Lost”, escrito por Lance Gentile, un médico que fue asesor técnico de muchas series médicas, y dirigido por Mimi Leder. En el episodio, como otros, hay múltiples pacientes, sin embargo, desde el inicio hay un sobreimpreso con el paso del día. Greene atiende a una mujer a la cual le falta poco para dar a luz. Acompañada por su esposo, un joven Bradley Withford, pre The West Wing, son risueños y están felices. Al hospital fueron casi por rutina. Ella tiene dolores que se asemejan a los de una infección urinaria. Mark la revisa, administra medicina y le da el alta.
Está en camino a atender a otros pacientes y volver a un hogar tambaleante con una esposa con las valijas hechas cuando Sean O’Brien (Whitford) vuelve corriendo y a los gritos. Su mujer se desmayó en el auto.
En este momento, el capítulo se enfoca definitivamente en Mark, la pareja y el resto del staff que lo asiste. El doctor Greene, la base fundacional de la sala de urgencias, el jefe de residentes, la roca apacible, parece haber cometido un error de diagnóstico. No es evidente el doble juego de la vida personal de Mark y la pareja con un bebé en camino. Pero está ahí. El desenlace es doloroso en todo sentido. Sin embargo, fiel a su creación (¡que encima es reciente!), ni el guion ni la dirección son súper expositivas. Nos evitan despliegues para la lágrima fácil que igual es imposible de evitar. El “muestre, no diga” llevado a un panteón del relato televisivo resumido en un par de escenas desprovistas de diálogo.
El otro episodio, mi favorito personal, es de la sexta temporada. Si tengo que ser honesto, son dos capítulos y definen el resto de la temporada, el futuro de Carter y mucho más.
El primero del dueto se llama “Be Still my Heart” y tiene su transcurso durante la fecha de San Valentín. Escrito por Lydia Woodward, hecho curioso, lo dirige Laura Innes, actriz detrás del odioso personaje de Kerry Weaver. Si hay algo que la tradición yanqui nos marca es que las fechas especiales del calendario siempre son disparadores de eventos enormes. La noche de San Valentín –mitad de temporada– Carter y su protegida Lucy están de guardia, al igual que otros como Romano y Elizabeth. Como situación “graciosa” de un episodio en general tristísimo, están operando a la mascota del insoportable cirujano.
A la urgencia entra un estudiante de derecho, interpretado por David Krumholtz (el protagonista de Numb3rs y eterno nerd), que se nota que no está del todo bien mentalmente.
La relación entre maestro y alumna es enorme en la temporada 5. Lucy aparece para mostrar el lado menos amable de Carter que, aunque un referente confiable, explota varias veces con su alumna y no siempre con razón. Con algún indicio de escarceo amoroso que no se llega a concretar del todo, ambos se tienen un aprecio mas allá de sus diferencias.
El tal Paul Sobriki tiene algún indicio de esquizofrenia, por lo que Lucy quiere derivarlo al sector de psiquiatría. Carter, enojado momentáneamente con Lucy por el manejo del paciente, rechaza su diagnóstico. El desenlace del episodio es muy duro. Tanto Carter como Lucy, atacados por el paciente, quedan moribundos a la espera de que los encuentren.
“All in the Family” es una continuación directa del episodio de San Valentín. Y se centra en los esfuerzos del staff en pleno por salvar las vidas de ambos médicos.
Con otro desenlace fuerte, la mini película que conforman ambos episodios detalla algo que se ve en un puñado de episodios. La normalidad de ER es que los médicos atienden pacientes por los cuales tienen poco o ningún sentimiento. Cuando son ellos mismos los que se suben a una camilla, los niveles de dramatismo, naturalmente sensatos, alcanzan picos que se agradecen.
Hemos presenciado el camino de John Carter desde esos primeros episodios llenos de slapstick con su referente Benton, tratándolo como el orto todo el día, todos los días, para llegar a este episodio donde el cirujano Peter Benton deja todo de sí en la cancha para salvar al que alguna vez fue su estudiante y es ahora su colega.
No es obligatorio demostrar en exceso. Está todo ahí. Como con los procedimientos médicos, lo entendés o no. Te llega o no. Durante quince temporadas, ER logró eso sin pifiar casi nunca.
Y ahora podemos disfrutarlo de vuelta.